La declaración de quiebra de Detroit ha estado precedida por la absolución de George Zimmerman por la muerte del joven afroamericano Trayvon Martin, dos acontecimientos que muestran la otra imagen del gigante americano, donde las crisis económicas y sociales muchas veces van de la mano. Este mismo año, desde el Estado de Michigan se hacía […]
La declaración de quiebra de Detroit ha estado precedida por la absolución de George Zimmerman por la muerte del joven afroamericano Trayvon Martin, dos acontecimientos que muestran la otra imagen del gigante americano, donde las crisis económicas y sociales muchas veces van de la mano.
Este mismo año, desde el Estado de Michigan se hacía una lectura premonitoria de lo que finalmente ha ocurrido en Detroit. En una publicación oficial, señalaban que el problema de la ciudad era que se estaba quedando sin dinero, una situación que se venía gestando desde hacía décadas y que «ha alcanzado el punto en el que es necesaria una acción inmediata para que la ciudad pueda funcionar».
Hasta entonces los diferentes dirigentes de la ciudad han ido buscando soluciones drásticas, incluyendo recortes en los servicios públicos de la ciudad o el aumento de la deuda, pero a pesar de todo, «el problema ha empeorado».
En febrero de este mismo año, y tras una revisión detallada de las finanzas, una equipo financiero independiente concluyó que la ciudad se encontraba en una situación «de emergencia financiera», y a pesar de ello, «no tiene ningún plan en marcha para solucionar los problemas económicos».
La actual situación de Detroit no es una sorpresa. Ya hay quien desde finales de la década de los ochenta anticipó la existencia de signos de descomposición. Pero lo que ha ocurrido ha sido una especie de descomposición lenta con un veloz colapso final.
El declive demográfico (ha perdido más de la mitad de la población en los últimos cincuenta años); la decadencia urbanística (80.000 casas abandonadas esperando ser derruidas, otras 30.000 vacías); el aumento de la delincuencia, siendo una de las tasas más altas de EEUU, y con tan sólo un 8,7% de casos resueltos; el desempleo se ha triplicado en la última década; los servicios de emergencia tardan casi una hora en responder y sólo un tercio de las ambulancias están operativas; además, el cuarenta por ciento de la iluminación urbana no funciona.
Y la crisis financiera ha supuesto la guinda a esa decadencia y descomposición ya anunciada hace algún tiempo.
Esta fotografía muestra con claridad, cómo las llamadas políticas de libre comercio impulsan la desindustrialización, políticas fiscales que fomenten la deslocalización; lo que unido a todos los pasos en falso y fechorías de la élite política, tanto local, como del Congreso y los sucesivos presidentes no hacen sino empeorar la situación.
A pesar de ello, algunos sectores republicanos, arduos defensores de los recortes, la austeridad y las privatizaciones, han aprovechado la situación para cargar con el ya de por sí débil y defectuoso servicio público, intentando presentar la actual crisis como fruto de las políticas de sus rivales demócratas.
Hoy en día, en Estados Unidos, cerca del 80 por ciento de la población vive en las ciudades, y algunos temen que la situación creada en Detroit acabe contagiando a otras urbes como Illinois o Chicago, y finalmente acabe convirtiéndose en un fracaso sistemático de las ciudades de EEUU. De confirmarse esa especie de efecto dominó, la situación podría convertirse en un problema federal.
Tampoco ha faltado quien ha criticado el guión oficial seguido hasta ahora, ya que si en el pasado se ha acudido al rescate de los grandes bancos privados, esas fuentes se preguntan por qué no hacerlo ahora, en defensa del verdadero interés público. Como señalaba un periodista local, «si bien se puede disolver una corporación o un ayuntamiento a través de la quiebra, no se puede simplemente «disolver» un lugar donde cientos de miles de personas viven, trabajan y crían a sus familias».
La crisis racial también tiene su repercusión en Detroit. Si hace décadas la comunidad afroamericana no era muy elevada en la ciudad, el abandono masivo por parte de la comunidad blanca ha evidenciado un mayor peso de los primeros en la actual composición demográfica. Como señala un activista social, se han quedado «los que no tiene ni para irse de aquí».
Detroit ha estado segregada racialmente desde hace décadas, un ejemplo lo constituye la llamada «8 Mile Road», famosa por la película de Eminem, pero también por marcar la frontera norte de la ciudad, la separación del centro con los suburbios más empobrecidos.
Distritos con edificios abandonados, viviendas tapiadas, donde las escuelas y otros servicios públicos están al borde ahogo financiero, con tasas muy altas de desempleo y de pobreza, empeorando todo ello estos últimos años de recesión, son una tónica general tanto en Detroit como en otras ciudades norteamericanas.
La sentencia absolutoria de Zimmerman nos muestra también la cruda realidad que vive la población afroamericana en pleno siglo XXI. Como señala recientemente el periodista y activista afroamericano Mumia Abu Jamal, hoy preso político en el corredor de la muerte, la absolución de George Zimmerman (hijo de juez, defendido por un abogado casado con una juez) ha sido «un despertar» para una generación de jóvenes. «Todas las afirmaciones de igualdad son tan fantásticas como las historias de Santa Claus».
Los datos sobre la pobreza (hoy hay más afroamericanos pobres que nunca en EEUU) y el desempleo, la salud (mortalidad infantil en la comunidad afroamericana es el doble que entra la blanca) , la delincuencia y el encarcelamiento (los miembros afroamericanos presos representan unas cifras desproporcionadas con la realidad demográfica del país), los obstáculos a la participación ciudadana, la educación (a pesar que más afroamericanos acceden a la universidad, sólo un 16% tienen bachillerato, la mitad que la comunidad blanca) siguen contrastando duramente con esas otras cifras que nos muestran el éxito «de la gente de color» en EEUU, incluso con la presencia del primer presidente afroamericano en la Casa Blanca.
A pesar del aumento de la visibilidad de algunos afroamericanos en la sociedad e incluso entre la élite norteamericana, esos datos muestran la existencia de la otra cara de la moneda, sobre todo en la versión oficial.
Al hilo de todo ello estas semanas hemos asistido a la citada absolución, y unos días antes, la Corte Suprema de EEUU emitió dos dictámenes que limitaban el alcance de la llamada «acción afirmativa» y la Ley de Derechos Electorales, dos de las piedras angulares de ese relativo éxito ascendente de la comunidad afroamericana.
Este mismo verano se cumple el cincuenta aniversario de la Marcha sobre Washington bajo el lema «trabajo, justicia y paz», y donde Martin Luther King pronunció su discurso «Yo tengo un sueño». Es evidente que a día de hoy los afroamericanos en EEUU son «más libres, pero menos iguales», como ha señalado el reverendo Jesse Jackson.
Quien ha añadido que como se señaló entonces, los acontecimientos de estos días nos recuerda que «los aliados que se nos unieron para oponerse a la barbarie no serán necesariamente nuestros aliados para la igualdad».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.