La convención del Partido Demócrata en Boston será la fiesta de coronación de John Kerry. Para muchos él encarna la esperanza de un cambio fundamental frente a la política de George W. Bush. Tanto en la derecha como la izquierda, se dice que Kerry es el único que puede sacar a los neoconservadores de la […]
La convención del Partido Demócrata en Boston será la fiesta de coronación de John Kerry. Para muchos él encarna la esperanza de un cambio fundamental frente a la política de George W. Bush. Tanto en la derecha como la izquierda, se dice que Kerry es el único que puede sacar a los neoconservadores de la Casa Blanca para reintroducir algo de sentido común en la vida política de Estados Unidos. Pero, ¿qué tan diferentes son Bush y Kerry?
Ambos mantienen la misma posición frente a la guerra en Irak. Kerry votó por la guerra cuando el Senado otorgó los poderes al presidente. Es cierto que las tropas ya estaban en posiciones avanzadas y en el Poder Legislativo muy pocos se atrevieron a emitir una opinión crítica. Pero sí hubo quien rechazó el chantaje de Bush, como el representante Dennis Kucinich, que a la fecha sigue manifestando su oposición a la invasión ilegal de Irak.
Kerry le reprocha a Bush no haber diseñado una estrategia para la ocupación de Irak. También le recrimina no haber comprometido una fuerza militar más grande y el haberse creído las tonterías de Wolfowitz sobre cómo iban a recibir con flores a los soldados estadunidenses en Irak. Kerry piensa que se hubieran necesitado unos 20 mil soldados adicionales para la ocupación y por eso mismo propone aumentar en 40 mil el número de tropas disponibles para la guerra en Irak, Afganistán y para la «seguridad interior». Kerry está de acuerdo con el análisis básico que llevó a Estados Unidos a invadir Irak. Y no me refiero a las ficticias armas de destrucción masiva, sino a la necesidad de afirmar la presencia de Estados Unidos en toda la región, llevando hasta la frontera con Rusia y en franca oposición a Europa, la pretensión hegemónica de la superpotencia.
Así que no es ninguna sorpresa que la convención del Partido Demócrata haya preferido enjaular a los inconformes en un pequeño zoológico especialmente diseñado para confinar las libertades de expresión y de manifestar libremente las opiniones. La cruda realidad es que la convención demócrata no quiere protestas pacifistas porque el candidato demócrata no está en contra de la guerra.
Por eso, su principal asesor en materia de seguridad internacional es Rand Beers, quien hasta hace poco fuera asesor de Bush en su »guerra contra el terrorismo». Beers estuvo 30 años colaborando con el Consejo Nacional de Seguridad y fue uno de los principales promotores del Plan Colombia, incluyendo el uso de herbicidas para los cultivos y, de paso, el veneno para los productores pobres de coca.
Aquí hay otro paralelismo adicional entre la guerra de Vietnam y la de Irak. Kerry no es el candidato que va a sacar a Estados Unidos de esta guerra. Por el contrario, su postura se parece más a la de Lyndon Johnson que elevó el número de tropas hasta medio millón en Vietnam, hasta que entendió el mensaje de la guerra y renunció a un segundo periodo en la Casa Blanca.
La idea de que Kerry es lo que se necesita en la Casa Blanca para detener a Bush responde a un análisis superficial. Tan superficial como los llamados al »voto útil» en México durante la campaña de las últimas elecciones presidenciales. Hoy en Estados Unidos el único candidato que tiene posiciones un poco más constructivas dentro del carnaval obsceno de la política estadunidense es Ralph Nader, a quien muchos en la »izquierda» hicieron el llamado para que no presentara su candidatura esta vez para no quitarle votos a Kerry y darle la victoria a Bush. Nader es el legendario campeón de las causas de los consumidores y el medio ambiente, pero muchos le reprochan que en las últimas elecciones obtuvo 100 mil votos en Florida, donde la diferencia entre Bush y Gore fue de apenas 500 votos. Como resultado, Gore perdió los 29 votos electorales de Florida y eso hizo posible la manipulación en la Suprema Corte.
La carrera presidencial en Estados Unidos está marcada por contribuciones de más de 400 millones de dólares (228 para Bush y 186 para Kerry). Las elecciones ocultan una gigantesca subasta en la que las grandes corporaciones pujan por colocar a su títere en la Casa Blanca. Cuando la polvareda desaparezca, se regresará a la rutina en la que cada iniciativa de ley y cada posición política llevan un precio que sólo las corporaciones pueden pagar. El silenciamiento de Nader en la campaña electoral es un indicio del control de los grupos corporativos y de los medios sobre la vida política de Estados Unidos.
Es desafortunado que no se tenga una verdadera posición contra la guerra en Irak en esta campaña por la presidencia. Pero, por otra parte, es comprensible. Esta guerra tiene raíces más profundas en la competencia inter-imperialista que se intensifica a finales del siglo pasado, que en las cábalas del inquilino de la Casa Blanca.