Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Durante toda su compleja historia, Afganistán ha sido una espina clavada en el cuerpo de la mayoría de los conquistadores. Aparte de Ahmed Shah Durrani, que era afgano, ningún otro conquistador ha podido controlar este país con su terreno inhóspito y pueblos disímiles. ¿Por qué?
Se debe sobre todo a las dos características recién mencionadas. Primero el terreno: el norte está dividido por una extensión baja del Hindu Kush, ideal para la guerra de guerrillas. El sur es desierto, y los que están familiarizados con las hazañas de T.E. Lawrence sabrán que el desierto también es un amigo de las guerrillas. La división según líneas étnicas también es imposible ya que, por lejos que los grupos étnicos puedan ir en sus guerras mutuamente destructivas, no hay nada inhumano de lo que no hayan sido culpables, se aferran de un modo muy fiero a su identidad y patrimonio «afganos»: un hecho, aparentemente incomprensible para la mente occidental.
Es esencial considerar brevemente algunos antecedentes para comprender el presente. Leo todo el tiempo a eruditos autores occidentales que explican el concepto de Pastunwali [camino de rectitud], el código de honor tradicional pastún, su sentido tradicional de igualitarismo y justicia, su respeto por los ancianos y el honor tribal y personal; todas observaciones que eran ciertamente correctas. Sin embargo, los más eruditos de los historiadores no toman en cuenta los eventos de las últimas tres décadas para comprender la dimensión de la metamorfosis.
Hay que entender algunos aspectos del sistema tribal tradicional pastún: a) La justicia en el sistema tribal es igualitaria e impartida sin consideración de clase, color, creencia, religión, riqueza o influencia política. Paradójicamente, sin embargo, sólo los vástagos de familias seleccionadas pueden optar a «ancianos tribales» y, por lo tanto, miembros de la Jirga, el consejo tribal de ancianos. No todos los miembros pueden llegar a ser ancianos, ni es hereditaria la membresía del Consejo, pero los seleccionados son vástagos de esas pocas familias: las familias «de sangre azul» de cada tribu.
El Consejo Tribal elige a sus dirigentes siguiendo costumbres tribales. Tradicionalmente, la Jirga ha actuado como la autoridad policial, la fiscalía, el juez, y el jurado.
Tradicionalmente, el sistema se ha equivocado pocas veces.
Finalmente, el clérigo, aunque tan igual como cualquier otro miembro de la tribu, según la ley, tradicionalmente se ha mantenido en una baja estima social. No tenía medios reales de sustento y, por lo tanto, dependía de las dádivas de la gente del lugar, no estaba muy por encima de un criado. Si la ausencia de dirigentes tradicionales dejaba un vacío, frecuentemente se llenó con un clérigo, en desafío a la costumbre tribal tradicional.
Cuando los soviéticos invadieron Afganistán, los uzbekos y tayikos del norte fueron los primeros en enfrentar el embate encabezados por sus dirigentes tribales. Aunque hubo auténticos generales entre ellos (Ahmed Shah Massoud, el León de Panjshir, fue el más destacado) debido a la guerra, también provenían de los ancianos tribales tradicionales. Dentro del país, sin embargo, entre las tribus pastunas, la mayoría de los ancianos tribales delegaron la responsabilidad durante la campaña antisoviética; algunos a sus hijos, como Hamid Karzai, otros a sobrinos u otros parientes más jóvenes y de confianza. Después de la retirada de los soviéticos, muchos de esos señores de la guerra designados, decidieron aprovechar que tenían seguidores adquiridos durante la década de guerra y asumieron la dirigencia tribal deponiendo a los ancianos tribales tradicionales.
No es sorprendente por lo tanto que el resultado haya sido la anarquía; no sólo en Kabul, donde la competencia por el poder fue por el puesto de primer ministro en el país, sino también dentro de las tribus, por la dirigencia tribal. Muchas tribus se dividieron en facciones formadas por la elección de dirigentes. Los conceptos tradicionales del respeto por los ancianos, los dirigentes tradicionales, y todo lo que lo acompañaba, se tiraron por la borda.
Llegaron los talibanes. Desde 1995, después de la captura de Kabul, hasta 1996, cuando Osama bin Laden entró a Afganistán para cambiar todo, las cosas volvieron a la normalidad, aunque los dirigentes tribales habían huido de Afganistán. Las mujeres volvieron al trabajo y se las podía ver haciendo compras, sin acompañamiento incluso al oscurecer; la justicia era rápida e igualitaria, siguiendo normas tradicionales, pero sin la cruel falta de humanidad que el mundo llegó a presenciar después de 1996. Este breve período vivió un gobierno lo más cercano a una democracia representativa. Los talibanes gobernaban a través de consejos tribales y de aldeas, que decidían las cosas según la costumbre tribal tradicional de justicia igualitaria. Necesariamente, sin embargo, ya que los ancianos tribales tradicionales estaban ausentes, apareció una nueva dirigencia, de pastunes que no eran de sangre azul.
Después de 1996, Mulá Omar, bajo la influencia de Osama bin Laden, impuso un wahabismo estricto. Una vez más, las mujeres dejaron de trabajar y volvieron a sus velos tradicionales, confinadas a las cuatro paredes de su casa, y sólo podían salir escoltadas por un miembro cercano de la familia. Pero las cosas empeoraron: la policía religiosa recibió autorización para administrar justicia improvisada directamente sobre el terreno. Cientos de hombres y mujeres sufrieron a diario humillación pública por la más mínima transgresión de cualquier cosa que desagradara a los miembros de la policía religiosa. Podían hacer que los hombres se inclinaran para recibir ‘topetazos’ en sus nalgas si sus barbas no tenían exactamente el tamaño correcto. Mujeres acompañadas (esposas, madres, hermanas o hijas) podían recibir el mismo trato si un miembro de la policía religiosa pensaba que no llevaban correctamente su velo, o si su conducta, bajo el velo, era ‘atrevida’, mientras su acompañante contemplaba sufriendo una humillación impotente. El orgulloso afgano ya no era orgulloso; era un mendigo humillado, a la merced de los talibanes. Y sus hermanos pastunes al otro lado de la Línea Durand, en Pakistán, presenciaban todo esto sin poder hacer nada, mientras hervían de cólera y odio hacia los talibanes.
Y todo esto mientras los ancianos tribales tradicionales vivían en confort y lujo en Pakistán, India, EE.UU. o algún otro rincón del mundo, después de abandonar a la gente común de sus tribus dejándola a la merced de lo que se habían vuelto los talibanes.
Pakistán y Arabia Saudí fueron los dos países de mayoría musulmana que apoyaron a los talibanes, EE.UU. también los apoyó, aunque no tan activamente. No es sorprendente por lo tanto que una vasta mayoría de los pastunes a ambos lados de la Línea Durand comenzaran a ver a Pakistán como el principal apoyo de los talibanes y transfirieran su odio a Pakistán. Subsiste hasta hoy, aunque con una intensidad que disminuye continuamente.
Y entonces EE.UU. llegó al rescate. Puedo testificar que a ambos lados de la Línea Durand celebraron la anunciada invasión estadounidense de Afganistán en 2001; la inesperada rápida caída de los talibanes no se debió a la extraordinaria hazaña de las fuerzas de EE.UU. o a la ayuda de la Alianza del Norte sino, sobre todo, a pequeñas revueltas de afganos humillados en cada provincia. Tal como los talibanes habían conquistado sin batalla gran parte de Afganistán ya que los seguidores de señores de la guerra abandonaron a sus jefes para acudir en masa a la promesa de los talibanes de un retorno a la justicia y la igualdad; los talibanes cayeron de la misma manera, sin presentar muchas batallas, a manos de los que habían sufrido su opresión y creyeron ver que surgían nuevas esperanzas por la intervención de EE.UU.
Por desgracia también esas esperanzas estaban condenadas a durar poco. Descubrieron pronto que los «liberadores» estadounidenses eran tiranos y opresores; los ancianos tribales que volvieron, después de abandonar sus tribus, ya no pudieron encontrar seguidores. De hecho, muchas veces recibieron un trato desdeñoso.
Así comenzó lo que debería haberse llamado el «Movimiento de Libertad Afgano», apoyado por sus hermanos pastunes en Pakistán. Este término más apropiado fue inaceptable, por razones obvias, para las fuerzas de ocupación en Afganistán así como para sus medios. En consecuencia, comenzaron a referirse a la lucha por la libertad afgana contra las fuerzas de ocupación de EE.UU., la OTAN e ISAF, como ‘resurgimiento de los talibanes y de al-Qaida’.
Con el paso del tiempo, los afganos comenzaron a olvidar su humillación a manos de los talibanes y de al-Qaida y sólo recordaron que habían desafiado al todopoderoso EE.UU. Se les empezó a ver como el David afgano contra el Goliat estadounidense. En consecuencia, los combatientes afganos por la libertad empezaron a aceptar de buen grado el título de talibanes y, con el tiempo, se fusionaron inevitablemente con ellos para las cuestiones prácticas de armas, municiones, y recursos.
Ved a Hamid Karzai, nombrado presidente, rodeado por los hombres de su tribu, Popalzai Durranis, como sus guardias personales; seis meses después sigue estando bajo la protección exclusiva de las tropas de EE.UU.
Como señaló un alto oficial mucho más elocuente después de leer mi primer artículo de opinión sobre el tema, en un periódico local, en 2004: «el tejido de la estructura tribal tradicional ha sido desgarrado». Algo semejante ocurrió en las tribus cercanas a la Línea Durand del lado paquistaní, aunque por motivos ligeramente diferentes. En Pakistán se ha atacado y eliminado a la dirigencia tribal tradicional sistemáticamente.
Lo que quiere transmitir esta información básica es el hecho de que si algina vez hay un retorno a algún tipo de ‘normalidad’ en Afganistán, y su equivalente normalidad en lado paquistaní de la Línea Durand, emergerá un nuevo sistema tribal. Si hay un retorno al concepto de las familias de sangre azul, esas familias no serán las mismas de antes. El igualitarismo en la justicia seguirá siendo un ingrediente esencial, pero esta vez podría aproximarse más a un sistema democrático sin las escisiones sociales que eran tradicionales en el sistema tribal pastún y el clérigo se hará inevitablemente ‘más igual’ de lo que era en el sistema tradicional.
Por lo tanto, más vale que los que sueñan con resucitar el sistema tribal tradicional y el concepto tradicional de Pastunwali vuelvan a considerar seriamente lo que ha cambiado.
Sólo el tiempo dirá lo que resultará en la realidad, pero ha comenzado a dar resultados, antes de que pueda emerger una nueva estructura tribal. Y eso sólo será posible si se permite a los afganos que arreglen las cosas por sí mismos sin interferencia de ninguna parte exterior; menos que nada del ejército de ocupación estadounidense.
Shaukat Qadir es brigadier retirado y ex presidente del Instituto de Investigación Política de Islamabad. Para contactos escriba a: [email protected]
Fuente: http://www.counterpunch.org/
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