El príncipe Kondo, hijo del rey Glèlè y de la reina madre Akossou Mandjanou, nació en 1838 en Abomey, la capital del reino de Dahomey, en el actual Benín. En 1875, su padre le nombró príncipe heredero. En el ejército ocupaba el rango de Gaou, es decir, general en jefe, ministro de la Guerra. Combatiente […]
El príncipe Kondo, hijo del rey Glèlè y de la reina madre Akossou Mandjanou, nació en 1838 en Abomey, la capital del reino de Dahomey, en el actual Benín. En 1875, su padre le nombró príncipe heredero. En el ejército ocupaba el rango de Gaou, es decir, general en jefe, ministro de la Guerra. Combatiente intrépido, participó decisivamente en la organización y ejecución de numerosas campañas militares. Después de la muerte de su padre, accedió al trono de Houégbadja, el 1 de enero de 1890, bajo el nombre muy evocador de Behanzin, que viene de la frase: Gbè hin azin bo aidjrè, o sea, «el mundo tiene el huevo que la tierra desea». Es una idealización del poder deseado por muchos, pero que sólo pueden ejercer los príncipes más valerosos, predestinados por la voluntad de los antepasados. Su emblema es el tiburón, de ahí su apodo de «Rey-Tiburón». Su reinado, breve y muy agitado, a causa de la guerra, tuvo repercusiones en Benín y África. La determinación que mostró en la defensa de la integridad y la independencia de Dahomey, le valió, desde los primeros momentos de su coronación, el enfrentamiento con los franceses. Junto con sus valientes soldados y algunos de los altos mandos de su ejército, Dada Behanzin se enfrentó heroicamente a un poderoso ejército francés.
Protector de la tierra
En la cultura houegbadjavi, la tierra, propiedad de los antepasados, es un bien de la comunidad que no se puede ceder a nadie, ni siquiera al rey, y menos a extranjeros. Así lo notificó Gezo, abuelo de Behanzin, a los comerciantes marselleses con los que firmó el primer acuerdo en 1851. Si en un primer momento se respetó esta norma, en 1868 con su padre en el trono, los negociantes franceses intentaron imponer un nuevo convenio que incluía la cesión territorial de Cotonú. El rechazo del rey fue categórico y, a partir de entonces, las relaciones entre el reino de Dahomey y el Gobierno de Francia empezaron a deteriorarse. Behanzin tenía entonces 30 años, pero compartía los puntos de vista de su padre de rechazar las exigencias francesas.
Aún joven príncipe, recibió apáticamente a la delegación francesa que pretendía reunirse con su padre enfermo. Resiste a las sugerencias del embajador francés cuyos regalos no le impresionan. Se trataba, sin embargo, de una colección pintoresca de la industria gala: un casco de dragón con melena verde, un catalejo de marina, un estereoscopio que mostraba las maravillas de París, seis piezas de seda y tres de terciopelo, un alfanje con funda de color granate, un gorro de piel de cordero adornado con falsas piedras preciosas, una caja de música, seis docenas de calcetines de lana, doce paraguas, veinte cajas de licores. Behanzin recibió estos detalles con frialdad y desdén. No quería ceder el control de Cotonú, principal salida del reino al mar y punto estratégico desde donde se gestionan la totalidad de los intercambios comerciales de la región.
A la muerte de su padre y ante las insistencias de los franceses, Behanzin declaró nulos todos los tratados firmados anteriormente y ordenó la expulsión de los franceses. Francia envió a Jean Bayol, gobernador de la provincia de los Ríos del Sur, con residencia en Conakry, para hablar con el rey. La misión fracasó. Furioso, Jean Bayol manifestó en su informe a sus superiores en París «el ultraje hecho a la República» y sugirió pasar a una intervención armada.
La guerra contra los franceses
Ante la negativa del rey Behanzin, el Gobierno francés, que defendía abiertamente los intereses de los comerciantes marselleses, optó definitivamente por la política de los cañones. El ejército de Dahomey tenía 15.000 hombres armados con cuchillos, machetes y fusiles. El monarca dahomeyano los había seleccionado cuidadosamente. En combate, estos guerreros eran secundados por las llamadas Amazonas de Dahomey. Había 4.000 y constituían la guardia personal del soberano, al que protegían durante sus expediciones. Las sometían a una disciplina férrea y debían ser castas. Cualquier indisciplina se castigaba con la muerte.
Combatientes leales y feroces, obedecían a las órdenes directas del rey. Formaban cuatro cuerpos militares: las Gulenento o «artilleras», armadas con fusiles de fabricación local; las Nyekplonento, conocidas también como las «segadoras», equipadas de machetes; las Gohento o «arqueras» armadas con flechas de puntas ganchudas como anzuelos; las Gbeto, apodadas las «cazadoras», especializadas en el hostigamiento al enemigo.
En marzo de 1890, con el pretexto de enviar un regalo al rey, el Gobierno francés mandó a Abomey una misión de espionaje, conducida por el comandante Maurice Audéoud. Francia necesitaba comprobar la capacidad militar de Behanzin. Dos años después, se iniciaba la destrucción del reino de Dahomey. Cuando estalla el conflicto, en mayo de 1892, 2.000 soldados y 76 oficiales formaban las tropas dirigidas por el coronel Alfred Amédée Dodds, un mulato senegalés.
Durante dos años, los soldados de Behanzin y sus amazonas opusieron una resistencia feroz al cuerpo expedicionario francés, que acabó por ocupar Abomey. No sin la ayuda inestimable de algunos jefes y dignatarios de su reino que conspiraron contra el monarca. Dodds proclamó la caída de Behanzin e instauró el protectorado de Francia sobre Dahomey.
El exilio en el Caribe
Behanzin se había comprometido solemnemente a no ser un traidor: «Después del enfrentamiento y de tantas vidas sacrificadas, no puedo cambiar de opinión». Y añadió, dirigiéndose a Gedevi -ancestro de los dahomeyanos-: «Antes que llegar a un acuerdo con los yovo (franceses) y firmar, prefiero morir». Sin embargo, el 25 de enero de 1894 pidió reunirse con el presidente francés y negociar con él la paz. Quedó con el coronel Dodds para determinar las modalidades de la audiencia;peroDodds le arrestó y le embarcó en un buque con destino a Martinica, donde fue encarcelado. Allí estuvo desde marzo de 1894 hasta abril de 1906.
En un primer momento, Behanzin estuvo en arresto domiciliario en Tartenson, un fuerte cuyas paredes tienen tres metros de espesor. Posteriormente, fue alojado en la quinta «Les Bosquets», en Fort-de-France. Le precedía una sólida reputación de salvaje y sanguinario. Algunas personas compartieron su exilio: su hijo Ouanilo, tres de sus hijas, cuatro esposas y un intérprete. Tenía la posibilidad de salir de paseo acompañado y en cada una de sus apariciones en el plaza mayor de la ciudad suscitaba curiosidad.
Estaba triste y taciturno. Permanecía sentado en un banco, fumaba una pipa y miraba fijamente hacia el mar. Según el historiador Louis Garaud, «tenía una mirada aguda y penetrante. Su torso desnudo, ancho y arrugado, medio tapado por un paño revelaba una fuerza poco común». A través de su intérprete, declaró: «Que me dejen volver a mi país, serviré fielmente a Francia, me muero de aburrimiento aquí. La añoranza de la patria me mata».
El regreso a África
Mientras esperaba una respuesta de Francia, la salud de Behanzin se iba deteriorando. Durante su largo exilio caribeño escribió varias cartas al presidente Marie François Sadi Carnot y a las autoridades coloniales de Dahomey. Todas, por supuesto, se quedaron sin respuesta. En 1906 las autoridades francesas decidieron repatriar al rey y su corte a África. Pero no a Dahomey, sino a Blida (Argelia). Su residencia fue la antigua casa de las Carmelitas. Pero el rey se desesperaba al estar lejos de su patria. Notaría más aún esta lejanía en el primer trimestre de su estancia en Blida, debido al tiempo invernal. Behanzin nunca llevaba camisas y a menudo se cubría con un gran paño que dejaba su pecho y parte de su cuerpo al aire libre. Su estado de salud se agravó. Los médicos le diagnosticaron una infección renal y neumonía. Pero lo que le mató fue, como él mismo decía, la añoranza de la patria.
El 8 de diciembre de 1906, el rey Behanzin fue evacuado a Argel, donde murió el 10 de diciembre de 1906. El 11 de diciembre de 1906 fue enterrado en el cementerio Saint-Eugène de Argel. El regreso a Cotonú de sus restos mortales se efectuó 22 años después, el 9 de marzo de 1928.
Los funerales se celebraron al mes siguiente en su palacio privado de Djimè, según el ritual tradicional. En abril de 1976, durante el período revolucionario de Mathieu Kerekokou, el Estado le proclamó héroe nacional: se construyó en su memoria un imponente monumento en la plaza Goho de Abomey.
Monarquías tradicionales
África tiene una dilatada historia monárquica. Sin embargo, aparte de Lesoto y Suazilandia, los reinos que ocupaban los territorios de los Estados actuales al sur del Sahara ya no existen como entidades políticas independientes, sino como jefaturas tradicionales en colaboración con las autoridades administrativas modernas. Lejos de ser simples reminiscencias de un pasado lejano, los reyes africanos actuales representan importantes instituciones de poderes ocultos. Es el caso del Moro Naba, emperador de los mossi de Burkina Faso, venerado por los diferentes pueblos que formaban el imperio Mossi. Otros, como Salomon Igbinoghodua, rey de Benín (Nigeria), titulado por la Universidad de Cambridge, encarnan más bien una fusión entre la tradición y la modernidad.
En países como Botsuana y Ghana, existen estructuras institucionales para los jefes tradicionales, que tienen un papel consultivo y gozan de la autoridad suficiente para aconsejar a los Gobiernos sobre todo tipo de asuntos. Estas cuestiones pueden ser sobre el Gobierno o la evaluación de los usos y costumbres tradicionales.
En Botsuana, los jefes tradicionales participan en algunos asuntos de la administración local y judicial. Las Cámaras de jefes, de la que es miembro el rey Moremi Tawana II, invitan a veces a los presidentes u otros jefes de Estado, ministros, funcionarios, jueces y otros representantes de las instancias oficiales en las discusiones sobre los temas a tratar. Juegan un papel de primer rango como defensores de la colectividad y expresan sus preocupaciones. En Botsuana, la Cámara de jefes puede pedir a un ministro que responda a las preguntas sobre su departamento, y éste tiene la obligación de contestar. En este sentido, las jefaturas tienen el poder de cuestionar la política del Gobierno y exigir que éste último dé cuentas al pueblo.
Ghana tiene un sistema de Cámaras de jefes -10 Cámaras regionales y 5 Cámaras nacionales- formadas por Consejos tradicionales. Además del personal administrativo facilitado por el Gobierno, un Departamento de jefaturas dentro del gabinete del Presidente de la República mantiene contactos permanentes con las Cámaras de jefes.
También participan en la buena marcha de los proyectos de desarrollo y de sanidad. Así, Osei Tutu II, el rey de los ashanti, junto con los príncipes (jefes supremos) y las «reinas madres» de Kumassi, colaboran en los talleres sobre el sida que organizan Naciones Unidas y el Gobierno. Las Cámaras de jefes son, asimismo, mecanismos para la resolución de conflictos étnicos.