Ben Gardane, en la gobernación de Medenín, es la ciudad tunecina más distante de la capital (560 km. por carretera) y la más próxima a la infinita, porosa y compleja frontera con Libia (a sólo 30 kilómetros), encrucijada tradicional de toda clase de tráficos ilegales de los que depende la supervivencia de buena parte de […]
Ben Gardane, en la gobernación de Medenín, es la ciudad tunecina más distante de la capital (560 km. por carretera) y la más próxima a la infinita, porosa y compleja frontera con Libia (a sólo 30 kilómetros), encrucijada tradicional de toda clase de tráficos ilegales de los que depende la supervivencia de buena parte de la población. Según el informe de diciembre de The Sofan Group, de los 6000 tunecinos desplazados en Siria e Iraq para incorporarse a la yihad el 15% procedería de esta ciudad del sur con un censo aproximado de 60.000 habitantes. Como es sabido, los candidatos tunecinos a yihadistas, en medio del caos y la falta de instituciones centrales del país vecino, vienen recibiendo entrenamiento militar en Libia, concretamente en Sirte y Sabrata. Esta última población, a 100 km. de la frontera tunecina, fue objeto el pasado 23 de febrero de un bombardeo selectivo por parte de EEUU; en él murieron 43 personas, la mayor parte originarias de Túnez, entre ellas Nouredine Chouchane, acusado de complicidad en los atentados del museo del Bardo y la playa de Sousse. En un vídeo posterior al bombardeo, uno de los yihadistas capturados anunció la intención de Daesh de atacar Ben Gardane. Es importante tener en cuenta este puñado de datos a la hora de entender el nuevo giro siniestro en la fatal espiral tunecina.
Durante toda la semana los enfrentamientos entre yihadistas y fuerzas de seguridad no han cesado en la periferia de Ben Gardane, donde el número de muertos no deja de aumentar. A las más de 50 bajas -terroristas, militares y civiles- de la batalla del pasado lunes 7 de marzo, hay que sumar otros seis asaltantes muertos en la noche del martes al miércoles y al menos diez más desde entonces. Aunque las noticias siguen siendo confusas y el gobierno no pone mucho empeño en hacer la luz, la reconstrucción aproximada de los hechos permite asegurar al menos dos cosas: (1) que la operación de Daesh en Ben Gardane es una respuesta a la colaboración del gobierno tunecino con los EEUU en el reciente bombardeo de Sabrata y (2) que constituye un inquietante salto adelante en la estrategia de la organización yihadista que, de Siria al Maghreb, condensa todas las amenazas y determina tanto las políticas locales como las de la UE y los EEUU.
Según la versión oficial, en torno a 50 yihadistas procedentes de Libia y divididos en tres grupos intentaron asaltar de manera bien coordinada un cuartel del ejército y dos sedes -respectivamente- de la Policía y de la Guardia Nacional en Ben Gardane. Siguiendo el modelo sirio e iraquí, contaban con que, una vez desencadenada la acción, se sumaran a la misma algunas de las presuntas «celulas durmientes» incrustadas en la ciudad y con que la propia población civil, de manera activa o pasiva, facilitase el éxito del asalto armado. Según numerosos relatos, mientras se ponía en marcha la operación un comando informativo habría «tranquilizado» a los ciudadanos con mensajes difundidos a través de un altavoz: sólo debían sentirse amenazados los miembros del «taghout» -los representantes del Estado «infiel»-, tras cuya derrota la ciudad pasaría a ser gestionada por «la ley de Dios». Según el semanario Akher Khabar, que cita fuentes del ministerio del Interior, los yihadistas se habrían dirigido asimismo a los «barones» del contrabando local para asegurarles que, tras su victoria, podrían trabajar tranquilamente sin la intervención de la aduana y del Estado central. Hay que tomar con mucha prudencia esta última información, no sin recordar, en todo caso, que la tradicional red del tráfico fronterizo, en manos de familias vinculadas a los regímenes de Ben Ali y Gadafi, ha pasado a ser controlada en parte, tras el derrocamiento de los dos dictadores, por la órbita islamista radical.
¿Cuál era el objetivo de la operación del lunes pasado en Ben Gardane? Por una vez y aunque sus declaraciones abriguen siempre una voluntad alarmista «populista», habrá que creer al presidente Caid Essebsi y a su primer ministro Habid Essid, que han coincidido en señalar el propósito de los yihadistas de «fundar una «wilaya» o emirato islámico en el sur de Túnez». En esta misma dirección abunda el analista político Yossef Charid, quien subraya la magnitud simbólica y propagandística de la tentativa de Daesh en la ciudad fronteriza: «hay que imaginar la alarma global», dice, «si una ciudad de Túnez cayese en manos de ISIS: ¡una wilaya (islámica) en el corazón de la única democracia del mundo árabe!». No sabemos si los yihadistas habían evaluado mal la respuesta de los habitantes o consideraban que incluso un fracaso militar es ya un éxito propagandístico. Lo cierto es que en los últimos años la escalada es innegable y el horizonte estratégico evidentísimo. ISIS crece en el caos y en la ausencia de Estado y prefiere, en todo caso, como hemos comprobado en Oriente Próximo, los regímenes militares y las guerras abiertas. La democracia tunecina, con todas sus limitaciones, es un obstáculo en su expansión «natural» por el norte de Africa.
Todo puede ir aún peor. No olvidemos ni la fragilidad de Túnez ni el papel decisivo del país vecino: el destino de los tunecinos se juega en Libia. Hay que tener en cuenta, en efecto, la dependencia económica tradicional, así como la presencia de 1.500.000 ciudadanos libios en distintas ciudades de Túnez. Pero hay que tener en cuenta, sobre todo, la inestabilidad libia: la dificultad de un acuerdo entre Toubruk y Tripoli, la potencia creciente de Daesh y la intervención cada vez menos disimulada de distintos países (presión egipcia, presencia de tropas francesas, drones estadounidenses). No obstante la advertencia en contra del enviado de la ONU, Martin Kobler, y de la oposición clara de las propias milicias locales, en las últimas semanas se ha venido construyendo, mediante declaraciones y desmentidos, el relato mediático de una probable -y hasta inminente- intervención militar occidental en el país norteafricano. El pasado domingo Matteo Renzi salía al paso de unas palabras del embajador estadounidense en Roma, el cual insinuaba la posibilidad de que el gobierno italiano mandara 5000 soldados a territorio libio. Por su parte un artículo de The Guardian no descartaba el martes que una operación terrestre liderada por Italia fuera apoyada por Estados Unidos, Alemania, Francia y algunos países árabes. La operación de Daesh en Ben Gardane, que no ignora estos preparativos, parece orientada a precipitar la decisión.
Una intervención en Libia sería un desastre para Túnez, todas cuyas fuerzas políticas, tanto del gobierno como de la oposición, han manifestado su rechazo. Hace pocos días el líder del partido islamista Ennahda no dejaba dudas al respecto: «no lo esperamos, no lo queremos y no estamos de acuerdo. Si tal cosa llega a ocurrir, que Dios salve al pueblo libio y al propio pueblo tunecino de las catastróficas consecuencias». Si algo puede impedir aún esa locura es la oposición de los gobiernos de Argelia y Túnez y el interés occidental en salvar la democracia tunecina o, mejor dicho, la estabilidad a ella asociada. Una intervención en Libia trasladaría inmediatamente el caos a Túnez y con él las bazas desestabilizadoras de Daesh, cuya avanzadilla el pasado lunes en Ben Gardane parece precisamente destinada a espolear a los que en Europa y en el mundo árabe desean menos democracia y más intervención.
Fuente original: http://www.naiz.eus/eu/hemeroteca/gara/editions/2016-03-13/hemeroteca_articles/daesh-en-tunez
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