Ha pasado un siglo desde la anexión de Darfur a la autoridad central de Sudán y 13 años desde la sublevación militar, que parece haber retrocedido significativamente después de los ataques de las Fuerzas Armadas, respaldadas por milicias, contra Movimiento Justicia e Igualdad el año pasado, y el Movimiento de Liberación de Sudán-Célula de Abdeluahed […]
Ha pasado un siglo desde la anexión de Darfur a la autoridad central de Sudán y 13 años desde la sublevación militar, que parece haber retrocedido significativamente después de los ataques de las Fuerzas Armadas, respaldadas por milicias, contra Movimiento Justicia e Igualdad el año pasado, y el Movimiento de Liberación de Sudán-Célula de Abdeluahed Nur este mes (concentrada en la zona estratégica de Yebel Marra) y anteriormente contra la célula de Muna Manawi. A pesar de que los ataques han debilitado el peso militar de los rebeldes, no han conseguido acabar definitivamente con ellos.
Existe la sensación (real o imaginaria) de que la región de Darfur sigue siendo víctima de la marginalización el reparto del poder y la riqueza. Los acuerdos y las medidas que se han puesto en marcha no han acabado con el problema de raíz aunque hayan puesto fin a la sublevación militar de los rebeldes y hayan permitido cierta estabilidad en la zona más poblada de Sudán.
El Gobierno sigue manteniendo un enfoque basado en la participación en cualquier esfuerzo de mediación regional o internacional, al margen de las medidas unilaterales que adopte, partiendo de que no puede esperar indefinidamente la aprobación de los movimientos rebeldes porque «los intereses de los líderes de estos movimientos no coinciden necesariamente con los intereses de la población de Darfur». Así lo demuestran las continuas deserciones en las filas de los rebeldes, que comenzaron con dos movimientos y luego se multiplicaron. Tal es el número de esas deserciones (que reflejan los deseos y aspiraciones propias de algunos asociados a estos movimientos) que no se puede concretar un número definitivo de movimientos rebeldes.
Una región o provincias
Ante esa situación, el Gobierno ha seguido adelante con el referéndum administrativo para consular a los residentes en Darfur si quieren una única región o varias provincias (wilayat). El Gobierno considera que este referéndum es el último paso constitucional estipulado por el acuerdo de Doha y que, cumpliendo con él, termina la aplicación de ese acuerdo que está limitado a un periodo de cinco años que finaliza este mismo año. Esto significa para el Gobierno de Jartum el final del conflicto en Darfur, un conflicto que ganó una presencia internacional inesperada en la primera década del presente siglo y sobre el que incluso llegaron a emitirse varias resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en virtud del capítulo siete. El expediente fue remitido a la Corte Penal Internacional que emitió una orden de arresto contra del presidente Omar al Bashir que desafió las órdenes de arresto y viajó a los países firmantes del Estatuto de Roma, obligados a cooperar con la Corte y aplicar sus resoluciones y por consiguiente, obligados a detener a Al Bashir y entregarlo para ser juzgado en La Haya. Pero las autoridades sudanesas consiguieron apoyo africano y la Unión Africana emitió una resolución de condena a las orientaciones de la Corte, centrada en los líderes africanos en la que se les pedía que no aplicaran las resoluciones de la Corte Penal Internacional relativas a esa detención. De acuerdo con ello, el Gobierno de Sudáfrica se negó a arrestar a Al Bashir el año pasado, cuando estaba de visita en Johannesburgo, lo que provocó una tormenta política y legal en el gobierno del presidente Jacob Zuma.
La región de Darfur se sitúa en el este de Sudán y tiene una extensión aproximada de medio millón de kilómetros cuadrados. Colinda con Chad, Libia, Centroáfrica y Sudán del Sur. Debido a sus deficientes infraestructuras y su superposición demográfica con los países vecinos, lo que sucede en Darfur se ha convertido, de alguna forma, en parte de los conflictos regionales, a pesar de que su especial ubicación geográfica tiene también aspectos positivos.
Durante cuatro siglos los reinos de Darfur contactaron con reinos islámicos del Magreb y fortalecieron la propagación de la hermandad sufí Tiyania. También se relacionaron con reinos y civilizaciones del río Nilo, del camino de la Meca, de Derb al Arabaín y Egipto. Se sabe que Darfur enviaba una sabana para revestir la Kaaba en la era del sultán Ali Dinar, a principios del siglo XX. El aislamiento relativo que vivió la zona la llevó a un auto-desarrollo en las cuestiones administrativas y de gobierno y a satisfacer las diferentes necesidades políticas, sociales y económicas, aunque se vio influenciada por sus relaciones con sus vecinos del este y del oeste.
El ataque exterior del régimen turco en el siglo XVIII y la anexión de Darfur a Sudán en el año 1916 por parte de Gran Bretaña (por miedo a una alianza entre el sultán Ali Dinar y Turquía, en pleno auge de la primera guerra mundial), interrumpió el crecimiento de los sistemas y organizaciones locales.
Esto tuvo un impacto posterior que coincidió con la diversidad demográfica y étnica que suponía la presencia de un grupo étnico dominado por la sangre negra (representado por las tribus de los Fur, los Masalit, Zagawa y Al Berti) que tiende al sedentarismo y la agricultura, y la presencia de los árabes, que se centraban en el pastoreo y que se dividían en los Baqara (los pastores de vacas) y los Abbala (los de camellos), y cuyas principales tribus eran Raziqat, Taaisha, Habbania, Mahamid y Maharia. El conflicto se agravó en la última década aunque la situación se simplificaba diciendo que solo se trataba de un problema entre los Zarqa, en los que predominaba la sangre negra, y los árabes. El Gobierno, dado su trasfondo árabe, se posicionó en contra de los Zarqa.
Darfur es un espacio de diversidad ecológica con una zona de desierto, la meseta de Yebel Marra y llanuras de arena y arcilla, pero esto no impidió que sufriera sucesivas sequías y un proceso de desertificación en los años setenta y ochenta que provocaron un éxodo masivo y la concentración de población en espacios reducidos, con el consiguiente nacimiento de una rivalidad tribal por los limitados recursos naturales, especialmente entre pastores y agricultores. Las infraestructuras existentes se han demostrado incapaces de asimilar las evoluciones que se han producido en las últimas tres décadas. La situación empeoró a raíz de la descomposición del tejido tribal. La administración autóctona, basada en la dimensión tribal, trabajó por hacerse con el control de la seguridad, la organización de la adquisición y gestión de la tierra y en la representación del Estado a nivel comunitario. Sin embargo, su autoridad se debilitó cuando el ex presidente Yaafar al Nimeiri abolió la administración autóctona sin ofrecer una alternativa a la recaudación de impuestos y al mantenimiento de la seguridad, una situación que agravó aún más la inestabilidad política.
Alsir Said Ahmad (escritor y periodista sudanés especialista en cuestiones del petróleo)
Traducción del árabe de Rania Chaui