Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens y revisado por Caty R.
Quisiera contarles que Yu Xinhong dejó su hogar por primera vez hace algunos años. Nunca había ido tan lejos, nunca había tomado un tren. Éste iba repleto de campesinos, hombres y mujeres en trajes Mao que iban hacia el sur en busca de sus sueños. Tenían la piel arrugada y enrojecida por el sol, sus zapatos polvorientos y gastados. Fumaban un cigarrillo tras otro en compartimientos abarrotados e intercambiaban historias sobre vecinos que habían vuelto a casa con dinero y regalos. Yu Xinhong, que sólo tenía 18 años, escuchaba.
Los que tenían su edad o un poco más estaban acuclillados en los pasillos, vestidos con sus mejores ropas. Hablaban con sus amigos, se reían, y mantenían despiertos a los campesinos que cabeceaban en sus asientos. Yu Xinhong no cerró los ojos durante casi todo un día. Estuvo sentada junto a la ventana, observando al pasar las aldeas y granjas y a gente que subía y bajaba del tren. Por primera vez veía chinos de otras partes de su vasto país. «Pensaba que nuestras aldeas eran las únicas en China, y que éramos los únicos pobres. Aprendí que no era así cuando tomé el tren a Shenzhen», me contó en el verano de 2007, cuatro años después de su viaje.
Cuando llegó a la completamente nueva estación Luohu en el centro de Shenzhen, se vio rodeada por altos edificios de vidrio, hoteles de cinco estrellas, centros comerciales, bares, restaurantes, salones de masaje, peluquerías y sucursales de McDonald’s. (En su zona las construcciones de ladrillo no pasaban de cuatro pisos). Y estaba toda esa gente, jóvenes hombres y mujeres de toda China, que hablaban dialectos que ella no comprendía. Muchachas de más de 1,80 de altura, muchachas de piel clara, vestidas con jeans apretados o minifaldas. Yu Xinhong era baja y pensaba que su piel era oscura. Admiraba y envidiaba a las «bellezas» provenientes de una China de la que ella y sus amigos en la aldea no sabían nada. No pudo controlar su excitación.
Cuando Yu Xinhong era pequeña, la primera generación de trabajadores itinerantes reclutados por las nuevas empresas privadas en Shenzhen y otros sitios, hombres de unos treinta o cuarenta años, había abandonado su aldea. Volvieron a casa después de algunos años con dinero, ahorrado de su trabajo en fábricas o construcciones, construyeron mejores casas para sus familias, volvieron a sus granjas, o comenzaron pequeños negocios. Tenían un pie en la granja y el otro en la ciudad, eran campesinos empleados temporalmente como trabajadores urbanos. En la ciudad trabajaban muy duro y vivían en dormitorios, 10 o 12 en una habitación. Muchos se quedaban en guetos para migrantes, compartiendo espacios mínimos sin cocina o baño. Los ingresos eran bajos, pero mucho más elevados que en la aldea y, en todo caso, el trabajo en la ciudad era sólo un medio para una vida mejor al volver a la aldea.
Para cuando Yu Xinhong subió al Shenzhen Express, la migración se había convertido en un viaje sin vuelta. Los nuevos migrantes habían nacido en los años de la reforma, muchos habían terminado la escuela secundaria o incluso la educación superior. Las grandes ciudades los introdujeron a la cultura global y al consumo. Miraban las vidrieras de los negocios en los centros comerciales en su tiempo libre, iban al cine, a McDonald’s y a Kentucky Fried Chicken, visitaban antros de karaoke con sus amigos, salían libremente en citas, se juntaban con extranjeros y se sentían parte de la nueva China. En su mayoría siguieron siendo marginados, pero soñaban con adquirir un día todo lo que China suministraba al resto del mundo. Muchos no sabían nada del trabajo agrícola y la mayoría detestaba la vida en la granja, parte de la vieja China de sus padres. La ciudad les ofrecía esperanza, lo que no hacía la granja. No tenían intención de volver. Eran miembros de la nueva clase trabajadora y esperaban beneficiarse de todas las promesas del nuevo sueño de los chinos: una casa y una vida plena normal en la ciudad.
Los hermanos de Yu Xinhong se fueron a Shenzhen cuando ella era adolescente. Sabía que pronto llegaría su hora, pero primero tenía que terminar la escuela secundaria, lo que había prometido a su padre. Tenía que cumplir su palabra. Yu Xinhong terminó por graduarse de la escuela secundaria con buenos resultados. Días después, hizo su valija y subió al tren a Shenzhen: «Mi padre quería que fuera para que conociera más del mundo exterior». Shenzhen sería la entrada.
Sin coches, sólo tractores
Una vez me contó cómo había sido su vida de familia. La granja de sus padres estaba en una pequeña aldea desolada en el oeste de China; al pie de las montañas, en la ribera este de un río con muchos peces deliciosos. Recordaba que lo mejor en la zona era el Festival de Primavera en el que todos los aldeanos, en su propia aldea y en otras, prendían linternas delante de sus casas por la noche. «Al otro lado de la montaña se podían ver largas hileras de luces. Toda la montaña brillaba.»
Desde la ventana de la sala de estar de la granja, Yu Xinhong veía el camino que serpenteaba unos pocos metros más abajo. En esos días no había coches, sólo tractores y camiones. Al escuchar un tractor, se «convertía en un muchacho», ansiosa de romper su aburrimiento. «Tenía sólo cuatro años». Corría al camino y esperaba con niños de la aldea algo mayores que se acercara el tractor. Corrían para subirse y viajar gratis, esperando que el conductor no se diera cuenta. No siempre tenían éxito. «Recuerdo que una vez nos subimos a un tractor… el conductor se dio vuelta, se paró, y nos amenazó con una cuerda gruesa. Nos dio mucho miedo. Saltamos a tierra y corrimos a casa sin parar. Pensamos que nos iba a matar.»
Al cumplir los 11 años entró al quinto año de primaria; el salto sobre los tractores dejó de ser un juego y se convirtió en necesidad. Su escuela quedaba a una hora a pie. La familia no poseía una bicicleta. El viaje en los tractores acortaba el viaje a 20 minutos. El padre de Yu Xinhong se preocupó después de que retesultó gravemente herida al caerse de un tractor, y ella le prometió que no volvería a hacerlo. Cumplió su promesa un cierto tiempo, pero volvió a los tractores hasta que el mayor de sus dos hermanos compró un camión de segunda mano. «Me sentaba a su lado y dejábamos atrás a todos los tractores. Éramos mucho más rápidos».
La madre de Yu Xinhong era campesina, su padre maestro de escuela. Era el principal sostén de la familia, con 12 dólares al mes cuando Yu Xinhong nació en 1985. Al casarse recibió un considerable aumento de su salario; la pareja había sido terriblemente pobre. Con el aumento, la familia se pudo permitir más y mejor comida; pero la vida siguió siendo difícil durante la mayor parte de la infancia de Yu Xinhong. A su padre le encantaba el tofu, y le gustaba bañarlo en salsa de soya. Recordaba que lloraba cuando lo comía, y sus lágrimas la intrigaban: «Esta comida deliciosa. ¿Por qué estás llorando?» solía preguntarle. «Sería aún mejor si le agregaras un poco de azúcar». Años después y desde lejos, comprendió que el tofu le recordaba cómo era la vida antes. El tofu era barato, asequible incluso para los más pobres de los pobres, y fue lo único que había podido comprar durante mucho tiempo.
La familia tenía cuatro parcelas pequeñas en diferentes sitios de la aldea. La primera era un arrozal a poca distancia de la casa, sobre la ladera de una montaña. Su madre no tenía máquinas y labraba la tierra a mano. «Tenía que ir todos los días al arrozal para controlar el nivel del agua y extraer la maleza». La familia poseía cuatro cerdos en un porquero junto a la casa, y su madre llevaba su estiércol al campo como fertilizante. Ella sola, su madre plantaba maíz, trigo, frijoles y patatas en otras parcelas. Los hermanos de Yu Xinhong, despertaban a veces con su madre y trabajaban la tierra antes de ir a la escuela. Yu Xinhong se quedaba en cama: «Era demasiado joven». Incluso cuando creció, «nunca trabajé en la granja o ayudé a mi madre en la casa. Es lo que quería mi padre. Sólo quería que estudiara.»
Cuando Yu Xinhong llegó a los 16 años, el salario de su padre era 130 dólares al mes y los hermanos, entonces en Shenzhen, enviaban dinero a casa. La familia compró una televisión en color y un refrigerador. «Cuando era muy joven no teníamos televisión. La mayoría de los aldeanos tampoco tenía. Sólo una familia en nuestra aldea tenía una pequeña televisión en blanco y negro… era un chiste popular entre los aldeanos… ‘¿Tenéis algún artefacto electrónico en vuestra casa? Sí, tenemos, tenemos una linterna’.» Poco después de que Yu Xinhong partió a Shenzhen, la familia se mudó a una casa de ladrillo.
Comienzo de la larga marcha de Yu Xinhong
Durante casi un año después de que llegó a Shenzhen, Yu Xinhong trabajó en una línea de montaje que producía monitores y pequeños ordenadores personales exportados fuera de China. Su primer salario fue 282,8 yuan al mes (33 dólares): «Pienso que 282,8 fue un número de suerte porque tenía dos doses y dos ochos». No trabajaba horas extras, y tenía que compartir un dormitorio sucio y pequeño con otras 11 muchachas. La comida era muy mala: «Echaba de menos la cocina de mi madre». Después de sólo un mes, su salario aumentó a 50 dólares, un aumento drástico.
El jefe era un joven taiwanés obsesionado por la disciplina, la obediencia y la eficiencia. Los supervisores pasaban mucho tiempo entrenando a los trabajadores. La organización de la fábrica era muy compleja. Cada departamento tenía procedimientos estrictos. Yu Xinhong comenzaba el día parada en líneas perfectas con cientos de muchachas que saludaban, gritaban y se contagiaban la energía. En Shenzhen y otras ciudades industriales, millones de jóvenes trabajadores hacían lo mismo, copiando los ejercicios militares que los mandamases taiwaneses llevaron a China después de los años ochenta. No le importaban los ejercicios, la disciplina, los bajos salarios. Era excitante conocer un nuevo mundo. El trabajo en la fábrica fue el comienzo de su larga marcha y la preparó para otros desafíos de la vida.
El trabajo era duro y cansado. Después de tres meses el jefe la ascendió a jefa de equipo, un ascenso importante en poco tiempo, y Yu Xinhong se sintió orgullosa. Era responsable de un pequeño grupo de mujeres, algunas con pocos años más que ella. Poco después solicitó otro ascenso y pidió un trabajo en otro sitio en la fábrica, pero el jefe lo negó. Se fue, no debido a las dificultades, sino porque deseaba «puestos mejores y más retadores».
Durante los dos años siguientes, Yu Xinhong tuvo cuatro trabajos en fábricas y vivió en otros dormitorios, a veces menos abarrotados, en busca de un puesto de trabajo mejor y más retador que correspondiera a su educación y a sus sueños. «Tenía un certificado de escuela secundaria. La mayoría de las muchachas con las que trabajaba sólo habían terminado la escuela secundaria intermedia.» En el trabajo encontró su «primer verdadero novio», un guardia de seguridad pequeño y flaco, que tenía 12 años más: «Necesitaba a alguien que me protegiera». Era amable y respetuoso, y ella estaba contenta, pero su hermano se indignó -«Es demasiado viejo para ti»- y exigió que se separaran. Para asegurarse de que así fuera, el hermano le ordenó que dejara su puesto de trabajo y volviera a casa. Ella aceptó, se despidió de su novio y volvió al lugar que pensaba que había abandonado para siempre. «No puedo decir no a mi hermano y a mi padre. Son la gente más importante de mi vida.»
De vuelta a casa encontró pronto un puesto en un centro de copias en una localidad cercana. Le encantaban el calor y la cordialidad de la aldea, pero la vida carecía de la excitación y la energía de Shenzhen. «Vivimos en las montañas y tenemos menos conexión con el resto del mundo. Estamos aislados, pero la gente es amigable y afectuosa. La gente es fría en Shenzhen. Incluso los vecinos no se conocen. Hay mucha gente solitaria. Pero quería vivir en Shenzhen y convertirla en mi nuevo hogar.» El trabajo en el centro de copias la aburría y el salario era bajo. No encontró a gente nueva y excitante, no aprendió nada nuevo. Se sentía atrapada.
Su familia estaba preocupada por su desasosiego y pensó que tenía que salvarla, y un día le dijeron: «Ya tienes suficiente edad para casarte». Poco después, le encontraron un pretendiente, de 23 años, el joven más rico de una localidad cercana, hijo de padres millonarios que poseían una lucrativa fábrica de té. «La diferencia entre nuestras dos familias era inmensa. Era bueno en todo sentido, joven y responsable, y de buena familia». Dirigía el negocio familiar con mucho éxito, vivía confortablemente, manejaba un coche estadounidense y se construyó una casa grande y hermosa. «Era un esposo de ensueño. Todas las solteras lo perseguían. Tuvo muchos amoríos. Creo que había perdido la fe en el amor. Todo lo que quería era una esposa». Pero Yu Xinhong quería verdadero amor, y su propia vida.
Después de tres meses de salir juntos y hacer proyectos de boda rompió con él. «Si me hubiera casado con mi novio, me habría quedado en la pequeña ciudad durante el resto de mi vida. Y eso no lo quería. Quería algo mejor en mi vida.» Fue la decisión más importante de su vida, en la que rechazó firmemente el sueño de millones de jóvenes. La última vez que se vieron, le dijo: «Algún día seré jefa, no una gran jefa, pero jefa a pesar de todo. Tendré mi propio negocio, aunque sea pequeño.»
Nuevo comienzo
La ruptura fue liberadora, pero significó que tendría que comenzar de nuevo. «Tenía que irme. Tenía que encontrar trabajo en alguna parte, pero no sabía adónde ir.» Había dejado pasar una excelente oportunidad, y ahora tenía que mostrar a su familia que había tomado la decisión correcta. «Mi padre no se opuso. Respetó mi decisión. Pero yo sabía que estaba desilusionado. Estaba preocupado.» Durante esos días confusos, un viejo amigo le ayudó. «Fue una especie de novio cuando iba a la escuela secundaria. No lo había visto durante bastante tiempo.» Le dijo que tres años antes se había ido a la provincia oriental de Zhejiang; a los dos años había llegado a poseer un pequeño negocio y tenía una vida confortable: «Me dijo que fuera a trabajar con él. Me gustaba y confiaba en él. Estaba muy contenta.» Yu Xinhong hizo de nuevo su valija, y tomó un tren para juntarse con él: «Tenía miedo y estaba excitada. Sólo lo conocía a él.»
La estaba esperando cuando el tren llegó a la estación. Ella se alegró de ver una cara familiar. Le mostró el lugar, le ofreció una «cena muy agradable», la llevó a su apartamento a pasar la noche y le dijo que ella comenzaría su trabajo dentro de unos días y que se buscara su propia vivienda. Pero algo parecía raro en ese apartamento grande y lujoso. Numerosas «chicas bonitas», vestidas a la moda, entraban y salían. «Todas afirmaban que eran sus novias». Yu Xinhong estaba desconcertada. «Mi amigo era muy informal. Las muchachas eran simpáticas. Iban al baño y salían con mucho maquillaje.» Sonó el timbre y entró un hombre. «Habló de precios con las muchachas». Yu Xinhong oyó que las jóvenes hablaban de llegar tarde al trabajo. «¿Dónde estarán trabajando?» se preguntó. Trató de rechazar sus sospechas, pero la evidencia era demasiado fuerte.
Yu Xinhong había oído muchas historias sobre jóvenes aldeanas atraídas a la prostitución en la ciudad, y había encontrado a unas pocas en Shenzhen. «La vida en la aldea es muy dura. Muchas muchachas se escapaban de casa para buscar una vida mejor. Algunas tenían suerte, otras no. Algunas se sienten desilusionadas al principio. Pero el dinero es bueno. Se acostumbran y se quedan.» ¿Su viejo amigo le había propuesto que fuera para ser prostituta? Quería llorar, escapar, y desaparecer; era inteligente y consciente de la situación. «No iba a caer en esa trampa. Podría haber tenido dinero fácil si lo quería.» Una vez que partieron todas las muchachas, encontró el valor para enfrentarse a su amigo. «Eres tan joven. Tienes una larga vida por delante. Busca otro trabajo. Tu vida mejorará poco a poco. No tienes que hacer esto,» le dijo Yu Xinhong antes de irse.
Esa noche se sentó en una esquina y lloró hasta caer dormida. A la mañana siguiente pidió dinero prestado a su amigo y tomó el tren para volver con su familia. «No tenía ningún otro sitio donde ir. Me sentía muy avergonzada.» Pero su casa le resultaba sofocante e intolerable, se sentía intranquila y caprichosa, hacía la vida difícil a su familia. Sus días se hacían «interminables». El sitio que amaba tanto se había convertido en una prisión. Shenzhen era su nuevo hogar, dijo a su familia, y unas semanas después volvió a tomar el tren. Encontró un puesto como camarera en una casa de té, por 90 dólares al mes, trabajando 12 horas al día, todos los días.
Los precios de las viviendas eran más del doble que cuando llegó por primera vez a Shenzhen: había nuevos edificios de oficinas y condominios de lujo por doquier. Shenzhen tenía el segundo ingreso per cápita por su tamaño en China, después de Shanghái, y rebosaba de actividad económica -fábricas para la exportación, bancos, compañías de seguros, hoteles y lucrativas industrias de servicios-. Muchos habían prosperado, convirtiendo Shenzhen en una ciudad modelo. Había una fiebre del oro en los bienes raíces y los agentes inmobiliarios trabajaban muchas horas comprando y vendiendo construcciones nuevas y antiguas. Muchos de sus amigos eran agentes y ganaban el triple de lo que ella recibía en la casa de té. Yu Xinhong no podía dejar de pensar en las posibilidades: «Quiero ser promotora inmobiliaria. Sé cómo hablar con la gente. Lo haré bien.» Para jóvenes migrantes con un título de escuela secundaria, un trabajo de promotor inmobiliario significaba entrar al mundo del dinero. Podían comprar ropa bonita y ahorrar para una casa y un coche. Yu Xinhong soñaba con comprar una casa en Shenzhen. «Mi vida en esta casa de té es demasiado simple y fácil; es mejor que trabajar en una fábrica, pero no hay bastante actividad y no sirve para mis sueños,» me dijo sólo días antes de dejar la casa de té para emprender una carrera en los bienes raíces.
Como agente inmobiliaria, trabajaba siete días a la semana, de siete de la mañana a las once de la noche. La compañía la albergaba en un alojamiento, en este caso un apartamento de cuatro dormitorios sin cocina, compartido con otros 15 empleados, incluido su jefe. La compañía estaba especializada en apartamentos en un distrito próspero de la ciudad, y sus clientes eran chinos y extranjeros ricos y jóvenes migrantes educados y mejor pagados. Conoció a gente «interesante».
Manteniendo contacto
Mantuve contacto regular con Yu Xinhong e hicimos planes para encontrarnos, luego los anulamos por su horario de trabajo. Con la ayuda de un amigo, un universitario egresado que hablaba inglés, me enviaba mensajes de texto, saludos en inglés, e incluso poemas populares chinos. «Quiero que nos encontremos cuando haya hecho un logro en mi nuevo trabajo, cuando ya haya alquilado un lugar», me escribió después de anular una reunión. Después de tres semanas en su trabajo, hizo un buen negocio y consiguió su primer alquiler. Fui el primero en recibir las buenas noticias: «Todavía no gano mucho dinero, pero las cosas cambiarán. Estoy aprendiendo. Una vez que tenga la experiencia necesaria, me iré a una compañía más grande. Éste es sólo el primer paso.» Fue nuestra última reunión antes de que me fuera de Shenzhen por un tiempo.
La compra de una tarjeta SIM local barata y de un teléfono móvil es lo primero que hacen los jóvenes trabajadores itinerantes cuando llegan a Shenzhen: es su principal vínculo con sus familias y sus nuevos amigos. Es un vínculo en el que no se pueden basar. Pierden sus teléfonos, se mudan a menudo, cambian sus números de teléfono y sus direcciones, incluso sus ciudades, y no dejan pista alguna.
Cuando volví a China en el verano de 2009, traté de tomar contacto con todos los trabajadores itinerantes que había encontrado en visitas anteriores. Muchos habían cambiado de número, se habían mudado o habían vuelto a casa. Yu Xinhong fue una excepción. «Conservé el mismo número a la espera de que cuando volviera me encontrara», me dijo cuando nos juntamos en una húmeda tarde en agosto de 2009. «Mi vida ha cambiado mucho. Tengo mucho que contarle». Escogimos un restaurante para nuestra reunión. «Esta vez lo invito yo. Ahora gano bastante dinero,» dijo. Estaba bien informada y tenía éxito, trabajando para uno de los mayores urbanizadores en Shenzhen. Con una venta récord de 100 apartamentos en 10 meses, era «la agente número uno» en su compañía. Yu Xinhong había ahorrado 6.000 dólares.
Estaba realizando rápidamente sus sueños. Había ahorrado lo suficiente para hacer el primer pago para un apartamento de 33 metros cuadrados en una nueva urbanización perteneciente a su compañía. «Quisiera comprar algo más grande. Pero es un buen comienzo. En dos años me compraré un lugar mayor y alquilaré éste.» Luego me dio una conferencia sobre el negocio de bienes raíces en Shenzhen, los precios en los distintos distritos, la competencia entre urbanizadores para encontrar y conservar a posibles compradores. «Mi trabajo no es tan difícil. Gastan mucho dinero en publicidad. Los clientes se ponen en contacto con nosotros.»
Cuando entró a la compañía, Yu Xinhong era una agente de «nivel 3» que ayudaba a los propietarios a encontrar inquilinos, y a los inquilinos a encontrar apartamentos, pero tenía ambiciones más importantes. Quería vender apartamentos en condominios nuevos y costosos: «En eso se puede brillar». Sólo dos meses después de dejar la casa de té, un amigo le habló de ella a su jefe, gerente de la unidad de ventas en una gigantesca firma inmobiliaria, y días después ella comenzó a trabajar en el «nivel 2″, vendiendo apartamentos en construcciones nuevas. La competencia era feroz, ganar dinero era difícil, y vendió sólo unas pocas unidades.» No pude ahorrar dinero. Shenzhen es muy caro. Gastaba todo lo que ganaba.»
Sin embargo su trabajo le permitió conocer a gente influyente con dinero y conexiones. Un año después, un amigo la presentó a un urbanizador que construía condominios en Longgang, un distrito industrial de Shenzhen. Se fue a Longgang en octubre de 2008, comienzo de la gran crisis económica global. Sin embargo, con la excepción de un período breve, el mercado inmobiliario en Shenzhen siguió creciendo. Los precios aumentaron. Mientras 20 millones de trabajadores itinerantes perdían sus puestos de trabajo en China, Yu Xinhong ganaba dinero en un puesto estable con posibilidades. «Los bienes raíces son aquí una industria próspera. Estoy tan contenta de haberme cambiado. Después de eso vino todo.»
Yu Xinhong había aprendido mucho rápidamente sobre el negocio en la ciudad de Shenzhen, y los contactos que hizo le fueron útiles en su nuevo trabajo. Sus antiguos clientes llevaron a sus colegas y amigos adinerados a invertir en el mercado de la vivienda. «Mis clientes estaban muy agradecidos. Los apartamentos que les vendí duplicaron su precio en algunos casos.» Yu Xinhong pronto ganaba 800 dólares al mes, un ingreso bueno en China, especialmente para una muchacha de aldea con sólo un título de escuela secundaria: «Gasto 250 dólares al mes y ahorro el resto. Incluso envío dinero a mi familia.»
Ahora quiere encontrar esposo. «Ahora tengo una buena vida, pero a pesar de todo, lo más importante es encontrar el hombre apropiado. No importa cuánto dinero se gane, nada puede compararse con eso. Es mi prioridad número uno.» No sería fácil, porque tendría que satisfacer a sus padres. A pesar de su éxito personal y de su independencia econóomica sigue estando bajo la influencia de su familia. «Debo todo a mi familia. No habría llegado aquí sin mi padre y sus enseñanzas.» Considera sus deseos en toda decisión importante, especialmente un compañero para la vida.
El hombre apropiado debería tener unos 35 años, y preferentemente poseer una casa y un coche. El aspecto importa, pero otras cualidades importan más: «Si te gusta alguien, te parecerá la persona más hermosa del mundo. Pienso que todo tiene que ver con el destino. La persona apropiada puede ser muy diferente de lo que esperas.» Sólo tendría que tener un diploma de escuela secundaria, pero tendría que ser una persona informada, con una buena actitud hacia el trabajo y la vida». Los hombres sin ambición y deseo de ganar dinero no la atraen. Y todavía hay consideraciones más importantes. La pareja tiene que tener el mismo signo animal (que depende del año de nacimiento en el ciclo chino del zodíaco de 12 meses). «Es indispensable». Yu Xinhong nació en el año de la serpiente, y sólo se casaría con otra serpiente, contemporánea.
Y luego tendría que proceder de su aldea o de algún lugar cercano. Es lo que exigen sus padres. «Mis padres analizarían los antecedentes familiares de mi esposo, si es de la misma zona. Lo consideran muy importante. Pueden establecer una relación estrecha con la familia de mi esposo. Seremos una gran familia.» Nadie ha satisfecho todos esos requerimientos, pero hay un pretendiente «en estudio», gerente de una compañía de servicio exprés, seis años mayor que Yu Xinhong. Fue cliente suyo en Shenzhen: «Le mostré muchos sitios pero no le gustó ninguno. Finalmente, se sintió culpable y me invitó a almorzar.» Parecía un hombre bueno, pero su ingreso mensual era de 550 dólares, menos que el de ella, y claro está, no había nacido en el año de la serpiente. Pero no lo había alejado. Hablaban por teléfono y se enviaban mensajes de texto. «Estoy muy ocupada. Trabajo mucho y no puedo verlo.»
Está dispuesta a considerar a otros posibles pretendientes. Después de todo, había descartado al hombre rico que sus padres habían elegido en la aldea. La última vez que nos vimos, me dijo: «Fue la decisión correcta. Míreme ahora. Todo lo que tengo es mío. Lo hice con mi esfuerzo. Mi futuro esposo tendrá que respetarme a mí y todo lo que he hecho sola.»
Behzad Yaghmaian es profesor de economía política en Ramapo College de Nueva Jersey, y autor de Embracing the Infidel: Stories of Muslim Migrants on the Journey West y del libro por aparecer The Greatest Migration: a People’s Story of China’s March to Power. Para contactos: [email protected].
Este artículo aparece en la edición de enero del excelente periódico mensual Le Monde Diplomatique, cuya edición en idioma inglés se encuentra en mondediplo.com. Este texto completo aparece por acuerdo con Le Monde Diplomatique. CounterPunch publica dos o tres artículos de LMD cada mes.