La vida de este ingeniero amazigh de 30 años ha girado más en torno a las letras; las de una voz amordazada durante cuatro décadas. Mazigh Buzakhar conoció las prisiones de Gadafi tras serle decomisados 500 libros sobre su pueblo; hizo la revolución desde las montañas editando una humilde pero pionera publicación en su lengua […]
La vida de este ingeniero amazigh de 30 años ha girado más en torno a las letras; las de una voz amordazada durante cuatro décadas. Mazigh Buzakhar conoció las prisiones de Gadafi tras serle decomisados 500 libros sobre su pueblo; hizo la revolución desde las montañas editando una humilde pero pionera publicación en su lengua y hoy dirige Tira, un colectivo que lucha a contrarreloj por recuperar el tiempo perdido. O robado.
El 17 de febrero se cumplió un año desde el comienzo de la revolución que acabó con Gadafi. No obstante, los amazigh de Libia tienen hoy un doloroso sentimiento de déja vu, como el de un día cualquiera previo a aquel levantamiento de Bengasi. Queda todo por hacer.
Ser amazigh en la Libia de Gadafi: ¿Nos lo puede explicar brevemente?
Hablamos de presos políticos ejecutados o encerrados de por vida tras ser acusados de «sedición y separatismo» o de «espiar para Israel» por escribir unas líneas en nuestra lengua, el tamazight. Súmele a eso la casi total destrucción de nuestro patrimonio arqueológico y la ejecución o el destierro de nuestros imanes, dado que nuestra corriente moderada del Islam, el ibadismo, también era un símbolo de identidad amazigh. Era la multiplicación por cero bajo un régimen arabo-islamista dirigido por un maníaco.
Y llegó la revolución…
En febrero de 2011 nos levantamos contra Gadafi sin fisuras ya que no había ni un solo amazigh en el Ejecutivo de Trípoli. Las montañas de Nafusa, donde somos mayoría, se convirtieron en el frente clave para la victoria. Murieron muchos de los nuestros mientras las mujeres y los niños se hacinaban en casas privadas y campos de refugiados en Túnez. El sacrificio ha sido tremendo.
¿Ha merecido la pena?
Decir que nos sentimos traicionados por la revolución sería quedarse corto. Libia es hoy un país que pretende gobernar gente sin formación y con una mentalidad retrógrada en todos los aspectos. Los amazigh estamos cansados y asqueados de un Gobierno interino que habla de «democracia», de «pluralismo», de «unidad nacional»… pero que desconoce por completo el significado de dichos términos. Tampoco nos sorprende porque el CNT está copado por antiguos gadafistas que, si bien dieron la espalda en su día al dictador, permanecen fieles al arabo-islamismo importado e impuesto por todo el norte de África desde hace siglos. Un año después, se nos sigue negando el reconocimiento que pedíamos en la Constitución por lo que nos seguimos sintiendo extranjeros en nuestra propia tierra. En el fondo, tanto Gadafi como el CNT han jugado las mismas cartas: crear falsas expectativas a través de una serie de mentiras, y todo en aras a monopolizar el poder.
¿Es por esto que sus milicias no han entregado las armas?
Nadie lo ha hecho ni lo va a hacer. No nos fiamos del CNT pero tampoco de nuestros vecinos. De no cambiar las cosas radicalmente, los amazigh estamos dispuestos a levantarnos en armas de nuevo. Por el momento, las manifestaciones se suceden en todas nuestras localidades, muchas de las cuales han optado ya por la desobediencia civil.
Pero ustedes ya formaban parte del CNT durante la rebelión; ¿no lo veían venir?
Claro que lo veíamos venir pero decidimos permanecer unidos hasta el final de la guerra. Fathi Ben Khalifa, hoy presidente del Congreso Mundial Amazigh, era nuestro representante principal en el CNT hasta que rompió relaciones con el mismo el pasado agosto tras constatar que el borrador de la nueva Constitución no hacía ninguna mención a nuestra sola existencia en Libia.
¿Teme usted el estallido de una nueva guerra civil en Libia?
Paradójicamente son esas mismas armas sobre las que me preguntaba antes las que garantizan hoy el equilibrio de fuerzas en el país. Los libios hemos aprendido por las malas que el respeto del enemigo se gana por las armas, y eso se lo dice alguien que nunca ha empuñado ninguna. En cualquier caso, quiero pensar que la siguiente revolución en Libia será no ya de carácter armado sino cultural.
Dice usted que su pueblo se levantó «sin fisuras» contra Gadafi pero, supuestamente, hubo tribus tuareg que apoyaron al depuesto líder en el sur del país, ¿no es así?
No discuto que hubiera alguna tribu que se alineara con el dictador en algún momento del conflicto pero la prensa ha magnificado los hechos hasta tal punto que incluso se llega a hablar de que los amazigh del norte se unieron a la rebelión y los del sur apoyaron a Gadafi. Si las montañas de Nafusa no empezaron a recibir a periodistas hasta casi la víspera de la toma de Trípoli, lo que ocurría en el sur del país es algo que solo saben los locales ya que nadie, o casi nadie, se molestó en ir a informar sobre que ocurría en el desierto. En mi opinión, el discurso que vincula a los tuareg con Gadafi es totalmente interesado y responde únicamente tanto a la voluntad en su día de Gadafi como a la del CNT de desprestigiarnos y alimentar la división entre nosotros.
¿Cree posible un Gobierno estable en Libia ante los obstáculos ideológicos que denuncia?
El CNT y los árabes en general todavía tienen que llevar a cabo no una sino muchas revoluciones, entre ellas la lingüística. En el espacio que se da en llamar «mundo árabe» todavía se ha de reconocer, entre otros, el derecho los pueblos «no árabes» a hablar y vivir en su propia lengua. Los nuevos dirigentes libios han de asumir que Libia no es un país más de Oriente sino que nos encontramos en el norte de África. De hecho, nosotros no hablamos de «árabes» en la región sino de «arabófonos». Son amazigh que han perdido su lengua en algún momento del la historia ante la presión del Islam traído desde el Golfo.
¿No justifica con su discurso el miedo a que dichos «arabófonos» se puedan sentir igualmente amenazados ante un, llamémoslo así, «imperialismo» amazigh?
Ni mucho menos. Es más, si bien todavía tenemos intención de participar en la vida política, rechazamos de pleno sentar las bases de un partido político en clave nacionalista y/o religiosa, precisamente porque no queremos repetir los errores del antiguo y del nuevo régimen. Nuestra coalición ha de aglutinar a amazigh y arabófonos; a musulmanes, cristianos o ateos que crean en una democracia secular y que mire más hacia el futuro que a un pasado que ni siquiera es el nuestro.
Tienen ustedes un contacto fluido y constante con amazigh de otros países norteafricanos. ¿Cómo ve la situación en Argelia y Marruecos?
Las llamas de la revolución siguen sin extinguirse en Túnez y Egipto, y no me cabe la menor duda de que llegarán a cada rincón de Tamazgha. En Marruecos, el movimiento del 20 de Febrero sigue marchando en las calles de Rabat y Casablanca, presionando al Gobierno para que avance por el camino de las reformas. La mal llamada «primavera árabe» tuvo un claro antecedente en la Kabila (bastión amazigh en Argelia) el 20 de abril en los 80 cuando una multitud marchó hacia la capital pidiendo derechos y democracia antes de ser acallada a sangre y fuego por las fuerzas de seguridad. Creo sinceramente que lo que pase en Argelia dependerá de los acontecimientos en Siria. En cualquier caso, los cambios en toda la región son inexorables, es solo cuestión de tiempo.