Recomiendo:
0

Entrevista a Andrés Martínez Lorca sobre el accidente atómico de Palomares 49 años después

«Desde Franco a Rajoy han tenido una actitud sumisa ante el imperio y han silenciado los datos comprometedores»

Fuentes: Rebelión

Catedrático de Filosofía en la UNED, Andrés Martínez Lorca es uno de nuestros grandes arabistas y uno de nuestros intelectuales y maestros más y durante más tiempo comprometidos. Gran lector de Gramsci, en su obra se centró su tesis doctoral, AML fue un gran amigo de Francisco Fernández buey *** Desconocía, querido Andrés, la edición […]

Catedrático de Filosofía en la UNED, Andrés Martínez Lorca es uno de nuestros grandes arabistas y uno de nuestros intelectuales y maestros más y durante más tiempo comprometidos. Gran lector de Gramsci, en su obra se centró su tesis doctoral, AML fue un gran amigo de Francisco Fernández buey

***

Desconocía, querido Andrés, la edición del libro de Isabel Álvarez de Toledo en la UNED, Palomares (Memoria), tampoco había leído tu prólogo que, por supuesto, es excelente. Te pregunto por todo ello… y, claro está, por el accidente atómico de enero de 1966. ¿Nos recuerdas qué pasó?

El día 16 de enero de 1966 chocaron sobre el cielo de Palomares, una aldea de la costa levantina de Almería, dos aviones militares norteamericanos, un B-52 cargado con cuatro bombas atómicas de hidrógeno y un avión nodriza KC-135 que lo abastecía de combustible en pleno vuelo. Dos bombas atómicas se rompieron e incendiaron provocando en la zona una grave contaminación de uranio y plutonio. Los vecinos ignoraban la peligrosidad de los restos diseminados a su alrededor y estuvieron tocando el material destruido, cortando a navaja trozos de paracaídas e incluso de la pasta de uranio allí desparramada.

¿Por qué se ha hablado en ocasiones de un accidente en el marco de la Guerra Fría? ¿Por qué podían sobrevolar suelo español los aviones usamericanos?

Era una operación rutinaria que llevaba a cabo la aviación militar de los EEUU desde Gran Bretaña a Turquía y cuyo destino era la frontera con la Unión Soviética. Se trataba de tener listo un ataque atómico a la URSS desde suelo europeo. Y el cielo de Palomares era el lugar elegido para repostar combustible porque Franco autorizó el vuelo sobre territorio español de esos aviones cargados de bombas atómicas, lo mismo que autorizó la permanencia en la base norteamericana de Rota de submarinos nucleares. En la Guerra Fría Franco fue un peón muy útil al imperialismo yanqui. A cambio del apoyo político y militar a su régimen, la península se convirtió en plataforma de agresión contra la Unión Soviética a través de la red de bases militares aquí instaladas (Torrejón, Zaragoza, Morón de la Frontera y Rota, entre otras).

Ahora, desaparecida la Unión Soviética y el bloque socialista, la base de Rota se ha ampliado para acoger a tres destructores estadounidenses dotados del escudo antimisiles de la OTAN y pronto la base aérea de Morón de la Frontera (Sevilla) se convertirá en la sede permanente del Mando de EEUU para África llegando a albergar hasta 3.000 marines. Quiere ello decir que en la estrategia de EEUU contra Rusia, contra el mundo árabe y contra los países africanos, Andalucía jugará un papel de primer orden como base de agresión. El PSOE y el PP están felices porque así obedecen dócilmente al imperio y se aumentarán los puestos de trabajo, incluidos los derivados de la prostitución. Ni Franco soñaría que sus herederos pudieran competir con él en su entreguismo del suelo patrio.

A pesar del tiempo transcurrido muchos ciudadanos y ciudadanas desconocen lo sucedido. ¿Por qué? ¿Una de las muchas oscuridades del franquismo?

Ni entonces, ni tampoco a lo largo de la edulcorada Transición, se ha informado a la opinión pública española de la tragedia de Palomares y de las secuelas que todavía afectan al terreno y a sus habitantes. Gracias a las mentiras oficiales repetidas por todos los medios públicos y privados de entonces, en el imaginario colectivo Palomares representa una mera anécdota del franquismo tardío. Sin embargo, en 2009, es decir, 43 años después del choque aéreo, el CIEMAT concluyó que todavía quedaba en la zona de Palomares medio kilo de plutonio diseminado en unos 50.000 metros cúbicos de tierra.

El franquismo basó su fuerza que derrotó a la II República en la ayuda militar de Hitler y Mussolini, así como en el apoyo de las tropas mercenarias marroquíes. Se llamaron a sí mismos «los nacionales» (qué desvergüenza). Todavía hoy la radio estatal se sigue nombrando como en la guerra civil, Radio Nacional de España (subrayo lo de Nacional). En nuestra desgraciada historia es difícil encontrar un mayor traidor a España que Franco.

No podía, por tanto, conocerse ni la verdadera historia de nuestra guerra, ni tampoco un episodio siniestro del franquismo como el de Palomares que descarnaba de nuevo el falso patriotismo del general africanista que antes de sublevarse contra la República recibió un millonario ingreso bancario en Suiza por parte de Juan March. Como en tantas otras cosas, la Transición no ha roto el cordón umbilical que la une con el franquismo, comenzando por su heredera la monarquía borbónica.

 

El libro de Isabel Álvarez de Toledo es de 1968. Vosotros lo editasteis en 2001. ¿Se llegó a publicar en su momento? ¿Por qué una duquesa como ella, una mujer de la aristocracia española, se puso en esos temas y apoyó a los campesinos y trabajadores de la época?

El manuscrito era de 1968 pero nunca se editó hasta que la UNED se atrevió a hacerlo en 2001. En algún intento previo la censura se empleó a fondo con el texto y ella se negó a publicarlo mutilado (en nuestra edición se incluye el subrayado de la inquisitorial censura posterior). Yo la animé a sacar a la luz el viejo manuscrito y logré convencerla de que íbamos a mantener íntegra la redacción original, como así fue.

Isabel Álvarez de Toledo y Maura era duquesa de Medina Sidonia y descendiente de don Antonio Maura. En una meritoria evolución personal, mezcla de renovada conciencia moral y de ilustración intelectual, ella pasó de jugar en su infancia de Estoril (Portugal) con los hijos del conde de Barcelona, Juan Carlos y Alfonso, y de practicar la hípica en Madrid durante su juventud junto a otros miembros de la alta aristocracia y de la burguesía financiera, a proteger a las nacientes Comisiones Obreras del Campo y a dar la cara en las manifestaciones de protesta llevadas a cabo por los propios campesinos y pescadores de Palomares y Villaricos. Esto último lo pagó con la cárcel y luego con el exilio a Francia.

A Isabel le indignaba que a los habitantes de esos pueblos andaluces no sólo se les estaba engañando con la aparente no peligrosidad de las bombas atómicas fragmentadas -cada una de las cuales era cinco mil veces superior en potencia a la que lanzaron los estadounidenses contra la ciudad japonesa de Hiroshima arrasándola- sino que incluso se les regateaban miserablemente unas miles de pesetas de indemnización por las cosechas perdidas y los terrenos expropiados. Y lo que es peor, nunca había para esta gente humilde una información médica detallada de la grave contaminación sufrida.

Tras el accidente don Manuel franquista Fraga y el embajador usamericano estuvieron, o así se dijo cuando menos, bañándose en la zona. ¿Fue así realmente? ¿Qué querían demostrar con ello? ¿Que estaba todo controlado?

Fue un montaje propagandístico. Había que hacer visible la normalidad en la zona. Se dieron un remojón lejos de Palomares, pero la contaminación de plutonio no estaba entonces en el mar sino en la tierra, donde el fuerte viento había dispersado la radiactividad agravando el problema. El alcalde falangista de Cuevas de Almanzora, de cuyo municipio formaba parte Palomares, resumió bien la mentira oficial: «Aquí no ha pasado nada». Y Fraga, hombre de estado por excelencia para los apologetas de la Transición, aseguró entonces con el mayor cinismo que no había ningún tipo de contaminación en la tierra ni en el mar.

¿Cómo se comportó la Administración americana tras el accidente? ¿Puso todos los medios necesarios? Prolongo un poco más la pregunta: ¿cómo se siguió comportando a lo largo de los años?

Al gobierno de los Estados Unidos le preocupaba sobre todo la repercusión internacional de este grave accidente atómico. Se trataba de minimizarlo para no alarmar a la opinión pública acerca de los peligros del armamento atómico que ellos habían expandido por todo el planeta a través de sus numerosas bases militares. Acotó la zona en la llamada «Operación Flecha Rota», recogió los restos de los aviones y su mortífera carga, recuperó a los tres pilotos supervivientes y los restos de los ocho tripulantes muertos y buscó en vano la cuarta bomba atómica caída al mar. A pesar de sus intensos esfuerzos, incluido un submarino de bolsillo, el final fue de película de Berlanga. Tuvo que venir un pescador de Águilas a decirle al almirante norteamericano dónde estaba la bomba: entre las lastras de un caladero de gambas.

Los militares norteamericanos allí desplazados recogieron una parte de la tierra contaminada. Su destino final fue un área de la Comisión de Energía Atómica situada cerca de la localidad de Aiken en el estado de Nuevo México: allí se enterraron 4.810 bidones con un total de 1.750 toneladas de tierra radiactiva. Otra parte de la tierra contaminada se enterró en el mismo Palomares, en una amplia fosa donde descargaron 400 camiones. Después de estas operaciones de descontaminación siguió habiendo algunas otras zonas peligrosas para la población, como lo puso de manifiesto la contaminación marina de plutonio registrada en 1980 tras la riada de 1973 y como ha tenido que reconocer el propio gobierno español al expropiar… en 2009 y vallar unos terrenos al este del río Almanzora.

Después de unas indemnizaciones miserables y la descontaminación aludida, los Estados Unidos no han querido asumir más responsabilidades y se han negado hasta ahora a recoger el plutonio existente y enterrarlo en su país. Los distintos gobiernos españoles desde Franco a Rajoy, pasando por Suárez, González, Aznar y Zapatero, han tenido una actitud sumisa ante el imperio y han silenciado los datos comprometedores que conocían. Un profesor de la Universidad Complutense, Rafael Moreno Izquierdo, ha recogido por su cuenta una amplísima documentación norteamericana ya desclasificada que habría que estudiar y divulgar.

¿Recuerdas qué se comentó en la prensa de la época? ¿Y en la prensa extranjera?

La prensa española en su conjunto cumplió con la humillante tarea de ocultar la realidad, como era habitual en la dictadura. En el libro de la duquesa de Medina Sidonia se recogen con amplitud esas manipuladas informaciones. Valgan dos ejemplos. Diario Pueblo (de los sindicatos verticales) en crónica de su enviado especial Tico Medina: «Almería: no hay radiactividad». Diario Alcázar: «Almería. No hay peligro de radiactividad». Muy originales los dos, como se ve. Y así el resto.

Muy distinta fue la actitud de la mayoría de la prensa internacional, en especial la francesa. Gracias a los corresponsales extranjeros se pudo entrever fuera de España la gravedad del asunto. Destacó, como siempre, mi amigo José Antonio Novais, corresponsal de Le Monde, que utilizó las fuentes locales más comprometidas en su denuncia, como Rafael Lorente (diplomático vinculado a Almería y que acudió personalmente a Palomares ese fatídico día y a consecuencia de lo cual quedó ciego a los dos años y murió poco después de cáncer), e Isabel Álvarez de Toledo que encabezó y abanderó la protesta de los vecinos con las consecuencias personales que antes mencioné. También deben destacarse por su digno trabajo informativo Eva Fournier, corresponsal del diario parisino France-Soir, y Armando Puente, redactor de la agencia France-Press.

¿Se sabe si ha habido personas afectadas entre los habitantes de la zona?

Ha habido un incremento de muertes por cáncer y leucemia entre los habitantes de esa zona costera así como entre los que emigraron después a Cataluña. También tengo referencias indirectas de algunas malformaciones en animales y personas, en especial recién nacidos. Carecemos por completo de estadísticas, pues tanto el CIEMAT en Madrid como la delegación de Sanidad en Almería lo han ocultado. En un meritorio informe del CAPS (Centre d’Anàlisis y Programes Sanitaris) de Barcelona publicado en 1986 se llegaba a alarmante esta conclusión:»La contaminación residual por plutonio y americio de la zona de Palomares es un problema de salud pública de máxima importancia, pues se trata de la zona habitada de la tierra con mayores niveles de contaminación por estos elementos transuránidos». 

¿Conoces otros estudios relevantes sobre lo sucedido? ¿Alguna película, algún documental?

Desconozco esto último, pero sí se han publicado unos pocos libros sobre Palomares, además del que estamos comentando. En 1967 dos periodistas anglosajones trataron el tema desde un punto de vista sensacionalista y detectivesco: Christopher Morris, El día que perdieron la bomba, y Tad Szulc, Las bombas de Palomares. En 1985 Rafael Lorente, testigo privilegiado por encontrarse entonces en el parador de Mojácar, publicó en Ediciones Libertarias Las bombas de Palomares ayer y hoy. El libro se agotó pronto y no ha vuelto a editarse. Recuerdo su presentación en el Club Internacional de Prensa de Madrid, acto al que acudí para saludarle. Se sentía decepcionado por la actitud de los sucesivos gobiernos de la Transición respecto de Palomares y llegó a escribir esto: «Tampoco ahora [1985, gobierno de Felipe González] observamos el más mínimo indicio de interés por parte de quienes hoy gobiernan en España». La obra más centrada en el aspecto científico y de salud pública fue el informe titulado «El accidente nuclear de Palomares. 1966-1986» que editó el CAPS de Barcelona y cuyos redactores fueron Catalina Eibenschutz, Salvador Moncada, Josep Martí y Eduard Rodríguez Farré. Y en 1991 la Universidad Complutense de Madrid publicó el texto de una tesis doctoral sobre la contaminación en la zona del desastre aéreo: Catalina Gascó Leonarte, Estudio de la distribución de plutonio en el ecosistema marino de Palomares después de una descarga accidental de un aerosol de transuránidos. La investigación se llevó a cabo con la ayuda de la OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica). La novedad del libro radica en el descubrimiento público de una notable contaminación en el mar como consecuencia de los aportes de tierra del río Almanzora tras una gran riada posterior al accidente.

¿Qué destacarías del libro de Isabel Álvarez de Toledo? ¿Se mantiene bien al cabo de los años?

El libro integra estos diversos elementos: descripción de hechos y escenas, narración de los propios vecinos, referencias a la prensa nacional con una crítica posterior y reflexiones de la autora sobre los puntos principales. Su estilo es ágil a lo largo de los sucesivos capítulos en una prosa sobria caracterizada por el realismo.

Mantiene el interés histórico y político que tenía cuando lo editamos en 2001 y quizá más ahora que la Transición ha mostrado su verdadero rostro de mentiras, componendas y traiciones, entre las cuales ocupará un lugar la tragedia de este pueblo almeriense, víctima de la pérdida de soberanía de España en aras del mantenimiento de la dictadura por parte del imperio norteamericano en su «lucha común contra el comunismo».

Ya sé que has hablado un poco antes. Pero insisto un poco. ¿Cómo era ella? ¿Podrías situarla políticamente?

Isabel era rebelde, intuitiva, solidaria, de una gran inteligencia natural y un fuerte carácter. En el plano intelectual fue una autodidacta: gracias a su pasión por la lectura, en especial por la historia, llegó a ser una excelente medievalista. También se convirtió en una notable escritora, tanto de ensayo histórico como de novela. Su obsesión era preservar el archivo histórico de su dinastía (la más antigua de España) que se guarda en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) y que con sus varios millones de documentos constituye uno de los mejores archivos privados de España. Durante años fue redactando en 20 gruesos volúmenes el catálogo del Archivo Ducal de Medina Sidonia.

En el plano político era una demócrata ejemplar y una republicana convencida. Rompió con su clase y por eso, como tantos otros procedentes de las clases populares, recibió el epíteto que más gustaban de aplicar los franquistas a sus adversarios políticos, el de «rojo». Algún plumilla de la época la llamó a raíz de su detención en Palomares «la Duquesa Roja» y así sería mencionada hasta su muerte en los medios.

Más anarquista que marxista, siempre estuvo a favor de los de abajo. Menospreciaba al rey, al que trató de niño; consideraba a Santiago Carrillo un farsante; rechazaba el oportunismo del PSOE al apoyar la entrada de España en la OTAN; y simpatizaba con los abertzales. Entre sus amigos destacó el escritor de la generación del 27 José Bergamín, exiliado y republicano como ella.

Por cierto, ¿cómo es que un medievalista como tú, un gramsciano cuando prácticamente no había gramscianos en nuestro país, un filósofo de una pieza, un académico más que reconocido, está interesado por temas tan a ras del suelo?

Porque antes que profesor universitario y académico soy un ciudadano de a pie comprometido en la lucha por la libertad y la igualdad en mi país. De niño mamé en mi casa un profundo sentido de la justicia, a favor sobre todo de los más débiles. Después, mi formación filosófica (en especial del naturalismo griego así como del marxismo) y la lucha política contra la dictadura de Franco y por el socialismo abrieron mi horizonte mental y asentaron mi conducta moral sobre la base de la solidaridad y la fraternidad humanas.

Por otra parte, yo soy un andaluz de Almería y el drama de Palomares me afecta directamente. Mi familia materna procede de un pueblo del río Almanzora, Arboleas. Y mi familia paterna de un antiguo pueblo minero, Bédar, desde cuyos cerros se domina el azul Mediterráneo y el área próxima a Palomares (Mojácar, Turre, Los Gallardos, Garrucha y Vera). Cuando leí que faltó poco para que el paisaje de esta zona de la provincia de Almería se hubiera transformado en algo parecido a un cráter lunar y que estos pueblos habrían quedado completamente arrasados y sin ningún vestigio de vida animal o vegetal, me encendí por dentro. Esa indignación me acompañará siempre. Nunca olvidaré que aquella amenazante destrucción apocalíptica, y la que en menor grado sufrieron los habitantes de Palomares y Villaricos, era la deuda de sangre del franquismo para mantenerse en el poder.

¿Quieres añadir algo más?

Sólo una cosa. Sin memoria histórica no hay democracia posible.

Gracias querido y admirado amigo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.