Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Burkina Faso, uno de los países más pobres del planeta, ha optado una variedad transgénica de Monsanto con la esperanza de reactivar su sector del algodón, sustento de tres millones de personas. Unas promesas de rendimiento sin cumplir, unos derechos de propiedad prohibitivos, un algodón de menor calidad: el balance es más que mediocre, pero no importa, Monsanto trata de extender su algodón transgénico y actualmente trabaja en las judías y el sorgo modificados genéticamente. Se teme «un dominio de las biotecnologías» sobre los cultivos alimentarios.
Sube la moral en el seno del sector del algodón burkinés: acaba de terminar la campaña 2012 con una cosecha muy buena de unas 630.000 toneladas. Es casi un 60% mejor que la anterior. «La producción de algodón transgénico aumenta cada año», afirma Karim Traore, presidente de la Unión Nacional de Productores de Algodón (UNPCB, por sus siglas en francés), que reúne a la mayor parte de los cultivadores del país. Aproximadamente un 55% de 500.000 hectáreas de algodón han recibido este año semillas transgénicas.
El «oro blanco» es vital para este país, primer productor de África Occidental: representa más de una tercera parte del producto interior bruto y un 60% de la recaudación de la exportación. Tres millones de personas, una quinta parte de la población, vive indirectamente del algodón. Pero desde hace poco tiempo este monocultivo se vio impotente ante las plagas, que se han vuelto resistentes a los insecticidas clásicos. Las autoridades apostaron entonces por el algodón transgénico con la esperanza de superar la crisis: un variedad desarrollada por la empresa estadounidense Monsanto y el Instituto del Medioambiente e Investigación burkinés (INERA, por sus siglas en francés) que integra genes de la bacteria Bacillus thuringien sis (Bt), la cual produce unas toxinas mortales o disuasorias para algunos insectos.
Promesas de unos rendimientos fabulosos
Cuando se lanzó el algodón «Bt» las autoridades predijeron unos rendimientos fabulosos (¡un 45 % más que con el cultivo tradicional!). Pero del laboratorio al campo las promesas se han convertido en un espejismo. En el poblado de Banwaly, en el centro de la región algodonera de Bobo-Dioulasso, cinco de las ocho cooperativas de productores adoptaron el algodón Bt. Seydou Cissé le dedicó sus 4,5 hectáreas de tierra. El beneficio anual que obtiene por hectárea es de unos 60.000 francos CFA (90 euros). Apenas mejor que con la variedad convencional. Ningún campesino de las decenas de ellos entrevistados se acerca, ni de lejos, a los rendimientos anunciados. Algunos incluso afirman que abandonaron rápidamente la variedad transgénica al tener unas cosechas inferiores a las precedentes. «Solo abonamos con compost natural, las plantas daban principalmente… ¡hojas!», testimonia Sid Mamadou Sawadogo, en Koumana.
«En las explotaciones más grandes, donde se respetaron todas preconizaciones, se obtiene hasta 2,7 toneladas por hectárea», revela Déhou Dakuo, director de desarrollo de la producción en la sociedad Sofitex, la principal de las tres sociedades algodoneras del país que controla un 80% de la producción. «Sin embargo, en el conjunto de las producciones, el beneficio de productividad media asciende al 15 %». En este país muy rural, uno de los más pobres del mundo, un 60% de los campesinos solo posee parcelas pequeñas y trabajan todavía con el binador tradicional (daba): su rendimiento gira en torno a 500 kilos por hectárea. El gran salto adelante no es para ellos. «Se les atrajo con unas perspectivas muy optimistas», reconoce Déhou Dakuo que, sin embargo, les hace responsables: se tomaban demasiadas libertades con las instrucciones del «paquete tecnológico», según la jerga de la agroindustria.
Del laboratorio a la realidad
Muchos cultivadores pensaron que podrían prescindir completamente de los insecticidas: trabajo menos duro, menos intoxicaciones, más tiempo para de los cultivos, etc. Estas ventajas del algodón transgénico son muy populares. Ahora bien, hay que mantener dos aspersiones de insecticidas de las seis necesarias en los cultivos convencionales, ya que la variedad Bt no es eficaz contra los «picadores-chupadores» (pulgones, mariquitas…). El algodón transgénico también requiere mucho abono. Las sociedades algodoneras han identificado una anomalía generalizada: el desvío de al menos un 30% del abono «algodón » a las parcelad de maíz. «Por más que hemos explicado los daños provocados por el algodón, ¡no hay nada que hacer!», suspira Déhou Dakuo.
La estrategia de recuperación de la industria algodonera por medio de la adopción del algodón Bt, promovida con entusiasmo por los investigadores, las sociedades algodoneras y el Estado, choca con la lógica de los campesinos. Están más preocupados por asegurar su subsistencia que por especular acerca de los ingresos de un cultivo de renta y contribuir a la entrada de divisas en el país. También es la consecuencia de un sistema de financiación por adelantado específico de este sector: la sociedad algodonera adelanta todos los factores de producción a las cooperativas locales de productores, los cuales lo devuelven cuando se les pague la cosecha.
El coste de los derechos de propiedad intelectual
«Una mayoría de los campesinos entra en el circuito del algodón con el fin de acceder a unos abonos a crédito, un factor de producción caro que de otra manera no se podrían pagar», confirma Aline Zongo, responsable de la formación destinada a los campesinos ofrecida por la ONG africana INADES [1]. Al agricultor le importa poco que su cosecha de algodón sea modesta con tal de que esta le permita al final de la temporada saldar cuentas con la sociedad algodonera. Si bien «la evasión» de abonos no es un fenómeno reciente, es más perjudicial para los rendimientos con la variedad transgénica. Por agotamiento, Sofitex ha consentido recientemente entregar a las cooperativas de productores un excedente de abono, pero solo a los cultivadores que siembren más de tres hectáreas de algodón. Por consiguiente, se excluye deliberadamente a la mitad de ellos. En contrapartida, la sociedad se plantea convertirlos a otros cultivos de renta, como el girasol.
El malestar principal concierne a la apuesta económica impuesta por el modelo Monsanto. A todos los campesinos se les atraviesa, sobre todo, el precio de las semillas. A principios de la temporada 2012 el saco de semillas necesario para sembrar una hectárea costaba 27.000 FCFA (41 €) ¡frente a 814 FCFA (1,2 €) de las variedades convencionales! El Estado subvenciona un 80% de estas, pero la ayuda no explica semejante diferencia, ni tampoco los costes de elaboración: desde hace poco las semillas transgénicas ya no provienen de Monsanto, sino de campos clásicos dedicados a multiplicarlas.
Riesgo financiero
Este enorme sobrecoste proviene del diezmo que se cobrado debido a la propiedad intelectual. En Estados Unidos la diferencia de precios entre semillas convencionales y transgénicas no ha dejado de aumentar hasta llegar a una relación de uno a seis en 2009, calcula Charles Benbrooke, director científico de US Organic Center. «Dan qué pensar tanto el modo de calcular el valor añadido obtenido por esta innovación como su reparto», escriben Camille Renaudin, Hugo Pelc y Julien Opois, autores de un estudio sobre el algodón transgénico en Burkina [2].
En Burkina Faso Monsanto se lleva el 28% de los 27.000 FCFA [del precio de cada saco]. La investigación y otras estructuras profesionales reciben un 12% y los productores un 60%. En teoría… Las partes que reciben Monsanto y las instituciones son fijas, pero lo que reciben los campesinos se calcula sobre el rendimiento previsto inicialmente [3]. En realidad, la ganancia a menudo es tres o cuatro veces menos importante para los productores. «De hecho, los productores asumen el riesgo financiero que comporta esta tecnología y así tienden a convertirse en los principales gestores de incertidumbres inherentes a su actividad agrícola», opinan los investigadores.
Un algodón transgénico de menor calidad
Los cuadros del sector disimulan mal cierto malestar tras su apoyo oficial a la opción transgénica. Y es que los productores han tenido que asumir otros desengaños, aparte del de los rendimientos. En 2011 se pusieron en huelga en todo el país, a veces con violencia (destrucción de campos, muerte de una persona), para protestar por el elevado coste de los factores de producción (incluso de las variedades convencionales, concernidas por los abonos y pesticidas), pero también por la baja remuneración del algodón. Hace unos meses se bajó de categoría a la calidad «burkinesa», habitualmente apreciada por los mercados, ya que la fibra de la variedad transgénica es claramente más corta. Se ha identificado la razón de ello: un efecto secundario no esperado de la manipulación genética «y que la investigación está corrigiendo», aseguran en Sofitex.
Este es el discurso dominante que, sin embargo, no suscribe Maxime Sawadogo, responsable técnico en la UNPCB, que culpa en primer lugar a las máquinas de desgrane de las sociedades algodoneras, adaptadas para las flores convencionales. ¿Será necesario cambiar las herramientas? Cambiarlas y, ¿con que fondos? Y eso no es todo… El desajuste climático, que perturba las estaciones de lluvia, complica cada año el trabajo de los agricultores. «No es raro tener que volver a sembrar, porque no ha brotado, tanto más cuanto que la variedad Bt es sensible a la sequía. Entonces hay que volver a comprar sacos de semillas. ¡Pero a un precio elevado cuando son transgénicas!», explican en Koumana.
Unos transgénicos contaminados por… la naturaleza
Es indefendible. Finalmente en 2010 el sector logró que la tasa de Monsanto se calculara sobre la base de la superficie cultivada efectivamente de transgénicos y no sobre la cantidad de sacos de semillas empleados. Sin embargo, si bien se entregan gratis las semillas «segunda siembra», solo es después de constatar el fracaso de la primera cosecha. Y la Sofitex lo reconoce: el retraso a la hora de intervenir ocasiona daños suplementarios para los campesinos. El sector también trató de luchar contra el precio de los sacos. «Pero no se avanza, Monsanto quiere conservar sus márgenes…», reconoce Maxime Sawadogo.
La variedad transgénica todavía provoca otras preocupaciones: el volumen de la producción de semillas no está a la altura de las expectativas. Más que un inicio de desafección por parte de los campesinos, esto explicaría el estancamiento de las superficies cultivadas desde el auge de 2010 (un 66% de las 370.000 hectáreas administradas por Sofitex). El problema es una «falta de pureza de las semillas, debido a mezclas en todo el sector» explica Déhou Dakuo. ¡Ya no son las semillas transgénica las que contaminan a las convencionales, sino al revés! Con ayuda de Monsanto, la empresa multiplica los cursos de formación para los productores de semillas, más de la mitad de los cuales fueron desechados debido a la insuficiente calidad de las semillas que entregaron. Al grupo restante se le confió un «plan semillero» destinado a proporcionar «rápidamente» cantidad y calidad. Uno de los requisitos es mantener una distancia mínima de 300 metros del campo convencional más cercano…
¿Transgénicos por toda África Occidental?
En India, que cultiva algodón Monsanto desde 2002, han aparecido insectos resistentes a los tóxicos Bt, lo que ha obligado a volver a las aspersiones de pesticidas: una catástrofe económica acompañada de un fiasco sanitario. La caída de la rentabilidad provocó la ruina de decenas de miles de campesinos, unos movimientos de protesta muy violentos e incluso oleadas de suicidios. Por ahora no ha habido nada de eso en Burkina Faso, donde el algodón Bt se aceptó oficialmente en 2008. Pero lo cierto es que la sociedad civil se opuso a él desde el principio. El genetista Jean-Didier Zongo, que anima la Coalición de Vigilancia ante los Transgénicos, critica duramente la precipitación del gobierno y la opacidad de sus decisiones: «¡Las primeras pruebas, en 2003, fueron clandestinas y estuvieron muy mal confinadas!». Y hubo que esperar a 2006 para que se establecieran leyes, procedimientos y organismos de dirección, tres años después de las primeras pruebas y contraviniendo completamente el Protocolo de Cartagena sobre bioseguridad.
En 2010 Monsanto solicito una renovación de diez años de su permiso. Y presentó su estudio de impacto socioeconómico [4]. «Lo rechazamos, era demasiado insustancial», explica Chantal Zoungrana-Kaboré, directora de la Agencia Nacional de Bioseguridad (ANB). El principal reproche es la ausencia de interpretación a escala de las familias, punto crucial para evaluar el beneficio del algodón transgénico. Sin embargo, la ANB concedió a Monsanto una proroga de dos años en espera de un informe más conforme a su pliego de condiciones. A finales de febrero de 2013 el informe seguía sin estar sobre la mesa de la ANB. Cuando va a empezar la temporada 2013-2014 el algodón Bt ya no dispone de permiso desde finales de 2012… Pero, ¿qué margen de maniobra disponen las autoridades entre el callejón sin salida del algodón convencional y la huida hacia adelante del transgénico? El éxito de la experiencia burkinesa es fundamental para la estrategia de implantación de Monsanto en África Occidental, escaparate para las potencias algodoneras vecinas, el primera fila de las cuales se encuentra Mali.
¿Dominio de las biotecnologías?
La empresa, que mantiene un equipo discreto en Burkina Faso, está muy atenta a las actividades de la Unión Económica y Monetaria de África Occidental (UEMOA, por sus siglas en francés). Desde 2006 esta unión de ocho países de esta región podría adoptar de aquí a 2013 un marco de regulación del flujo de los transgénicos. Es un enfoque ambiguo: a día de hoy solo Burkina Faso está concernido, los demás países (Benin, Costa de Marfil, Guinea Bissau, Mali, Niger, Senegal y Togo) prohíben los transgénicos. Los promotores, entre los que se encuentra Monsanto, aducen que una armonización de las legislaciones nacionales y una puesta en común de los medios de control facilitarían la prevención de las intrusiones clandestinas de transgénicos.
Así, este marco permitiría que una planta transgénica obtuviera en una demanda un permiso válido para ¡toda la Unión Económica y Monetaria de África Occidental! Monsanto, con su caballo de Troya burkinés, está muy bien situado para tentadoras consecuencias económicas. Se están haciendo pruebas con transgénicos para una judía local (niébé) y pronto para un sorgo. «Es extremadamente preocupante. Ya no se trata de una apuesta económica sobre una producción de renta, sino de un dominio de las biotecnologías sobre cultivos alimentarios de base de millones de personas…» , se alarma Aline Zongo.
Notas:
[1] Una de las raras ONG panafricanas, que opera en diez países. Apoyada en Francia por CCFD-Terre Solidaire, fue fundadora de la Coalición para la Protección del Patrimonio Genético Africano (COPAGEN, por sus siglas en francés), una red que se opone a los transgénicos en África Occidental.
[2] Cahiers de l’agriculture, noviembre de 2012.
[3] Esto es, teóricamente, un 35% superior al algodón convencional.
[4] Realizado con el INERA.
Fuente: http://www.bastamag.net/Apres-le-coton-Monsanto-cherche-a