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Disturbios en la Colina

Fuentes: New Left Review / Viento Sur

Los sacrilegios de ayer en nuestro templo de la democracia –¡oh, pobre mancillada ciudad sobre la colina!, etc.– fue una «insurrección» tan solo en versión de humor negro.

Lo que era esencialmente una numerosa banda de moteros, se disfrazaron de artistas circenses y de extras de guerreros bárbaros –incluido el tipo con la cara pintada en pose de bisonte cornudo en abrigo de piel– y tomaron por asalto el principal club de campo, ocuparon el trono de [el vicepresidente Mike] Pence, hicieron que senadores y senadoras huyeran por los sumideros, se hurgaron las narices con desinterés y revolvieron expedientes, y sobre todo se hicieron infinitas fotos para enviarlas a los seres queridos en casa. Por lo demás, no tenían ni idea. (La estética era Buñuel y Dalí en estado puro: “Nuestra única regla era muy simple: no se aceptaría ninguna idea o imagen que pudiera prestarse a una explicación racional de cualquier tipo.”)

Pero ocurrió algo inesperadamente profundo: un deus ex machina que apartó el maleficio de Trump de las carreras de los halcones conservadores y jóvenes leones de la derecha, cuyas ambiciones hasta ayer se habían visto trabadas por el culto presidencial. Había llegado la hora largamente esperada para la fuga de la jaula. La palabra surreal ha circulado mucho por ahí, pero caracteriza con precisión la orgía bipartidista de la noche pasada, cuando la mitad de los impugnadores senatoriales de la elección siguió el llamamiento de Biden a un “retorno a la decencia” y vomitó enormes cantidades de perniciosa devoción.

Seamos claros: el Partido Republicano acaba de sufrir un cisma irreparable. Según las normas del Führerprinzip de la Casa Blanca, Mike Pence, Tom Cotton, Chuck Grassley, Mike Lee, Ben Sasse, Jim Lankford e incluso Kelly Loeffler son ahora traidores que se han pasado de la raya. Irónicamente, esto les permite convertirse en candidatos presidenciales viables en un partido que sigue siendo de extrema derecha, pero que ya se halla en el postrumpismo. Desde la pasada elección y entre bastidores, la gran empresa y muchos megadonantes Republicanos han estado cortando lazos con la Casa Blanca, siendo el caso más sensacional el de esa institución uber-republicana, la Asociación Nacional de Fabricantes (NAM), que ayer llamó a Pence a aplicar la 25ª enmienda para deponer a Trump. Por supuesto, estuvieron muy contentos en los primeros tres años del régimen, con las colosales rebajas de impuestos, la abolición completa de la legislación medioambiental y laboral y un mercado de valores en éxtasis permanente. Sin embargo, el último año ha demostrado inevitablemente que la Casa Blanca era incapaz de gestionar importantes crisis nacionales o asegurar una mínima estabilidad económica y política.

El objetivo es realinear el poder dentro del partido, con más grupos de interés capitalistas tradicionales como la NAM y la Business Roundtable, así como con la familia Koch, que desde hace tiempo se siente incómoda con Trump. No nos hagamos ilusiones de que de pronto se han levantado de la tumba los republicanos moderados; el nuevo proyecto mantendrá la alianza fundamental entre envangélicos cristianos y conservadores económicos, y defenderá presumiblemente la mayor parte de la legislación de la era Trump. En el plano institucional, los republicanos del Senado, con una nutrida lista de jóvenes talentos, gobernarán el campo post-Trump y, en una despiadada competición darwiniana –sobre todo, la batalla por sustituir a McConnel– dará lugar a una sucesión generacional, probablemente antes de que la oligarquía octogenaria de los demócratas haya hecho mutis por el foro. (La principal batalla interna en el lado post-Trump en los próximos años se centrará probablemente en la política exterior y la nueva guerra fría con China.)

Este es un lado del cisma. El otro es más dramático: los «verdaderos trumpistas» han pasado a ser de hecho un tercer partido, bien parapetado en la Cámara de Representantes. Mientras Trump se embalsama en amargas fantasías de revancha, la reconciliación entre los dos bandos resultará probablemente imposible, aunque puedan surgir tránsfugas individuales. Mar-a-Lago se convertirá en el campamento base del culto funerario de Trump, que seguirá movilizando al núcleo duro de sus seguidores para aterrorizar las primarias Republicanas y asegurar la supervivencia de un contingente retrógrada en la Cámara y en los parlamentos de los Estados de mayoría Republicana. (Los Republicanos del Senado, que reciben enormes donaciones de empresas, son mucho menos vulnerables a tales retos.)

Mañana, expertos progresistas tal vez nos aseguren que los Republicanos han cometido suicidio, que la era Trump ha pasado y que los Demócratas están a punto de recuperar la hegemonía. Hubo afirmaciones similares, por supuesto, con motivo de las despiadadas primarias Republicanas en 2015. Parecían muy convincentes en ese momento. Sin embargo, una guerra civil abierta entre republicanos solo podrá ofrecer ventajas temporales a los demócratas, cuyas propias divisiones se han visto laceradas por la negativa de Biden a compartir poder con los y las progresistas. Además, liberados de las fatuas electrónicas de Trump, algunos de los senadores republicanos más jóvenes pueden llegar a ser competidores mucho más feroces por el voto de los habitantes blancos y educados de las zonas residenciales suburbanas de lo que piensan los demócratas centristas. En cualquier caso, lo único que podemos prever fiablemente –la continuación de una extrema turbulencia socioeconómica– hace que las bolas de cristal políticas no sirvan de nada.

https://newleftreview.org/sidecar/posts/riot-on-the-hill

Traducción: viento sur

Fuente: https://vientosur.info/disturbios-en-la-colina/