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Donald Trump, un presidente sin brújula

Fuentes: Rebelión

Si algo positivo queda de la macabra lección dictada por el coronavirus es la desnudez de la cruda realidad, que con tanto esmero han ocultado los medios de información, y la demostración fehaciente de que la democracia, tal como está estructurada hasta el día de hoy, es la dictadura camuflada de los poderosos sobre toda la sociedad.

Luego de conquistar la independencia y elegir presidente a George Washington, quien gobernó con una Constitución inspirada en los principios de libertad e igualdad, Estados Unidos se convirtió en el paradigma de la democracia. Lastimosamente, la expansión agresiva, llevada a cabo por casi todos los mandatarios posteriores, puso en entredicho gran parte de los ideales proclamados por sus fundadores. ¿Por qué? Porque su élite tiene en la política internacional, y en la interna también, el plurito de creerse elegidos por Dios para democratizar al mundo; por eso imponen sus razones por la fuerza, de ser necesario. La prepotencia que tienen arraigada en la mente, desde los primeros colonizadores puritanos que desembarcaron en sus costas, les hizo creerse dioses, para terminar convertidos en demonios.

Un ejemplo patético de esta afirmación es el actual presidente. Donald Trump, por su manía de grandeza, por persuadirse de ser infalible, por su fobia contra quienes no piensan como él, por su obsesión de hacerlo todo a su manera, por su indolencia hacía los pobres y abandonados del mundo y por la caterva de imbéciles que le asesoran, no siguió el ejemplo chino para evitar la propagación del coronavirus en el territorio de EE.UU. y ahora ese país es el ejemplo de lo que debe evitarse.

El meollo del asunto es que, por su orgullo enfermizo, Trump no acepta haberse equivocado y debe encontrar culpables. China le calza como anillo al dedo y la acusa de ser la causante de la tragedia que vive EE.UU. Resultó ser capitán de agua dulce, bueno para conducir un país en época de bonanza, cuando los problemas por resolver ya están resueltos, pero ahora EEUU y el sector del mundo que lidera necesitan de un estadista que, a pesar de la tormenta, les conduzca a puerto seguro, talento que él no posee ni para mitigar la sed de una hormiga.

Según Trump, China ocultó información sobre el coronavirus y la amenaza con consecuencias serias si se llegara a demostrar que fue conscientemente responsable de la propagación del Sars-CoV-2, y no se trata de un error. Por su parte, Pekín sostiene que el gobierno de EE.UU. miente para eludir su responsabilidad, que el origen del virus es un problema científico, que debe ser manejado por expertos médicos y no debe ser politizado.

Es que para Trump y su séquito, China posee una estructura social atrasada que diverge con la de Occidente, por eso no siguieron su ejemplo, porque, según piensan, tiene una sociedad inferior a la estadounidense y hablan del ‘virus chino’ o del ‘virus de Wuhan’. La exjueza Jeanine Pirro exige a China responder por lo que ha hecho a EE.UU. y al resto del mundo; los senadores Ted Cruz, Josh Hawley y Lindsey Graham proponen juzgar penalmente a los dirigentes del Partido Comunista Chino y castigar a China embargando sus bonos del tesoro de EEUU.

Trump busca culpable en los imaginarios compinches de China, la Organización Mundial de la Salud, OMS, a la que en pleno desarrollo de la pandemia ordenó retirar el aporte económico de su país, luego de acusarla de encubrir la propagación del coronavirus; en los gobernadores de la oposición; en los medios de comunicación que no cantan ditirambos a su grandeza y en cualquiera que cruce su camino, sólo deja impoluto a él mismo, pese a que pocos le creen.

Uno de esos pocos fue el Presidente Macron, que coincide con Trump en la necesidad de reformar la OMS. Juntos expresaron la voluntad de celebrar una reunión de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, para discutir la cooperación de la ONU en la lucha contra la pandemia del coronavirus y la reapertura de las economías mundiales. Más radical fue Mike Pompeo, quien expresó que Washington no se limitará a dejar de financiar a la OMS, sino que va a cambiar la cúpula de este organismo. El Director General de la OMS se defiende: “El mundo debería haber escuchado atentamente a la OMS, lanzamos la emergencia mundial el 30 de enero”.

En Rusia, nación sensata, su Canciller Serguéi Lavrov dijo que “los ataques contra la OMS representan el deseo de algunos países de justificar sus medidas tardías e insuficientes para combatir el coronavirus”, pues la OMS, a la que injustamente culpan, es un organismo sin remplazo para la cooperación multilateral. Concluyó: “Según nuestra evaluación y la de la gran mayoría de los estados, la OMS actuó en todas las etapas de la crisis de manera profesional, dando pasos preventivos, al mismo tiempo que difundió información y recomendaciones a todos los países”.

Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía, dice que en EE.UU. no funciona la red de seguridad social, y es pesimista sobre la gestión de la administración actual, en la que ha primado la política sobre la ciencia y ha recortado los fondos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. Compara la gestión de Trump, en la crisis del coronavirus, con la de un país del tercer mundo: un inadecuado sistema sanitario, la mayor desigualdad en materia de salubridad y una enfermedad que recae sobre los que tienen la peor salud; elevada tasa de desempleo; población dependiente de bancos de alimentos, que no tienen la capacidad de suministrarlos…

Para Noam Chomsky, se trata de “otro fallo masivo y colosal de la versión neoliberal del capitalismo”, que en Estados Unidos se agrava por la naturaleza de los “bufones sociópatas que manejan el gobierno”. Saben cómo culpar a todo el mundo excepto a ellos mismos, a pesar de que son los únicos responsables. En febrero, la pandemia hacía estragos en el mundo, justamente en febrero Trump recorta el presupuesto del Centro de Prevención y Control de Enfermedades y a otros sectores de la salud. Lo hizo para incrementar la financiación de las industrias de energía fósil, el gasto militar, el famoso muro… Esto habla del tipo de Gobierno que el país está sufriendo.

Parece que algunos mandatarios no comprenden la interdependencia económica actual y el reto que el coronavirus hace a todo el mundo al contagiar y desatar una crisis que amenaza con volverse incontrolable. El asunto se torna grave porque Estados Unidos es un país poderoso, cuya élite pretende, sin saber cómo, mantener el predominio mundial que hasta ahora tuvo; además, comprende que se torna cada vez más complicado dominar el mundo mediante el poder económico, por la competencia de China, y que el uso de su fuerza militar ha resultado inútil a nivel global. ¿Qué hay que hacer? Ni sus miembros lo saben.

No le teme a las organizaciones políticas ni a la clase obrera sindicalizada, que no están a la altura de las circunstancias y hacen poco para defender a los trabajadores, pero desconfía del actual momento porque sabe que en época de crisis la consciencia de las masas madura rápidamente y el germen del levantamiento social permanece siempre latente en las masas populares, por eso incrementa los órganos de control y crea leyes que garantizan la represión, pues comprende que una clase obrera consciente y bien dirigida puede dar fin al actual orden mundial.

Si algo positivo queda de la macabra lección dictada por el coronavirus es la desnudez de la cruda realidad, que con tanto esmero han ocultado los medios de información, y la demostración fehaciente de que la democracia, tal como está estructurada hasta el día de hoy, es la dictadura camuflada de los poderosos sobre toda la sociedad, una mascarada ajena a las promesas electorales de quienes llegan al gobierno. Se trata del régimen de las minorías, en el que se plasman, prácticamente en todo el mundo, los intereses de las clases dominantes.

Por eso, la mayoría de los votantes, que intuitivamente comprende esta verdad política, no va a sufragar en los comicios y los que son electos representan apenas a cerca del 20% de la población, algo siempre presente en todo sufragio y que se dará con más fuerza en la próxima elección estadounidense de noviembre, la que, si se llegara a dar, Trump tiene las opciones de perder, por ahora, aunque si la crisis se ahonda, no se puede predecir qué va a pasar. Por lo pronto, y a buena hora, todo su mesianismo psicótico, que le hizo soñar con dejar a sus descendientes en la Casa Blanca, se fue al tacho de basura, para tranquilidad del género humano.

Aunque sucede que un hipotético triunfo de Joe Biden no resuelve el problema planteado, él es sólo el retorno a la vieja política de EEUU: golpes de Estado; intervención en los asuntos internos de todo país; colocar a Rusia y China como las mayores amenazas para sus intereses; armar a la oposición en Cuba, Venezuela, Irán, Siria… lo que protege momentáneamente a la élite de EEUU, el enemigo externo es un factor de cohesión mientras el hambre no se convierta en el denominador común del pueblo; cuando ésta llega, todo puede pasar, incluso la resurrección del maccarthysmo o del fascismo, salvavidas de una burguesía cobarde, o, porque no, una revolución social que haga estremecer de nuevo al mundo.