Estados Unidos es como el clásico alumno abusador de la clase que no respeta a sus compañeros de aula ni a sus maestros, y se cree con derecho a hacer cualquier cosa, con tal de conseguir su propósito de avasallar a todos y sojuzgarlos. Washington actúa así desde ya hace mucho tiempo, y ese comportamiento […]
Estados Unidos es como el clásico alumno abusador de la clase que no respeta a sus compañeros de aula ni a sus maestros, y se cree con derecho a hacer cualquier cosa, con tal de conseguir su propósito de avasallar a todos y sojuzgarlos.
Washington actúa así desde ya hace mucho tiempo, y ese comportamiento se ha agravado últimamente ante el evidente hecho de que ya la mayoría de los pueblos rechazan su prepotencia imperial, y se unen para enfrentar su comportamiento de superioridad.
El mundo es como una escuela, donde todas las naciones deben aprender unas de otras, relacionarse entre sí con respeto y solidaridad, y especialmente convivir en paz, en bien de la humanidad.
Por supuesto que en cada centro educacional existe un reglamento disciplinario, y para ello en el planeta donde vivimos hay leyes y reglas elementales de respeto que la Organización de Naciones Unidas (ONU) y Tribunales Internacionales deben velar y exigir porque se cumplan.
Sucesivas administraciones norteamericanas han hecho caso omiso a las normas de las ONU, y son cada vez más graves las violaciones que protagoniza la Casa Blanca, como la de este fin de semana de ordenar a Rumania «atrapar» en el aire a un alto dirigente ruso, al cerrarle el espacio aéreo al avión en el cual viajaba.
Cierto es que el gobierno de Bucarest es débil y teme al explotador del aula, o del mundo, como también es verdad que otros se prestan para proceder de esa manera a cambio de remuneraciones sustanciosas o por chantajes de Estados Unidos.
Similar hizo Washington con el presidente de Bolivia el pasado año, cuando instruyó a varios de sus aliados europeos que no le permitieran utilizar los corredores aéreos a la nave oficial de Evo Morales, poniendo en juego la vida de un dignatario latinoamericano.
Ambos hechos no tenían precedente alguno en la historia contemporánea, pero al parecer ya son otra práctica del Pentágono, como protagonizar guerras o invasiones de rapiña contra diversos países, que considera adversarios, asesinar mandatarios, o subvertir el orden a través de los denominados «golpes suaves», que de blandos tienen poco porque promueven la violencia, como es el caso actual de Venezuela.
Ya a Estados Unidos no le basta con bloqueos, como el que le impone a Cuba desde hace más de 50 años, acciones terroristas y proyectos sediciosos a través de las redes sociales como el denominado Zunzuneo, igualmente aplicado a esa isla caribeña para intentar dominarla.
Tampoco le es suficiente con la utilización de mercenarios, hoy llamados finamente «contratistas», para crear conflictos en Siria, en Ucrania, o en cualquier otro rincón de la tierra donde le venga en gana a Washington ejercer su poderío, sin medir las consecuencias.
El abusador del aula ya está verdaderamente enloquecido porque su autoritarismo es cada vez más limitado, ante la fuerza que han ganado otros uniéndose, o simplemente respondiendo como se merecen los inquilinos de la Casa Blanca.
Entonces, la interrogante es cuándo las organizaciones internacionales pondrán freno, y a la vez tratamiento médico a la demencia norteamericana, que está poniendo en juego la paz en el mundo, y que ya supera los parámetros permisibles.
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