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EE.UU:. Pandemia, desastre y rebelión en el corazón del imperio (II)

Fuentes: Rebelión

«La libertad nunca es voluntariamente otorgada por el opresor; debe ser exigida por el oprimido» -Martin Luther King

I. NORMATIVIDADES

Decía Frantz Fanon que “todo grupo colonialista es racista”. Va en su ser excluir al otro. Lo étnico y cultural deja sus consecuencias en lo socioeconómico; realimentando la condición de clase con factores raciales y viceversa. La industria cultural norteamericana sin embargo es experta en utilizar las diferencias como fuentes de acumulación capitalista, objetualizándolas, haciéndolas mercancía de consumo, reduciéndolas a expresiones folklóricas como la musical o la cinematográfica, pero relegando a sus colectivos, comunidades, pueblos y culturas a la condición de estigmatización, exclusión y sobreexplotación en un perverso modelo de producción y reproducción de normatividades.

La adecuación a esas normatividades otorga privilegios. Por ejemplo, en Estados Unidos existe una cobertura de salud eficiente, con grandes infraestructuras, equipamentos y recursos, dotado de buenas condiciones para enfrentar la pandemia. Así nos lo describe Guillermo, médico cirujano del Gregorio Marañón de Madrid y miembro de la Coordinadora Antiprivatización de la Sanidad, CAS Madrid. El problema para las grandes mayorías es que esa cobertura tan eficiente es privada; sólo acceden a ella los sectores más acomodados de la sociedad estadounidense. El resto queda a expensas de su posición más o menos desfavorecida en la pirámide meritocrática del éxito y el fracaso. Si algo ha evidenciado el Covid-19 en los países neoliberales es la precariedad de sus sistemas públicos de salud, más o menos desmantelados ante la ofensiva monetarista. EEUU se erige como paradigma de la salud como negocio y no como derecho. Su sistema mixto, que combina seguros privados -extendidos y eficientes- y públicos -marginales y de baja calidad- , muestra sus deficiencias como servicio al alcance de toda la población. La universalidad del derecho a la salud es una quimera en un país donde la cobertura médica para los trabajadores está ligada al tipo de empleo que ejerzan, y casi 30 millones de personas viven sin seguro médico alguno. Gran parte de ellos son inmigrantes indocumentados. Para estos sectores, la llegada del coronavirus ha sido un verdadero descenso a las puertas del averno.

“Mis amigos estuvieron muy enfermos. Vivieron la enfermedad dentro de sus casas, y no quieren salir para no contagiar. Además, tienen miedo de que se los lleve migración. Primero falleció un compañero, luego otro. `Todos vamos a morir´, decían. Muchos estaban sin comida. Entonces nos organizamos para hacer algunas despensas, llevarles jarabe, alcohol, comida. Contacté con un padre de Brooklyn que es activista y conseguimos reunir frijol, arroz, tomates, tortillas… Mi marido y yo poníamos la bolsa en la puerta de las casas y luego llamábamos por teléfono a las familias. Todo marzo fue muy estresante. No había alimentos esenciales, había desabastecimiento. Entonces optamos por ir a tiendas locales, más caras. De esa forma comenzamos a distribuir alimentos”, nos relata Mirna. Ella es de origen mexicano, madre de dos hijas que la ayudan en el trabajo solidario y vive en East Harlem desde hace 20 años. A sus 22 primaveras trató de cruzar por vez primera a los Estados Unidos. La detuvieron y la metieron presa. Estuvo deambulando un tiempo por la frontera. 15 años después de lograr asentarse en EEUU, fue deportada de nuevo a México. Logró regresar junto a su familia en Harlem en una caravana, la Caravana de la Guerra contra el narcotráfico de 2016, que recorrió 5.700 km para pedir que se acabe con la llamada “guerra contra las drogas”, que solo ha generado más violencia. “Me uní a ella porque no aguantaba las presiones y amenazas allá en México. Yo me encontré con la caravana en Guatemala, que venía de Honduras. En esos días fue el asesinato de Berta Cáceres. Luego cruzamos a México, a Chiapas, y anduvimos por todos los estados, pasamos a Ayotzinapa para homenajear la desaparición de los estudiantes, y así fuimos atravesando el territorio mexicano hasta llegar a Texas. En Monterrey el padre Juan Carlos me llevó a mis hijas para que las viera. Allí tomé la decisión de que iba a cruzar; pedí asilo. Una abogada me ayudó a rellenar una aplicación que en la frontera me rechazaron. Yo iba caminando el puente con mis hijas y otra vez me separaron de ellas. Ellas se quedaron llorando y a mí me metieron presa. Me esposaron, me dijeron que me iban a procesar y a meter 3 años porque estaba cruzando el puente sin una visa, pero después es cuando me hicieron la entrevista del miedo, y me dijeron: `señora, usted va a ir a Nueva York, tiene una lista de abogados que va a contactar allá. Después de 12 horas logré pasar el 14 de abril de 2016. Todavía no se ha resuelto mi proceso pero mientras se resuelve me dieron un permiso de trabajo”. Mirna trabajó un tiempo limpiando departamentos y ahora está desempleada, volcada a la solidaridad y el trabajo voluntario. “Cuando llegué aquí tenía que ayudar a la comunidad igual que me ayudaron a mí, porque aquí la comunidad migrante pasa muchas cosas feas. Muchas personas son agredidas físicamente y no denuncian por miedo a que los deporten”.

Se calcula que alrededor de 11 millones de personas viven indocumentadas en EEUU, con miedo a moverse más allá de donde residen para no toparse con ningún control migratorio. Con ese mismo miedo se enfrenta esa población mayoritariamente latinoamericana a la nueva enfermedad que tiene patas arriba al planeta, cebándose con las clases más desfavorecidas.

II. EXPANSIONISMO

La gran nación norteamericana, ejemplo de democracia, libertad y adalid de los derechos humanos, se funda tras una limpieza étnica, el genocidio contra los pueblos indígenas originarios. Del barco bautizado como Mayflower, llegado desde el puerto de Plymouth (Inglaterra), desembarcó un 11 de noviembre de 1620 en la actual Massachusetts (EE.UU.), un Dios puritano y protestante, que con su perfecto inglés y sus modales ingleses labraría las bases de la conciencia del actual ciudadano medio norteamericano. Ya con la independencia, la Conquista del Oeste consuma el genocidio contra la población originaria iniciada por el Imperio inglés. Masacre, despojo, desplazamiento forzado y robo de tierras caracterizan la infancia de los Estados Unidos de América. El “Destino Manifiesto” predestinaba a la gran nación norteamericana a expandir su dominio de las costas del Atlántico al Pacífico. Bajo esa lógica, con la inestimable colaboración de la Divina Providencia, en la guerra de 1847 EE.UU. arrebató a México más de la mitad de su territorio (California, Colorado, Arizona, Nuevo México, Nevada, Utah y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma). Desde sus inicios, se convirtió en el más grande comprador de esclavos procedentes de África para trabajar los campos. Hasta 1865, mantuvo oficialmente el sistema de esclavitud negra, sustituido por una política de profunda segregación racial de un siglo de duración. Su modelo nace, crece y se desarrolla con una lógica expansionista, colonizadora, imperialista y por supuesto racista y patriarcal. Su política exterior, levantada sobre el citado Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe de “América para los americanos”, se extiende al resto del planeta y la resume en 1904 el presidente Roosevelt: “si una nación demuestra que sabe actuar con una eficacia razonable y con el sentido de las conveniencias en materia social y política, si mantiene el orden y respeta sus obligaciones, no tiene por qué temer una intervención de los Estados Unidos”. Dicho esto… “la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe puede obligar a los Estados Unidos, aunque en contra de sus deseos, en casos flagrantes de injusticia o de impotencia, a ejercer un poder de policía internacional”.

Bajo esta mirada, EE.UU. concibe a América Latina como su “patio trasero”. El Destino le otorga derecho a saquear, neocolonizar o sembrar de dictaduras la Región. No es de extrañar pues que el mayor imperio de la historia maltrate a la población que desde el subcontinente ose adentrarse en sus entrañas. 60 millones de latinoamericanos viven en EE.UU., el 19% de la población. Exceptuando a sectores como el lobby cubano o venezolano de Miami, burgueses y empresarios de oscuros negocios y `malvivir´, la población latinoamericana se dedica mayoritariamente a trabajos esenciales. Lavaplatos, cocineros, ayudantes de cocina, camareros, reponedores, cajeros de supermercado, trabajos de construcción, domésticos, recolectores de fruta y vegetales en California y otros estados… La primera línea de la fuerza de trabajo durante la pandemia.

III. POLARIZACIÓN

La población afroamericana es la segunda “minoría” poblacional en los Estados Unidos, con alrededor de 46 millones de habitantes, el 14% de la población. Una persona negra tiene el doble de probabilidades de caer en el desempleo y la pobreza que una blanca. Uno de cada 20 jóvenes negros de alrededor de 30 años está preso. La tasa de mortalidad infantil es el doble que en la población blanca. Siendo negro se multiplica el riesgo de padecer hipertensión, diabetes y obesidad. De la misma forma, se multiplican las posibilidades de morir por abusos policiales o de entrar en la cárcel. Datos y estadísticas que hay que interpretar con lupa, como veremos.

La polarización de EEUU no solo se manifiesta en el martilleo político que estos días relega la pandemia a un segundo lugar en los informativos del mundo, la disputa electoral Biden – Trump. La mayor polarización no es ideológica, sino socioeconómica; es decir, de clase, y se alimenta como vemos de factores racializados. Una brecha social que aumenta dramáticamente en el interior del imperio desde la crisis inmobiliaria y financiera iniciada en 2007. La llegada del COVID-19 solo desnuda y profundiza de manera cruel una crisis sanitaria, social y económica que ya existía, no solo en EE.UU. sino en el mundo en tanto crisis global capitalista que se riega del centro hegemónico hacia afuera con diferentes expresiones pero similares consecuencias: crecimiento globalizado de la desigualdad. Esta pandemia, en una sociedad fuertemente estratificada y con los servicios públicos privatizados, provoca un acceso muy desigual a las medidas de cuidado necesarias para enfrentarla.

Hay muchas sospechas respecto al trato en los hospitales que durante esta crisis reciben las poblaciones latinas y afro en EE.UU. Es un secreto a gritos que ante centros hospitalarios colapsados ellas son la última opción. “La gente tiene miedo de ir al hospital. Dicen que `entran a morirse, que quien entra ya no sale”, afirma Mirna. Por eso, enfrentan la enfermedad en su casa. En la misma línea se pronuncia Magda. “Es todo muy raro, personas supuestamente recuperadas fallecen de un día para otro. Hay muchas dudas de qué sucedió. Muchos rumores de que se están experimentando tratamientos y vacunas con nosotros. Ha fallecido muchísima población indocumentada. Llamaban al 311 para consultar y no contestaban o quedaban esperando durante 2 o 3 horas. Sin comida, sin medicamentos, con miedo de ir al hospital. Quienes iban compartían respiradores, entraban y no salían. Muchos se escaparon de los hospitales. Ya nadie quería ir al hospital. Ha sido muy traumático. Emocionalmente la gente se puso muy mal. Hubo quienes se suicidaron por el pánico, sin siquiera tener COVID”.

Un estudio coordinado entre el COVID Tracking Project y el Boston University Center for Antiracist Research1, revela que la población negra es la más afectada por el COVID-19, con 108 fallecidos por cada 100.000 habitantes, seguida de la población indígena (74) y latinoamericana (72). Una distancia importante respecto a la población blanca (49).

IV. REBELIÓN

En este contexto de precariedad, abandono y crisis vital es que se producen los sucesos de violencia policial y la muerte de George Floyd el 25 de mayo de 2020. Como relata Mirna, “es la gota que derrama el vaso. Estamos hartos. No solo la gente afro”. La llama prende. Nunca mejor dicho. La población negra inicia revueltas que exigen justicia y derivan en un levantamiento popular en todo el país que no se repetía desde fines de la década de los 60.

A fuerza de lucha por los derechos civiles, en esos años 60 la población negra logró la igualdad política en el papel. Sin embargo, siguió discriminada, en especial sus sectores más empobrecidos, como cuenta el historiador venezolano Vladimir Acosta en su magnífico trabajo El monstruo y sus entrañas. “La población negra de hoy sigue siendo en su aplastante mayoría pobre, discriminada, despreciada y miserable. Sobrevive en el Sur y vive en las grandes ciudades, pero tanto en aquel como en éstas sólo tiene acceso a la peor educación y a los trabajos peores y peor pagados. Se la discrimina a cada paso. Se ve forzada, igual que antes, a vivir en ghettos miserables… Considerados siempre sospechosos, son encarcelados y asesinados a diario por la policía”2.

Brutalidad y matanzas supremacistas que la policía estatal, federal o municipal perpetra con impunidad y de forma sostenida. Lo de Floyd fue solo un caso más de cientos. Hace apenas unos días, de nuevo nos llegan las imágenes de policías que ante un joven con un brote psicótico y un cuchillo en su mano, resuelven el problema descargando 14 balas en su cuerpo. El joven se llamaba Walter Wallace. La indignación frente al racismo provocada por el caso de Floyd tiene un antecedente dos meses antes, en Louisville. Breonna Taylor es asesinada en su casa durante la noche por policías.

¿Por qué estos incidentes tienen una respuesta diferente a casos anteriores? Héctor A. Rivera contesta a esa pregunta afirmando que tanto Breonna Taylor como George Floyd “son personas organizadas y conocidas en sus comunidades, que tenían vínculos con las estructuras del vecindario, como las iglesias, las ONG de derechos humanos, es decir una amplia red de diferentes actores. Como resultado, Minneapolis y Louisville son ciudades en las que las comunidades están organizadas y preocupadas desde hace mucho tiempo por la segregación que las afecta (Minneapolis se divide en una ciudad blanca y una ciudad negra). Esto es aún más fuerte en los estados del sur”3.

La rebelión iniciada en Minneapolis se extiende a todo el país, sumándose a ellas latinos y blancos. En más de 200 ciudades se articula un levantamiento antirracista como contestación al supremacismo blanco y la precarización de la vida. Cuatro siglos de explotación y racismo se acumulan en cuerpos y conciencias que no pueden más y salen como ríos indignados en medio de la pandemia a gritar basta. En plena crisis sanitaria porque los tiempos de la rebeldía no se calculan. Porque hay pandemias que matan más que el COVID-19.

El Estado responde con más violencia y estigmatización. Se despliega la guardia nacional y se implementan toques de queda. El discurso racista y xenófobo del presidente echa leña a un fuego que viene calentándose desde muy atrás. Trump amenaza con activar el Ejército ante los disturbios invocando la Ley de Insurrección de 1807. Los propios militares se niegan a aplicar la ley marcial, lo que supone una fractura y un golpe para Trump, quien sin embargo sí cuenta con el apoyo mayoritario de una Policía dopada de ideología supremacista. Los medios de comunicación refuerzan la narrativa excluyente.

La violencia estatal contra el levantamiento sigue un libreto ensayado en “el patio trasero”. Como señala Manolo de los Santos, afrodescendiente de origen latinoamericano radicado en Nueva York: “las estrategias y tácticas de represión y contrainsurgencia en EE.UU. hoy son el resultado de una larga experiencia de reprimir manifestaciones y movimientos populares en América Latina. Hoy EE.UU. es la repetición de lo que ha sucedido en Chile, Honduras, México… en muchos de nuestros países. Represiones bajo la asesoría del gobierno norteamericano que hoy lo usa contra su mismo pueblo”. Un buen ejemplo es el “uso de balas de goma que se utilizaron en Chile y produjeron la pérdida de la vista a cientos de personas”4.

Muchos militantes coinciden en que este es un “momento histórico para el desarrollo de movimientos revolucionarios dentro de este país”. El punto de profundización de esas rebeliones, el germen del crecimiento de ese movimiento revolucionario en el vientre del monstruo, pasa por lograr una articulación y un horizonte político compartido entre los diferentes grupos poblacionales, entre los sectores subalternizados que sufren explotación, precarización y exclusión. Para esto falta introducir un factor que suele pasar desapercibido en los análisis.

V. CLASE

Hemos tratado de mostrar algunos factores y datos de la desigualdad ligada a la cuestión étnica. Sin embargo, ¿la clave de la brecha social en EE.UU. está en lo étnico o `racial´? ¿Qué hay del factor de clase?

Una lectura rápida de los datos y las estadísticas puede llevarnos a un análisis desenfocado de la realidad. No es el hecho de ser negras lo que convierte a las personas en obesas, encarceladas o acribilladas por la policía. Es la pobreza la que nos engorda, enferma y mata. Pero ser negra o mexicana no es un factor que de manera natural desemboque en la pobreza. De la misma forma que ser pobre no te condena a ser negro, ser negro no te condena a ser pobre, aunque en las actuales condiciones existan muchas más posibilidades de ser pobre siendo negro. La pobreza no es un hecho natural, sino resultado de un tipo de relación social. Quien nos empobrece es un modelo clasista y de supremacía blanca que racializa la discriminación de clase y viceversa. Viceversa porque el argumento de clase no debe hacernos obviar que el factor negro o indígena es un factor de remarginalización o racialización en una sociedad de clases de supremacía blanca. De la misma forma que lo es el factor mujer en una sociedad patriarcalizada. Si un joven negro precarizado del Bronx sale a divertirse en la noche, es más probable que amanezca muerto o encarcelado que si lo hace un beisbolista negro de las Grandes Ligas. Aunque es cierto que un beisbolista negro tiene más probabilidades de morir a manos de la policía que un beisbolista blanco, también tiene muchas menos probabilidades que un blanco precarizado del Bronx. Los factores étnicos suponen de por sí factores de exclusión. Sin embargo, si sumamos al factor étnico otros factores como estrato económico o posición social, éstos contribuyen a incrementar o amainar significativamente el grado de estigmatización racista o la tolerancia de lo étnico. Por eso no es lo mismo ser beisbolista negro que negro precarizado.

La población negra no es la única víctima de los abusos policiales. El historiador Forrest Hylton relata que la padecen de manera brutal sectores indígenas, mexicanos y blancos empobrecidos por ejemplo en los estados de frontera con México o Canadá. “El porcentaje de blancos asesinados por la policía ha crecido en los últimos años, tal vez como resultado de la epidemia de consumo de opioides y metanfetamina”5, afirma Hylton señalando el factor de clase en esa violencia policial “disciplinadora”. Cuestión que suele quedar velada en determinados discursos que no solamente viven políticamente de la narrativa racial, sino que la perpetúan.

Tal y como sostiene la historiadora Valeria L. Carbone6, el racismo es una construcción histórica que crea estructuras sociales y económicas subordinadas a otras bajo un prisma de supremacía blanca, pero incorporando esa subordinación a una dominación de clase. La racialización de los factores de la desigualdad obviando los de clase, favorece a las expresiones “progresistas” del establishment. Lo mismo ocurre con el feminismo y las luchas de género. Lo vemos en el lobby demócrata y poderosas organizaciones no gubernamentales que giran en su órbita, como la Open Society de George Soros.

VI. TEATRO

En esta nación de las libertades, tocada por la gracia de Dios, se dirime en estos días una de las elecciones más disputadas de la historia, que tienen pendiente al planeta de quién será el próximo presidente del imperio. Biden se propone como opción del cambio democrático ante el villano Trump, con sus hooligans en la calle, milicias armadas dispuestas a incendiarlo todo. Sin acabar de contarse los votos, el malo de Trump afirma que ha ganado y es víctima de fraude. Un libreto bien conocido en Latinoamérica. ¿Recuerdan? Hace un año, cuando todavía no se había terminado el conteo de votos en Bolivia, la oposición inició su plan golpista acusando al gobierno de Evo de fraude. La OEA, servil a EE.UU., respaldó dicha agenda. El golpe se consumó y como sabemos ha sido revertido hace unas semanas por el pueblo en las urnas. Hoy frente a Trump no hay ningún presidente indígena ni antiimperialista. Quizá por eso, tras días de un silencio injustificado ante las declaraciones de Trump, similar al de la Unión Europea, hace unas horas la OEA afirma que no ha “observado directamente ninguna irregularidad grave”.

La polarización malos – buenos se refuerza en la narrativa de los medios de comunicación, desplazando la línea del debate hacia la derecha. Puede que Trump no sea el loco loquísimo que nos han vendido de la misma forma que Obama no era el gran amante de los derechos humanos que nos hicieron creer. El poder en EE.UU. va más allá de estos actores del Hollywood de la política. Los presidentes de turno y los grandes medios de comunicación articulan un fenomenal teatro de operaciones que actúa como factor de dominación, fetichismo del poder y mistificación. Sin embargo, las verdaderas decisiones se toman en la sombra. El complejo militar industrial y financiero –gran industria legal e ilegal, multinacionales, entidades financieras, Reserva Federal-, con su ejército de think tanks, lobbys, ONG, en estrecho vínculo con el Pentágono, la CIA y el Departamento de Estado, configuran la arquitectura de la toma de decisiones en EE.UU. La disputa en el teatro de batalla electoral que hoy contemplamos es un reflejo difuminado de la disputa entre élites por una mejor posición en esa red que define el poder nacional y geopolítico. Disputa intercapitalista que no cuestiona sino refuerza las bases del sistema; como mucho, delimita el color del reajuste estructural en marcha.

Las formas de Trump son verdaderamente preocupantes, cierto; pero lo son en cuanto manifestación de una calculada caricaturización de la democracia en un modelo que se rompe a pedazos. La actual crisis agravada por el coronavirus empuja a la pobreza a millones de personas e incrementa las desigualdades a niveles insostenibles. Frente a eso, las rebeldías crecen en el corazón del monstruo. ¿Es posible que la actual reestructuración capitalista, ante un modelo en crisis y un imperio en decadencia, necesite cada vez más de actores como Trump? ¿Nos preparan para un totalitarismo de extrema derecha que ya no respete ni las normas más elementales de la democracia burguesa, no ya en América Latina, sino a la interna de EE.UU.? ¿Estamos en un nuevo tiempo de normalización fascista? ¿O seguirán jugando a la polarización autoritarismo – democracia oenegeista como factores chupópteros de voluntades masivas?

Sin descartar la cada vez mayor utilización del recurso totalitario en la escena política, como vemos en América Latina, al poder le da muy buenos resultados la técnica “del palo y la zanahoria”. En estos momentos lo único seguro es que la política exterior de los EE.UU. continuará el paso marcado hace dos siglos por el “Destino Manifiesto”, impulsando guerras imperialistas de despojo para nutrir la lógica expansionista a la que obliga la reproducción ampliada del capital en un planeta donde los recursos se agotan.

En este minuto que todo apunta a una victoria de Biden, frente a un Trump que amenaza con sacar al nuevo Ku Klux Klan a la calle, nos quedamos con las palabras de la economista venezolana Pascualina Curcio, quien afirmaba hace unos días: “lo que la historia nos ha mostrado es que independientemente del presidente y su partido, si son demócratas o republicanos, el objetivo siempre es el mismo, se manejan con doctrinas, es la doctrina Monroe, la doctrina de contención al socialismo, la doctrina Truman en el 47… Eso no ha variado y lo hemos visto desde Venezuela. Obama fue quien firmó el decreto que dice que somos una `amenaza inusual y extraordinaria´. Algo que Trump ha continuado con su estilo. Si no preguntémosle a los cubanos, cuántos presidentes no han pasado desde hace 60 años y el bloqueo se mantiene. La política va más allá del presidente que esté en la Casa Blanca, y la dictan intereses que están detrás: los grandes capitales norteamericanos en alianza con los capitales ingleses, franceses -los dueños de la Reserva Federal no son solo estadounidenses-, que necesitan esa hegemonía desde el punto de vista económico, militar, energético, etc; y no va a haber mucha diferencia si gana uno u otro en cuanto a los años de reserva de petróleo que tienen en EE.UU. o de la necesidad de consolidar o reinventar el sistema capitalista”7.

7 de noviembre 2020

CONTINUARÁ

Vocesenlucha. Comunicación popular. Pueblos América Latina, el Caribe y Estado español

vocesenlucha.com

1 https://covidtracking.com/race

2 Vladimir Acosta, El Monstruo y sus Entrañas. Un estudio crítico de la sociedad estadounidense, Editorial Galac, Caracas, 2017,

3 Primer balance del movimiento contra el racismo y las violencias policiales en los EE UU, Marine Benjelloun y Alex Guérin, 13 de junio 2020

4 Conversatorio online: Party for Socialism and Liberation – PSL

5 Lo que no se discute en Estados Unidos. Clase, imperio y redención nacional, Nueva Sociedad, Junio 2020

6 Raza, racismo y clase en EE.UU.: entrevista a Valeria Carbone, La Izquierda Diario, 2 septiembre 2020

7 Pasqualina Curcio: Conferencia magistral América Latina y el Caribe entre la pandemia y el desespero de un imperio en decadencia, Centro de Estudios Latinoamericanos FCPyS-UNAM