Miles de civiles han quedado atrapados en la guerra de Libia, sin pertenecer a las fuerzas rebeldes ni a las leales a Muammar Gadafi. Uno de ellos es Ayman Agamy Abdelgawad. Este egipcio, quien estuvo recluido en la prisión de Abdu Selim, en Trípoli, narró a IPS su experiencia: «Fui detenido el 16 de marzo […]
Miles de civiles han quedado atrapados en la guerra de Libia, sin pertenecer a las fuerzas rebeldes ni a las leales a Muammar Gadafi. Uno de ellos es Ayman Agamy Abdelgawad.
Este egipcio, quien estuvo recluido en la prisión de Abdu Selim, en Trípoli, narró a IPS su experiencia:
«Fui detenido el 16 de marzo cuando conducía a Brega (este). Buscaba señal de teléfono para llamar a mi familia en Egipto. Al regresar a casa, me di cuenta de que estaba siendo seguido por los soldados de Gadafi.
Me detuvieron en el camino y me pidieron que me tirara al suelo cuando supieron que era egipcio. Revisaron mi automóvil y sacaron todo lo que había dentro. Entonces comenzaron a golpearme. No puedo escuchar nada con mi oído derecho desde entonces.
Después de eso, me llevaron a la oficina de inteligencia en Brega y me preguntaron sobre armas y combatientes. Les dije que era un ingeniero civil y que no sabía nada de eso.
Pasé tres noches allí sufriendo cruentas torturas. Luego me llevaron a Sirte (unos 450 kilómetros al este de Trípoli). Transportaron a 120 de nosotros dentro de un pequeño camión sin ninguna luz y (solo) con un pequeño agujero de ventilación. El viaje tomó otros tres días.
Nuestro único ‘crimen’ era ser egipcios. No estábamos involucrados en ninguna actividad contra el régimen. Creo que el apoyo egipcio a la resolución (de la Organización de las Naciones Unidas) para crear una zona de exclusión aérea sobre Libia estaba detrás del odio contra nosotros. Nos dijeron que éramos traidores.
Las condiciones carcelarias eran terribles en Sirte. Teníamos que dormir sentados. Éramos 36 en pocos metros cuadrados. Los alimentos eran muy escasos y teníamos que compartir un huevo entre seis personas.
El almuerzo, cuando era servido, solía ser un tazón de pasta, también para seis personas. Solo nos daban cena de vez en cuando. Recibíamos medio litro de agua potable para seis personas todos los días, así que no teníamos más remedio que beber (también) agua salada.
En los primeros 25 días no fuimos al baño. Nos daban para usar una botella de plástico. Cuando finalmente nos dejaron ir al baño, había un soldado parado en la puerta que contaba hasta 10. Si no habíamos terminado para cuando terminaba, nos golpeaba.
Durante el tiempo que estuvimos en Sirte, todos los días venían a buscar a algunos de nosotros para torturarnos. Este hombre de aquí (Tamir Aid Mustafa) fue una vez torturado durante 16 horas seguidas porque querían que confesara que había participado de los combates en Misurata (noroeste).
Le tomó casi 20 días recuperarse y ponerse de pie. A otro prisionero tuvieron que amputarle la pierna derecha porque había quedado muy lesionada. Tenía un terrible dolor, y era golpeado cada vez que gritaba.
Muchos perdieron sus dientes. Nos obligaban a morder el cañón de un arma, y entonces el guardia lo sacaba violentamente. Durante el tiempo que pasé en Sirte, me crucé con personas que habían sido torturadas durante días hasta que confesaron por televisión haber participado de combates como mercenarios. La terapia de electrochoques era común.
Un libio que conocí me dijo que había sido obligado a decir frente una cámara que le había arrancado el corazón al cadáver de un soldado. Fue asesinado 20 días después porque se negó afirmar algo tan terrible. Su nombre era Faraj Awidet.
Cuando finalmente nos llevaron a la cárcel de Abu Salim, en Trípoli, la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) ya estaba atacando Baba Aziziya, el baluarte de Gadafi. Nos ataron y nos taparon los ojos con pañuelos.
El 20 de agosto, la OTAN bombardeó el lugar, pero los soldados mataron a muchos prisioneros que intentaban escapar. Dicen que casi 200 presos políticos fueron asesinados ese día por los soldados.
Fuimos liberados el 22 de agosto. Los libios que había entre nosotros, con familiares o amigos en Trípoli, se fueron a sus casas. Nosotros, los egipcios, no teníamos a dónde ir, así que fuimos llevados a una mezquita hasta que finalmente nos trajeron aquí, a Zintan (noroeste).
No pude decirle a mi familia que estaba a salvo sino hasta hace pocos días. Estaba considerado ‘desaparecido’ desde marzo.
Nuestro principal problema ahora es volver a Egipto. No tenemos transporte, y la guerra continúa. Dicen que podríamos volar desde aquí a Bengasi o ser llevados de regreso a Trípoli, donde podemos abordar un barco con destino a Bengasi y luego cruzar a Egipto».