Una imagen vale más que mil palabras. Una mujer africana, de facciones suaves, formas generosas y tocada con el tradicional turbante de colores, con su hijo enroscado en el brazo izquierdo. Con la mano derecha agita dos banderitas de plástico. Una, la suya, la de Zambia. La otra, compuesta por cinco estrellas amarillas sobre fondo […]
Una imagen vale más que mil palabras. Una mujer africana, de facciones suaves, formas generosas y tocada con el tradicional turbante de colores, con su hijo enroscado en el brazo izquierdo. Con la mano derecha agita dos banderitas de plástico. Una, la suya, la de Zambia. La otra, compuesta por cinco estrellas amarillas sobre fondo rojo sangre. La de China. En el fondo de la imagen, se distingue a una multitud que hace lo propio. La razón: la visita del presidente chino Hu Jintao. Entre risas, uno de los curiosos declara a una cadena de televisión internacional: «Tendremos que empezar a acostumbrarnos a las estrellas sin las barras». Es evidente que algo está pasando.
Repentinamente, un interés desbordante por África ha inundado los televisores de 1.350 millones de chinos. La estatal CCTV emite documentales sobre el continente negro y sus maravillas naturales. También sobre sus abundantes recursos minerales. Materias primas en general. Mientras tanto, China sufre la falta de energía y uno de los inviernos más duros en un cuarto de siglo. El barril de crudo se dispara y el Gran Dragón necesita combustible para seguir creciendo. Hasta los campesinos de las zonas más remotas juntan las piezas del puzzle: la respuesta está en África.
En su última gira por el continente africano, y ya van tres, el actual líder de la República Popular China visitó ocho estados y cerró multitud de acuerdos de los que no se tienen todos los detalles. Entre los más sonados está la condonación de la deuda externa de varios países con China, la duplicación en 2009 de la ayuda destinada en 2006, la concesión de cinco mil millones de dólares en créditos blandos, el establecimiento de un fondo para el desarrollo chino-africano, la apertura del mercado chino libre de impuestos para 440 productos africanos, el establecimiento de tres a cinco zonas de cooperación económica, el desarrollo de 900 proyectos, el envío de 16.000 sanitarios y la formación en China de 15.000 profesionales africanos. Por si fuera poco, también prometió duplicar el actual comercio bilateral hasta los 100.000 millones de dólares.
Avalancha
Y hay más. El presidente chino se comprometió a incrementar el número de africanos becados en China hasta los 20.000 anuales en 2009 y a acercar el continente negro a las clases media y alta del pueblo de Mao. China Southern Airlines ha anunciado la apertura de nuevas rutas directas entre China y Nigeria; varias agencias de viajes, entre ellas la estatal CTS, han comenzado la confección y promoción de paquetes turísticos al continente; y varios museos preparan exposiciones de arte africano. Por lo visto, entre los acuerdos no publicitados también se encuentra la venta de armas a gobiernos que jamás han oído hablar de la Declaración de los Derechos Humanos. China no hace preguntas incómodas, ni lleva consigo exigencias de corte democrático.
¿Neocolonialismo u oportunismo? ¿Ayuda al desarrollo o explotación pura y dura? Son muchas las incógnitas que provoca la presencia cada vez mayor de China en África. Y de chinos en África. Según diferentes fuentes, no oficiales, su número supera ya el millón de personas, sobre todo trabajadores de la construcción y empresarios. Son los segundos, que suman ya 130.000, los que han comenzado a enfrentarse a los hombres de negocios locales. Muchos temen que los chinos puedan convertirse en una competencia económica imbatible para los nativos, algo que ha sucedido en otros países del continente asiático como Malasia o Indonesia.
Mientras tanto, gigantescas infraestructuras siguen naciendo en África de la mano de empresas chinas, que ya suman 700. La mayoría es pasto de la controversia, ya que los contratistas no tienen en cuenta ni el medio ambiente ni las condiciones laborales de los trabajadores. Prueba de ello son los 51 mineros muertos en una explotación china de Zambia. Y es lo que sucede con la presa de Merowe, que triplicará la capacidad energética de Sudán pero que provocará el desplazamiento forzoso de más de 60.000 personas.
En quince años, según el Banco de Desarrollo Africano, la inversión directa de China en el continente se ha multiplicado por 2.000. Desde los 5 millones de dólares de principios de la década de 1990, hasta los 11.700 millones de 2006. Ese año, el comercio bilateral alcanzó la cifra récord de 56.000 millones de dólares (un 40% más que en 2005), una suma que relega a Francia a la medalla de bronce. Si la tendencia continúa, China podría arrebatar el oro a Estados Unidos en un lustro.
Sin cambios
¿Supondría eso un cambio en la política de los estados africanos? La mayor parte de gobernantes del África Subsahariana consideran que no. China es el socio ideal porque invierte dinero a espuertas y sólo exige dinero a cambio. Además, conscientes de que el país asiático puede ser la oportunidad que llevaban esperando, la potencia que termine con la negligencia occidental y lleve a cabo las importantes inversiones que el continente demanda para salir de la pobreza crónica en la que está sumido, los líderes africanos reciben las estrellas sin barras con los brazos abiertos. Jakaya Mrisho Kikwete, presidente de Tanzania, no deja lugar a dudas: «El pueblo africano nunca ha pensado, ni lo hará, que China sea una amenaza para su continente. No sólo nos ayudaron a conseguir la independencia en su día, sino que ahora nos ofrecen la ayuda necesaria para encarar esta nueva era de la globalización».
En el plano oficial, todo son sonrisas y buenas palabras. Sólo Thabo Mbeki, presidente de Sudáfrica, ha mostrado públicamente sus dudas al pedir a sus socios africanos que estén en guardia y no caigan en nuevas relaciones de corte colonial con China. No le faltan razones para la preocupación, pues el déficit de su país con el gigante asiático ha pasado de 24 millones de dólares en 1992 a 400 en 2006.
Mientras tanto, desde Occidente la presencia china en el tradicional feudo blanco se ve con preocupación. Los chinos parecen tener claras las razones de este recelo: «No quieren vernos por allí porque puede que terminemos con su monopolio de los recursos africanos y que seamos más justos con la gente e interfiramos menos en sus políticas internas. En general, temen que se les acabe el chollo y los africanos nos prefieran a ellos», comenta Zhang You, analista de la Universidad de Pekín. ¿Y los propios africanos? «Ven un horizonte de esperanza alimentado por el espectacular crecimiento de China, un país que parece estar al margen de los intereses occidentales, que históricamente han perjudicado a África», agrega You.
Balance de poder
Para algunos países del continente negro, China es mucho más que un potencial inversor. Es un modelo que les gustaría copiar. «Ustedes son un ejemplo de transformación. En África tenemos que aprender de vuestra experiencia», les dijo el presidente de Madagascar, Marc Ravalomanana, a sus anfitriones chinos durante una conferencia en la capital china en la que también aplaudió la erradicación de la pobreza extrema en China.
Pero no es oro todo lo que reluce. China también impone condiciones políticas. La principal es el reconocimiento de la política de ‘una sola China’, que impide establecer relaciones diplomáticas con Taiwán. El último estado en ceder ante la presión china ha sido Malawi, que despidió 2007 dando un portazo a la isla rebelde y firmando un acuerdo con el gobierno de Pekín.
Según Zhang You, el papel del país de Mao en África también responde a otros intereses estratégicos. «Es parte del plan a largo plazo que el Partido Comunista tiene para equilibrar la balanza de poder con Estados Unidos», reconoce el analista chino. Sin duda, China busca su lugar en el tablero de la política internacional, busca una cuota de poder político que esté en consonancia con su creciente importancia económica. «Hasta ahora, Occidente ha robado y esquilmado al continente africano sin que a nadie le importe, y ha promovido activamente la inestabilidad política y social en la región, algo que le convenía. Ahora, China se interesa por su potencial y ofrece tratos justos, ¿qué hay de malo en ello?». Habrá que esperar para conocer la respuesta.