Traducido por Silvia Arana para Rebelión
Después de la Segunda Guerra Mundial, ante la probabilidad de una invasión soviética de Europa Occidental, se hicieron planes para resistir a esta supuesta invasión. En el proyecto participaron personas vinculadas a los equipos «Jedburgh» de EE.UU., Gran Bretaña y otros aliados -de apoyo a la resistencia europea, antes del desembarco de Normandía-, al Ejecutivo de Operaciones Especiales de Gran Bretaña y a la OSS (Oficina de Servicios Estratégicos de EE.UU.) en Asia.
Ahora sabemos que esa invasión nunca representó un riesgo real, ni mientras vivía Stalin ni después de su muerte en 1953, pero la amenaza preocupaba a los gobiernos occidentales. Antes de la creación de la OTAN, se desarrolló en Europa una red rudimentaria de retaguardia para proveer el núcleo de la resistencia ante una supuesta invasión.
A cargo de ello estuvo la Oficina de Coordinación Política, bajo el mando del Departamento de Estado, predecesora de la CIA, y el departamento de Inteligencia M19 de Gran Bretaña, que había organizado redes clandestinas durante la guerra. La parte de responsabilidad a cargo de EE.UU. fue transferida más tarde al Departamento de Defensa. La operación fue llamada «Gladio» (en italiano, espada romana corta) y permaneció secreta hasta 1990, cuando por su corrupción en Italia y en otros países, adquirió un carácter político conspirativo de derecha.
Las fuerzas armadas de EE.UU., históricamente hostiles a las unidades «especiales» o «de élite», fueron persuadidas en 1952 para desarrollar una fuerza, que en tiempos de guerra, apoyaría a esas redes de retaguardia lanzando en paracaídas unidades pequeñas («equipos A») de soldados estadounidenses que les proveerían asistencia militar, armas, entrenamiento táctico y servicios médicos. Estos fueron los «boinas verdes» que componían el 10o Grupo de Fuerzas Especiales en Fort Bragg. Después de las revueltas de trabajadores de Alemania del Este en 1953, la unidad se fragmentó y una parte fue enviada a Alemania, dejando el resto en Fort Bragg, convirtiéndose en el 77 Grupo de Fuerzas Especiales, como elemento de apoyo y entrenamiento del décimo Grupo. Éste, luego, sirvió de base para la creación de las Unidades de Reserva del Ejército, una de ellas localizada en la ciudad de Nueva York, donde yo vivía.
En esa época yo era un joven y muy romántico veterano del ejército de EE.UU. (Guerra de Corea), que ansiaba ser un héroe, sin que mi plan tuviera éxito. Continuaba bajo la influencia de demasiadas lecturas de T. E. Lawrence («de Arabia»), y este desprendimiento de Fuerzas Especiales de Reserva del Ejército era justo lo que yo había estado esperando.
Firmé, y pasé un par de vacaciones de verano en Fort Bragg, y los fines de semana del resto del año asistiendo a poco estimulantes sesiones de entrenamiento en un arsenal de Nueva Jersey. Luego, me dije que era hora de madurar, que no era un héroe en potencia, y que había cosas más interesantes para hacer con mi vida; y renuncié al Ejército de Reserva.
Estoy escribiendo esta nota porque quiero describir las Fuerzas Especiales durante esos años. Nos percibíamos como potenciales liberadores de una Europa conquistada por los soviéticos, para apoyar a la guerrilla de resistencia europea. (Eso cambiaría con el envío de tropas a Vietnam en la década del sesenta, cuando las Fuerzas Especiales fueron enviadas a cazar y matar guerrilleros.) Estábamos regidos por las leyes de guerra, y se suponía -aunque más no fuera por nuestra propia protección bajo las Convención de Ginebra- que operábamos en uniforme militar con identificación militar.
Hemos recorrido un largo camino desde entonces, tanto las Fuerzas Especiales del Ejército como la visión de EE.UU. sobre su misión en el mundo. Hoy las Fuerzas Especiales se han agrupado con la Fuerza Delta del Ejército, los Rangers (infantería liviana especializada), los «Seals» de la Marina, y las unidades de Operaciones Especiales de los Marines, más algunas unidades de la fuerza aérea, en algo llamado Comando de Operaciones Especiales de EE.UU., que según el periódico Washington Post se desplegaron el año pasado en 75 países (más de la mitad de las naciones del mundo), y se planea que operen en 120 países hacia finales de año.
Según lo reportado por Nick Turse (un editor del sito web TomDispatch.com y autor del libro The Case for a Withdrawal from Afganistan [Verso Books]) los objetivos actuales del Comando de Operaciones Especiales incluyen redadas antiterroristas, exploración de largo alcance, análisis de inteligencia, entrenamiento de tropas extranjeras y operaciones contra la proliferación de armas de destrucción masiva.
También ejecuta asesinatos. Según John Nagl, ex consejero del General David Petraeus, el Comando incluye una subunidad clandestina que opera bajo el mando de la Casa Blanca, que es «casi una máquina de matar antiterrorista a escala industrial». Esta unidad estuvo a cargo del asesinato de Osama bin Laden.
Nada de esto será una novedad para cualquiera que siga de cerca la política de EE.UU. Lo planteo para cuestionar un proyecto y una política de estas características, no solo simplemente por razones morales, como individuo y ciudadano, sino también por razones políticas y militares.
El programa de dominación de seguridad global que EE.UU. lleva adelante desde 2003 expresa el militarismo, la crueldad y la falta de respeto por las leyes internacionales que ahora caracteriza al Pentágono. La falta de resistencia de la clase política de EE.UU. ha permitido que la nación tenga la identidad que en el siglo XIX tuvo Prusia -una nación dominada por su ejército-. Contra este peligro alertó Dwight Eisenhower.
Como muchos de nosotros hemos sostenido, la dominación global es una política sin posibilidades de triunfo. El mundo no puede ser dominado por un solo Estado. Al tratar de hacerlo, EE.UU. se destruirá a sí mismo. La historia pone en evidencia las razones. El peligro estaba allí en 1960 cuando Dwight Eisenhower dejó el gobierno, y en 1963 cuando Lyndon Johnson asumió la presidencia y supo lo que estaba haciendo EE.UU. en el Caribe. Refiriéndose al gobierno de Kennedy y a la CIA, exclamó: «¡han dirigido una maldita organización mafiosa allí!» [Nota de la traductora: en inglés, «Murder Incorporated», que era el nombre de la mafia organizada de Nueva York, formada principalmente por gánsters italianos y judíos.] (cita de Taking Charge, las cintas grababas de Johnson en la Casa Blanca, Simon & Schuster 1998, editado por Michael R. Beschloss).
Una política global de asesinatos de todos aquellos percibidos como enemigos de EE.UU. crea, motiva y aumenta la cantidad y la determinación de esos enemigos de una manera sin fin. Es un ataque a la fuerza más poderosa de la historia moderna, el nacionalismo, compuesto por religión y cultura y que integra la identidad moral y el sentido de destino de los pueblos. Al atacarlo, EE.UU. se ha colocado en el lado de los perdedores de la historia.
Fuente: http://www.williampfaff.com/modules/news/article.php?storyid=533
rCR