«La historia pronunciara un día su palabra, pero no será la historia que se enseña en las Naciones Unidas, Washington, Paris o Bruselas, sino la que se enseñará en los países emancipados del colonialismo y sus fantoches. África escribirá su propia historia y será al norte y al sur del Sahara una historia de gloria […]
«La historia pronunciara un día su palabra, pero no será la historia que se enseña en las Naciones Unidas, Washington, Paris o Bruselas, sino la que se enseñará en los países emancipados del colonialismo y sus fantoches. África escribirá su propia historia y será al norte y al sur del Sahara una historia de gloria y dignidad».
Patricio Lumumba, Testamento Político, escrito en la cárcel en enero de 1961, en Ludo De Witte, El asesinato de Lumumba, Editorial Crítica, Barcelona, 2002, p. 288.
El 17 de enero de 1961, luego de ser brutalmente torturado, fue asesinado el líder nacionalista y revolucionario congoleño Patricio Lumunba, en lo que se constituye en uno de los peores crímenes políticos del siglo XX. Este crimen se fraguó por una sórdida alianza de Bélgica, Estados Unidos y otras potencias capitalistas, la Organización de Naciones Unidas y un grupo de lacayos locales, como forma de mantener el dominio neocolonial sobre el rico suelo del Congo y en beneficio de grandes empresas capitalistas.
LA INTERMINABLE TRAGEDIA DEL CONGO
El territorio que constituye la actual República Democrática del Congo ha soportado durante los últimos 120 años una cadena interminable de expolios y saqueos, por una sencilla razón: su suelo y su subsuelo están repletos de tal riqueza que, tal y como lo señaló el científico belga Jules Cornet, es un «escándalo geológico». La existencia de caucho, cobre, cobalto, estaño, uranio, radio, zinc, diamantes, oro, marfil, y ahora coltán, han hecho de este territorio un codiciado lugar para las potencias imperialistas.
Tras la Conferencia de Berlín de 1885, en la cual las grandes potencias europeas dividieron a África como el que reparte una tarta en un cumpleaños, se creo el denominado Estado Libre del Congo que le fue adjudicado al rey de Bélgica Leopoldo II. Éste lo administro con una crueldad sin límites, en la que esclavizó a los habitantes nativos, hasta matar unos 10 millones de personas, sometidas a brutales formas de trabajo y a impresionantes torturas, tales como cortarles las manos si no entregaban determinada cantidad de caucho, todo para obtener grandes ganancias.
La ferocidad del régimen de Leopoldo II generó grandes rebeliones de la población esclavizada y como consecuencia en 1908 su gran plantación pasó oficialmente a manos de Bélgica para constituir el Congo Belga, que existió hasta 1960. Durante este lapso de medio siglo quedó claramente demostrada la importancia estratégica de este territorio africano como proveedor de materias primas para el capitalismo mundial, porque de allí se extrajo titanio, cobalto y otros minerales e incluso de una mina del Congo se sacó el uranio que se utilizó para fabricar las bombas atómicas que los Estados Unidos lanzaron contra Japón en 1945.
Después de finalizada la II Guerra Mundial era sólo cuestión de tiempo la descolonización de África y del Congo. A fines de la década de 1950 emergió con fuerza un sector nacionalista, el Movimiento Nacional Congoleño, dirigido por un joven Patricio Lumunba. El reino belga, ante los irreversibles vientos de descolonización que soplaban en África y en el mundo, temeroso de desatar un movimiento de liberación nacional independiente y radical decidió adelantar la concesión de la independencia, con el fin de asegurarse un dominio neocolonial, que propiciara el control de las riquezas del nuevo estado independiente por parte de los países imperialistas. Para ello, convocó a elecciones con la esperanza que los ganadores de la misma fueran los sirvientes incondicionales de Bélgica. Para su sorpresa, el ganador fue el movimiento dirigido por Patricio Lumumba, el que obtuvo el cargo de primer ministro, y que como tal firmó el acta de independencia con Gastón Eysskens, primer ministro de Bélgica.
EL COSTO DE PRETENDER LA INDEPENDENCIA Y DE QUERER CONSTRUIR UNA NACION
El 30 de junio de 1960 se proclamó la independencia del Congo y para el efecto Bélgica preparó un evento con la presencia del Rey Balduino I, quien pronunció un discurso en el que abogaba por el mantenimiento del orden colonial bajo el disfraz de la ayuda occidental. En el protocolo oficial estaba previsto que hablara el rey belga y un representante del Congo, incondicional a la metrópoli y previamente escogido, para refrendar las pretensiones neocoloniales y dar por sentado que la independencia era una cuestión puramente formal. Pero de un momento a otro y como un tigre subió al auditorio el Primer Ministro, Patricio Lumumba, quien pronunció un discurso que llenó de pavor al rey y a los europeos allí presentes. Los ecos de ese discurso todavía retumban hoy en África y en el mundo, por su perenne actualidad. Lumumba, que a la sazón tenía 35 años, señaló que la independencia no era ningún regalo filantrópico de los belgas sino un resultado de la lucha del pueblo congoles:
«Ningún congolés podrá olvidar jamás que fue con la lucha que ganamos la independencia, con una continua y prolongada, ardiente e idealista lucha, en la cual no ahorramos nuestra fuerza ni nuestras privaciones, nuestros sufrimientos ni nuestra sangre.
De esta lucha de lágrimas, fuego y sangre estamos orgullosos hasta las raíces más profundas de nuestro ser porque fue una lucha noble y justa, absolutamente necesaria para acabar con la infamante esclavitud que nos fue impuesta por la fuerza».
Como para que no quedaran dudas, Patricio Lumumba le recordó a los presentes todo el sufrimiento que durante 80 años había soportado la población negra del Congo, a manos de los colonizadores belgas:
«Durante los 80 años del gobierno colonial sufrimos tanto que todavía no podemos alejar las heridas de la memoria. Nos han obligado a trabajar como esclavos por salarios que ni siquiera nos permiten comer lo suficiente para ahuyentar el hambre, o vestirnos, o encontrar vivienda, o criar a nuestros hijos como los seres queridos que son. Hemos sufrido ironías, insultos y golpes día tras día nada más porque somos negros… Quién podrá olvidar las masacres de tantos de nuestros hermanos, o las celdas en que han metido a los que no se someten a la opresión y explotación?»
Y Lumunba anunciaba que «nosotros, los que vamos a dirigir nuestro querido país como representantes elegidos, que hemos sufrido en cuerpo y alma la opresión colonial, declaramos en voz alta que todo esto ha terminado ya. Se ha proclamado la República del Congo y nuestro país está en manos de sus propios hijos».
Este discurso memorable en el que el representante democráticamente elegido, de un país recién independizado, les dice la verdad a los colonizadores y les anuncia que eso es cosa del pasado, cayó como una bomba, fue considerado como una declaración de guerra por parte de las potencias imperialistas, encabezadas por Estados Unidos. Desde el mismo momento del discurso y de su breve periodo de gobierno de 10 semanas, Lumumba demostró ser un líder carismático, querido por la población y dispuesto a crear un Congo independiente, libre y soberano y no estar dispuesto a convertirse en una marioneta ni de Europa ni de los Estados Unidos, como se demostró con su propuesta de nacionalizar el ejercito y eliminar la ingerencia de tropas belgas, así como su convocatoria permanente a los sectores populares para impedir la constitución de un régimen neocolonial que le regalara sus riquezas a las empresas imperialistas. Y, por supuesto, con esto firmó su sentencia de muerte.
En Washington el presidente de los Estados Unidos, Dwight Eisenhower, ordenó la eliminación física de tan peligroso adversario, al que veían como la encarnación de una especie de Fidel Castro negro. Para hacerlo creo un comando especial de la CIA con el fin de asesinar al líder africano. Allen Dulles, Director de la CIA, no se andaba con rodeos, cuando en un cable secreto manifestaba el 26 de agosto de 1960 que en los círculos gobernantes de Washington «se ha llegado a la conclusión que si (Lumumba) sigue en el poder, en el mejor de los casos la situación desembocará en el caos, y en el peor de los casos el Congo puede caer en poder comunista… Hemos decidido que su alejamiento es nuestro objetivo más importante y que, en las actuales circunstancias, Lumumba merece gran prioridad en nuestra acción secreta». Por su parte, el gobierno belga pone en marcha el Plan Barracuda, diseñado también para asesinar a Lumumba.
Al mismo tiempo, Estados Unidos, Bélgica y otras potencias capitalistas se dieron a la tarea de sabotear al gobierno de Lumumba y para eso patrocinaron un movimiento secesionista, a todas luces ilegal, en la provincia de Katanga, poseedora de importantes recursos minerales. Para evitar la acción del gobierno de Lumumba contra los títeres de occidente que operaban en Katanga, la Organización de Naciones Unidas con el propio secretario general a la cabeza, Dag Hammarxkjold, y violando la carta de la ONU apoyó ese régimen ilegal e impidió las acciones de Lumumba, con el envío de cascos azules, bloqueó el funcionamiento de las emisoras de radio para que el primer ministro se dirigiera a la población e impidió el acceso al aeropuerto a los funcionarios y tropas leales a Lumumba. Incluso, para vergüenza histórica de la ONU, su Secretario General manifestó en repetidas ocasiones en la correspondencia privada y secreta su interés en la eliminación de Lumumba. Sencillamente, éste se había convertido en un estorbo en el proyecto imperialista de reconquista colonial del Congo, que tenía como objetivos principales el control de las riquezas allí existentes e impedir la construcción de una nación soberana que pudiese ser un digno ejemplo de independencia que se expandiera por África y otros lugares del mundo.
El 14 de septiembre de 1960 el coronel Joseph Désire Mobutu da un golpe de Estado y poco después Lumumba es hecho prisionero. Alcanzó a huir a fines de 1960 hacia Stanleyville, bastión político del nacionalismo, pero fue nuevamente detenido el 2 de diciembre. La ONU es cómplice de este hecho porque ordenó a sus tropas, los cascos azules, que bajo ningún concepto protegieran a Lumumba de las tropas de Mobutu. Con esta acción, la ONU deja de respaldar al gobernante legal que las había llamado en su auxilio y apoya al régimen golpista e ilegal. De esta forma, prepara el terreno para el inmediato asesinato de Lumumba, quien fue entregado por Mobutu a los títeres de Katanga. Con amargura, pero con mucha razón, Lumumba podía decir de los cascos azules de la ONU:
«¿Cómo imaginar que un casco pintado de azul baste para liquidar los complejos de los oficiales conservadores de Suecia o de Canadá o de Gran Bretaña? ¿Cómo se puede suponer que un brazalete azul vacune contra el racismo y el paternalismo de una gente que tiene una visión de África consistente en cacerías de leones y mercados de esclavos, conquista colonial, gente cuya historia de la civilización se ha construido con la posesión de las colonias? ¿Cómo no iban a comprenderlo los belgas? Tienen el mismo pasado que ello, la misma historia, y el mismo afán de poseer nuestra riqueza».
Era obvio para los poderes imperialistas y sus sirvientes en el Congo, que un Lumumba vivo representaba un peligro y por eso la segunda vez que lo capturaron procedieron a asesinarlo. Este crimen fue el remate a seis meses de intervenciones directas de los países imperialistas en el Congo, que se habían iniciado desde el mismo día de la independencia y el célebre discurso de Lumumba.
La brutal forma como fue asesinado el líder nacionalista es una muestra del odio de los poderosos del mundo contra todos aquellos que osan levantarse contra la dominación y luchan por la justicia y la libertad. Fue amarrado y metido en un avión que lo llevaba a Katanga, donde se encontraba el foco cesionista (que alguien de manera muy oportuna llamó «las minas de cobre defendidas por oficiales belgas») y donde era seguro que iba a ser asesinado. En el avión fue sometido a torturas, a golpizas inclementes, en las que participaron miembros del ejército belga. Luego en tierra siguió siendo torturado y fue acribillado vilmente el 17 de enero de 1961 a las 10 y 45 de la noche. Pocos días después, su cadáver fue destruido por funcionarios de Bélgica con acido sulfúrico para que no quedara ni uno solo de sus huesos, ni un rastro físico de su presencia. Se quería borrar hasta la menor evidencia de un ser humano cuyo principal pecado fue luchar por la independencia y soberanía de su país. Lumumba murió con dignidad y altivez a pesar de que sus verdugos lo habían convertido en una piltrafa humana. Poco antes con premonición había dicho «Si muero mañana será porque un blanco habrá armado a un negro».
Y en el último documento que escribió a manera de testamento, dirigido a su esposa, expreso: «Ni brutalidades ni sevicias ni torturas me han llevado nunca a pedir la gracia, pues prefiero morir con la cabeza alta, la fe inquebrantable y la confianza profunda en el destino de mi país mas que vivir en la sumisión y el desprecio a los principios sagrados».
El CONGO CONVERTIDO EN UN RIO DE SANGRE
El asesinato de Lumumba era el comienzo de la constitución de un orden neocolonial en el antiguo Congo Belga, tutelado directamente por las grandes potencias encabezadas por Estados Unidos. Para consolidar ese orden criminal era necesario desterrar cualquier posibilidad de que el Congo se constituyera en una nación de verdad, independiente y soberana, y para eso, aparte de intentar borrar de la memoria colectiva la vida y obra de Patricio Lumumba, se trataba de liquidar los bastiones de resistencia que se presentaron en el país entre 1961 y 1965 y que fueron aniquilados por los protegidos de occidente, en cabeza de los cuales se encumbró Mobuto quien en 1965 implanta una dictadura que duró 32 años. En la guerra de resistencia que siguió al asesinato de Lumumba murieron varios miles de congoleñós y luego, durante la dictadura de Mobutu, se impuso un régimen de terror. Desde luego, ese era el objetivo del imperialismo, destruir el proyecto de un Congo independiente e imponer un régimen títere que regaló todas las riquezas del país a las compañías multinacionales y se subordinó a las órdenes del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Por esas razones, en Bruselas, en París y en Washington, Mobutu era saludado como un adalid del libre mercado y un campeón de la democracia.
A pesar de que Mobutu fue derrocado en 1997, en la actualidad la República Democrática del Congo sigue siendo victima de las disputas imperialistas por apoderarse de sus ricos recursos minerales, entre otros el Coltan, con el que se construyen los teléfonos móviles y otros dispositivos electrónicos. Se calcula que la guerra por los recursos que se libra en el Congo ha provocado la muerte de 5 millones de personas en los últimos años. Ese es el costo de la terrible herencia sangrienta de los sucesos que hace medio siglo tuvieron como desenlace el asesinato de un líder nacionalista que encarnaba un proyecto de independencia auténtica, de construir una nación para todos los congoleñós y que gozaba de la simpatía de la población africana, que en ese momento barría con el colonialismo. Hoy es evidente, que tanto la imposición de regímenes incondicionales al imperialismo como la balcanización de los países forman parte de la misma estrategia de dominación mundial de los Estados Unidos, en la cual el Congo es un ejemplo aleccionador, aunque similares neocolonias existan en muchos países del mundo, como Colombia o México.
EPILOGO
Ya está establecida por la investigación histórica la responsabilidad de los Estados Unidos, de la CIA, de Bélgica y de las Naciones Unidas en los sucesos del Congo en 1961, como lo ha demostrado el historiador Ludo De Wite en un libro titulado El asesinato de Lumumba, en el cual nos hemos basado para redactar estas líneas. Su exhaustiva y meticulosa investigación, con la consulta de archivos de los países mencionados y de la ONU, no deja dudas de ningún tipo sobre los responsables del asesinato. Así ha quedado hecha añicos la falacia, esgrimida por los asesinos intelectuales y materiales, que esa muerte fue resultado de una disputa doméstica entre «negros salvajes e incivilizados», como lo dijo la prensa occidental en 1961.
Esta investigación se convierte en una contribución a la verdad y a la justicia histórica, que pone de presente que las revelaciones recientes de Wikileaks sobre el comportamiento imperialista de los Estados Unidos, que lo conduce a organizar conspiraciones, saboteos, golpes de Estado, atentados y asesinatos contra países o pueblos que considera como sus enemigos, no son sólo cosa del pasado sino de una impresionante actualidad o, parafraseando a William Faulner, ese pasado nunca se ha muerto, ni siquiera es pasado.
Renan Vega Cantor es Profesor Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.