El atentado con una bomba casera en el aeropuerto de Pekín cometido por un paralítico que denunciaba la brutalidad policial ilustra, según los expertos, la frustración creciente de los chinos frente a los abusos de poder de las autoridades locales. El autor del atentado, Ji Zhongxing, de 34 años, es un extaxista de la ciudad […]
El atentado con una bomba casera en el aeropuerto de Pekín cometido por un paralítico que denunciaba la brutalidad policial ilustra, según los expertos, la frustración creciente de los chinos frente a los abusos de poder de las autoridades locales.
El autor del atentado, Ji Zhongxing, de 34 años, es un extaxista de la ciudad de Dongguan, en el sur de China, al que en 2005 varios policías le propinaron una paliza que lo dejó en una silla de ruedas para el resto de sus días.
Cansado de esperar justicia, Ji hizo estallar el sábado pasado una bomba de fabricación casera para llamar la atención sobre su situación.
El gesto desesperado de Ji, que resultó herido al igual que un policía, provocó reacciones de simpatía en las redes sociales chinas. «No es tan peligroso como los policías que lo golpearon», comentó un internauta.
La historia de Ji hace es uno más de los innumerables episodios de brutalidad de los funcionarios locales.
La semana pasada, la muerte de un vendedor de melones golpeado por unos policías municipales en Hunan, en el centro de China, provocó una ola de indignación.
«Evidentemente la explosión tuvo una fuerte visibilidad» debido al lugar donde se produjo, pero en general, «el descontento contra las autoridades locales es muy intenso», señala Kerry Brown, experto en política china en la Universidad de Sídney. «Resulta sorprendente que no haya más a menudo» incidentes de ese tipo, asegura.
En China, se registran cada año más de 180.000 manifestaciones, que abarcan desde la oposición a proyectos industriales hasta la denuncia de la corrupción, según las estimaciones universitarias.
Los ciudadanos descontentos tienen limitaciones para recurrir a la justicia debido a que los tribunales están sometidos a influencias políticas y gangrenados por la corrupción.
El sistema que permite en principio denunciar en Pekín a las autoridades locales es criticado por su ineficacia. Muchas veces los denunciantes terminan encarcelados.
El fin de semana pasado, el gobierno municipal de Dongguan rechazó las acusaciones de Ji, afirmando que el taxista había sufrido un accidente de tránsito. La justicia rechazó las demandas de indemnización de Ji, por lo cual las autoridades accedieron a otorgarle una «ayuda de 100.000 yuanes (12.890 euros), señaló la municipalidad. «Si el gobierno local no tenía ninguna responsabilidad, ¿por qué le dio 100.000 yuanes?», se preguntó el abogado LI Weimin en un microblog.
El abogado considera que los responsables locales están «en primera línea» porque se ocupan del «trabajo sucio del estado», en particular de cobrar los impuestos y aplicar la política del hijo único.
Los funcionarios recurren frecuentemente a la violencia y ocultan los incidentes que terminan mal, señala Brown.
Resulta difícil saber si los incidentes son cada vez más frecuentes o, simplemente, tienen mayor difusión en los medios de comunicación, indica por su parte Joseph Cheng, profesor de ciencias políticas en la City University de Hong Kong.
La cólera se expresa a veces de forma extrema. En junio, un hombre incendió un autobús en Xiamen (sur), causando la muerte de casi 50 personas, por un conflicto con la seguridad social.
En 2008, un joven de 28 años había apuñalado a seis policías en Shanghai para vengarse de una serie de detenciones abusivas.
Esos actos terribles «reflejan las quejas de la gente común», dice Cheng, que no descarta que el gobierno central cree un sistema para castigar las faltas graves de los funcionarios de los niveles inferiores.
El presidente Xi Jinping, que asumió sus funciones en marzo pasado, exhortó a los responsables de todos los niveles a «servir mejor al pueblo». Sin embargo, es poco probable que las autoridades inicien reformas de gran amplitud, dice Brown. «Siguen tratando de contener el descontento en vez de ocuparse de las causas profundas», lo que aumenta el riesgo de una explosión de las frustraciones acumuladas, analiza Brown.