China recibe estos días el año del Buey y, como siempre, son muchas las expectativas que despierta. Sin duda, será este un ejercicio marcado por las celebraciones del centenario del PCCh. Esto implica que la estabilidad será un asunto más prioritario de lo habitual.
¿Qué puede enturbiarla? En lo interno, muchas miradas se centrarán en los preparativos del XX Congreso que debe celebrarse en 2022, lo cual sugiere importantes movimientos no tanto en lo programático, ya básicamente instituidos, sino en la toma de posiciones de los diferentes sectores para disponer de plataformas influyentes en un largo proceso que se inicia ahora con la elección de los liderazgos locales. Cabe imaginar un repunte de la lucha contra la corrupción, definida recientemente por Xi Jinping como el mayor riesgo para la gobernación del PCCh. Como aviso a navegantes, la ejecución de Lai Xiaomin, ex presidente de China Huarong, una corporación estatal de activos financieros, acusado de violaciones de la disciplina y las leyes, entre otros. El cierre de filas se acentuará con redoblados llamamientos a una lealtad política sin fisuras.
También en otoño podría rebrotar la crisis de Hong Kong. Las elecciones previstas para septiembre de 2020 fueron aplazadas por un año, pero no hay garantías de que lleguen a celebrarse o, alternativamente, que el marco legal dispuesto para su realización no acuse mayores restricciones. Entre la resignación y la protesta, la obsesión por la seguridad pesará ampliamente en el ánimo de las autoridades centrales y locales haciendo que se resienta un poco más el ejercicio de las libertades públicas.
En lo económico es un año clave por darse inicio a una nueva filosofía de desarrollo: la circulación dual, cuyo despliegue se recogerá en los objetivos del nuevo plan quinquenal a aprobar en las sesiones parlamentarias de marzo. De lo que se trata es de acelerar la transformación industrial y asegurar en mayor medida la autosuficiencia, sobre todo la tecnológica.
Aun con la pandemia coleando, las tensiones con EEUU, la guerra tecnológica, la amenaza del desacoplamiento, etc., aventuran un horizonte complejo y aunque el margen de maniobra de las autoridades chinas en esta materia sigue siendo relativamente holgado, supondrá un quebradero de cabeza para los gestores hacer cuadrar las exigencias del crecimiento, del empleo, los compromisos ambientales, etc. y en medio, las pymes, que emplean al 80 por ciento de los trabajadores del sector privado, en serios apuros.
El objetivo de expandir la demanda interna obligará a centrarse en espolear el consumo. China no solo ansía ser el centro de fabricación del mundo, sino también uno de los principales centros de consumo del mundo. Por otra parte, el aumento de la capacidad de innovación tecnológica, que se resiente todavía de una cierta brecha en comparación con algunos países desarrollados, se ha convertido en un imperativo patriótico. En China existen obstáculos difíciles de solucionar en cuanto a algunas tecnologías centrales clave en los campos de los ordenadores industriales, chips de alta gama, software básico y motores.
Pero el eje pivotante del ejercicio vendrá determinado en gran medida por el rumbo de las relaciones con EEUU. Las señales enviadas por la nueva Administración Biden no son muy halagüeñas para China. Todo apunta a que la tensión persistirá e incluso podría agravarse si la Casa Blanca tiene éxito en su plan de alargar el consenso con otros países, la UE incluida, para aislar a Beijing en base a la defensa de los “valores comunes”. Esto podría incluso hacer peligrar la ratificación del acuerdo sobre inversiones firmado a finales de año con Bruselas, con un Parlamento Europeo hipercrítico con la política china, especialmente en materia de derechos humanos.
Por el contrario, Beijing quiere agujerear el legado político de Trump y recuperar el diálogo bilateral al máximo nivel en base a la primacía de una agenda global compartida (salud global, recuperación pospandémica, cambio climático, etc.) que genere confianza entre ambos. Las reservas al respecto ni son pocas ni menores, con importantes frentes abiertos, tanto a nivel sectorial como geográfico.
China espera intensificar su proyección en Asia. En lo económico, apunta a la firma de nuevos tratados de libre comercio e incluso quiere aproximarse al acuerdo CPTPP. El impacto del tirón de su economía y su capacidad inversora en la región quizá pueda trascender las hipotecas en materia de seguridad que hoy dan alas al surgimiento de una OTAN asiática. La cuestión es cómo lograrlo todo al tiempo que aprieta las clavijas a Taiwán o recrudece sus acciones en los mares contiguos con múltiples islotes en disputa con terceros países.
Beijing no quiere oír hablar de una nueva guerra fría y el rumbo que en tal sentido marque este año del Buey puede ser decisivo para que ese espíritu que encarna del trabajo duro y la prosperidad llegue a primar sobre la dialéctica de los reproches mutuos que aun impera en una rivalidad que, piensan muchos, llegó para quedarse.
Fuente: https://politica-china.org/areas/sociedad/el-buey-que-tira-de-china