China ha marcado con claridad el camino del futuro y le ha puesto un nombre a su estilo: «Un cinturón, una carretera». Parece ya muy lejano aquel año de 2013 cuando el presidente Xi Jinping hizo una propuesta para dar un vuelco radical al orden financiero y económico hasta entonces vigente. Es lo que se […]
China ha marcado con claridad el camino del futuro y le ha puesto un nombre a su estilo: «Un cinturón, una carretera». Parece ya muy lejano aquel año de 2013 cuando el presidente Xi Jinping hizo una propuesta para dar un vuelco radical al orden financiero y económico hasta entonces vigente. Es lo que se conoce popularmente como «Nueva ruta de la seda», un nombre mucho más fácil de retener que el oficial.
Poca gente se dio cuenta entonces de lo que representaba una iniciativa de estas características puesto que no sólo suponía el inicio de un nuevo orden económico, sino que iba acompañada de toda una revisión del sistema financiero en el que se sustentaba hasta entonces el mundo y que se basaba en el sistema de Bretton Woods que ha regido desde la II Guerra Mundial. Porque en paralelo a esta «Nueva ruta de la seda» se ponía en marcha el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII), el organismo financiero que la da soporte.
Poca gente se dio cuenta entonces de que China es un país gobernado formalmente por el Partido Comunista, que la mayoría de sus grandes empresas y bancos están en manos del Estado y que, en síntesis, la «Nueva ruta de la seda» y todo lo que la acompaña representa una ambiciosa (y al mismo tiempo preocupante, para Occidente) expansión del capitalismo de Estado tanto en el ámbito económico como en el financiero. No hay que perder de vista que cuatro de los cinco bancos más grandes, en cuanto a volumen de dinero, reservas y negocios, son chinos. El otro es japonés.
Pero en lo que sí cayeron algunos, como EEUU, fue en que la «Nueva ruta de la seda» no sólo era la versión moderna de la abierta por la propia China hace más de 2000 años, sino que esta tenía un componente nuevo: no sólo era terrestre, sino que incluía el transporte marítimo. De ahí lo de «cinturón», que hace referencia a un cinturón marítimo puesto que lo de «carretera» es evidente para el desarrollo por tierra. Teniendo en cuenta que el mar ha sido tradicionalmente el Talón de Aquiles de China, EEUU se puso manos a la obra para evitarlo e inició toda una estrategia de cerco marítimo, reforzando y multiplicando su presencia militar en los países asiáticos y oceánicos.
Este fue el eje sobre el que Obama quiso que pivotase su segundo mandato (1). Tenía claro que una combinación de poder territorial y marítimo suponía el fin de la hegemonía comercial estadounidense en Asia, por lo que pese a muchas reticencias terminó adhiriéndose a la Asociación Trans-Pacífico aunque su sucesor, Donald Trump, ha dado marcha atrás y ha retirado a EEUU de la misma. Ironías del destino, los ahora huérfanos países de la fenecida ATP quieren invitar a China a que forme parte de esa asociación, a la que dicen querer reformar de sus pretensiones iniciales, y China se está dejando querer.
Otros, como Rusia, vieron el cielo abierto con la iniciativa de «Un cinturón, una carretera». Aunque no fue inmediato el interés que Rusia puso en ella, las sanciones que impuso EEUU en 2014 (a las que se sumó irreflexivamente la Unión Europea) hicieron que el sector euroasiático del Kremlin ganase finalmente el enfrentamiento con los euroatlánticos y la política tradicional del Kremlin de mirar a Europa cambió hacia Asia, hasta entonces considerado sólo un territorio secundario a excepción del correspondiente a los países que habían formado parte de la Unión Soviética. Y en Asia la potencia incuestionable es China.
China no dio este paso a la ligera. Lleva años de penetración callada en todos los continentes haciendo gala del «consenso de Beijing», la considerada ideología oficial en política exterior y que, en síntesis, se basa en la multipolaridad, la no injerencia y la diplomacia. Tres aspectos que están en las antípodas de la forma en que EEUU (como el resto de países occidentales) se ha venido comportando para lograr su hegemonía mundial.
Son ya muchos los países de todos los continentes que han constatado que China apuesta por el desarrollo pacífico y por minimizar el conflicto para facilitar el desarrollo económico y las inversiones. Es una opinión muy extendida, sobre todo en los países africanos y asiáticos. Y son muchos los que ya contraponen este sistema al del FMI y al del BM. Pero a quien le corresponde hacer que la diferencia sea palpable en todo el planeta es a la misma China y aquí tiene un claro déficit: su propia situación interna (corrupción, desarrollismo a cualquier costo, aumento de la desigualdad social y conflictos sociales generados por todo ello) suele ser puesta de relieve por Occidente para atemperar las ansias de cambio de otros países y el que miren como nuevo referente económico y financiero a China.
Así que esta es una de las razones del giro interno dado no hace mucho por la dirección del PCCh, con el presidente Xi Jinping a la cabeza, y la lucha no sólo contra la corrupción sino contra la pobreza y un mayor interés en las cuestiones ambientales que se acaba de sancionar en la recién terminada reunión anual de la Asamblea Nacional Popular (5-15 de marzo).
Los pasos hacia el «gran salto»
En esta reunión se ha podido constatar que dentro del PCCh hay dos sectores, al igual que en el Kremlin, aunque no se les puede denominar igual que a los rusos pese a que tengan la misma o muy parecida orientación. Dentro del PCCh hay quien apuesta por una mayor rapidez en cuanto a desbancar a EEUU como superpotencia -sobre todo el sector vinculado con el Ejército- y quien dice que hay que ralentizar todo el proceso para evitar un enfrentamiento abierto en unos momentos en los que China aún está por debajo de EEUU en términos militares.
Este sector afirma que aunque China ya no está en una situación como la de las tres grandes crisis que ha sufrido en los últimos 20 años como consecuencia de la rápida integración a una economía globalizada (lo que consideran «crisis importadas») y que ha resistido muy bien la penúltima agresión económica externa de 2015, cuando varios ataques simultáneos de los grandes intereses financieros, desde dentro y fuera de China, causaron importantes caídas en los mercados de valores y una reducción de las reservas de divisas, aún no se es lo suficientemente fuerte como para dar «el gran salto».
Esta es la posición de la gran mayoría del sector gobernante, que ha retrasado todo lo que ha podido el sistema financiero alternativo (principalmente el BAII) y apuesta siempre que puede por mantener la supremacía del sistema de Bretton Woods (léase el FMI y el BM) hasta que llegue ese momento del «gran salto». Así hay que interpretar las constantes apelaciones chinas a que el BAII «complementa» a esas dos instituciones.
Sin embargo, la situación de crisis mundial de los países capitalistas clásicos está haciendo casi imposible esa espera. El BAII es claramente ya la alternativa tanto al FMI como al BM y los hechos son tozudos al respecto: sólo en el año que lleva plenamente operativo ha concedido créditos, en yuanes, por un equivalente a los 48.000 millones de euros para financiar la friolera de 120 proyectos relacionados con la «Nueva ruta de la seda». El último hasta el momento ha sido otorgado el pasado 13 de marzo a Filipinas -con lo que queda palpable el giro que da este país en sus relaciones exteriores, distanciándose aún más de EEUU- por un equivalente, en yuanes, a 6.900 millones de euros. Por el contrario, el Banco Asiático de Desarrollo, que lidera Japón y que también es subsidiario del BM, otorgó en 2016 únicamente 13’5 millones de euros para proyectos en infraestructuras aun reconociendo que la región necesita una inversión anual de 800 millones sólo en ese aspecto. Como se ve, la diferencia es abismal y los países asiáticos se dan perfecta cuenta de ello.
A estos proyectos y créditos hay que sumar los concedidos por China a América Latina -si bien no han sido realizados o bien bajo la cobertura del BAII sino del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS (otra de las instituciones alternativas al FMI y al BM), como es el caso de los proyectos en Brasil, o bien de forma unilateral- y que suponen un total de 21.200 millones de dólares (aquí sí en esta moneda) superando, con mucho, lo concedido en el mismo tiempo por el BM y su subsidiario zonal, el Banco Interamericano de Desarrollo, y que ha sido de 11.600 millones en total.
Al mismo tiempo, China es el principal suministrador de créditos a 15 países africanos (de los 54 que componen el continente) y está cogiendo cada vez más fuerza incluso en la moribunda Unión Europea, donde ya es el principal socio comercial de Alemania (170 millones de euros de comercio anual), superando a los EEUU (165 millones de euros).
Por lo tanto, la tendencia es ya global e imparable. Este papel claramente hegemónico o, si parece muy fuerte la expresión, preponderante en las relaciones internacionales representa un contrapeso, quiérase o no, del sistema occidental basado en Bretton Woods y muestra que China tiene capacidad para dar un giro al sistema económico global. Si quisiera. Porque en estos momentos quien lleva la voz cantante en el Partido Comunista de China es el sector que quiere mantener a cualquier costa las conexiones con Occidente sin asustar demasiado.
Este sector no quiere convertir al BAII en la alternativa definitiva al FMI y al BM, de ahí la insistencia en que son instituciones «complementarias», y tampoco quiere reemplazar al dólar como moneda de referencia del mundo a pesar de constatar una y otra vez que EEUU rescribe sus propias normas, como ha hecho con el FMI, por ejemplo, para responder a la subida de los rivales económicos. EEUU tuvo que admitir que el yuan formase parte de la canasta de monedas de reserva (divisas) del FMI pero al mismo tiempo impuso un cambio normativo en el que los préstamos emitidos en dólares deben ser pagados en su totalidad pero no así los de otras monedas. Eso perjudica de forma clara a China.
Sin embargo, las tensiones internas y la propia dinámica económica global, con un descenso de la hegemonía occidental y el creciente auge del resto (la propia China, así como India e, incluso, Rusia) hacen que ese reemplazo esté mucho más cerca de lo que a este sector le gustaría y el camino es cada vez más rápido hacia la igualdad yuan-dólar en cuanto al comercio internacional y transacciones financieras se refiere. El ser ya moneda de reserva en la canasta del FMI lo hace inevitable, aunque se podrá acelerar más o menos. Esa es la baza que ahora, después de la Asamblea Nacional Popular van a jugar los dirigentes chinos.
El BAII tiene ya su propio ritmo y su simple entrada en funcionamiento, en enero del año pasado, ha supuesto una mayor coordinación de los esfuerzos financieros de China para la exportación de capital, el fortalecimiento de los vínculos financieros con otros países, especialmente los asiáticos, y se ha otorgado más formalidad a esos vínculos dotándoles de un alcance mucho mayor que el económico. Ha puesto ya la base para una mayor influencia estratégica de China en todo el mundo y así lo han reconocido países aliados tradicionales de EEUU, como Alemania o Gran Bretaña, que se han sumado al BAII desoyendo a los estadounidenses. Es la primera vez en la historia reciente que EEUU (y Japón) queda fuera de una institución financiera de este relieve y pone de manifiesto que están empezando a surgir importantes contradicciones entre EEUU y sus aliados. El hecho ya mencionado de que China se haya convertido en el primer socio comercial de Alemania es suficientemente significativo al respecto.
Esto supone un espaldarazo al sector del PCCh que quiere ir más deprisa y desbancar a EEUU como superpotencia. Estamos en un momento histórico, dicen, «donde los planes de reformar la globalización prescindiendo del neoliberalismo para mejorar la vida del planeta están a punto de erosionar el orden liberal internacional que EEUU ha impuesto al mundo desde 1945». Este sector está creciendo e imponiendo algunas cuestiones en el discurso, como quedó patente en la última cumbre del G-20, celebrada precisamente en China, cuando Xi Jinping hizo un llamamiento a una «nueva globalización» fuera de los parámetros neoliberales, de los valores occidentales y de sus instrumentos (2), haciendo hincapié en que cada país tiene que seguir su propio camino específico hacia el desarrollo «fuera del desastroso, largo y ruinoso camino de extender la democracia tal y como lo planteaba la antigua globalización».
Por si no hubiese quedado claro el mensaje, en esta crucial reunión de la Asamblea Nacional Popular se ha contrapuesto la situación en los países occidentales (con referencias a EEUU y a la UE) con «la estabilidad del sistema comunista». Y se ha utilizado una cita de Mao para afirmar que «la aparición de la crisis social del capitalismo es la evidencia más actualizada para mostrar la superioridad del socialismo y del marxismo». Es la primera vez en mucho tiempo que se utiliza un lenguaje semejante, sobre todo cuando se añade que «la democracia de estilo occidental solía ser un poder reconocido en la historia para impulsar el desarrollo social, pero ahora se ha llegado a su límite (…) puesto que está secuestrada por los capitales y se ha convertido en el arma para los capitalistas que persiguen beneficios».
Si China no está mostrando el camino, sí está diciendo «aquí estoy» y presentándose como una superpotencia estable, promocionando sus valores -tanto económicos como políticos- para encabezar esa nueva globalización que reclamó en el G-20. Incluso se llega a afirmar que se está casi en una situación inversa respecto a 1979, cuando China y EEUU restablecieron relaciones diplomáticas, y donde el impacto ideológico, institucional y económico de EEUU en China fue brutal y espectacular, pero ahora la situación es otra puesto que ya no es EEUU quien marca el paso en muchos aspectos, sino China. Incluso en un asunto de importancia capital: la cibernética.
China tiene el sistema más grande de telecomunicaciones del planeta, la red ferroviaria de alta velocidad más larga del mundo y ahora es quien utiliza la política industrial y comercial para dominar las tecnologías emergentes, quien hace inversiones masivas de capital como se ha apuntado antes y quien lleva nuevas ideas al mercado a escala mundial. Desde EEUU aún se dice que China no innova, que solo imita, pero pese a ello ya considera al país asiático como su gran rival pese a la retórica con la «amenaza rusa».
La amenaza Trump
En EEUU están hoy más preocupados con los grandes planes económicos y financieros de China que con Rusia, pese a las apariencias. Trump se dio cuenta de ello cuando pretendió buscar un acercamiento a Rusia para debilitar la alianza estratégica que este país mantiene con China, pero la «rusofobia» del «estado profundo» le está haciendo desistir a marchas forzadas de ese acercamiento y China está sacando partido de todo ello mientras tanto.
China sabe que es una tregua temporal, que cuando se asiente Trump, gane o pierda su enfrentamiento con el «estado profundo», no sólo van a volver las tensiones sino que se van a multiplicar. Y para ello tiene que estar preparada porque de ello depende el éxito de «Un cinturón, una carretera» dado que China ya ha dejado claro que pretende liderar el mundo a través de las infraestructuras.
China está construyendo todo un entramado financiero y económico que va a unir y enriquecer a las naciones y muchas de ellas ya han convertido a este país en su principal socio comercial. Para esto es el BAII, el corazón de toda la estrategia china y de la que la sangre es «Un cinturón, una carretera». La torpeza de EEUU de no unirse al BAII está provocando que EEUU sea espectador de las grandes transformaciones que se están dando en el mundo. EEUU se ha pasado décadas sermoneando, y amenazando, a los países sobre mundo libre, democracia y todas esas monsergas mientras China se limita a construir aeropuertos, puertos y carreteras.
Por eso en estos momentos a EEUU sólo le queda el único recurso del que dispone en estos momentos para impedir ser desbancado como gran superpotencia: agitar las tensiones bélicas, como está haciendo ahora mismo en el Mar Meridional de China. Hoy por hoy su poderío militar es superior al chino. Pero eso está también cambiando y vemos cómo China está construyendo de forma acelerada toda una cúpula con la que va a proteger su estrategia de «Un cinturón, una carretera».
Poder militar
Para que China sea de forma clara una superpotencia sólo le falta un elemento: poder militar. No hay más que mirar el desarrollo histórico de EEUU para darse cuenta de que su posición dominante como país se sustenta en la posición dominante del dólar, y ello ha sido posible por el apoyo, y la intimidación, que ha supuesto su poderío militar y su despliegue de bases por todo el mundo.
El dólar domina la economía mundial en tanto en cuanto continúe su superioridad militar y mantenga las bases militares estadounidenses que lo sustentan a lo largo de la Tierra. Mientras existió la URSS tuvo un cierto contrapoder que ahora no existe y por eso inició guerras (Yugoslavia, Afganistán), invasiones (Irak) y promovió derrocamiento de gobiernos (Libia) con un único fin: mantener el papel del dólar. Esto es difícilmente cuestionable en lo referente a Irak y Libia, dos países que habían mostrado su voluntad de deshacerse del dólar como moneda de cambio en las transacciones financieras y comerciales.
Para EEUU es vital que el dólar sea hegemónico, por lo que todo lo que socave este principio es una amenaza directa. En defensa de esta hegemonía monetaria EEUU utiliza muchos argumentos, desde las monsergas sobre la defensa del libre comercio hasta las sanciones y la guerra. Pero con China se está quedando sin ellos. Es imposible sancionar a la primera economía del mundo, como ya es reconocido de forma oficial incluso por la CIA (3), es difícil sostener el discurso sobre que China no es una economía de libre comercio -sobre todo después de que China forma parte de la OMC, pese a las reticencias sobre si cumple todos los parámetros- y es muy complicado ir a la guerra aunque no sea una opción que descarten los militaristas del Pentágono.
Por si acaso, el desarrollo chino en este aspecto es más que acelerado: su programa de misiles puede hundir portaaviones enemigos; las bases de EEUU en Japón y otros países cercanos están directamente amenazadas en caso de confrontación bélica; ha comprado los sofisticados sistemas de misiles defensivos rusos S-400 (por encima de ellos sólo están los S-500, de uso exclusivo ruso), así como un nuevo lote de aviones Sujoi-35 y Sujoi-37 que tan buenos resultados están demostrando en Siria; ha presentado su nuevo avión J-20, el más rápido en estos momentos y con el que EEUU pierde su superioridad aérea y ha anunciado que pronto contará con un motor de fabricación china y, lo más importante, está ampliando con una rapidez sorprendente su flota marítima anunciando que para finales de este año ya contará con un segundo portaaviones y que está iniciando la construcción de un tercero, así como submarinos, fragatas, corbetas y otras naves de combate. La meta es tener cinco en funcionamiento para 2020. Aún así aún estará lejos de EEUU en este aspecto, puesto que tiene 11 portaaviones, pero esa hipotética desventaja la suple con la cercanía de los puertos de abastecimiento y con los misiles anti-portaaviones como el «Viento del Este».
El objetivo en este aspecto es claro y así lo ha refrendado, negro sobre blanco, la Asamblea Nacional Popular en la reunión que acaba de finalizar: sólo con un poder militar «adecuado» se podrá tener la certeza de que la estrategia económica y financiera diseñada cumple sus objetivos. Especialmente, en lo referente al control del comercio marítimo, al cinturón de la «Nueva Ruta de la seda». Porque, como también se ha dicho, «como consecuencia de los cambios profundos que se están produciendo en el orden mundial, el país está dispuesto a hacer frente a cualquier tipo de situaciones complicadas tanto dentro como fuera de China». Es la primera vez en la historia milenaria de China en la que se hace mención expresa de actuar más allá de sus fronteras. Es el paso adelante que asegura el cinturón y la carretera y que precede al «gran salto».
Notas:
(1) Alberto Cruz, «La nueva estrategia de defensa de EEUU: el último intento por mantener el dominio mundial» http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1355
(2) Alberto Cruz, «A propósito del G-20 y de las críticas por su supuesta irrelevancia», http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2165
(3) CIA, «The wordl factbook» https://www.cia.gov/library/publications/the-world-factbook/rankorder/2001rank.html
Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor. Su nuevo libro es «Las brujas de la noche. El 46 Regimiento «Taman» de aviadoras soviéticas en la II Guerra Mundial», editado por La Caída con la colaboración del CEPRID. Los pedidos se pueden hacer a [email protected] o bien a [email protected] También se le puede encontrar en librerías.