En muchos libros de texto se suele mencionar a la Atlántida como el «continente desaparecido», pero si dejamos de lado las fábulas y leyendas, nos encontramos con una cruda realidad. Entre nosotros tenemos un continente que bien podría llevar ese sobrenombre: África. El escenario geopolítico sobre el que sobrevuelan buena parte de los medios de […]
En muchos libros de texto se suele mencionar a la Atlántida como el «continente desaparecido», pero si dejamos de lado las fábulas y leyendas, nos encontramos con una cruda realidad. Entre nosotros tenemos un continente que bien podría llevar ese sobrenombre: África.
El escenario geopolítico sobre el que sobrevuelan buena parte de los medios de comunicación tiende a presentar una realidad mundial de la que en contadas ocasiones es protagonista el continente africano. Normalmente su presencia en esos medios obedece a noticias catastrofistas, relacionadas con grandes matanzas, con el hambre, en ocasiones con el SIDA, y en la mayoría de los casos evitando realizar un análisis profundo sobre las raíces de esas situaciones.
Un ejemplo evidente es el silencio con el que se vivió el pasado día 25 de mayo, declarado como el «Día de África». Otro obstáculo que se encuentran los analistas en torno a la realidad africana, es la tendencia mayoritaria en aplicar puntos de vista eurocéntricos a la hora de abordar las realidades de aquellos estados, ajenos en su mayoría a las claves locales que contribuirían sin duda alguna a una mejor percepción de los acontecimientos africanos.
Durante siglos, la dominación del continente por parte de las potencias coloniales ha supuesto una dominación imperialista y la apropiación de las fuentes de riqueza en beneficio de los ocupantes. Esas potencias desarrollaron una política destinada a apropiarse de cuanto pudiesen en el menor tiempo posible. Fruto de todo ello es la cruda realidad a la que se ha condenado a vivir a la mayoría de la población africana. Las luchas de liberación del pasado siglo sirvieron para poner fin a esa era colonial, pero en su lugar no tardó en aparecer una nueva fase, definida como neo-colonial, que está permitiendo a las potencias extranjeras, en esta ocasión si una presencia como fuerza ocupante, de someter a esos pueblos a través de complejos mecanismos económicos y en ocasiones militares también.
Desde estos poderosos estados se pretende presentar los cambios en el continente como un importante avance hacia la democratización del mismo. Sin embargo tras estas lecturas optimistas se ocultan otros intereses. Para llevar a cabo esta apertura democrática, Occidente se ha aprovechado de unas nuevas élites locales, dispuestas a participar en el expolio de sus pueblos a cambio de las migajas del pastel.
Por lo general buena parte de esos dirigentes están ligados a los intereses de las compañías multinacionales, y en esa línea son un instrumento muy válido para manipular las contradicciones étnicas, nacionales o religiosas que abundan en África. Para dar el label de «democracia», ésta es entendida como «un sistema multipartidista, una economía de mercado y un proceso de liberalización organizado por el FMI y el Banco Mundial».
La postura cínica de muchos líderes occidentales abunda todavía más en las dificultades que atraviesan esos países. Palabras como las pronunciadas por Jacques Chirac, en 1990 durante una visita a Costa de Marfil, son un buen ejemplo. Afirmando que un sistema multipartidista podría ser un lujo para África, señaló que «yo creo que los países en vías de desarrollo deben concentrar sus esfuerzos en la expansión económica, lo que no siempre es sencillo en un sistema de multipartidos. Hay regímenes multipartidistas donde no se respeta la democracia, y régimen de partido único donde sí lo es, pro ejemplo, en Costa de Marfil…».
Esperanzas
Todavía hoy en día, algunas voces del continente africano señalan algunas claves para albergar dosis de esperanza de cara al futuro. A pesar de su corta vida, hace apenas un año de su formación, y no ajena a debates intensos sobre sus ventajas y carencias, la Unión Africana puede servir en esa dirección. Si finalmente se transforma en una plataforma encaminada a la paz, poner fin a las guerras y los golpes de estado, así como a incentivar el desarrollo y crecimiento económico del conjunto de la población del continente, las cosas pueden variar
significativamente.
Para ello se está dotando de utensilios como la New Economic Partnership for Africa´s Development- NEPAD ( Nueva Asociación Económica para el Desarrollo de África) y el Consejo Social y Económico (ECOSOC), que con sus limitaciones y deficiencias pueden servir para los retos anteriormente mencionados.
Si las políticas impulsadas por occidente se han mostrado perjudiciales para los pueblos de África, tan sólo dándose un giro profundo, transformando la explotación de sus recursos en un servicio para los intereses de la población africana, se logrará avanzar en la superación de buena parte de los problemas que en la actualidad asolan al continente.
Sólo así se caminará en la erradicación de la pobreza, se combatirá el SIDA o la malaria, y se asentarán las bases para un movimiento por la paz y la democracia para la población africana. Entonces, tal vez podremos celebrar el «redescubrimiento» del continente desaparecido.