En abril de 2008, Borack Obama ya había ganado la mayoría de los delegados a la Convención del Partido Demócrata que se efectuará en agosto de este año. Ese triunfo lo obtuvo con los votos que depositaron los miembros del Partido en la mayoría de las primarias y «caucus» presidenciales. Se necesita una mayoría de […]
En abril de 2008, Borack Obama ya había ganado la mayoría de los delegados a la Convención del Partido Demócrata que se efectuará en agosto de este año. Ese triunfo lo obtuvo con los votos que depositaron los miembros del Partido en la mayoría de las primarias y «caucus» presidenciales. Se necesita una mayoría de los delegados estatales en la convención del Partido para designar el candidato en las elecciones nacionales de noviembre de 2008. A pesar de los triunfos de Obama, el establishment que toma las decisiones en última instancia no se atrevía a legitimar la candidatura del joven político, brillante, pero poco conocido y, para colmo, hijo de un africano.
Obama sólo podía triunfar sobre su contrincante, Hilary Clinton, si lograba ganar a un sector del establishment que todavía se mostraba reticente a entregarle su confianza para ser el presidente de EEUU con poderes prácticamente imperiales.
En su libro La elite del poder, C. Wright Mills explica como se mueve el establishment norteamericano en un proceso electoral. Llega a la conclusión que en EEUU hay un «directorio nacional» (que maneja ambos partidos) que, mediante un complicado sistema de comités electorales locales, controla las decisiones políticas del país. Según W. Mills, en EEUU «no existen partidos donde los políticos profesionales enfocan los problemas de índole nacional de un modo claro, responsable y continuo».
Agrega que «los dos partidos políticos de EEUU no son organizaciones centralizadas nacionalmente. Han funcionado como estructuras semifeudales, trocando su patronazgo y otros favores por votos y protección. Los políticos de menor monta manipulan los paquetes de votos de que disponen por una porción mayor de patronazgo y favoritismo. Pero no hay un jefe nacional y menos aún un líder responsable ante la nación en cada uno de los dos partidos».
La pregunta que surge de inmediato es ¿cómo candidatos como Obama y McCain movilizan el sistema político norteamericano si no existen partidos políticos? Wright Mills señala que en el lugar de los partidos políticos, se articula, a nivel nacional y en forma jerárquica, el «directorio político». Según Mills, «en los centros ejecutivos donde se toman las grandes decisiones no hay ahora políticos de partido profesionales, ni burócratas de profesión. Dichos centros se hallan en manos del directorio político de la elite del poder».
Es claro que el directorio político decidió que el candidato del Partido Republicano sería John McCain, poniendo fin a las pretensiones de los conservadores religiosos. En el caso del Partido Demócrata, a Obama le tomó más tiempo para amarrar el aval de un sector importante del «directorio político».
El establishment, a su vez, determina quienes serán los miembros de los consejos de gabinete, los altos funcionarios de la burocracia, los embajadores y los cargos más delicados de la administración y seguridad de EEUU. Según Wright Mills, ante la ausencia de verdaderos partidos políticos, quienes ocupan estos puestos son «advenedizos» cuyos lazos con las organizaciones partidistas son muy débiles, si es que existen. No hay forma de adiestrar, especializar o seleccionar cuadros políticos con capacidad de dirigir la política del país. «Se ha recurrido a los advenedizos, es decir, a hombres extraños a la burocracia». Estos son, en gran parte, ejecutivos (CEO) de las grandes trasnacionales que saben muy bien cuales son los intereses del «directorio político» pero desconocen el funcionamiento de la burocracia y tienen ideas vagas sobre las necesidades del país.
Los partidos políticos en EEUU tienen funciones limitadas a un nivel local, debatiendo necesidades de los hombres de negocio en las comunidades y las demandas reivindicativas de obreros así como de aspectos puntuales (género, ambiente, etc.) Los partidos, según Mills, constituyen «una constelación de organizaciones locales, curiosa e intricadamente unida con bloques representativos de distintos intereses. El miembro del Congreso es, por lo general, independiente de los jefes parlamentarios de su partido… Los comités nacionales de cada partido importante se componen sobre todo de nulidades políticas…»
Mientras que los partidos pueden funcionar a nivel local, son totalmente inoperantes para enfrentar los problemas nacionales. Incluso, los enfoques de los dos partidos – cuando responden a las demandas populares como la política económica, la guerra y la paz y las cuestiones sociales – tienden a enredarse. «Las diferencias entre ambos partidos, en lo que se refiere a los problemas nacionales, son muy pequeñas y confusas… El político profesional no se ocupa de la línea nacional del partido, si es que existe. No se halla sujeto a una disciplina nacional de partido…»
La situación se complica aún más cuando las demandas populares se encuentran en conflicto con los intereses del «directorio político». El manejo de la opinión pública requiere un trabajo muy especial a nivel de los medios de comunicación y en los pasillos del poder. La movilización de recursos y la creación de un perfil adecuado de los candidatos requiere fuertes inversiones. En la campaña por la conquista de delegados en las primarias del Partido Demócrata en 2008 se invirtió una suma inédita cercana a los US$500 millones.
No es sólo la opinión pública la que desconoce los problemas, los mismos políticos que llegan a los puestos de elección popular ignoran la realidad nacional e internacional. «Cuando los problemas fundamentales llegan al Congreso para su discusión suelen estar estructurados de tal modo que reducen el debate e incluso quedan pendientes de solución. Ante la ausencia de partidos sólidos y centralizados, es difícil constituir una mayoría en el Congreso». Según Mills, no es extraño que el Congreso necesite con frecuencia una enérgica intervención presidencial para impulsar iniciativas legislativas que se refieren a problemas nacionales.
Durante la campaña primaria se criticaba a Hillary Clinton por no renunciar a sus aspiraciones. Se decía que el Partido Demócrata estaba perdiendo tiempo. El drama de la campaña, sin embargo, era otro. El «directorio político», como lo llama Wright Mills, que concentra el poder y toma las decisiones, estaba indecisa y no se ponía de acuerdo.
Elecciones y partidos en EEUU – 2008
El mundo observó como los candidatos Hillary Clinton y Barack Obama, así como John McCain y Mike Huckabee, buscaron recursos y se presentaron ante el público en la campaña presidencial norteamericana que culminará en noviembre de 2008. Todos fueron sorprendidos después del martes de Carnaval electoral (Super Tuesday) cuando la senadora demócrata Clinton no pudo imponerse a Obama y donde McCain se proclamó candidato del Partido Republicano.
En 2008, con la misma pasión de siempre, la campaña política se organiza en torno a la elección del nuevo presidente que asumirá el poder en enero de 2009. Se calcula que las diferentes campañas tendrán un costo que, por primera vez, suma más de mil millones de dólares. Quienes le dieron seguimiento a las primarias se percataron que el éxito de un candidato depende de la capacidad que tiene para recaudar fondos.
El que más recauda es el que tiene más probabilidades de ganar. La mayor parte de los recursos salen de los cofres de las grandes empresas financieras e industriales que dictan los contenidos de los debates. Los candidatos, quienes le piden a sus seguidores que hagan contribuciones individuales, responden a los intereses de los grandes comités de acción política (PAC).
Los partidos políticos en EEUU – Demócrata y Republicano – se organizan en torno a una amplia red formada por numerosos «comités» que se dedican a recoger fondos. Según el sociólogo Maurice Duverger, el sistema de comités políticos apareció en EEUU a principios del siglo XIX y todavía tiene plena vigencia. Duverger señala que los «comités electorales» en EEUU son los partidos políticos.
Los fondos invertidos en la campaña se recuperan gracias al «sistema de despojos» que le garantiza al partido vencedor todos los puestos públicos. Duverger compara la experiencia inglesa donde la corrupción reforzó la estructura de los grupos parlamentarios con lo ocurrido en EEUU donde consolidó los comités electorales.
Los partidos descansan sobre comités poco extensos, bastante independientes unos de otros, generalmente descentralizados. No tratan de multiplicar sus miembros ni de organizar grandes masas populares, más bien pretenden agrupar personalidades. Su actividad está orientada totalmente hacia las elecciones. El armazón administrativo del partido es embrionario, el poder real usualmente está en manos de grupos formados alrededor de un líder en el Congreso y la vida del partido reside en la rivalidad de estos pequeños grupos.
Los partidos norteamericanos, para Duverger, son antes que nada maquinarias electorales, que aseguran la designación de candidatos. Cada partido reúne gentes de opiniones muy diferentes y de posiciones sociales muy diversas.
El partido y su maquinaria es una empresa con sus gerentes y especialistas técnicos. Se trata, en el fondo, de equipos de técnicos que se especializan en la conquista de sufragios y de puestos administrativos que provee el spoil system. Los técnicos a menudo se pasan de un partido a otro. «Los capitanes ponen a menudo su competencia al servicio del partido rival, como un ingeniero que cambia de patrono».
El candidato que tiene más recursos estará en mejores condiciones para conquistar los comandos, los wards de las ciudades y los comités oficiosos formados por los bosses y las machines a lo largo del país. Se trata siempre de pequeños grupos de notables, cuya influencia personal importa más que su número.
– Marco A. Gandásegui, hijo, es docente de la Universidad de Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) Justo Arosemena.