La interpretación conservadora y literal de la Asociación Nacional del Rifle y de los evangelizados defensores de las armas consiste en ignorar lo de “milicia regulada” e interpretar “people” no como pueblo sino como “individuos”.
Caminando por el Cañón del Colorado no es raro encontrarse con un trozo de árbol que se petrificó millones de años atrás. Petrificar significa inmovilizarse, pero, para inmovilizarse, ese trozo de madera debió dejar de ser madera para convertirse en piedra. Lo mismo cuando vemos una hoja estampada en una roca que ha sido abierta, un caracol, un pez o una abeja fosilizada 70 millones de años atrás. Esos fósiles ya no son madera, no son huesos, no son carne sino, básicamente, roca. Lo que vemos es la forma, el reflejo de un pasado lejano, no su naturaleza original.
El mismo proceso ocurre con las ideas fundadoras, desde las religiosas hasta las ideológicas. Pero el dogmático no es el radical (aquel que va a la raíz), ni el original (aquel que va al origen), sino aquel que transforma una forma original, una idea viva, en un fetiche fosilizado. En tiempos de Jesús, por ejemplo, el conflicto con los maestros de la ley y los fariseos que administraban la religión desde el poder, como hoy lo hacen los legisladores de una república bananera, eran quienes habían conservado la forma pero no el contenido.
Lo mismo ocurre con la constitución de Estados Unidos y de muchos otros países, sobre todo aquellos orgullosos que lograron someter a otros pueblos por la gracia de Dios. La obsesión radica en deducir e interpretar correctamente la intención original de quienes vivieron hace 250 años, hablaron un inglés bastante diferente al actual y, sobre todo, vivieron en un mundo que ha desaparecido. Una obsesión bíblica por alcanzar a través del texto la intención divina de gente que no tenía idea de la realidad y de los problemas de diez generaciones posteriores.
Un ejemplo clásico es la discusión que rodea la Segunda Enmienda: esa simple línea ¿se refiere al derecho de portar armas de una “milicia regulada” o de individuos desconectados, ejerciendo el dogma del derecho individual, como el derecho a la propiedad, por encima de cualquier otro derecho? El versículo sagrado dice: “Siendo necesaria una milicia bien organizada para la seguridad de un Estado libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas” (A well regulated Militia being necessary to the security of a free State, the right of the people to keep and bear Arms, shall not be infringed”). Está de más recordar que tanto en la constitución como en las leyes la palabra “gente” o “pueblo” (people) se refiere a hombres blancos. Por entonces ni siquiera era necesario aclararlo. También se ha echado al olvido que por décadas, la “milicia bien organizada” fue la policía original, y su derecho a portar armas era consistente con su casi única función: mantener a los esclavos felices y produciendo en paz, según del principio de “la ley y el orden”.
La interpretación conservadora y literal de la Asociación Nacional del Rifle y de los evangelizados defensores de las armas consiste en ignorar lo de “milicia regulada” e interpretar “people” no como pueblo sino como “individuos”. Si aplicamos el análisis de la estructura profunda del lenguaje (la UG de Chomsky) las interpretaciones conservadoras se desarman como un castillo de naipes. Sin embargo, aun dejando de lado estos detalles lingüísticos, lo más objetivo que podemos decir es que, más allá de la interpretación del texto sagrado, es que ha sido la interpretación neoconservadora de la derecha republicana la que ha dominado en los congresos y en la altamente politizada y conservadora Suprema Corte, logrando que Estados Unidos sea un arsenal de armas en nombre de una seguridad que nunca ha llegado debido a las masacres diarias.
¿Es necesario leer esa línea de una constitución o de una ley como un fanático religioso lee un texto sagrado que asume fue escrito por la mano de Dios? ¿O podemos entender que los llamados padres fundadores no sólo eran hombres mortales sino, además, poderosos dueños de esclavos que organizaron una constitución, sus enmiendas y casi todas las leyes a su imagen y conveniencia―en nombre de principios universales?
Lo mismo podemos ver en las interpretaciones ideológicas que se convierten en dogmas. Todas las grandes ideas, aquellas que se han expandido a distintos pueblos y distintas generaciones, sufren un observable proceso de fosilización―que, como un fósil, también es un proceso de simplificación y transmutación en otra cosa. Con esto no me refiero sólo a una fijación e incapacidad para el cambio, sino lo contrario. Es un lugar común acusar a los marxistas de ser dogmáticos, a pesar de que es una de las corrientes de pensamiento más abiertas a correcciones y nuevas interpretaciones de su propia ideología o interpretación del mundo. No por casualidad, la izquierda ha estado históricamente más fragmentada políticamente que la derecha. La razón, entiendo, radica en que, pese a la multiplicidad de recursos tradicionales (religión, patria, orden, capital, propiedad) a la derecha la unen los intereses económicos, que son los que dominan el mundo, mientras que la izquierda ha pasado la mayor parte de su historia deliberando diferentes estrategias de resistencia a ese poder.
Por lo general, las acusaciones sobre el dogmatismo de la crítica marxista proceden del otro extremo del espectro político, los liberales de cartón de la extrema derecha. Sus fósiles suelen ser profetas como Adam Smith o Milton Friedman―un radical, pero versión moderada de Friedrich von Hayek. Sus lecturas están fosilizadas y sólo mantienen la forma, como las ideas de la “libertad de mercado”, la “libre competencia”, “las empresas privadas lo hacen mejor”, “la mano invisible del mercado” o el principio del “egoísmo como motor del progreso”, cuando el mismo Smith nunca alcanzó este grado de simplificación fósil. Por no seguir con Joseph Schumpeter, que dos siglos después también advirtió sobre la contradicción liberal que lleva a la concentración de las grandes corporaciones privadas.
Por no seguir con la palabra y la idea de “libertad”, secuestrada, violada, fosilizada, triturada, vaciada de sentido y arrojada a las cloacas discursivas de políticos que si por algo se identifican es con sus socios de la extrema derecha, de las viejas y nuevas dictaduras, de los viejos y nuevos empresarios dedicados a exterminar cualquier competencia y la libertad humana de cualquiera que no pertenezca a sus reducidos círculos de intereses feudales.
Este fanatismo capitalista que maduró en el siglo XVII y que ya se encuentra en el CTI, no sólo fosilizó sus propias ideas sino la misma existencia humana, simplificándola al extremo de la esclavitud voluntaria del individuo-masa, del individuo-cosa que se cree libre por el solo hecho de gritarlo con fuerza y con toda la ira que procede de su propia frustración.
En una entrevista de setiembre de 2022, analizando los graves problemas presentes y el problema del futuro de Estados Unidos, el economista Nicholas Eberstadt, fue categórico: “lo que realmente necesitamos en lugar de un Premio Nobel de economía es un Premio Nobel de literatura, porque el problema es el Zeitgeist, el corazón humano, de todas las cosas que dan sentido a la humanidad”.
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