Con la reciente caída del «califato» del Estado Islámico (EI) en Siria e Irak las miradas se dirigen ahora a Afganistán, donde el grupo yihadista amenaza con poner en jaque la paz en el país de producirse un acuerdo entre los talibanes y el Gobierno de Kabul. Las varias rondas de diálogo de los últimos […]
Con la reciente caída del «califato» del Estado Islámico (EI) en Siria e Irak las miradas se dirigen ahora a Afganistán, donde el grupo yihadista amenaza con poner en jaque la paz en el país de producirse un acuerdo entre los talibanes y el Gobierno de Kabul.
Las varias rondas de diálogo de los últimos meses entre los talibanes y Washington -que continúa en Afganistán como parte de la misión de la OTAN de entrenamiento a las tropas locales y en tareas antiterroristas- han esperanzado a la población sobre un posible proceso de paz entre los insurgentes y el Ejecutivo afgano.
Sin embargo, el EI es una importante ficha en el tablero del conflicto afgano con la que nadie está negociando y que, desde su modesta aparición en el país en 2015 con unos pocos cientos de combatientes, se ha resistido a ser exterminado a pesar de los esfuerzos militares de las tropas afganas y estadounidenses.
«El grupo ha probado ser extremadamente resistente», advirtió en declaraciones a Efe la portavoz de las fuerzas de EE.UU. y la OTAN en la nación asiática Debra Richardson.
En los últimos cuatro años, la formación yihadista ha sufrido centenares de bajas y perdido a varios de sus emires en Afganistán, pero todavía mantiene su bastión en la oriental provincia de Nangarhar y en los últimos 24 meses incluso se ha expandido a varios territorios «clave» de la vecina Kunar.
Sólo en los últimos tres meses, el EI ha provocado el desplazamiento interno de casi 50.000 civiles y ha capturado varias aldeas previamente controladas por los talibanes en los distritos de Khogyani en Nangarhar y Chapa-Dara en Kunar.
«Buscan la expansión territorial en detrimento de los talibanes y el Gobierno de Afganistán y son más o menos exitosos año tras año», alertó Richardson, al destacar cómo desde 2017 han tratado de reforzar su influencia en urbes como Kabul y Jalalabad, capital de Nangarhar.
Ambas ciudades han sido objeto de decenas de mortíferos ataques, en su mayoría contra la población civil.
Según datos de la misión de la ONU en el país (Unama), los atentados del Estado Islámico subieron de 100 en 2017 a 138 en 2018, al igual que ocurrió con las bajas causadas, que se dispararon un 118% el pasado año hasta los 681 muertos y 1.500 heridos.
Para Zabihullah Zmarai, miembro del Consejo Provincial de Nangarhar y quien evaluó de cerca varias de las operaciones contra el EI en la región, la presencia de antiguos combatientes yihadistas que lucharon contra los soviéticos (1979-89) facilita el reclutamiento de militantes experimentados.
También están los yihadistas árabes de aquella época, que ahora podrían ayudar al EI-Khorasan (EI-K, rama del grupo en Afganistán) a establecer fuertes lazos con el Estado Islámico en Oriente Medio, alertó Zmarai en declaraciones a Efe.
Richardson coincide al considerar que la formación «es capaz de reclutar gente de un conjunto de yihadistas veteranos que entienden cómo moverse por encima y por debajo de los umbrales de la violencia». Lo hace, además, «en toda la región».
La situación podría empeorar con la caída del «califato» en Siria e Irak y el posible éxodo de yihadistas extranjeros.
La portavoz reconoció que en los últimos años han llegado algunos combatientes paquistaníes y otros extranjeros, pero por el momento el territorio afgano «ha sido inhóspito para ellos y no duran mucho tiempo».
Richardson afirmó que EE.UU. está siguiendo «de cerca» y perseguirá «sin descanso» a cualquier terrorista que trate de buscar refugio en Afganistán.
Así las cosas, los yihadistas supondrían una importante traba de producirse un pacto de paz entre los insurgentes del mulá Haibatullah y el Gobierno de Ashraf Ghani, si bien por el momento el diálogo se limita a la arena EE.UU.-talibanes.
«El EI-K buscará sin duda suponer un riesgo para el proceso de paz en marcha y puede que quieran seducir a los talibanes más susceptibles con sus mentiras» para sumarlos a las filas yihadistas si se logra un acuerdo, sentenció Richardson.
Por eso, resulta clave la reintegración en la sociedad de los insurgentes talibanes de producirse un pacto, consideró el presidente del Centro para Estudios Estratégicos y Regionales (CSRS), Abdul Baqi Ameen.
«Tras un pacto de paz exitoso, debe haber un plan del Gobierno con apoyo de la comunidad internacional para reintegrar a los talibanes y reducir la pobreza en las comunidades rurales, con el objetivo de evitar que el EI les reclute ofreciéndoles dinero», opinó en declaraciones a Efe.
El analista Safiullah Mullakhil también lo tiene claro: «Todos sabemos que el EI-K no es parte del actual diálogo de paz, de modo que en caso de que haya un acuerdo, el grupo tratará de utilizar la oportunidad para expandir su influencia no sólo en Afganistán, sino en toda la región».