El pasado 9 de julio Sudán del Sur se ha convertido en el estado más joven de la llamada comunidad internacional. Tras el respaldo de la población a la autodeterminación a través de referéndum de enero de este año, este nuevo estado nación ocupa su lugar en el escenario internacional, materializando la larga lucha que […]
El pasado 9 de julio Sudán del Sur se ha convertido en el estado más joven de la llamada comunidad internacional. Tras el respaldo de la población a la autodeterminación a través de referéndum de enero de este año, este nuevo estado nación ocupa su lugar en el escenario internacional, materializando la larga lucha que por la independencia ha venido mantenido durante muchas décadas.
A día de hoy todavía se oyen voces contrarias al ejercicio del derecho de autodeterminación por parte del pueblo del sur de Sudán, tal vez ocurre como en el pasado, ya que si miramos un poco hacia la historia, veremos cómo ya en el siglo diecinueve, los entonces dirigentes de Egipto se oponían a la formación de un estado llamado «Sudán». Posteriormente vendría el desarrollo de un mito en torno a la indisoluble unidad de «Sudán» y toda una serie de factores que acentuarían aún más las diferencias entre el norte y el sur en Sudán.
Las incursiones esclavistas del siglo diecinueve; el periodo colonial; la decisión de mantener Sudán unificado en 1947; el estatus de Sudán en 1953, sin consultar a la población sureña; la rebelión de 1955; el incumplimiento de un estado federal por parte del primer gobierno post-colonial; la guerra de 1958, donde el régimen militar de Jartum pone en marcha una política de sudanización (islamización y arabización) del país; más promesas incumplidas tras la conferencia de 1965;la violación y el colapso del acuerdo de Addis Abeba (1972), en 1983; el auge del islamismo; el golpe militar de 1989, cuyo objetivo era bloquear las iniciativas de paz; la declaración de la jihad contra el sur; las guerras de baja intensidad; el desplazamiento y la muerte de millares de personas; el Acuerdo de Paz Comprensiva (CPA) de 2005 que abrió el camino definitivamente para el referéndum y el nuevo estado de Sudán del Sur, son «ingredientes que muestran cómo el pueblo de Sudán del Sur no tuvo otro camino que la separación del norte».
Los retos que se avecinan son muy importantes. Tras la materialización de la independencia, el nuevo estado tiene ante sí un complicado camino, no exento de importantes obstáculos. A día de hoy, y a pesar de los esfuerzos de los dirigentes locales, y el apoyo de algunos estados extranjeros (especial mención merece sin duda alguna la labor que han venido desempeñando los maestro cubanos para paliar las graves carencias educativas de la población), Sudán del Sur es uno de los países menos desarrollados del mundo, con unas tasas de mortalidad infantil muy altas y con carencias en infraestructuras.
Además, el gobierno de Juba tendrá que afrontar una compleja relación con el norte, y temas como el petróleo, la deuda, las fronteras o la ciudadanía pueden convertirse en focos de tensión en un futuro cercano. También la estabilidad interna, con importantes grupos rebeldes (tanto antiguos miembros y disidentes del Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (SPLA) como algunos grupos ligados a determinadas étnias) que en ocasiones serán utilizados por los dirigentes de Jartum para desestabilizar el nuevo estado. Así, como el necesario encaje social y político para articular una estabilidad entre los diferentes grupos étnicos, o para afrontar la cruda realidad de los desplazados o el elevado número de armas que todavía hay en el país.
Sudán del Sur es un país netamente agrícola, y el desarrollo de la misma puede facilitar su despegue. Así mismo, cuenta con importantes reservas de petróleo, oro y otros minerales, al tiempo que acoge en su seno a una población relativamente pequeña, que cuenta a demás con el retorno de exiliados con una alta preparación académica. Si se logra estabilizar la situación y el peligro de guerra desaparece definitivamente del panorama sudanés, es evidente que los recursos económicos que se destinarán a al reconstrucción y desarrollo del nuevo estado serán muy importantes también.
La conflictividad en torno a algunas regiones fronterizas está siendo un importante foco de tensión. Así, en Darfur la fuerzas de Jartum y sus aliados siguen atacando a la población civil, al tiempo que impiden la presencia de Naciones Unidas o de otras agencias humanitarias, con el resultado de miles de muertos y desplazados, a lo que hay que unir una grave crisis alimenticia y la expansión de enfermedades. En Abyei, el gobierno de Sudán ha ocupado recientemente parte de esta zona fronteriza entre ambos estados, buscando controlar la riqueza petrolera de la región y tantear las posibles reacciones de la llamada comunidad internacional. En Kordofán del Sur, tras las recientes elecciones se han sucedido los episodios de violencia y al tensión ha ido en aumento, con el espectro de la guerra planeando también aquí.
Es evidente que los actuales dirigentes de Jartum están utilizando la situación para condicionar el desarrollo del nuevo estado, y aprovechan cualquier pasividad de la comunidad internacional para ganar terreno. No obstante, como señalaban recientemente analistas locales, las cosas han cambiado de forma considerable. «A partir de ahora, un enfrentamiento entre el norte y el sur no será visto como un «asunto interno» de un estado, sino como un problema internacional entre dos estados miembros de esa misma comunidad internacional».
La «refundación» o acomodo del norte en esta nueva situación tampoco será sencilla. A los numerosos frentes abiertos en las conflictivas regiones mencionadas, se une una grave crisis económica y un aumento de la inflación, con importantes subidas de los precios del carburante, de los alimentos básicos y otras necesidades, que hacen que el descontento de la población crezca también. También se han sucedido las diferencias entre dirigentes regionales y la capital, o entre la propia élite gobernante, sin olvidar las fisuras que se perciben dentro del gobernante Partido del Congreso Nacional (NCP).
Uno de los escollos clave en los próximos meses es el petróleo. En el pasado, desde el comienzo de la explotación del crudo, la economía sudanesa ha estado en buena manera condicionado por el preciado recurso, representando el 95% de sus exportaciones y tejiendo una alianza entre las corporaciones gubernamentales y algunos inversores extranjeros, todo ello acompañado de una estrategia oscurantista y con evidentes muestras de corrupción.
Además, se da la paradoja, de que la mayor parte de las reservas petrolíferas se encuentran en el sur, y los beneficios han ido a parar en su mayor parte a los dirigentes del norte, dejando de lado a la población sureña. Tras la independencia de Sudán del Sur, sus dirigentes apuestan por mantener los contratos firmados antes del CPA, pero también quieren renegociar aquellos posteriores e incluso los que supongan problemas medioambientales y sociales. Por su parte, el gobierno de Jartum apuesta por mantener todo lo firmado, y defiende su propiedad sobre el petróleo (manteniendo al mismo tiempo la exclusión del sur y de otras regiones).
El negocio del petróleo ha atraído en el pasado a importantes agentes extranjeros, y compañías de China, Malasia, India, Suecia, Canadá, Qatar, Austria, Noruega o el estado español operan por separado o formando grupos más poderosos. El peso de las compañías gubernamentales del norte y del sur también ha tenido presencia en ese negocio, aunque por lo general el peso extranjero, unido al control de la tecnología, ha decantado hacia esos actores el protagonismo del negocio.
Finalmente, también se abre paso el espectro secesionista o el temor a un efecto dominó. El colonialismo buscó explotar y apropiarse de las riquezas del continente, y para ello no dudó en tejer unas fronteras en base a sus propios intereses, el resultado de esa política lo conocemos a día de hoy. Con el post-colonialismo, los nuevos estados africanos han venido manteniendo durante mucho tiempo una política común en algunos temas, como por ejemplo, su oposición a alterar las fronteras heredadas del colonialismo y por ello su rechazo a los movimientos secesionistas dentro de las mismas, independientemente de las demandas de éstos. Sin embargo, el nuevo estado de Sudán del Sur ha echado por tierra esas pretensiones inmovilistas. A partir de ahora comienza una nueva era en África, y desde el Sáhara, Somalilandia, Darfur, Cabinda, Casamance o Katanga, se mira con expectación este nuevo proceso.
Es cierto que todavía es demasiado pronto para anticipar un efecto dominó y sus consecuencias, pero los gobiernos africanos deberán reexaminar sus irracionales fronteras heredadas del colonialismo y afrontar las demandas de los pueblos del continente.
Como apuntaba un periodista de Sudán del Sur, «tenemos que hacerlo mejor, y lo haremos. Hay cientos de millones de personas en todo el mundo que se han inspirado en nuestra independencia. No podemos defraudarlos. No podemos dejar que nuestros hijos fracasen, dejando detrás de ellos un estado fallido».
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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