El fantasma de Vietnam comienza a acorralar a la Administración estadounidense presidida por George W. Bush y la guardia pretoriana de su padre. Los últimos datos, aportados por el Congressional Research Service, instrumento no partidista del Legislativo, indican que el costo de las guerras en Irak y en Afganistán se acerca al de la guerra […]
El fantasma de Vietnam comienza a acorralar a la Administración estadounidense presidida por George W. Bush y la guardia pretoriana de su padre. Los últimos datos, aportados por el Congressional Research Service, instrumento no partidista del Legislativo, indican que el costo de las guerras en Irak y en Afganistán se acerca al de la guerra de Vietnam: 610.000 millones de dólares para Irak y Afganistán por 650.000 millones de dólares (considerada la inflación) para Vietnam. Y estos datos se refieren sólo a lo asignado por el Congreso de Estados Unidos. Hay otras partidas y otros gastos que irán a otras cuentas. Y, además, está la parte asignada a los aliados de Washington en estas contiendas. Se trata de un dato más que refleja la magnitud de la invasión y posterior ocupación de ambos países. A lo largo de estos años posteriores a los atentados del 11 de setiembre de 2001 han surgido otros datos, otras cifras, de muertos y de heridos, de refugiados y de desplazados, de pérdidas de derechos aquí y allá, de cómo se ha asolado un modelo social y económico, de cómo se ha esgrimido la mentira para justificar lo injustificable.
En ese camino, el 4 de julio Bush llegaba a comparar la guerra de Irak con la de la independencia de EEUU, tratando de que su mensaje de siempre -«apoyar la guerra es un acto patriótico»- cale sobre la creciente resistencia a sus políticas. El problema para el presidente, uno de ellos al menos, es que la realidad comienza a desmentir de forma tozuda a la retórica oficial. Como nos recordaban «La Jornada» y «The New York Times», el sistema de justicia está contaminado por la influencia partidista, se ha legalizado la tortura, el espionaje sin autorización judicial y se ha suspendido el habeas corpus, existe aún un campo de concentración en Guantánamo, la corrupción oficial alcanza niveles sin precedentes y la desigualdad económica ha llegado a índices que datan de 1928. Sin embargo, la guerra «contra el terrorismo» se sigue empleando aún para justificar todo esto. A estas alturas, la única pregunta sin respuesta que queda es qué harán los republicanos y/o los demócratas para salir de Irak.