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El fin del sueño imperial de Bush

Fuentes: El Mundo

La apabullante derrota sufrida por el Partido Republicano, en las elecciones del martes, va mucho más allá de un cambio en el control del Senado y la Cámara de Representantes, así como del Gobierno en una mayoría de los estados. Supone el entierro político de la Administración Bush, cuyos desaciertos en Irak, Afganistán y Corea […]

La apabullante derrota sufrida por el Partido Republicano, en las elecciones del martes, va mucho más allá de un cambio en el control del Senado y la Cámara de Representantes, así como del Gobierno en una mayoría de los estados. Supone el entierro político de la Administración Bush, cuyos desaciertos en Irak, Afganistán y Corea del Norte han propiciado uno de los más severos reveses electorales de su partido en décadas. Las elecciones, asimismo, han dejado al Partido Demócrata en una óptima posición para ganar en las presidenciales de 2008.

El resultado electoral deja otra lectura. Una amplia mayoría de estadounidenses no está dispuesta a pagar el costo humano que supone ejercer de superpolicía mundial, sueño acariciado tras el suicidio de la Unión Soviética. El fin de la URSS produjo en EEUU una mezcla de mesianismo y geopolítica, que proclamaba al país única y triunfante superpotencia mundial. Entre 1991 y 2003, Washington intentó aplicar al mundo una mixtura del Big Stick de Roosevelt y la Dollar diplomacy de Taft. Clinton ordenó invadir Haití en 1994, atacar Yugoslavia en 1999 y bombardear Sudán y Afganistán. Autorizó, también, los mayores ataques sobre el Irak de Sadam. Suya fue, en fin, la decisión de convertir en ocupación militar la misión humanitaria en Somalia, en 1993, que derivó en el mayor fracaso de una misión de paz de la ONU.

Bush siguió la estela, so pretexto la guerra contra el terrorismo. Ordenó invadir Afganistán, en 2001, e Irak, en 2003. En el clímax de aquel sueño imperial, afirmaron que reordenarían Oriente Próximo. El tiro les salió por la culata. La incapacidad para derrotar a la resistencia iraquí y la continuación de la guerra en Afganistán han puesto de manifiesto las limitaciones del poder militar de EEUU. Peor aún. La incapacidad del Gobierno Bush para entender el funcionamiento del mundo musulmán ha convertido Oriente Próximo en un semillero de terrorismo. Por último, su extremismo belicista aceleró la búsqueda por Corea del Norte del arma atómica. Irán, por los mismos motivos, lleva años preparándose para la guerra.

EEUU es el tercer país más poblado del mundo (300 millones de habitantes), por lo que más de 2.000 soldados muertos en tres años de guerra en Irak es un porcentaje exiguo. A pesar de ese dato, los votantes han rechazado pagar ese mínimo costo imperial. Pese al optimismo que ha despertado el renacimiento del Partido Demócrata, los antecedentes no avalan su pacifismo. En 1913, ganó la Presidencia el demócrata Wodrow Wilson, quien, durante la campaña, había criticado la política de fuerza de Roosevelt y de Taft. Pero una vez electo, Wilson fue el presidente más intervencionista de EEUU.

El demócrata Harry Truman posee el dudoso honor de ser el único presidente en ordenar el uso del arma atómica contra Japón (1945). También intervino en la guerra griega (1947) y llevó a EEUU a la guerra en Corea (1950).

John Kennedy inició la intervención en Vietnam, en 1961. En 1966, otro demócrata, Lyndon Johnson, envió un millón y medio de soldados a las selvas vietnamitas.

El problema de EEUU, cuando emplea masivamente tropas en una guerra imperialista contra un país del Tercer Mundo, es que hace depender el fin de la guerra a que sus «muchachos» obtengan «la victoria». El llamado síndrome de Vietnam nació del hecho de tener que salir del país asiático. En 1969, el entonces secretario de Estado de Nixon, Henry Kissinger, afirmó que Vietnam no era realmente importante, pero que «el compromiso de 500.000 estadounidenses estableció para siempre la importancia de Vietnam». Es decir, que el hecho de haber implicado EEUU tantos soldados obligaba a continuar la guerra hasta la victoria. Si los demócratas aplican en Irak el mismo criterio, la guerra y el desastre seguirán. Si son capaces de entender que no habrá paz sin retirada de tropas, la paz podrá ser posible.

Según muestra la historia, en EEUU son demócratas los que han iniciado las guerras y republicanos quienes han firmado la paz. Esperemos que, esta vez, siendo republicanos los que han iniciado las guerras, sean demócratas quienes logren la paz. También que entiendan que el mundo no quiere, ni EEUU puede ser, superpolicía. En todo caso, el sueño imperial de Bush ha concluido, enterrado en sangre, en Irak.

Augusto Zamora R. es profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid.