Pronto hará medio año de cuando un 9 de Julio del 2011, el mundo presenciaba el nacimiento de un nuevo país, la República del Sur del Sudán. A las 14:30 de ese día, el nuevo presidente, Salva Kiir Mayardit y el presidente de Sudán, Omar Al-Báshir, enseñaban un libro que contenía una copia de la […]
Pronto hará medio año de cuando un 9 de Julio del 2011, el mundo presenciaba el nacimiento de un nuevo país, la República del Sur del Sudán. A las 14:30 de ese día, el nuevo presidente, Salva Kiir Mayardit y el presidente de Sudán, Omar Al-Báshir, enseñaban un libro que contenía una copia de la constitución provisional. El nuevo presidente prestaba juramento en inglés ante una multitud fervorosa, que yacía expectante desde las 6 de la mañana. La fiesta había comenzado la noche anterior, cuando las manifestaciones de alegría habían sido constantes, con celebraciones que llegaron hasta la madrugada, bajo la sombra de unas medidas de seguridad que parecían hacer del nuevo país todo un estado policial. La gente, mostraba su optimismo, como Kenyi Stepehe, originario de Nimule, quien afirmaba: «La gente ha estado moribunda durante muchos años, la independencia es buena y nosotros haremos mejorar nuestro país». Otros, como Kuach Aguer Dut, de Kuajok, apuntaban «nosotros deseamos priorizar la educación y poner en su lugar un buen sistema de educación para que podamos prosperar en todas las áreas». Gente de más años como Peter AlierMayen, un hombre de 43 años oriundo de Bor, la capital del mayor Estado del Sur de Sudán, recordaba los tormentos que ha padecido la población: «casi 50 años hemos estado con grandes sufrimientos. Desde que nací he visto el sufrimiento con mis ojos, entre el norte y el sur, e incluso a veces aquí, entre las diferentes tribus. Ahora por primera vez somos un país unido por la libertad». Peter se refería a las diferentes tribus, lenguas y culturas, que se entremezclan en el país, generando frecuentes conflictos en la lucha por un poder endogámico racialmente.
Una semana después de la celebración el 15 de julio, el Sur de Sudán pasaba a ser un nuevo miembro de la ONU. «yo declaro el sur de Sudan un miembro de las Naciones Unidas» decía Joseph Deiss, el presidente de la asamblea general de la ONU. Para entonces, muchos ciudadanos mostraban abiertamente su incertidumbre sobre el rumbo del nuevo país. Peter manifestaba su inquietud al argüir «el Estado tiene que tener fuerza para poder garantizar la seguridad y acabar con la corrupción». El reparto de poder entre las tribus se anunciaba conflictivo si no venía acompañado de las medidas de seguridad pertinentes. A su vez el gobierno tenía problemas para pagar a numerosos funcionarios, algo que a priori incrementaría la corrupción. Una chica de diecinueve años, Liberia YangaLadu, nos comentaba en aquellos días «espera que el nuevo gobierno reduzca los honorarios de las escuelas para que todo el mundo pueda ir al colegio». Desde el Ministerio de Educación Superior, Investigación, Ciencia y Tecnología se anunciaba utilizar parte de la asignación de los fondos del ministerio para el suministro y la entrega de alimentos a los estudiantes de la Universidad de Bahr el Ghazal. La propuesta reflejaba la situación del país. Hace medio año, cuando quien escribe se iba de Juba, ya no quedan periodistas. Los únicos blancos que se veían eran los vinculados a organismos oficiales o a alguna ONG. El país parecía ya, en su nacimiento, abandonado a su suerte. Cabría eso sí, una omnipresente excepción, a saber, la de los intereses económicos de EEUU y China en sus yacimientos petrolíferos. Precisamente el pasado viernes 20 de julio el Gobierno de Sudán del Sur decidía paralizar la producción de petróleo en el país. Nuevamente los medios de comunicación se hacen eco de la notica. La república del Sur de Sudán reaparece ante la noticia de una supuesta confiscación de su crudo al pasar por los oleoductos de Sudán
Hace medio año, antes de llegar al aeropuerto para salir finalmente de Juba (también escrito como Yuba) nos topamos con Kenyi Banak, un niño que se pasaba la vida intentando conseguir algo de comer, para lo cual muchas veces, se dedicaba a cazar lagartos. Analfabeto como la mayoría de la población, nuestra posibilidad de comunicación con él era escasa. En un inglés más que rudimentario nos expresaba su indiferencia al preguntarle por la independencia de Sudán del Sur. Sin embargo se empeñó inocentemente en mostrarnos su casa, en la que su padre, orgulloso de la invitación, nos instó a acompañarle en la comida. Del mismo modo que el 97% de la población, Kenyi Banak carece de acceso a condiciones dignas de saneamiento y al igual que cerca del 90% de la población vive con su familia con menos de un dólar al día. Padre e hijo poco sabían de las intenciones del plan de desarrollo de la nueva República (SSPD), basadas en la consolidación de la agricultura y en un incremento teórico de ayudas al sector privado, así como un plan construido sobre los estamentos del 2005 para mejorar la salud, la educación y cubrir las necesidades alimentarias más básicas. En la casa de Kenyi Banak, su padre, hoy como ayer, sigue llevando un arma como la mayoría de las personas del país, por miedo a la seguridad. Hace pocos días algunos medios de comunicación recogían la noticia de más de 120.000 personas víctimas de la violencia tribal que necesitarán asistencia humanitaria, según comunicaba la coordinadora para esas operaciones de la ONU en el país, Lise Grande. Los enfrentamientos en la región de Jonglei (uno de los diez Estados del sur de Sudán) han ido creciendo desde diciembre, multiplicándose el número de personas que necesitarán ayuda. Kenyi Banak me sonreía cuando le tomé la última foto. Sin embargo, en su sonrisa se apreciaba ya cierto escepticismo. Hoy, me he vuelto a acordar de él. Sin embargo olvidar nos ayuda a recordar lo más importante. Mañana, él, como el total de la población del 196 país del mundo, volverá al olvido, impuesto desde nuestro eurocentrismo y el «EEUUcentrismo» (sin permiso de la RAE). Y todo eso sin que perdamos el sueño…
En estos días, en Adís Abeba, Sudán del sur ha afirmado que no hay petróleo hasta que se fije el precio del uso de los oleoductos del norte, mostrando la «cruda» realidad, los acuerdos y desacuerdos, hermanos y enemigos, discuten desde hace una semana. Mientras se desvelan los entresijos del verdadero interés internacional de la independencia de la república del Sur de Sudán. Estados Unidos, compite con China por el crudo de los países, ahora mayoritariamente en el Sur de Sudán, si bien, es en el norte, en el viejo Sudán, donde se encuentran las refinerías y oleoductos que permiten procesar y exportar el crudo, evidenciando la difícil y necesaria convivencia entre ambos países. Para complejizar la idiosincrasia que se vive en el país, una treintena de trabajadores, en su mayoría chinos, han sido secuestrados en Kordofán del Sur, una región rica en yacimientos petroleros que limita con Sudán del Sur, por según informan los medios de comunicación, un grupo rebelde que reclama la soberanía. La evidencia es que, a pesar de que al lector le puede parecer que el país ha quedado abandonado a su suerte, el dinero negro tiene el suficiente poder para que el control de élites internacionales sea mucho más sutil.
José Antonio Mérida Donoso es profesor de historia y filología hispánica. Ha publicado diversos trabajos sobre historia, así como colabora con distintos medios de comunicación rumanos.
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