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El gobierno de Trump juega con fuego, y nadie le advierte

Fuentes: Rebelión

El inusitado despliegue de naves de guerra de los Estados Unidos en el Caribe y, sobre todo, en las inmediaciones del mar territorial de Venezuela, es concreción de las múltiples declaraciones del presidente Donald Trump y de altos funcionarios de su gobierno que llevan meses anunciando que en relación a Venezuela “todas las opciones están sobre la mesa.”

El objetivo: producir el tan ansiado “cambio de régimen”, por lo cual dicho país tiene grandes chances de ser objeto de una acrecentada agresión militar. De hecho ésta ya comenzó: 20 botes destruidos en aguas del Caribe y también del Pacífico, con 76 personas asesinadas extrajudicialmente por orden de Trump hablan de una guerra que ya ha comenzado.i

El pretexto de que se trataba de “narcolanchas” y que sus ocupantes eran narcotraficantes es una burda patraña que ninguna persona medianamente sensata puede creer. No hay evidencia alguna que sustente los dichos de la Casa Blanca: no se detuvo ni se se identificó a los que iban en los botes, no se los interrogó para saber quiénes eran sus jefes y así avanzar en el combate al narcotráfico y tampoco se incautó la droga. Lo más probable, como lo dijeran los presidentes de Venezuela y Colombia, era que las infortunadas víctimas fuesen humildes pescadores o migrantes.

Los narcotraficantes cuidan sus negocios y no son tan estúpidos como para aventarse a mar abierta cuando todos los ojos de las fuerzas armadas de Estados Unidos están vigilando con naves y drones cada centímetro del Caribe. Pero el sórdido personaje que preside la Casa Blanca quería hacer una demostración de fuerza y enviar un mensaje a otros actores del sistema internacional -a sus aliados tanto como a sus adversarios y enemigos- y ordenó esos criminales ataques para que todo el mundo tomara nota de que Estados Unidos “era grande otra vez” y había recuperado el cetro del matón del barrio, que podía actuar con total impunidad y que de ahora en más sus deseos serían órdenes que debían obedecerse sin chistar.

En un excelente artículo publicado pocos días atrás Vijay Prashad pasaba revista a los antecedentes históricos de las distintas modalidades de intervencionismo militar estadounidense, todas las cuales tienen, según este autor, muy escasas posibilidades de éxito en el caso de la actual ofensiva en contra de la República Bolivariana de Venezuela.ii

Veamos. Una de ellas, inspirada en la experiencia del golpe de Estado de 1964 en Brasil, consiste en desplazar un numeroso contingente militar en aguas territoriales – en aquel caso en Río de Janeiro- y que el solo despliegue del formidable poderío naval norteamericano anime a los sectores de la extrema derecha a tomar las calles, producir todo tipo de desmanes, armar sangrientas guarimbas lo que provocaría un quiebre en las fuerzas armadas bolivarianas y el rápido tránsito de un sector de ellas al campo de la oposición fascista precipitando la ruptura del orden constitucional y la destitución del presidente Nicolás Maduro. Ni Prashad ni el autor de estas líneas le asignan chance alguna a esta conjetura.

El segundo escenario es lo que nuestro autor llama “opción Panamá”, por la decisión tomada por Washington en 1989 de enviar un contingente de tropas especializadas para capturar al presidente Manuel Noriega y llevarlo prisionero a Estados Unidos. Esa operación fue fieramente resistida por la desarmada población panameña y requirió de la movilización de unos 26.000 efectivos e insumió casi un mes de combates. Replicarla en un país del tamaño territorial y poblacional de Venezuela exigiría movilizar una fuerza expedicionaria de varios cientos de miles de efectivos para luchar contra un ejército bien pertrechado y milicias populares armadas. Esas condiciones para nada se dan en Venezuela. La tercera modalidad sería la que denomina Prashad denomina la “opción Irak”: bombardeos masivos contra Caracas y otras ciudades provocando grandes destrozos, ocupar infraestructuras clave -electricidad, agua, servicios esenciales- sembrar el pánico en la población y desmoralizar y dividir a las fuerzas armadas, seguida de intentos de linchamiento del alto liderazgo venezolano.

Pero como señala nuestro autor, a diferencia del caso iraquí en Venezuela el arraigo del chavismo en los barrios populares, su alto grado de organización -y de conciencia antiimperialista- y la identificación de las fuerzas armadas con el proyecto bolivariano frustrarían de cuajo esa iniciativa. Pueden hacer mucho daño y provocar muchas muertes, pero el gobierno bolivariano seguiría firme en sus puestos de mando. Otra alternativa que no hay que descartar porque ha sido reiteradamente utilizada por Estados Unidos es una “operación terrorista de falsa bandera.” El imperio podría, por ejemplo, montar un ataque a alguna de las naves que están en la zona, o en las cercanías de Trinidad y Tobago, o Puerto Rico, o un atentado contra alguna sede de una embajada de Estados Unidos o inclusive dentro de del país. Tal es la desesperación por apoderarse del petróleo venezolano que los delincuentes que pululan alrededor de la Casa Blanca serían capaces de ordenar la realización de un autoatentado, como detonar una bomba en Times Square o en la Grand Central Station de Nueva York para culpar al “régimen” de Maduro de esos crímenes y así justificar la agresión que entonces sería presentada como “defensiva.” Sin embargo, claro está que esto no soluciona los inconvenientes expuestos más arriba. La quinta opción sería la de un magnicidio que pondría abrupto fin a la presidencia de Nicolás Maduro. La tecnología utilizada por los israelíes para estos efectos ha sido probada con la eliminación de buena parte de la dirigencia de Hamas y de Hezbollah. Recordemos que ya lo intentaron en contra de Maduro con dos drones en 2018, y el ataque fue repelido.

Es probable que teniendo en cuenta que las dieciocho organizaciones que conforman la Comunidad de Inteligencia de Estados Unidos (¡Sic!) y que en total se estima emplean aproximadamente un millón cuatrocientos mil agentes, unos cuantos cientos de ellos se encuentren estacionados y operando en Venezuela desde hace tiempo, y que hayan reclutado no pocos colaboradores locales entre la derecha y la ultraderecha fascistoide.iii Pero una operación de este tipo, en el muy poco probable caso de que tuviera éxito y asesinase al presidente Maduro, no necesariamente produciría el tan anhelado “cambio de régimen” que persigue Washington. El chavismo es una fuerza telúrica en Venezuela, es la expresión más genuina de la soberanía popular y el legado de la siembra de Simón Bolívar, y sobreviviría a estas lamentables vicisitudes en el improbable caso que se produjeran. Habría un recambio en el liderazgo, sin duda, impuesto por las circunstancias, pero la revolución bolivariana continuaría su curso.

Ahora bien: así planteada las cosas conviene ampliar el foco de esta reflexión para tomar nota del contexto internacional en el que se produciría la agresión militar yanqui. Un dato decisivo del mismo es la mutación experimentada en años recientes y que provocó el derrumbe del unipolarismo norteamericano y la emergencia de un sistema internacional multipolar o policéntrico cuyos puntales: China, Rusia, India, los BRICS en general ya adquirieron una gravitación económica superior al de los países del G7, es decir, a Estados Unidos y sus indignos vasallos: Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón y el Reino Unido. Y quien dice gravitación económica también dice gravitación política, cultural (tomar nota de la “des-occidentalización” de la viaja periferia colonial), diplomática y militar.

Súmesele a lo anterior los claros indicios de la declinación del poderío estadounidense, advertido hasta por los más furiosos exégetas del imperialismo, en la galaxia de las nuevas tecnologías de la información, la comunicación y la robótica y la declinante presencia del dólar en la economía mundial para perfilar los contornos de un nuevo sistema internacional post-hegemónico y en el cual el retorno a la “diplomacia de las cañoneras” podría tentar a otros actores del sistema internacional a seguir el (mal) ejemplo de Estados Unidos. Si la fuerza bruta es ahora la que rige el funcionamiento de las relaciones internacionales, ¿qué razones tendría China para esperar hasta el año 2049, cuando se cumpla el primer centenario de la Revolución, para reintegrar a la provincia rebelde de Taiwán a la jurisdicción nacional? ¿Por qué no imitar a Estados Unidos y hacerlo ahora, sacando partido de su enorme superioridad militar y del hecho que Washington está involucrado en una guerra costosa y prolongada en su propio vecindario? ¿Cómo reaccionaría Estados Unidos, empantanado en una guerra imposible de ganar en Venezuela, ante semejante movida militar de Beijing? ¿Sacaría sus tropas de la república bolivariana, en caótica huida como hicieron en Afganistán, cruzando medio mundo para enfrentar al país que según todos los documentos oficiales de Estados Unidos designan como un ente maligno y su enemigo número uno, el rival a vencer? ¿O Washington se limitaría a pedir una sesión urgente del Consejo de Seguridad, lo cual provocaría una risotada universal? ¿Enviaría de apuro al portaaviones USS Gerald Ford otra vez hacia el Asia Meridional, adonde llegaría luego de dos semanas de marcha forzada? ¿Borraría con el codo sus décadas de apoyo incondicional a Taiwán, y arrojaría a la basura los centenares de miles de millones de dólares transferidos a esa isla como ayuda militar y económica? Conviene que los asesores y expertos de la Casa Blanca piensen en estas cosas antes de escalar la agresión en contra de Venezuela.

Lo que Trump está amenazando hacer ilumina la gran diferencia existente entre la situación de una Venezuela -por ahora solamente amenazada- y la de Ucrania. ¿Cómo es esto? Washington está por atacar militarmente a un país que hace diez años sufre un bloqueo dispuesto por Barack Obama y que no representa amenaza alguna para la seguridad nacional estadounidense. Ucrania, en cambio, sufrió un golpe de estado pergeñado por la Administración Obama, destituyó a un gobierno legítimamente electo y que contaba con la bendición de la Unión Europea, que tenía relaciones normales con Moscú y lo reemplazó por una sucesión de gobiernos neofascistas que desde el día uno comenzaron a atacar a la minoría rusófona de Ucrania. No sólo eso: la OTAN, la mayor organización criminal del mundo (Noam Chomsky dixit), estaba tratando de incorporar a Ucrania a sus filas, lo cual planteaba una amenaza existencial a la seguridad nacional rusa. Por eso Moscú no tuvo otra alternativa que lanzar su “operación militar especial”, una guerra preventiva ante las claras señales de agresión que procedían de Ucrania convertida en un proxy de Estados Unidos y la OTAN. Como lo explicó de manera irrefutable John Mearsheimer, profesor de la Universidad de Chicago, “el argumento con el que me identifico, y que es claramente la opinión minoritaria en Occidente, es que Estados Unidos y sus aliados provocaron la guerra.” iv Jeffrey Sachs, economista de la Universidad de Columbia sostiene esta misma tesis con mucha información adicional en el video que citamos más abajo.v

Ninguna de estas condiciones se aplica al caso venezolano que, preciso es reiterarlo, no menoscaba en lo más mínimo a la seguridad nacional estadounidense. Más allá de sus diferencias ideológicas y del talante agresivo de Washington el gobierno venezolano nunca dejó de venderle petróleo a Estados Unidos. Por eso, tal como se hizo para legitimar la invasión y destrucción de Irak a partir del 2003, la Casa Blanca apela a la invención de un relato fantasioso y falaz, una narrativa ridícula según la cual el presidente Nicolás Maduro sería el jefe de un fantasmagórico “Cartel de los Soles” cuya existencia es tan verídica como las “armas de destrucción masiva” que presuntamente existían en Irak, y que en tal condición está condenando a muerte a decenas de miles de ciudadanos estadounidenses.

Dadas todas estas consideraciones sería bueno que Trump prestara atención a las declaraciones emitidas por Moscú y Beijing, rechazando la opción militar para resolver conflictos internacionales. Latinoamérica y el Caribe, ambas dijeron, no son patio trasero de nadie. La prepotencia de un Trump sobre el cual pesan numerosas acusaciones en sede judicial, a las cuales se agregó en horas recientes la de pedofilia, atizaría la hoguera en los numerosos focos de tensión que pondrían al mundo en peligro ante una posible escalada nuclear y que obligaría a Washington a pelear y desangrarse en diversos frentes bélicos. Por ejemplo, recalentar la pugna entre la India y Pakistán, dos potencias atómicas menores, estimulada por el ejemplo de Estados Unidos atacando a Venezuela. O la interminable disputa del sionismo israelí con sus vecinos, principalmente Siria, a quien Tel Aviv despojó de los cruciales Altos del Golán, el Líbano e Irán. O de la República Democrática de Corea, una pequeña potencia atómica, contra Corea del Sur. Las fuerzas armadas del imperio se encontrarían ante un cúmulo de conflictos que debilitarían muchísimo la defensa del propio territorio norteamericano. Es sabido que el petróleo venezolano, la mayor reserva del mundo, ejerce una “atracción fatal” sobre los administradores del imperio. Pero algunos asesores deberían informarle al incompetente gabinete de Trump 2.0 que el resultado final de su apuesta a la violencia militar puede ser un Armagedón nuclear de catastróficas proporciones y que debe cesar en su agresión militar contra Venezuela y apostar por la negociación diplomática, haciendo oídos sordos a los fascistas venezolanos encabezados por María Corina Machado, máxima cultora de la violencia en ese país, y a la prédica de los delincuentes miameros que de la mano de Marco Rubio han desembarcado en Washington cegados por su odio a la Revolución Cubana y al chavismo. Informarle también al presidente que en un ejercicio de simulación realizado por el programa de “Ciencia y Seguridad Global” de la Universidad de Princeton se concluyó que un conflicto en el que Estados Unidos y Rusia apelaran a sus arsenales nucleares “90 millones de personas morirían o resultarían heridas solo en las primeras horas del conflicto.”

vi Y en ese momento nada importaría quien se haya apoderado de petróleo venezolano, saudí o de donde fuera porque en pocas semanas la nube atómica resultante del bombardeo nuclear acabaría con todas las formas de vida del planeta. Sería la primera vez que una guerra que Estados Unidos promovió siempre lejos de su casa: en Europa, en Asia meridional, en el norte de África tenga por tétrico escenario las grandes ciudades estadounidenses. Primera, agreguemos, y última vez, porque después no habría otra. Aquí cabe reproducir la respuesta que Albert Einstein le diera a un periodista que le preguntó si sabía como sería la tercera guerra mundial. Su respuesta ahorra miles de argumentos: “No se cómo será la tercera guerra mundial, solo sé que la cuarta será con piedras y lanzas.” Eso si sobrevivimos a veinte años de invierno nuclear.

Notas:

i Cifras al 9 de noviembre del 2025.

ii Ver su “Estados Unidos continúa su intento de derrocar la Revolución Bolivariana de Venezuela”, Boletín 45 (2025) del  Instituto Tricontinental de Investigación Social.

iii https://www.intelligence.gov/how-the-ic-works/myth-vs-fact-quiz#:~:text=Intelligence%20Community%20employees%20can’t,world’s%20most%20exclusive%20social%20networks!

iv https://www.sinpermiso.info/textos/quien-causo-la-guerra-de-ucrania

v Ver la amplia explicación de Sachs en este video: https://www.youtube.com/watch?v=7x5enM9Mo4M

vi Cf. https://www.elperiodico.com/es/tendencias-21/20220308/guerra-nuclear-tendria-horas-victimas-13338816

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.