La publicación por Howard Zinn de A People’s History of the United States (Harper & Row, 1980) supuso un hito importante, porque con esta obra el empeño de historiadores marxistas británicos como E. Hobsbawm o E. P. Thompson, de construir una “Historia desde abajo”, atenta a las voces de los excluidos y olvidados, se materializó por fin en un estudio, tan sugestivo como riguroso, del pasado del país más poderoso del planeta.
El libro se convirtió en un best seller mundial, y cumplió ciertamente el objetivo que se autor le encomendó, según confesó en una entrevista en 1998, de promover una “revolución silenciosa” en las conciencias que propiciara actuaciones desde una nueva visión del mundo. En castellano la obra, presentada como La otra historia de los Estados Unidos, ha conocido varias ediciones, la última de las cuales es la de Pepitas de calabaza en 2021, con traducción de Enrique Alda.
Una vida de estudio y compromiso
Nacido en una humilde familia judía de Brooklyn en 1922, Howard Zinn se opuso en un principio a la entrada de su país en la II Guerra Mundial, pero convencido de la perversidad del fascismo, terminó enrolado como oficial de la fuerza aérea y participó en bombardeos sobre ciudades europeas que produjeron numerosas víctimas civiles, según él mismo investigó después y describe en The Politics of History (1970).
Tras la guerra, Zinn se especializó en historia y desarrolló una carrera académica que lo llevó a profesar en diversas universidades norteamericanas y europeas. Siempre reconoció influencias anarquistas y socialistas en su propio pensamiento, y participó como expuesto activista en los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam, a los que contribuyó además con artículos y libros. Especial relevancia tuvo su edición en 1971, junto a Noam Chomsky, de The Pentagon Papers, los documentos filtrados por el analista militar Daniel Ellsberg que revelaron aspectos oscuros de la guerra. Posteriormente, Zinn destacó también por su oposición a la invasión de Irak.
Howard Zinn falleció en 2022 en Nueva York. En una de sus últimas entrevistas, el historiador que le dio la vuelta al relato sobre el pasado de su país, afirmó que le gustaría ser recordado «Por introducir una forma diferente de pensar sobre el mundo, sobre la guerra, sobre los derechos humanos, sobre la igualdad (…) y por tratar de lograr que cada vez más personas se den cuenta de que el poder que hasta ahora está en manos de unos pocos, en última instancia reside en ellas mismas, y pueden usarlo.”
La fase colonial
Ya desde el principio y desafiando la óptica tradicional, La otra historia de los Estados Unidos muestra un interés especial por las víctimas de los hechos que se estudian. Los indios de las Antillas, que conocían la agricultura y sabían tejer e hilar, vieron su forma de vida destruida y fueron esclavizados para el trabajo en plantaciones y minas. Siguiendo a historiadores como S. E. Morison en Cristóbal Colón, marinero, de 1955, Zinn considera que el colapso demográfico desencadenado pudo suponer un genocidio, y aunque ésta es una discusión abierta, es indudable que los europeos manifiestan por doquier a través del continente en esa ápoca una insana pasión por el oro, correspondiente a lo que Marx denominaría después “acumulación primitiva de capital”, que resultó fatal para los pobladores originarios
Los ejemplos que se describen en el este de Norteamérica evidencian el mismo impulso. En este caso, la resistencia de los indígenas condujo a una auténtica guerra de exterminio en la que su sociedad, más igualitaria que la europea, y su cultura, basada en un noble respeto a la naturaleza, desaparecieron de la faz de la tierra.
La sociedad que se establece en las colonias va a estar por mucho tiempo marcada por el esclavismo, pero para Zinn el racismo no es una premisa inicial que condicione el proceso, sino que surge como un instrumento para apuntalar la estratificación social. Una prueba de esto es que en ocasiones los desheredados, blancos y negros, unieron sus fuerzas contra unos opresores cada vez más tiránicos, como ocurrió en la rebelión liderada en Virginia por Nathaniel Bacon en 1676.
En 1700 la población de las colonias ascendía a 250 000 habitantes, y en 1760 a 1 600 000, con agricultura, comercio e industria en expansión, pero el 1 % de los terratenientes acumulaba el 44 % de la riqueza, mientras la miseria causaba estragos y no eran raras las revueltas. En esta sociedad atrozmente desigual, había sin embargo una clase media que los poderosos van a movilizar a su favor con el señuelo de la libertad y la igualdad. Para Zinn, éste es el origen de la revuelta por la independencia, con la que las élites locales van a conseguir el control total.
El panorama tras la guerra muestra que la explotación económica y la desigualdad no han remitido, y así surgen motines contra los impuestos que ahogan a los más humildes. La constitución que se aprueba tiene la virtud de servir a los intereses de los más ricos y dejar también satisfecha a la clase media, y será un instrumento contra negros, indios y blancos pobres.
La libertad de prensa consagrada en la Primera Enmienda es matizada después con la posibilidad que se legisla de perseguir a los autores de textos juzgados subversivos. El historiador Ch. Beard lo dejó bien claro al afirmar que: “Los gobiernos -incluido el de los Estados Unidos- no son neutrales, sino que representan los intereses económicos predominantes, y sus constituciones se hacen para servir a estos intereses.”
El siglo XIX: la forja de un imperio
Tras un capítulo destinado a repasar la resistencia de las mujeres ante las injusticias específicas que sufrían en los primeros años de los Estados Unidos, Zinn acomete el análisis de los procesos más relevantes que marcan la historia del siglo XIX en el país. Es el caso de las sucesivas guerras contra las naciones indias que aún subsistían, un rastro interminable de imposiciones, promesas incumplidas y brutalidad, adobadas siempre desde los centros de poder con cínica verborrea. Los datos aportados por Zinn en el libro resultan demoledores.
Se recuerda después la guerra contra México (1846-1848), que puso claramente de manifiesto el imperialismo que animaba a las élites políticas de Washington. Y no sólo a ellas; el poeta Walt Whitman escribió en el Eagle de Brooklyn al estallar el conflicto: “Sí, ¡a México hay que castigarlo severamente! Que ahora se lleven nuestras armas con un espíritu que enseñe al mundo que, mientras no nos perdemos en discusiones, América sí sabe aplastar, como también extender sus fronteras.” Sin embargo, por las mismas fechas, Henry David Thoreau se negó a pagar el impuesto ciudadano, denunciando así la guerra. Hubo oposición a ella también entre algunos políticos abolicionistas, que la veían como una forma de expandir el territorio negrero del Sur. Al fin de la campaña, México perdió aproximadamente un 55 % de su extensión.
A lo largo de las seis primeras décadas del siglo XIX, las revueltas de esclavos fueron frecuentes y nos dejaron muchos episodios heroicos, como el protagonizado por Jim Brown, ejecutado en 1859. Para Zinn, la Guerra Civil supuso una “demolición controlada” del sistema esclavista, planteada para desactivar una posible revolución de consecuencias imprevisibles. En los años que siguieron al conflicto, fructificaron algunos intentos de conceder derechos a la gente de color, pero fueron respondidos rápidamente por terrorismo blanco supremacista en los estados del Sur, y también por retrocesos legislativos en el Norte. Así, por ejemplo, en 1883 la Ley de Derechos Civiles de 1875, que ilegalizaba la discriminación contra los negros en el uso de los servicios públicos, fue anulada por el Tribunal Supremo.
El desarrollo del capitalismo durante el siglo XIX dio lugar a gran número de revueltas, como el motín de la Harina de 1837 o los promovidos por la sociedad secreta de los Molly Maguires, de origen irlandés, entre muchos otros que se estudian en detalle. Estos eventos reflejan la intensidad de la lucha de clases en el país, exacerbada por las crisis económicas que se sucedían. En las décadas finales de la centuria, las grandes industrias, los ferrocarriles y los bancos tomaron el control, imponiendo una dinámica de explotación que fue contestada por los Knights of Labor, asociación pionera fundada en 1869. Zinn repasa las vicisitudes de la lucha obrera en los años siguientes, tanto en el campo libertario, en el que destacan la tragedia del Haymarket y protagonistas como Emma Goldman o Alexander Berkman, como en el socialista, en el que fue muy activo Eugene V. Debs.
La lectura de estos capítulos iniciales resulta especialmente conmovedora. Las luchas sociales que vendrán después van a estar iluminadas por un acompañamiento de imágenes, pero en las que se nos describen hasta aquí la brutalidad contrasta con la lejanía de un sufrimiento apenas adivinado. Tras el prólogo colonial, la del siglo XIX estadounidense es una historia de expansión a través de la guerra y de entronización del poder corporativo en un sistema que tiene como fundamento la explotación salvaje de los seres humanos. El libro tiene el gran mérito de denunciar estos hechos y recordar a los que se esforzaron en combatirlos.
El siglo XX, culminación de la tarea imperial
Los conflictos bélicos, en Cuba y Filipinas, con que comienza el nuevo siglo inauguran la etapa global del imperio, mientras que a nivel doméstico sirven para poner firmes a las masas al pie de la bandera. No obstante, los anarquistas y algunos socialistas se oponían a la guerra, y concluida ésta, muy pronto las luchas obreras se recrudecieron, con incorporación de sindicatos como los Industrial Workers of the World (IWW), fundado en 1905, y la actividad de líderes emblemáticos como Mother Jones, Joe Hill o W. E. B. Du Bois. Al mismo tiempo, famosos escritores, como Upton Sinclair o Jack London, también tomaban partido por los oprimidos. Los IWW combinaban socialismo y anarquismo y con sus tácticas de “acción directa” consiguieron movilizar a la clase obrera en numerosos episodios que se recuerdan en detalle.
Zinn interpreta que los Estados Unidos entraron en la I Guerra Mundial en busca de expandir sus mercados y su influencia económica, aunque para ello hubo que revertir con propaganda el notable sentimiento antibélico existente en el país. La dominación colonial en disputa podía aportar exaltación patriótica y dividendos, todo útil para desactivar la lucha de clases. Y para que nadie cuestionara el montaje, se persiguió con dureza cualquier declaración pacifista, lo que llevó a la cárcel a Emma Goldman, Alexander Berkman o Eugene V. Debs, entre muchos otros.
En el período de entreguerras los IWW, tras la dura represión sufrida durante el conflicto, afrontaron un tiempo marcado por una importante escisión hacia el Partido Comunista. Zinn considera la Gran Depresión una consecuencia de la propia dinámica capitalista, que en este momento extendió al grueso de la población la pobreza de los sectores más desfavorecidos. Los testimonios que se recogen de la situación creada son terribles, con lo que el New Deal de F. D. Roosevelt, que consiguió estabilizar la economía, puede entenderse en parte como un intento de favorecer a las clases bajas en una tesitura en que las monstruosas desigualdades propiciaban un estallido revolucionario.
Zinn reconoce que la II Guerra Mundial tuvo un enorme apoyo popular, pero señala también que éste fue promovido desde el poder, y se detiene en aspectos especialmente odiosos, como los bombardeos de ciudades alemanas. Respecto al holocausto atómico de Hiroshima y Nagasaki, se adhiere a la tesis de los que afirman que la rendición de Japón se hubiera conseguido igual sin recurrir a él. Analiza después el significado de la Guerra Fría, que a su juicio permitió aumentar el control social y establecer un estado de “guerra permanente” que justificara el desarrollo del Complejo Militar-Industrial.
Las revueltas raciales de los 50 y 60 son interpretadas como la deriva inevitable de una situación insostenible. Los intentos en los años anteriores de legislar contra la discriminación no fueron llevados a la práctica y al fin la olla simplemente explotó. Martin Luther King lideró un movimiento no violento que fue ferozmente reprimido, pero logró concienciar a toda la nación de la injusticia que sufrían los negros en los estados del Sur. Sin embargo, para Zinn, esta política no funcionó cuando se produjeron motines en los guetos negros por todo el país y entonces se impusieron tácticas de autodefensa, como la promovida por los Panteras Negras. El sistema reaccionó con una combinación de represión y guerra sucia que desmanteló el movimiento, y realizó después intentos de asimilación de la población negra.
El fracaso de la gran potencia nuclear en Vietnam fue fruto para Zinn del contraste entre la alta moral de los que defendían su país con un liderazgo sólido y los que carecían absolutamente de ella. Se llega a decir: “Fue una confrontación entre una poderosa tecnología y seres humanos organizados, y vencieron los seres humanos.” Se recuerdan las protestas y deserciones en las fuerzas armadas, que alcanzaron un nivel nunca visto, y la impresionante oposición al conflicto que se desarrolló en el país, y que contra lo que suele pensarse no fue un asunto de campus e intelectuales, sino que impregnó a toda la sociedad. En esta época también se presta atención a la segunda ola feminista y los movimientos por la reforma de las prisiones, de los nativos americanos o la contracultura, con un repaso detallado de los protagonistas de cada uno de ellos.
Un recorrido por los acontecimientos más destacados de las décadas siguientes sirve para demostrar que los relevos en el poder entre republicanos y demócratas no alteraban el eje esencial de una política orientada al control imperial global. Se describen también en estos años un gran número de movimientos de resistencia, como los anti-nucleares, los que trataban de defender los derechos de los trabajadores rurales o los que se oponían a las guerras de invasión promovidas por diferentes presidentes.
La adición de capítulos en ediciones sucesivas permitió considerar eventos posteriores a 1980, con lo que la versión definitiva de la obra se cierra con un análisis de los atentados del 11 de septiembre de 2001, resultado para Zinn del odio no a las libertades americanas, como afirmó Bush, sino a los desmanes de una potencia imperial que avasallaba por todo el planeta.
Historia para construir futuro
La otra historia de los Estados Unidos es resultado de decenas de años de minuciosa selección y análisis de datos por parte de su autor, pero lo más notable es que la abrumadora crónica elaborada deja al fin una enseñanza muy clara, que no es otra que contra la injusticia y la explotación seculares la resistencia no ha cesado nunca, aunque haya cambiado en forma e intensidad. La gran pregunta es entonces cuál podría ser el horizonte capaz de poner fin a este conflicto eterno.
En un capítulo final, Zinn reflexiona sobre esto y concluye que resulta imprescindible superar el abismo de desigualdad que impone el capitalismo, aunque ha de conseguirse sin caer en autoritarismos que degradan la dignidad humana. En esta tesitura, su propuesta es profundizar en lo que se encuentra comúnmente en los movimientos sociales más concienciados, esto es, en una democracia que podría asentarse en los barrios y los lugares de trabajo para construir una sociedad basada en una red de cooperativas autónomas y federadas. Las luchas del presente nos ciegan muchas veces, pero el ser humano no está condenado a ellas por su naturaleza o un destino ineluctable. En el mundo hay suficiente para las necesidades de todos, aunque no para la codicia de unos pocos.
En ocasiones el trabajo de Howard Zinn ha sido criticado por otros historiadores, achacándole un uso sesgado de fuentes o escasa atención a los puntos de vista opuestos al suyo. A este respecto, hay que decir que siempre son de agradecer las precisiones oportunas a afirmaciones que puedan ser discutibles, pero la incontestable realidad es que tras el secular empeño glorificador de la historiografía dominante, en La otra historia de los Estados Unidos encontramos al fin algo tan novedoso como ineludible desde una perspectiva humanista. Las páginas de esta extensa obra revelan a cada paso un oído cuidadosamente atento a las voces de los perdedores de la historia y construyen una denuncia bien fundada de los crímenes de la élite propietaria que rige la nación más poderosa del planeta.
Estamos tan acostumbrados al relato imperial que se desgrana cada día en todos los medios y con todas las artes, que somos incapaces de imaginar algo diferente. Con La otra historia de los Estados Unidos, Howard Zinn nos demuestra que la historia del país también puede contarse haciendo que los protagonistas sean los que se rebelaron y muchas veces perdieron todo al tratar de resistir los atropellos.
Blog del autor: http://www.jesusaller.com/. En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.
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