Tiene un nombre rítmico, de muchos colores como el crisol de culturas que definen a Sudáfrica. En sus calles aún viven los recuerdos de sufrimientos humanos y vejaciones cometidas por el apartheid. También se siente el calor de la lucha y la estoica resistencia del hombre negro contra las indignantes políticas segregacionistas enraizadas antes del […]
Tiene un nombre rítmico, de muchos colores como el crisol de culturas que definen a Sudáfrica. En sus calles aún viven los recuerdos de sufrimientos humanos y vejaciones cometidas por el apartheid. También se siente el calor de la lucha y la estoica resistencia del hombre negro contra las indignantes políticas segregacionistas enraizadas antes del establecimiento de la democracia multirracial en 1994.
Soweto. Cualquiera pudiese pensar que se trata de un nombre africano por su sonoridad. Pero la palabra fue originalmente un acrónimo inglés de South Western Township (Municipio del Sudoeste). Ubicada en una vasta área, 24 kilómetros al sudoeste de Johannesburgo -conocida como Ciudad del Oro-, Soweto fue, desde el principio, un resultado de los planes segregacionistas. Allí, la dictadura racista alojó a los negros que quería bien lejos de la expansiva Johannesburgo y que hasta entonces servían como mano de obra en la industria minera.
Muchos trabajadores negros se movían a Johannesburgo procedentes de los campos y de otros países vecinos, en busca de trabajo en la pujante urbe sudafricana que brillaba por sus ricas minas de oro.
La discriminación estaba institucionalizada en un cuerpo de leyes que iban desde prohibir los matrimonios mixtos o la «fornicación ilegal» -señalada como un acto «inmoral» e «indecente»- entre una persona blanca y una africana, india, o «de color». Los negros, para poder transitar por áreas que pertenecían exclusivamente a los blancos, debían tener una especie de pase, un permiso para justificar su presencia donde les estaba vedada por leyes ignominiosas.
Cuna de rebeldía
Mientras los suburbios blancos descollaban por su esplendor, las barriadas negras como Soweto lo hacían por los paupérrimos y miserables modos de vida, las chabolas, la ausencia de electricidad, de instalaciones de agua potable…
La injusticia, la opresión, el abuso, el despotismo, la inequidad, la ignominia… muchos ingredientes hicieron explotar la olla de la rebeldía. Soweto se convirtió en la cuna de la resistencia y el movimiento político contra el régimen del apartheid.
El inclaudicable Nelson Mandela encontró allí abono para alimentar su nacionalismo y plantearse un nuevo destino para Sudáfrica.
Las protestas estudiantiles fueron el combustible que agilizó y catapultó a un movimiento nacional contra el absolutismo racista que culminaría con el entierro de la dictadura blanca. El 16 de junio de 1976, unos miles de estudiantes de Primaria y Secundaria salieron a las calles del sufrido barrio negro de Soweto para protestar por la imposición del idioma afrikaans (mezcla de inglés y holandés) en las escuelas, algo totalmente absurdo e irracional, pues la población negra no hablaba esa lengua.
Sus demandas apuntaban contra un sistema de educación excluyente y racista, en el que los negros recibirían formación para desempeñar funciones al servicio de los blancos, así como contra las precarias condiciones de salubridad de sus barriadas.
Por la magnitud de la represión contra los estudiantes, aquel día es recordado como uno de los más tristes de la historia de Sudáfrica. Con piedras y palos, utilizando como escudos las tapas de los latones de basura, los jóvenes se enfrentaron a una policía que les disparaba con balas. El fatídico saldo ascendió a 572 retoños muertos.
Así fue como Soweto se convirtió en noticia para muchos periódicos del mundo. Hector Pieterson, un chico de 13 años, cayó muerto en brazos de su compañero Mbuyisa Makhubu. La imagen dio la vuelta al mundo. Para recordar aquellos hechos, cada 16 de junio la juventud sudafricana celebra su día (Youth Day), que en este año conmocionó con igual fuerza, a pesar de que la nación austral acogía en ese momento la Copa Mundial de Fútbol.
Aunque Soweto fue el principal foco de la lucha contra el apartheid, la movilización se extendió a otros barrios y ciudades donde se realizaron huelgas y se boicotearon negocios de blancos para exigir el fin de la opresión y la exclusión racial.
En ese gueto, el líder sudafricano Nelson Mandela encontró el apoyo de muchos otros revolucionarios que, como él, luchaban por desterrar la dominación blanca y por construir una sociedad libre y democrática con igualdad de derechos para todos, independientemente del color de la piel.
Hoy, Soweto sigue siendo tan ardiente como en aquellos años de intenso enfrentamiento contra el régimen racista. Solo que ahora la efervescencia tiene causas distintas.
Aunque ya derribado el apartheid, el fuerte movimiento obrero y estudiantil sudafricano y los sectores progresistas no dejan caer sus sueños de igualdad y justicia social. Su respaldo es para un Gobierno que, encabezado por el histórico Congreso Nacional Africano (ANC) y acompañado por el Partido Comunista y la Confederación de Sindicatos (COSATU), trabaja por desterrar los rezagos del oprobioso sistema segregacionista y construir una nueva nación. No es camino fácil, sobre todo porque muchas de las grandes riquezas nacionales siguen en manos de transnacionales extranjeras.
Con la instauración de la democracia multirracial en 1994 y el triunfo de la voz popular representada por el ANC, la cara de Soweto -y de Sudáfrica en general- comenzó a cambiar y hoy, en lugar de ser un suburbio marginal, emerge como motor de una de las más pujantes ciudades sudafricanas, Johannesburgo.
En 16 años, muchas familias sudafricanas han dejado las chabolas para vivir en hogares decentes, con servicios de electricidad y agua potable, y se incrementan las garantías y programas sociales para los sectores vulnerables.
La lucha continúa. Ahí están los briosos sindicatos y organizaciones juveniles, enfrascados en la lucha por la nacionalización de las minas y otros recursos del país, lo cual permitirá al Gobierno disponer de mayores riquezas para invertir en la solución de las deudas sociales y los vestigios del apartheid.
Recientemente, la ciudad fue una de las más visitadas durante la Copa Mundial de Fútbol. Ello sirvió para abrir los ojos de muchos que creían, por obra y gracia de algunos medios de comunicación, que Soweto era un barrio olvidado por el ANC. El evento deportivo fue una oportunidad para descubrir que ese suburbio no solo tiene una imponente historia, sino que sigue siendo una parcela de esperanza.
Cuando en diciembre próximo los jóvenes comprometidos con el futuro y un mundo solidario y en paz, lleguen a Sudáfrica desde distintas partes del orbe para repensar y articular nuevas formas de luchas contra el imperialismo -ese enemigo común de nuestros pueblos-, estarán reconociendo la resistencia de esta nación y su afán de construir un proyecto social multicultural y multinacional de paz, basado en la defensa de su soberanía y la justicia social.
No por gusto algunas de las actividades del XVII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes tendrán lugar en Soweto, una ciudad en la que desborda el amor por Nelson Mandela y Fidel, dos leyendas vivas que marcaron los destinos de África.
El agradecimiento de esas tierras a la Revolución Cubana por todo lo que ha hecho en función del bienestar de esos pueblos es inconmensurable. Hace poco, un joven cubano que había estado en Soweto me comentaba que presentarse como cubano en ese barrio, o en cualquier lugar de Sudáfrica, significa ser recibido como un hermano.
Una de las huellas de ese viaje que recuerda con particular cariño es su encuentro con una abuela quien, al enterarse de que él llegaba desde esta tierra solidaria, lo abrazaba al tiempo que le hablaba de una manera incomprensible, seguramente en algún dialecto. Una frase, sin embargo, se entendía perfectamente: «Viva Fidel Castro». Y es que esas palabras son tan comunes allí, como la admiración que sienten por el líder cubano en toda África.
El próximo Festival no solo despierta el entusiasmo de los jóvenes más progresistas del mundo, sino también del ANC y los dirigentes sudafricanos, quienes brindan su apoyo al evento. Acoger en casa una cita antiimperialista de tamaña magnitud es para muchos de ellos recordar esos años en que la condena al apartheid y el colonialismo, la defensa de su verdad y la lucha por la liberación de Mandela, siempre encontró el corazón amigo del Festival.
*Imágenes de Soweto tomadas de misionmundial.com.ar, excepto la foto histórica que muestra al adolescente Hector Pieterson muerto en brazos de un compañero.