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África en el siglo XXI

El legado del imperialismo y perspectivas de desarrollo

Fuentes: Pambazuka News

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Algunos de los argumentos que hoy se esgrimen acerca de por qué África no se puede poner a nivel de Occidente también se esgrimieron hace cien años cuando África estaba bajo la colonización europea y los colonizadores culpaban a todo excepto al imperialismo de ser la causa fundamental del subdesarrollo. La estructura económica mundial no ha cambiado, independientemente de la retórica de la globalización. África sigue siendo semicolonial: cada vez más dependiente de los países desarrollados por sus sobrevalorados artículos manufacturados mientras exporta materias primas a unos precios determinados por los mercados de materias primas de Occidente.

Resumen

Este trabajo argumenta que en el siglo XXI África está experimentando cambios en sus economías, no sólo por el papel que desempeña China, sino también por la fuerte competencia de otros países occidentales y de Oriente Medio. El papel de China forma parte de la economía capitalista mundial y del modelo de integración patrón-cliente que los europeos siguieron después de que los países africanos lograran su independencia formal de la colonización. Durante la segunda mitad del siglo XX la Europa del noroeste siguió siendo el conducto para la integración africana en la economía global centrada en Estados Unidos, a pesar del papel de las corporaciones multinacionales con base en Estados Unidos. Según las encuestas sobre las naciones africanas del Pew Research Centre, el problema que afecta a la vasta mayoría de las personas sigue siendo el abismo entre ricos y pobres, lo cual está directamente relacionado tanto con la rivalidad internacional por la cuota de mercado en África como con la cuestión de la seguridad relacionada con los grupos rebeldes y con lo que Estados Unidos califica de «terrorismo» de inspiración islámica u otras formas de guerra de guerrilla. Este artículo examina muchas de estas cuestiones para poder entender en profundidad el África actual y sus perspectivas de futuro.

Primera parte: los obstáculos estructurales al desarrollo y a la justicia social

Décadas después de la descolonización de África y de que Frantz Fanon (Los condenados de la tierra) describiera los problemas sociales, económicos, políticos y culturales vinculados al legado del colonialismo no ha habido ningún cambio estructural en la economía política de los 54 Estados Nación africanos ni tampoco se ha acabado con la pobreza endémica o con el abismo entre ricos y pobres, como han prometido durante décadas la ONU y otras organizaciones. Calificar a todos los países africanos en una sola categoría es erróneo, además de un vestigio de la política imperialista, de la misma manera que es erróneo situar a todos los países de América Latina en una sola categoría, aunque tengan características comunes y un legado común de colonialismo, además de la realidad actual del control extranjero de los recursos y la cuota de mercado.

Existen enormes diferencias entre Sudáfrica, que ahora forma parte de la economía BRICS (Brasil, Rusia, India y China) y Somalia, una de las naciones más pobres del mundo, con inestabilidad política y unas lúgubres perspectivas de crecimiento económico. Resulta igual de difícil comparar el Norte de África islámico con el África subsahariana, a pesar de que la inestabilidad política es una característica común en la mayoría de estos países, lo mismo que la continuación de la dependencia económica del exterior tras el fin del dominio colonial. Con esta advertencia en mente, en este corto trabajo abordaré algunas características comunes y señalaré las diferencias en los modelos de desarrollo.

Los defensores del capitalismo afirman que los problemas actuales de África son estrictamente cíclicos debido a que los precios de los metales, del petróleo y otras materias primas, especialmente el cacao y el café, han ido bajando en medio de un clima internacional deflacionario. Aunque es cierto que el descenso de la demanda de materias primas por parte de China ha tenido un impacto obvio en África, la mayoría de las personas no estaba mejor cuando los precios subían. Al margen de los ciclos de expansión y contracción del capitalismo, desde la década de 1950 hasta el día de hoy no ha mejorado del nivel de vida de los y las africanas, independientemente de las nobles afirmaciones de los gobiernos, las ONG y otras organizaciones occidentales acerca de ayudar a África a ser autosuficiente.

En la segunda mitad del siglo XX la división del trabajo y las instituciones nacionales de África (todo, desde el ejército hasta la banca y el comercio exterior) estuvieron en gran medida determinadas por los países centrales (Estados Unidos y el noroeste de Europa) con la considerable ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y sus afiliados, el Banco Africano de Desarrollo y varias agencias de la ONU, además de, por supuesto, la explosión de ONG, algunas de las cuales están totalmente financiadas por gobiernos que tratan de influir política y económicamente. En pocas palabras, los mecanismos externos de la dependencia de África se hicieron más fuertes y más consolidados en las últimas seis décadas que en la era de la dominación colonial.

De hecho, entre 1990 y 2015 tendió a disminuir el nivel de vida de la inmensa mayoría de las personas africanas, a pesar del notable ciclo a la alza del precio de las materias primas y de las nuevas inversiones masivas de China, lo que resulta evidente al examinar todos los indicadores, desde la esperanza de vida al acceso al agua potable y a los servicios de saneamiento. Hay quienes lo achacan a la sequía periódica, sobre todo en Etiopía, Kenia y Somalia, las guerras locales y los conflictos rebeldes tanto en los países afectados por la sequía, como en otros, especialmente en aquellos en los que los musulmanes tienen influencia, como Sudán, Nigeria y Libia.

Además de la pobreza endémica que abona el terreno para movimientos rebeldes de inspiración islámica o comunitaria en muchas partes del continente, otros obstáculos al progreso son la explosión de la población, los políticos corruptos, el contrabando y la economía informal, la ausencia de desarrollo de las infraestructuras y de una tecnología moderna que ayude al continente a lograr un desarrollo capitalista comparable al de Occidente. Hay que señalar que algunos de los argumentos que hoy se esgrimen acerca de por qué África no se puede poner al nivel de sus homólogos occidentales también se esgrimieron hace cien años cuando África estaba bajo la colonización europea y los colonizadores culpaban a todo excepto al imperialismo de ser la causa fundamental del subdesarrollo.

Una causa del subdesarrollo sistémico de África ha sido y es que sale más capital del que entra, invariablemente préstamos extranjeros que tienen el papel de catalizadores del proceso de descapitalización. El ciclo de deuda externa pública y descapitalización continúa en todo el continente bajo la atenta mirada del Fondo Monetario Internacional y las instituciones financieras extranjeras que representan a los grandes bancos de Estados Unidos y Europa, y a los grandes intereses corporativos.

Sin duda supone un enorme paso adelante que algunas personas africanas hayan desempeñado cargos al frente de la ONU y en puestos clave en organizaciones internacionales. Desde una perspectiva simbólica tuvo una enorme importancia ver a Kofi Annan como Secretario General de la ONU, pero, ¿acaso África estaba mejor cuando abandonó la ONU que cuando entró o hubo algún cambio estructural en la economía política de todo el continente, desde Egipto hasta Sudáfrica, de Nigeria a Kenia? El principal obstáculo para elevar el nivel de vida sigue siendo la desmedida dependencia de un sector primario de producción dominado por el exterior y orientado hacia el exterior por la falta de diversificación de la economía.

Muchas personas observadoras de la economía política africana afirman que se han producido algunos éxitos, como el hecho de que Sudáfrica se liberara del dominio político de la minoría blanca, aunque se mantenga la hegemonía económica de esta minoría. Con excepción de Israel y de elementos de la derecha de Estados Unidos, el mundo entero celebró el fin del apartheid en Sudáfrica hace una generación. Para las y los africanos Nelson Mandela se convirtió en un símbolo de libertad y autodeterminación. Sin embargo, persisten el alto índice de desempleo, el bajo nivel de vida entre las personas negras, la falta de movilidad ascendente y la división entre ricos y pobres, y el país ocupa el último lugar del mundo en esperanza de vida. 

Aunque Sudáfrica estaba en vías de alcanzar a Brasil, India y Rusia, y tuvo de un crecimiento del 38 % del PIB en la última década, esto no era indicio de movilidad social, sino de concentración de capital. En 2015 Sudáfrica sufrió un índice de paro igual al de Grecia, que ha estado bajo las medidas de austeridad del FMI y la Unión Europea (UE) desde 2010. Las condiciones socioeconómicas y políticas son peores en el resto de África, y esto incluye al norte de África musulmán que ha sufrido la interferencia militar directa e indirecta de Estados Unidos y la OTAN en sus levantamientos sociales durante las revueltas de la Primavera Árabe, que en su momento representaron la promesa de una África democrática libre de dictadores vinculados a grandes capitalistas nacionales y extranjeros.

A juzgar por las estadísticas de desempleo en las dos mayores economías de África, Nigeria y Sudáfrica, ambas dependientes de las exportaciones de la industria extractiva, no hay muchas diferencias entre ellas, con todos sus recursos naturales, y Grecia, que sufre cinco años consecutivos de una austeridad impuesta por el FMI y la UE, y una movilidad socioeconómica en retroceso. Se podría argumentar que un 26,4 % de desempleo en Sudáfrica y un 24 % en Nigeria se entienden debido a la naturaleza cíclica del mercado de materias primas (tanto el oro como el petróleo crudo están muy por debajo de sus máximo, junto con todas las materias primas). Con todo, la cuestión fundamental no es la contracción cíclica del capitalismo, sino tanto los altos índices de desempleo y de subempleo estructurales en los países más ricos del continente como la vasta diferencia entre los ingresos de unos pocos individuos ricos y la vasta mayoría de las masas.

Los obstáculos al desarrollo son la causa de una división del trabajo que ha seguido siendo prácticamente la misma en la última mitad de siglo y ello a pesar de la reducción de la pobreza extrema (menos de dos dólares al día) en las dos últimas décadas. Según todos indicios, la globalización es la causa de la movilidad descendente de la mayoría de las personas africanas, aunque puede que no esté tan claro si se miran las estadísticas del PIB de algunos países, incluidos Sudáfrica y Nigeria. La estructura económica mundial no ha cambiado, a pesar de la retórica acerca de que la globalización y las políticas neoliberales mejoran todas las economías del mundo. Todo lo contrario, el retrato económico global de África es el un declive constante desde la década de 1980. En 1955 l a participación del continente en el comercio mundial fue del 3,1 % y en 1990 sólo del 1,2%.

En gran parte debido al papel de China como nuevo actor fundamental del comercio de la región este aumentó tras la recesión de principios de la década de 1990, aunque también se limitó al sector primario de producción. El factor China no ayudó al continente a aumentar su PIB hasta situarse por debajo de los 300.000 millones de dólares en 1997 mientras la deuda era de 315.000 millones de dólares. Esto permitió al FMI imponer la austeridad y medidas neoliberales de privatización, reducciones de impuestos a las empresas y la eliminación de las barreras comerciales, lo que debilitó aún más las economías nacionales. Las medidas de austeridad no sólo impidieron la movilidad socioeconómica ascendente, sino que en realidad disminuyeron el nivel de vida de más personas.

En diciembre de 1993 el Secretario General de la ONU Boutros-Boutrros Ghali afirmó que la solución a los problemas socioeconómicos de África era una mayor integración. Robert J. Cummings señaló en un trabajo sobre este tema: «Desde la década de 1950 hasta la actualidad se han fundado más de 200 organizaciones en el continente africano con el objetivo de fomentar la integración regional y subregional, y la cooperación económica. Históricamente los logros de est a s miles de organizaciones no han sido excelentes» (R. J. Cummings, «Africa’s Case for Economic Integration», www.HUArchives.net).

Los esfuerzos por parte de la ONU, el Banco Mundial y otras instituciones y gobiernos occidentales por forjar la integración africana no han alterado la estructura dependiente de la economía basada en el sector primario de producción ni han provocado un aumento del nivel de vida y una movilidad social ascendente, a pesar de una ligera reducción de la pobreza en las últimas dos décadas. La integración en el modelo patrón-cliente es el aspecto fundamental del neocolonialismo en África y beneficia a las corporaciones multinacionales, con lo que se perpetúa la dependencia externa y el subdesarrollo.

El desafío más importante que afronta África en las próximas décadas será pasar de ser una economía en gran parte «dependiente del exterior» (exportaciones de la producción del sector primario) y suministradora de materias primas baratas a los países capitalistas avanzados a ser una [economía] integrada que mira al interior (producir para satisfacer la demanda interna a través de una industrialización que sustituya la importación) vía un modelo intracontinental y el desarrollo de unas condiciones de intercambio más equitativas con los países desarrollados. Los desiguales términos de intercambio, el menor valor intrínseco de las exportaciones africanas frente a sus importaciones de países desarrollados ha sido y sigue siendo un problema fundamental para su desarrollo.

Para lograr el objetivo de la autosuficiencia África necesitaría algo más que ONG y la intervención de la ONU que solo actúan en zonas de emergencia en épocas de guerra y hambrunas. África necesitaría algo más que la financiación china del desarrollo de las infraestructuras con el fin de dar cabida a la minería extractiva y las regiones agrícolas, y algo más que la integración regional defendida por el Banco Mundial sin éxito, como ha reconocido él mismo, y que solo busca fortalecer el papel de las corporaciones multinacionales que tratan de dominar los sectores clave de la economía de las materias primas.

En ausencia de un cambio político sistémico como el que tuvo lugar en Inglaterra (1689) y en Francia (1789), y que preparó el camino para la modernización económica, África no puede logar su objetivo de autosuficiencia, al margen de la retórica de los políticos del continente o de organizaciones occidentales como el Banco Mundial y las corporaciones que utilizan la retórica de la autosuficiencia pero operan como imperialistas con unos resultados que no difieren mucho de los de los colonialistas del siglo XIX.

Segunda parte: el papel económico de China en África

¿Amenaza China con desplazar a los europeos de África en algún momento de la segunda mitad del siglo XXI, como sugieren los medios de comunicación de Estados Unidos desde la recesión mundial de 2008? ¿O el capital chino y el de la UE están tan interrelacionados que lo que se puede considerar la cuota de mercado de China en África muy bien podría estar produciendo beneficios a las corporaciones multinacionales francesas, británicas y alemanas? Si la China capitalista supone semejante amenaza para Occidente, ¿por qué el muy occidental Banco Mundial ha colaborado con China en varios frentes? ¿Es simplemente el temor de Estados Unidos a que China, en su condición de ineludible primera potencia económica del mundo, acapare los mercados más abundantes y más baratos de África?

En 2010 Wikileaks sacó a la luz el temor de Estados Unidos a que China ayudara a desarrollar infraestructuras situadas estratégicamente en aquellos países de África donde Estados Unidos planea hacer negocios. Dos cosas alarmaron a Estados Unidos: a) el desarrollo de las infraestructuras se hacía sin restricciones ni condiciones, al menos sin restricciones ni condiciones directas como Estados Unidos y la UE imponen siempre al país receptor; y b) la forma inteligente en que los chinos incluyen al Banco Mundial y a los gobiernos europeos, y las corporaciones multinacionales basadas en la UE. En resumen, la multilateralidad de China como estrategia para asegurar la cuota de mercado ha desbaratado a los unilaterales estadounidenses que ven un plan diabólico consistente en transferir a Oriente la dependencia histórica que África tiene de Occidente.

Otra cuestión referente a China es el alcance del papel que desempeñó en África en 2015 teniendo en cuenta que los medios de comunicación occidentales lo presentan como hegemónico y una amenaza potencial para los «intereses estadounidenses y occidentales», con lo que afirman que el capitalismo nacional y del bloque comercial es una táctica populista. En realidad, como veremos más adelante, actualmente China desempeña un papel pequeño mientras que los Estados europeos, Estados Unidos y los Estados árabes más ricos del Golfo disfrutan de la parte más importante del mercado. 

Lo que ha alarmado a los capitalistas y políticos occidentales es el hecho de que las exportaciones africanas a China pasaron de un mero 1 % de la cuota mundial en 2000 al 15 % en 2012 y es probable que siga aumentando indefinidamente. A pesar de la inevitable ralentización económica cíclica en China, es igual de inevitable que para la década de 2030 podamos predecir cómodamente un comercio, unas inversiones y un dependencia económica general de África respecto a China mucho más estrechos, lo que en sí mismo no solo plantea una amenaza para el capitalismo occidental, sino también a los planes geopolíticos occidentales respecto a un continente muy rico en recursos naturales. Dado que Estados Unidos no compite con China en África utilizando las mismas herramientas de integración económica, prácticamente la única respuesta de Estados Unidos ha sido mostrar su poderío militar y asegurar cuanto puede las corporaciones multinacionales con base en Estados Unidos.

Antes de que asumamos que el papel de China es beneficioso, muchas personas han insistido en que China es la panacea para África teniendo en cuenta que los papeles económico, militar y político desempeñados por Europa y Estados Unidos en toda África no han provocado mejoras según los criterios que proclama Occidente (democracia, libertad, desarrollo económico y mejora del nivel de vida). Algunos observadores dentro y fuera de África creen que es prometedor el modelo de integración chino, que empieza con el desarrollo de infraestructuras que ayudaría a la economía interna y también crearía una mayor integración regional al tiempo que estimula el sector de las exportaciones. A fin de cuentas, lo único que habían hecho los imperialistas europeos en África fue saquear desde que empezó el tráfico transatlántico de esclavos en el siglo XV con la llegada de los portugueses hasta las políticas más sutiles del siglo XX de ayudar a las corporaciones a explotar los recursos naturales. Por otra parte, si China está tan bien integrada en la economía global y está ayudando a crear un modelo de integración en África, esto supone nuevas oportunidades para los países africanos, al menos para aquellos ricos en recursos naturales.

Lo fundamental es si China ayudará a África a desarrollarse o simplemente perpetuará el subdesarrollo como hicieron los europeos y Estados Unidos. Al igual que el desarrollo, el subdesarrollo es un proceso que tiene lugar en medio de dinámicas de economía política nacional e internacional. El desarrollo no consiste en que un país tenga un superávit de mano de obra, sea prácticamente autosuficiente en minerales y materias primas o tenga unas infraestructuras que puedan dar cabida a un desarrollo rápido para reforzar el sector de exportación de capital intensivo, en su mayoría de industrias extractivas. África es uno de los continentes más ricos en recursos naturales del planeta y sin duda tiene un superávit de mano de obra al coste más bajo del planeta en comparación con otros continentes. ¿Pueden las inversiones chinas hacer algo con estos activos baratos para ayudarse a sí mismas al tiempo que ayudan a África?

Con el objetivo de asegurar una parte de los recursos naturales de África para su propio crecimiento y desarrollo al menor coste posible China ha invertido en el continente y contado con ello para el rápido crecimiento de las exportaciones en el siglo XXI. A pesar de sus ricos recursos y de las nuevas inversiones tanto de China como de los países árabes del Golfo, de Europa y Estados Unidos, la persistencia del subdesarrollo en África desafía la lógica al menos en la superficie más allá del crecimiento de las cifras del PIB y del descenso marginal de la pobreza extrema. ¿Por qué hay razones para creer que los chinos van a cambiar cinco siglos de historia de colonialismo y neocolonialismo?

Se podría argumentar que las causas estructurales tienen todo que ver con los corruptos e incompetentes regímenes políticos combinados con el desarrollo desigual complicado por las hambrunas y sequías periódicas en varias regiones subsaharianas. Otro argumento de los defensores de la globalización y de la política neoliberal es que África no se ha integrado plenamente en la economía capitalista mundial y que infrautiliza gran parte de sus capacidades productivas o las deja fuera del dominio del comercio internacional debido a la persistencia del tribalismo. ¿Acaso el problema de África es la infrautilización de los recursos naturales o unos términos comerciales desiguales, la explotación crónica de bajos valores laborales, la concentración masiva de capital en manos de muy pocos burgueses compradores vinculados al capital extranjero y, por supuesto, unos políticos corruptos a los que sobornan las corporaciones extranjeras para conseguir contratos?

Otra cuestión que los analistas occidentales señalan constantemente es que hay inestabilidad debido a los conflictos civiles en varios países, desde Sudán y Nigeria hasta África Central y Oriental donde los rebeldes son un obstáculo para la estabilidad y el desarrollo. En los países islámicos situados al norte del Sáhara existe inestabilidad provocada por elementos yihadistas, como ocurre en el este. Unas actividades que también tiene impacto en África en general. Sin embargo, las condiciones yihadistas tienen, como veremos más adelante, un origen bastante reciente e incluso son una reacción a las condiciones neocoloniales, entre otras causas vinculadas a las diferencias tribales y religiosas. En resumen, los analistas occidentales concluyen que la culpa de la ausencia de desarrollo en África reside directamente en dinámicas internas y no tiene absolutamente nada que ver con el imperialismo occidental como presencia crónica. 

Cuando examinamos las nobles promesas de crecimiento y desarrollo de la ONU, el Banco Mundial y los gobiernos occidentales, cuyo único interés es contribuir al control corporativo de los recursos y de la cuota de mercado de África, el resultado es que en 1995 un 25 % de las personas de la región subsahariana no tenía trabajo ni hogar. Y lo que es más alarmante, las tasas de crecimiento agrícola de África han estado disminuyendo desde 1965. A lo largo de las décadas de 1980 y 1990 la producción de alimentos per cápita siguió disminuyendo desde un promedio anual del 2,2 % (1965-1973) al 0,6 % (1981-85), con lo que se necesitó cuatro veces más ayuda alimentaria. ¿Por qué sorprende que haya actividad rebelde, incluidos los yihadistas como ocurre últimamente, cuando la pregunta debería ser por qué no hay más actividad dadas unas condiciones que los occidentales no tolerarían y exigirían un cambio?

Hay quienes mantienen que, en realidad, la presencia de China ayuda a domar el ambiente sociopolítico en todo el continente. China invierte en todo: energía hidroeléctrica, presas, agua y servicios de saneamiento, puertos, ferrocarriles, carreteras, minería, madera, pesca y agricultura. Al mismo tiempo, tanto Francia y el resto de Europa como Estados Unidos y los países árabes ricos han estado compitiendo con China y quieren mantener su cuota de mercado. Otra historia es qué implica esto exactamente para las personas africanas y el modelo de desarrollo que finalmente podría sacar a la mayoría de ellas de la pobreza abyecta.

Los chinos no están en África para mejorar el nivel de vida de la población sino para fortalecer su posición competitiva global. China necesitará las materias primas africanas, desde productos alimenticios a minerales, para seguir siendo una potencia económica en el sigo XXI. China cuenta con aproximadamente una quinta parte de la población mundial, pero solo tiene el 6 % del agua del planeta y el 9 % de la tierra cultivable, lo que obliga a su gobierno a buscar fuera de sus fronteras para mantener su crecimiento y desarrollo. Del mismo modo que África proporcionó materias primas baratas y mano de obra barata a Europa y Estados Unidos desde la era del colonialismo hasta la aparición de China como potencia económica global, en el siglo XXI desempeñará un papel similar con China compitiendo por las materias primas y la mano de obra baratas. Las inversiones han crecido de solo 210 millones de dólares en 2000 a 3.170 millones de dólares en 2011 y se espera que se disparen.

África es el continente donde más rápido está creciendo la inversión extranjera directa (IED), aunque se inicia a unos niveles tan bajos que sólo puede crecer. A pesar de que históricamente la IED fue principalmente a las industrias extractivas, hay un interés renovado por la manufactura, con la energía como industria clave donde un os métodos revolucionarios podrían marcar la diferencia al proporcionar electricidad a más personas que nunca y hacer la manufactura aún más barata. La IED en todo continente aumentó desde aproximadamente el 3% en 2007 al 5% en 2012, un período de recesión mundial.

Sin embargo, África no se encuentra entre los 25 principales países del mundo con la más alta entrada de IED y si no fuera por Sudáfrica el continente en su conjunto estaría en los últimos puestos junto con algunos de países euroasiáticos. Aunque parezca milagroso, la participación de China en la inversión extranjera directa en África es de apenas 26.000 millones de dólares, mientras que Francia y Reino Unido siguen a la cabeza en esta categoría. Por otra parte, pocas personas afirmarían que China está lista para imponer a África algún tipo de hegemonía económica bajo un modelo de integración supuestamente mejor que el que franceses y británicos habían impuesto después de la descolonización.

Al extender los créditos concesionales (con unas condiciones más generosas y a más largo plazo) por un valor de 10.000 millones de dólares en medio de la recesión mundial de 2009 a 2012, China compró una enorme influencia sin dictar literalmente las condiciones hasta el mínimo detalle como hacen el FMI y el Banco Mundial. El presidente chino Xi Jinping duplicó el compromiso de préstamos concesionales a África de 10.000 millones de dólares a 20.000 millones de dólares en el período 2013-2015, y el Export-Import Bank chino anunció un ambicioso programa de financiación de un billón de dólares para 2025, lo que podría verse reducido debido a la desaceleración de la economía china en 2015.

Aunque África supone un porcentaje tan pequeño de la inversión global china, ha sido una de las principales beneficiarias de la ayuda externa. Los donantes de ayuda siempre lo han utilizado como instrumento y ventaja políticos en todos los aspectos para influir no sólo en las inversiones y la política comercial del beneficiario de la ayuda, sino también en la defensa y la política exterior. Al proporcionar diversos tipos de ayuda a África, desde la asistencia médica y humanitaria hasta el alivio de la deuda y el desarrollo, China está de hecho invirtiendo en buena voluntad tanto diplomáticamente como económicamente para la futura cuota de mercado que desea en África.

¿Podemos esperar de China lo que hemos visto por parte de las empresas europeas y estadounidenses en África desde la década de 1960? Desde principios de esa década hasta hoy en día grandes empresas extranjeras obtienen financiación pública para proyectos privados que han sido poco rentables en toda África. No obstante, las empresas extranjeras no arriesgan su propio capital porque los créditos que reciben para financiar sus operaciones están garantizados por sus gobiernos o bancos de desarrollo, lo mismo que sus intereses y beneficios. Como la mayoría de las inversiones se hacen invariablemente en la minería y la agricultura comercial con la implicación de empresas como Monsanto, el grupo Carlyle, Shell y otros gigantes de Wall Street y estadounidenses, su objetivo es fortalecer el sector de las exportaciones sacando ventaja de la mano de obra barata sin que ello suponga mucho beneficio para la más amplia diversificación económica en un continente desesperado por tener una mayor autosuficiencia.

Aunque China ha seguido este modelo, el hecho de centrarse en desarrollar las infraestructuras en varios países africanos tiene el potencial de establecer las bases para una economía sostenible diversificada y orientada al interior. A fin de cuentas, China ha proporcionado ayuda a escuelas y algunas fábricas textiles, pero a menudo califica los préstamos de «ayuda» y la mayoría de sus inversiones van a parar a países ricos en recursos naturales.

La inversión extranjera en África en unas condiciones que ningún país desarrollado permitiría no está casi regulada, con lo que supone un drenaje de la riqueza de los recursos naturales. Al sufrir los valores laborales más bajos del planeta, África atrae la inversión de capital extranjero porque es la siguiente frontera para obtener beneficios altos. Por otra parte, el capital extranjero fluye porque los negocios extranjeros exigen que los países africanos proporcionen financiación local en forma de préstamos garantizados por el gobierno y con unas condiciones muy generosas que incluyen la repatriación de los beneficios, unas condiciones liberales respecto al medio ambiente y una protección laboral mínima.

Según el Banco Mundial, que ha sido socio de China en muchos proyectos, entre los objetivos en África se incluye: (i) acelerar la industrialización y fabricación; (ii) crear Zonas Económicas Especiales (ZEE) y parques industriales; (iii) infraestructura y logística comercial, incluida la integración regional; (iv) crear condiciones para acelerar la inversión responsable del sector privado; (v) desarrollo de competencias para la competitividad y la creación de empleo, y vi) mejorar la productividad agrícola y ampliar las oportunidades de la agroindustria.

Son unos objetivos verdaderamente nobles y se podría argumentar que todos los países en proceso de industrialización tuvieron que padecer, así que África tiene que hacerlo, a pesar de su relación excepcional con los países industrializados. Si analizamos cada uno de los puntos anteriores esbozados por el Banco Mundial, concluimos que el objetivo en África es crear un clima propicio para la inversión de las empresas extranjeras en las mejores condiciones posibles. No se dice nada sobre protección de los derechos de los trabajadores, negociación colectiva, salarios dignos, viviendas adecuadas asequibles, hospitales y escuelas, y, sobre todo, bajo un régimen político que respete los derechos humanos y los derechos civiles conforme a los principios de justicia social. La única preocupación de los inversionistas, los gobiernos y las organizaciones internacionales que les asisten en África es la inversión en sí, no el bienestar social, cultural, económico y político de las personas.

Tercera Parte: la nueva lucha por África, estupefacientes y tráfico de seres humanos

Existe una versión del siglo XXI de la «lucha por África», continuación de lo que iniciaron en el siglo XIX (1880-1912) los europeos que saquearon los recursos del continente, explotaron sistemáticamente a sus pueblos, provocaron guerras comunales y regionales, y destruyeron su cultura. Y todo ello invocando el darwinismo social y otras teorías etnocéntricas, incluidos el etnocentrismo y el «excepcionalismo», para justificar la hegemonía blanca. El nuevo asalto de la carrera neocolonial para repartir las lucrativas tierras cultivables de África, su riqueza mineral y los derechos de pesca dentro de sus aguas territoriales se extiende también a su ubicación geográfica tan adecuada para el comercio de cocaína sudamericana a través de África Occidental y el comercio de heroína y hachís a través de África Oriental.

Según el Banco Mundial (septiembre de 2010), en los 11 primeros meses de 2009 se vendieron más de 110 millones de acres (el tamaño de California y Virginia Oriental juntas) de tierras de cultivo. Se llevó a cabo en una carrera demente de inversores extranjeros privados y gubernamentales para asegurar las tierras baratas (y la mano de obra para trabajarlas) y ello durante la recesión económica más grave del periodo de postguerra. Entre 1998 y 2008 el Banco Mundial proporcionó 23.700 millones de dólares para la agroindustria de todo el mundo, la mayoría en África, para promover lo que denomina «agricultura eficiente y sostenible». Además de deteriorar la agricultura de subsistencia que mantiene a las familias, existe el correspondiente deterioro de la pesca de subsistencia debido a la rivalidad de las operaciones pesqueras comerciales europeas y asiáticas en la costa de África. Todo ello es parte esencial del control corporativo de África con el apoyo de los gobiernos de los países capitalistas avanzados y con el respaldo del FMI y de las agencias subsidiarias del Banco Mundial, como Corporación Financiera Internacional (IFC, por sus siglas en inglés).

Se calcula que en 2010 la IFC invirtió 100 millones de dólares en agroindustria en el África subsahariana, en comparación con solo 18 millones de dólares al año en la década anterior. Naturalmente, las inversiones de miles de millones de dólares de la IFC y el Banco Mundial se centran únicamente en la agricultura corporativa que desplaza a los pequeños agricultores. Ello a pesar del consejo de los expertos de los países subsaharianos que afirmaron que el mejor uso de la tierra cultivable es distribuirla a los habitantes de los pueblos (unas 12 hectáreas por familia) y darles los medios para cultivarla para acabar con el hambre y generar al mismo tiempo un potencial superávit para comerciar. La agroindustria de propiedad extranjera respaldada por sus gobiernos y organizaciones financiera internacionales como la IFC producen cultivos comerciales para la exportación mientras que la población originaria continúa sumida en la pobreza. Hay que señalar que la ayuda extranjera a la agricultura africana cayó un 75 % desde 1980, lo que provocó la necesidad de inversión extranjera privada en el sector. Todo esto se produce en nombre de promover las metas de privatización que los neoliberales occidentales fomentan en todo el mundo con unas consecuencias devastadoras para las y los trabajadores y campesinos.

En los últimos cien años la agricultura en los países industrializados ha experimentado una revolución cuyo resultado ha sido que solo un pequeño sector de la mano de obra se gana la vida con la agricultura, la ganadería y la pesca. La tecnología y la ciencia aplicadas al sector han aumentado la producción y han hecho que la agricultura requiera menos mano de obra, del mismo modo que la especialización y la concentración han provocado una mayor productividad. La modernización del sector primario de la producción implica que las grandes operaciones comerciales en el sector primario de la producción, apoyadas por políticas gubernamentales favorables, se han apoderado de este sector que requiere unos agroquímicos y una maquinaria caros, y una red de distribución para garantizar unos beneficios estables. En el caso de África, sólo las grandes empresas comerciales, invariablemente extranjeras, pueden operar según este modelo de desarrollo, lo que aboca a las y los pequeños agricultores y campesinos a la pobreza.

Con cada ciclo de recesión se deja sin actividad a más pequeños agricultores de África y del mundo mientras que los apologistas neoliberales no sólo en las salas de juntas corporativas y los medios de comunicación, sino en el gobierno y la ONU siguen elogiando las operaciones comerciales a gran escala como panacea para el capitalismo. La transición de la agricultura de subsistencia a la agricultura comercial primero en Europa Occidental y luego en Estados Unidos liberó mano de obra excedente para los sectores manufactureros y de servicios de la producción. Sin embargo, en el caso de África no existe un sector manufacturero o de servicios lo suficientemente grande como para absorber la mano de obra excedente arrancada a la agricultura de subsistencia y la ganadería.

Los gobiernos, los bancos y los economistas de la corriente dominante asumen que la agricultura comercial en forma de agroindustria es un desarrollo necesario de modernización. También asumen que sólo la agroindustria a gran escala, que está subvencionada por el gobierno y organizaciones internacionales como el Banco Mundial y la IFC, entre otros, puede satisfacer la creciente demanda de alimentos en el mundo y mantener bajos los costos. A fin de cuentas, la industria manufacturera está a la vuelta de la esquina para África, aunque promete ser el tipo de industria manufacturera que hemos visto en Bangladesh y otros países del sur de Asia, donde el nivel de vida es muy bajo y las condiciones de trabajo pésimas.

Dada la tendencia hacia la agricultura corporativa en los últimos quince años, los gobiernos y empresas privadas de todo el mundo han invertido en el África subsahariana porque las corporaciones buscan el mayor rendimiento con la inversión más baja posible en unas condiciones que sean lo más favorables posible al capital. Además de la agroindustria que cada vez adquiere más tierras, los bancos, fondos de cobertura y de pensiones, comerciantes de productos básicos, fundaciones e inversores individuales han comprado tierras como parte de la cartera de inversiones por valor de una media de 1 dólar por hectárea. Se trata de un intento de sacar provecho de una tierra y una mano de obra baratos en medio de una demanda cada vez mayor de productos alimenticios sin elaborar y de biocombustibles. 

La UE espera reducir las emisiones de carbono utilizando al menos un 10 % de biocombustible de todos los productos combustibles para 2020. Estados Unidos tiene el objetivo de reducir un 70 % su dependencia exterior del petróleo en los próximos 15 años. Con la ayuda del Banco Mundial y de la IFC, la UE y Estados Unidos han considerado África (más de 700 millones de hectáreas apropiadas para la agroindustria) el continente en el que invertir en biocombustibles y ello en un momento en el que los europeos también consideran África la próxima frontera para la energía solar. América Latina es también un objetivo para los biocombustibles y otras inversiones agrarias, pero África ofrece perspectivas aún más atractivas en parte debido al interés árabe y chino.

En la última década India, China, Japón y los países árabes se han unido a la lucha del siglo XXI por África, en algunos casos porque los gobiernos están preocupados por la conservación de los suelos, el agua y los recursos naturales en sus propios países. Los inversores privados y los gobiernos están tratando agresivamente de repartirse las ricas tierras cultivables de África, ya que se espera que en cuanto termine la actual recesión aumente el costo de los productos agrícolas. Arabia Saudí ha destinado 5.000 millones de dólares en préstamos a bajo interés a la agroindustria saudí para invertir en países atractivos desde el punto de vista agrícola. Otra razón para la nueva lucha por África se debe a lo que la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) denomina «tierra de reserva», áreas no cultivadas o infrautilizadas.

Los países desarrollados han utilizado África por sus materias primas y como consumidor de productos manufacturados importados y servicios de negocios extranjeros, pero no como socios comerciales casi iguales como son Francia y Alemania. En vez de ello, África ha sido víctima de términos comerciales desiguales y del control externo de sus sectores extractivos claves. En pocas palabras, África continúa en una situación semicolonial y sigue dependiendo cada vez más de los países desarrollados para productos y servicios sobrevalorados, mientras exporta materias primas a unos precios que determinan los mercados de productos básicos de Occidente basándose en el interés especulativo.

Impresiona favorablemente la retórica referente al «desarrollo sostenible» que los medios de comunicación, los gobiernos, el Banco Mundial e incluso las corporaciones prometen como si ese desarrollo se tradujera en justicia social. A fin de cuentas, no solo las compañías petroleras que operan en Nigeria, sino incluso Volkswagen (como demostró el flagrante escándalo de su manipulación de emisiones en octubre de 2015) ha puesto repetidamente en evidencia la hipocresía de la responsabilidad corporativa respecto al ecosistema. El intento por parte de la UE y Estados Unidos del desarrollar biocombustibles en África y América Latina nada tiene que ver con el «desarrollo sostenible», con generar una mayor «autosuficiencia» o ayudar a «desarrollar» de África, una retórica que la ONU, el Banco Mundial, los gobiernos y las corporaciones multinacionales occidentales utilizan para hacer que sea más aceptable para el mundo «la nueva lucha por África». La retórica es obligatoria para aplacar a las masas y mantener su confianza en el mundo corporativo.

¿Resolverán quienes viven en África los problemas crónicos de la pobreza y la enfermedad a consecuencia de la explotación de la tierra y del trabajo para satisfacer la demanda de alimentos y biocombustibles de las naciones occidentales? Las necesidades alimentarias de África se duplicarán en las próximas dos o tres décadas, un hecho que las empresas agrícolas extranjeras, los gobiernos y IFC y el Banco Mundial están utilizando para justificar la comercialización de la agricultura de propiedad extranjera. En el proceso de robo neocolonial de tierras han sido frecuentes los desalojos de campesinos y pequeños agricultores, el desarraigo de aldeas enteras, los disturbios civiles y quejas de los ciudadanos por el «robo de tierras». Las protestas debidas a la injusticia social no impiden a los gobiernos aprobar negocios agroindustriales respaldados por fuerzas poderosas. Una justificación común para la nueva lucha por África es que los territorios adquiridos no se utilizan o son «tierras baldías». A menudo los gobiernos no cobran a la agroindustria el agua que utiliza. Por ejemplo, una sola agroindustria perteneciente a un inversionista árabe en Etiopía utiliza tanta agua como 100.000 personas. El agua, por supuesto, es el bien más preciado en muchas partes de África. Esta es la realidad de la agroindustria y su papel en la África Oriental asolada por la sequía.

Una razón del aumento de la economía informal, en la que se incluyen desde las estatuas de madera talladas a mano hasta la cocaína de Colombia y la heroína de Afganistán que utilizan África Occidental y Oriental como centros antes de enviar el producto a Europa, es que ha fracasado el modelo neoliberal de desarrollo. De hecho, ha fracasado tan miserablemente que los jóvenes africanos empobrecidos se unen a grupos rebeldes que se inspiran en el islam radical o en la lealtad comunitaria. Al mismo tiempo, la combinación de actividad rebelde y violencia unida tanto a los estupefacientes como al tráfico de seres humanos y de armas, vinculados también al islam radical y a las lealtades tribales en algunos casos, es un reflejo de un sistema neocolonial, independientemente de las nobles afirmaciones por parte de los gobiernos occidentales, las ONG, los medios de comunicación, la ONU y el Banco Mundial de que velan por los intereses de las personas africanas. 

El tráfico de estupefacientes en África

Los problemas estructurales de África han contribuido a un floreciente tráfico de estupefacientes a través de las zonas occidental y oriental debido a consideraciones geográficas. Dado que en los países subsaharianos el porcentaje de mano de obra que se dedica a la agricultura, la ganadería y la pesca oscila entre el 50 % y el 75 %, el resultado de la agroindustria es crear un mayor porcentaje de trabajadores asalariados en vez de dedicarse a la economía de subsistencia. Un porcentaje de esta población decidirá ganarse la vida con actividades ilegales (tráfico de seres humanos, armas y narcóticos), otras personas con la piratería y otras con el próspero negocio de la prostitución de adolescentes que dispone de mercado en todo el mundo.

Todo ello es una parte esencial de una economía informal que según el Banco Africano de Desarrollo contribuye en un 55 % al PIB en la región subsahariana y equivale al 80 % de la mano de obra. «Nueve de cada diez trabajadores rurales y urbanos tiene trabajos informales en África y la mayoría de las personas empleadas son mujeres y jóvenes. La importancia del sector informal en la mayoría de las economías africanas proviene de las oportunidades que ofrece a las poblaciones más vulnerables, como las personas más pobres, las mujeres y los jóvenes». 

Desde hace años la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODOC, por sus siglas en inglés) advierte que varios países de África Oriental y Occidental están inmersos actualmente en el tráfico de drogas intencional, una realidad que tiene consecuencias en la actividad criminal y en la economía y la política sumergidas en general. Como el tráfico de drogas es tan lucrativo, los ingresos que genera a menudo son mayores que todo el PIB de algunos países africanos. Es el caso de Guinea Bissau, donde el tráfico de cocaína supone más de 2.000 millones de dólares y donde los crímenes violentos en esta antigua colonia portuguesa han ido aumentando de manera constante. La situación no es muy diferente en Senegal, donde el aeropuerto de Dakar se utiliza para transportar cocaína de América Latina a Europa.

Mientras África Occidental es un centro para la cocaína de Colombia y Perú, África Oriental es un centro para la heroína y el hachís provenientes del sudeste y sudoeste de Asia por aire y por mar, a menudo en barcos que transportan artículos legales y que a menudo son propiedad de magnates europeos del transporte marítimo y, por supuesto, de los bancos europeos para lavar el dinero de la droga. Varios magnates griegos del transporte marítimo han estado vinculados al tráfico ilegal de estupefacientes en África, pero invariablemente tiene relaciones europeas para la distribución y el lavado de enormes cantidades de dinero dado que el valor que la droga tiene en la calle es 20 veces mayor que su valor original cuando el producto llega a África.

Aunque pueda parecer que el tráfico de drogas está al margen de la actividad económica dominante, en realidad opera con las mismas leyes del capitalismo y en la práctica según rutinas similares. Se aplican las leyes de la oferta y la demanda, lo mismo que la cooperación del gobierno, si bien es cierto que a un nivel secundario de ilegalidad por medio de un soborno que no es diferente de los sobornos que una corporación multinacional paga a los funcionarios. Por otra parte, de la misma manera que la industria extractiva drena el capital de África también lo hace el tráfico de estupefacientes. De hecho, quienes están involucrados en este negocio son hombres de negocios que operan con un producto ilegal, pero que observan todas las demás reglas del mercado dentro del cual operan y no hace distinción entre el dinero de la droga y el dinero corporativo. Lo esencial para África es que tanto los negocios corporativos como los de la droga acaban sacando el capital de la zona y dejan atrás todos los problemas sociales y políticos.

El proceso de descapitalización, especialmente en medio de ciclos de recesión en la economía mundial, como en el actual caso de bajos precios de los productos básicos, no hace sino aumentar los problemas provocados por la economía informal, que es una mera extensión de la economía general, dependiente y orientada hacia el exterior, y un remanente colonial que da lugar a actividades ilegales. El África Oriental situada en torno al Golfo de Aden ya es el centro de la piratería mundial y ello además del comercio de armas y de seres humanos. Se trafica ilegalmente todo, desde artículos de artesanía ilegales a diamantes y oro. África Occidental se está transformando poco a poco en el nuevo centro mundial para los narcotraficantes sudamericanos. Guinea, Mauritania, Guinea Bissau, Ghana, Benin, Sierra Leona y Senegal son algunos de los principales países intermediarios del narcotráfico vinculados al comercio de coca de Colombia y Venezuela.

El tráfico de drogas no sería posible sin la cooperación oficial, todo el mundo desde los funcionarios de aduanas, las autoridades portuarias, la policía, el ejército y la marina hasta los altos cargos del gobierno. En resumen, el comercio de drogas en África es una parte esencial del sistema político y de la economía informal que goza de la protección de una amplia variedad de actores, lo que hace que el transporte sea poco arriesgado en comparación con el Caribe. En la última década ha aumentado la actividad con Rusia como un nuevo actor en el tráfico internacional de drogas y los oligarcas detrás del régimen.

Durante la campaña «Just say No!» [¡Simplemente di no!»] de la era Reagan Estados Unidos tenía el mayor consumo de droga per cápita (la población estadounidense era aproximadamente el 4 % [de la población mundial], pero consumía entre el 25 % y el 40 % de las drogas ilegales del mundo) y esto no quiere decir que en Estados Unidos una píldora legal que cure milagrosamente todo no sea esencialmente una característica cultural. Sin embargo, actualmente tanto Reino Unido como España superan a Estados Unidos en el consumo per cápita de cocaína y ambos países junto con Portugal y Francia son los principales destinos de la coca proveniente de América Latina a través de África Occidental.

Los casos de los que se tiene conocimiento parecen indicar que Somalia, actualmente en el proceso de establecer una autoridad central, es anfitriona de transacciones ilegales generalizadas, incluidos el tráfico de drogas y de armas. Hay dos importantes aeropuertos internacionales en la zona, que prestan servicios a las capitales de Etiopía y Kenia, países que se utilizan como puntos de tránsito para las drogas. Ambos aeropuertos tienen conexiones entre África Occidental y los países productores de heroína en el suroeste y sureste de Asia. También se usan cada vez más los servicios postales y de mensajería para la cocaína, la heroína y el hachís.

El tráfico de heroína desde Pakistán, Tailandia e India a África Oriental ha aumentado en las dos últimas décadas. Parte de esta heroína llega a África Occidental, que también la exporta a Uganda, Tanzania y Kenia a través de Etiopía. Dadas las limitadas opciones en la economía formal cada vez más tanzanos y mozambiqueños participan en el tráfico de heroína de Pakistán e Irán. Los sindicatos de narcotraficantes de África Occidental y África Oriental están relacionados entre sí y también con contrabandistas de América Latina y Asia del Sur, lo que refleja un alto nivel de organización.

Teniendo en cuenta que las empresas multinacionales, desde Shell Oil a Siemens, tienen un largo historial de sobornos a funcionarios africanos y no africanos, el modo de operar de los narcotraficantes no es diferente del de los negocios «legítimos». Y si se presenta la oportunidad de ganarse la vida, ¿por qué el «dinero sucio» ha de ser menos valioso que «dinero limpio», que parece ser menos de 500 dólares al año para la mayoría de los africanos? A juzgar por las recesiones de postguerra, cuando el ingreso per cápita descendió hasta el 50 %, esto significa que en la crisis actual África no sólo sufrirá un mayor empobrecimiento que el resto del mundo, sino que sus problemas económicos provocarán más conflictos entre comunidades y étnicos, más epidemias, más emigración dentro y fuera del continente, y más agitación política de lo que puede esperar cualquier nación desarrollada.

Este clima es ideal para que haya más piratería, más tráfico de armas y estupefacientes, más tráfico de seres humanos, y todo ello como parte del legado colonial y neocolonial de una economía orientada al exterior que beneficia a los países desarrollados. Aunque a corto plazo el continente necesita aliviar de la carga de la deuda y ayuda para desarrollase, para una pequeña parte de jóvenes africanos desempleados e indigentes la solución son las drogas, las armas y la trata de seres humanos que generan dinero, aunque la mayor parte de ese dinero no se queda en la zona y crea una violencia que perturba la actividad económica legítima.

Conclusiones

El tejido social de nuevo trastocado por «la nueva lucha por África» y la continua inestabilidad política garantizan el aumento de la delincuencia y del malestar social. Resulta sorprendente que las mismas instituciones que contribuyen a la devastación de África afirmen actuar en nombre del progreso, el desarrollo sostenible y la eficiencia, afirmen ayudar a aumentar la productividad y las exportaciones, a crear empleos mediante la inversión extranjera, etc. Es decir, la versión moderna de «la carga del hombre blanco».

La retórica «políticamente aceptable» de la «eficacia y la sostenibilidad» ha dado como resultado un sector agrario orientado al exterior que abastece a los mercados extranjeros en vez de una economía orientada al interior diseñada para satisfacer las necesidades alimentarias de una población que aumenta rápidamente. En el siglo XVI los agricultores en Inglaterra se pasaron a la ganadería debido a la creciente demanda de textiles de lana. Los campesinos se morían de hambre mientras aumentaba el coste del grano, así que «las ovejas se comían a la gente». En este siglo «la agroindustria se comerá a los africanos».

Quienes defienden la agroindustria lo justifican con diferentes argumentos, entre los que se incluye que «ningún país se ha desarrollado» con dos terceras partes de su mano de obra viviendo de la tierra y dependiente de las industrias extractivas. Es una interesante coincidencia que así como el África subsahariana ha sido el objetivo de los señores de la droga en los últimos años, también es el objetivo de los inversores en granjas corporativas cuyo modo de operar es utilizar tierra y mano de obra baratas, y a funcionarios públicos corruptos para atender las demandas del mercado externo. La pobreza rural aumentará a consecuencia de la inversión de empresas extranjeras en la agricultura africana. ¿El resultado de la «nueva lucha por África» por parte de inversores corporativos y señores de la droga será la eliminación de hambrunas y enfermedades, y un aumento del nivel de vida de la población nativa, o será otra forma de neocolonialismo en nombre del progreso? 

Utilizando el pretexto de «terrorismo», un movimiento guerrillero bajo la bandera de los yihadistas en los últimos años, los regímenes occidentales y pro occidentales achacaron todos los problemas a estos fanáticos en Nigeria, Chad, Sudán, Somalia, Kenia, Níger, Camerún, Uganda y Mauritania. En otras palabras, Estados Unidos y sus socios europeos hacen creer a la opinión pública que durante décadas, cuando no había yihadistas islámicos, el África subsahariana bajo el dominio colonial y neocolonial disfrutaba de justicia social y movilidad social ascendente bajo regímenes democráticos. Aún más insultante es la sugerencia de que los militantes islámicos son la causa y no el síntoma de la explotación occidental de África y que el continente no tendría problemas si se eliminaran. Por contraproducente que haya sido la guerra yihadista, e inútil en conseguir sus objetivos, no es la causa sino un síntoma más de la estructura neoimperialista en el continente, desde Libia a Sudáfrica, desde Nigeria a Kenia.

Además de achacar los problemas de África al «terrorismo» islámico, también hay quienes defienden la teoría neomalthusiana, demasiadas personas y muy pocos recursos, en vez de una distribución desigual de los ingresos. Es cierto que la sequía es un desastre natural cíclico en partes de África oriental y meridional y, en general, también es un problema en otro lugares. Sin embargo, ¿la sequía justifica el malthusianismo y explica los obstáculos estructurales al desarrollo africano? Esto no quiere decir que no sea deseable una forma de control de la población, pero esto es una cuestión de recursos y educación de la población en general.

La única solución para los africanos es unirse y organizar se a nivel de movimiento de base para poner fin a la explotación racista neocolonial ya sea en forma de economía formal basada en las exportaciones mineras y agrícolas o en la de la economía informal, que incluye el narcotráfico. El trabajo por el desarrollo sostenible sólo puede provenir de los movimientos indígenas que primero cambien los regímenes políticos dependientes del exterior y luego se comprometan a cambiar el orden social, lo que engendraría crecimiento económico en un modelo orientado al interior. Teniendo en cuenta los profundos antagonismos étnicos históricos en África de los que en parte son culpables los occidentales y los aún más sólidos cimientos neocoloniales occidentales, es altamente improbable la posibilidad de que nada de esto tenga lugar en las próximas décadas. África seguirá siendo el continente de las contradicciones, con las personas más pobres del mundo, pero algunos de los recursos naturales más ricos del mundo.

Jon V. Kofas, doctor y profesor jubilado de historia, es autor de diez libros académicos y de dos docenas de artículos académicos. Especializado en economía política internacional, Kofas ha enseñado y escrito sobre la historia diplomática de Estados Unidos y el papel desempeñado por el Banco Mundial y el FMI en el mundo.

Fuente: http://www.pambazuka.org/human-security/africa-21st-century-legacy-imperialism-and-development-prospects

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