Recomiendo:
0

Yibuti. Los líderes globales pasados, presentes y futuros apuntan al unísono a África

El lugar que pocos saben ubicar pero en el que toda potencia quiere estar

Fuentes: La Vanguardia

Los mismos que han llevado a Japón a desplegar, por primera vez desde la segunda guerra mundial, tropas militares -unos 600 efectivos- fuera de sus fronteras, por la pragmática vía del alquiler de naves a escasos metros de Camp Lemmonier, la base de EE.UU. Apenas tiene unos 23.000 kilómetros cuadrados (es más pequeño que Catalunya) […]

Los mismos que han llevado a Japón a desplegar, por primera vez desde la segunda guerra mundial, tropas militares -unos 600 efectivos- fuera de sus fronteras, por la pragmática vía del alquiler de naves a escasos metros de Camp Lemmonier, la base de EE.UU.

Apenas tiene unos 23.000 kilómetros cuadrados (es más pequeño que Catalunya) y cerca de 900.000 habitantes. No tiene tierra fértil ni arable. Pero sí desierto. Mucho. Carece de petróleo o de gas. Fue colonia de Francia hasta 1977 y, tras unos inicios algo inestables, vive entre pobreza, desigualdad y paz gracias a un gobierno que pasó del tío al sobrino casi sin pestañear -y éste sigue en su puesto desde el lejano 1999. Es, eso sí, el ojito derecho de toda potencia global que se precie. Se llama Yibuti. Y la única razón para ello es su privilegiada situación en el mapa.

Su ubicación estratégica le ha traído una repentina popularidad que muchos veían previsible, pero pocos temían como hasta tiempos tan recientes. Porque allí, en el cuerno de África, rodeado de violentos países como Eritrea al norte y Somalia al sur, pero sobre todo con el estrecho de Mandeb como exclusivo lugar de acceso al mar Rojo (en el camino al egipcio canal de Suez) enfrente, su frontera natural con el vecino -y en guerra- Yemen, es donde han ido a parar (cheque mediante) bases militares estables de Francia e Italia por Europa, la OTAN y la UE cuando se requiera, también Japón y… sobre todo EE.UU. y China.

Es, en consecuencia, el punto de unión global entre Oriente y Occidente; entre las potencias de ayer, hoy y las que luchan por serlo mañana; por todo ello, previsible encrucijada de las tensiones de un mundo cada vez más plano en el que las jerarquías vuelven a salir al ‘escenario’.

Trump cuenta con más de 4.000 militares en Yibuti, en su mayoría de los cuerpos de operaciones especiales (o USSF por sus siglas en inglés). Mientras, Francia, antigua metrópoli, reúne a un millar. Italia, con intereses en la zona desde la época fascista de Benito Mussolini, a unos 300. Desde allí parten, a su vez, las patrullas de organismos como la OTAN y la UE en su lucha contra la piratería dentro de la Operación Atalanta, en activo desde 2008 y puesta en valor tras el secuestro del atunero vasco Alakrana -tanto, que en los últimos cinco años apenas un navío ha sido secuestrado en la zona. La fricción, en cambio, aumenta cuando en la ecuación yibutiana aparece un dato: sus aguas unen el mar Rojo con el océano Índico y son, así, el paso imprescindible de los buques que conectan con la fábrica del mundo en el extremo oriente. Particularmente, China. Y es el gigante asiático, de hecho, la potencia emergente que ha desplegado en su nueva base en la capital del país, a 10 kilómetros de la americana, hasta 700 hombres.

Este y oeste, cara a cara La desconfianza general del resto era de esperar. Y de ahí también la escueta explicación del Imperio del Centro, que vuelve a poner en funcionamiento su particular brújula de influencia global. China reiteró que su fin no es hacer la guerra por otros medios -que diría algún analista- sino, más bien, y utilizando lenguaje diplomático, defender sus intereses en esa zona del mundo.

Pedro Baños, coronel en la reserva del Ejército español, exjefe de contrainteligencia y seguridad del Eurocuerpo y experto en defensa, terrorismo y geopolítica, nos lo resume de manera muy gráfica: «La razón geográfica está clara: dominar el mar Rojo y el canal de Suez; pero también permite insertarse en toda África. Francia tiene interés en Yibuti por la francofonía. China y EE.UU. para dominarla».

Porque la razón última del ‘por qué’ estar en Yibuti siempre se ha achacado al comercio internacional. Y no es para menos. Por el estrecho de Mandeb (de apenas 115 kilómetros de ancho) pasan anualmente unos 30.000 buques cisterna de petróleo -cuatro millones de barriles diarios. Y el crudo es la fuente energética básica tanto del siglo XX como del actual XXI (a falta de alternativas…) Más o menos, el 40% de lo transportado a nivel global, con Europa como principal destino u origen de los buques. Y si salimos de los hidrocarburos, es que cerca del 25% del comercio mundial también pasa por allí, al conectar el mercado asiático con el Mediterráneo.

El control de África, clave

Pero a su vez es la puerta de entrada al dominio de todo un continente, África. El objeto de deseo de China cuando, tal y como nos detalla un informe de Félix Arteaga, del Real Instituto Elcano, hasta siete países africanos están entre los diez de mayor crecimiento económico del mundo entre 2010 y 2015. Sierra Leona, Níger, Costa de Marfil, Liberia, Etiopía, Burkina Faso y Ruanda tienen crecimientos del PIB superiores a los de China. Y Mozambique, Zambia y Ghana, mayores que los de India. En todos los casos por encima del 5% anual. Un continente que es atractivo en aquello que más busca el gigante asiático: materias primas para sus industrias, como el petróleo, o el gas y diamantes, uranio, cobre, manganeso, acero u oro; incluso, cada vez más, el café que crece en la zona del África oriental.

Yibuti es así un centro operacional básico para el comercio y la economía internacional. Y a menudo, también, un tablero interpuesto de un conflicto mayor –como en el caso de Siria entre Irán e Israel. «Está más que probado que China prueba en Afganistán cómo actúan los países occidentales y de la OTAN», detalla Baños. Este país en el cuerno de África sería así un segundo escenario de vigilancia y tensión Este-Oeste.

Además, por si los actores en juego eran pocos, en el baile de nombres dentro del tablero yibutiano también surge uno de los protagonistas en la guerra civil que hoy padece el limítrofe Yemen: Arabia Saudí. Porque, como relataba al Financial Times Mahmoud Ali Youssouf, ministro de Exteriores yibutiano, ya se trabaja en la construcción de una nueva base militar marítima, esta vez saudí, que es «bienvenida» por la inseguridad que vive la región -y aunque a nadie se le escape que por la zona también transitan los petroleros que provienen de Irán, su enemigo regional, destino a Europa. De ahí las suspicacias por la posible nueva escalada del conflicto en el país.

Tras Arabia Saudí ha sonado Turquía. O India. Y sobre todo Rusia, completando la plural baraja de las potencias presentes, pasadas o emergentes que han llamado a las puertas del Gobierno local -aunque hasta el momento para estos con una respuesta no tan negativa como sí ‘dubitativa’. Con Rusia, por ejemplo, y en la misma entrevista al Financial Times, el ministro reconoció los contactos, pero también cómo se negaron porque no querían usar su territorio para intervenir en Siria. Quizá la razón por la que Emiratos Árabes Unidos construye un puerto en Berbera, ciudad somalí cercana a Yibuti, y tengan otro vigente en Eritrea.

Yibuti o la imposibilidad de salirse de la espiral militar

¿Pero Yibuti tiene alternativa a esta ‘invasión’ de bases militares por parte de las potencias globales? Duda… Y es lógico: su principal fuente de ingresos viene de sus puertos. En particular, del de la capital, conocido como el Puerto de Etiopía, al ser éste la única salida al mar del país con el que hace frontera al oeste tras perder Eritrea en 1993. Se calcula que el 90% de las importaciones etíopes (con una población de casi 100 millones de habitantes) entran por ese puerto. Un comercio que, sin la participación china, de hecho, no sería el que es: en 2015 se reemplazaron las viejas vías de tren de la época colonial por una nueva y moderna gracias al capital y trabajo del Gobierno de Pekín, permitiendo ampliar así su mapa de influencia comercial a Sudán, República centroafricana o Camerún; uniendo el Atlántico con el mar Rojo y de ahí el Índico. (A lo que se suman ahora nuevas promesas de inversiones en aeropuertos, puertos, plantas de licuefacción, gasoductos y oleoductos).

Dicho de otra forma: en torno a un 80% de su PIB depende del tráfico marítimo de mercancías e ingresos que generan los puertos y bases militares. La razón, por eso, por la que este minúsculo punto en el mapa de África (sólo Suazilandia es más pequeña en el continente) es proclive a colaborar con todo aquel que llama a sus puertas. Casi sin importar su trayectoria y sean de Oriente u Occidente.

Òscar Mateos, profesor titular de Relaciones Internacionales de la Universitat Ramon Llull y analista de cuestiones africanas, lo resume mirando hacia el futuro: «Está claro que EE.UU. contempla con cierto desasosiego esta novedad [la presencia china, ndr], si bien ambos países están condenados a entenderse. En cuanto a las consecuencias para Yibuti, son extraordinarias. Hay incluso quien se atreve a considerar que el país se va a convertir en el ‘Singapur africano’, por las enormes inversiones que supone convertirse en un hub de seguridad en el que operan las principales potencias de todo el mundo».

Hoy la tasa de población activa yibutiana es de apenas el 43%. El paro, del 60% en la ciudad y el 83% en las zonas rurales. Cerca del 75% de la población vive en un estado de pobreza relativa. Un 42% en la pobreza extrema. En el ranking del Índice de Desarrollo Humano (o HDI) se sitúa en el puesto 172 sobre un total de 188 Estados. Por todo ello, pocos dudan de la afirmación de Fernando Montoya Cerio en un informe del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE): «Sin ningún género de dudas, estamos en presencia de un país intrínsecamente pobre y profundamente dependiente de la ayuda (de una u otra manera) exterior». Porque como alternativa solo destaca el comercio de la sal, extraída del lago Assal. Razón por la que el país, insertado en la economía globalizada, en la práctica no impone ninguna restricción a las inversiones extranjera en los sectores comercial como financiero. Pero sí en la explotación de la sal.

«Es probable que el clientelismo y la corrupción empeoren, a la vez que es probable que los indicadores de desarrollo y la lucha contra la pobreza mejoren, si bien mucho menos de lo que fuera esperable ante un nivel de inversión como el actual. Sólo China está pagando 20 millones de dólares por año por desplegar su base en este territorio (hay quien dice que esa cifra asciende hasta 100 millones por año). Pero también sabemos que, en particular en el continente africano, el crecimiento económico no está conllevando una mejora sustancial del bienestar de las poblaciones», concluye Mateos.

Los puertos siempre miran y han mirado hacia fuera. Y Yibuti lo asume como su ‘guía’ nacional. Pero si el control del canal de Suez trajo más de una guerra en la historia más reciente, y si controlar este estrecho equivale a controlar el primero por el otro extremo; o si como resume Baños, «hay que estar en los sitios en los que hay que estar, porque tiene cierta resonancia y da prestigio», el nada irrelevante juego de poderes que revive la zona hace que la posibilidad de que se incremente la tensión y el conflicto entre potencias que se consideran rivales sea no tanto una posibilidad, como una cuenta atrás.

Fuente: http://www.lavanguardia.com/internacional/20180514/443560790722/gps-yibuti-pocos-saben-ubicar-toda-potencia-quiere-estar.html