Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
A pesar del acuerdo firmado entre EEUU e Iraq en 2008, que exige una total retirada de Iraq a finales de 2011, el almirante y jefe de la junta de jefes de estado mayor estadounidense Mike Mullen está ahora «advirtiendo» a los dirigentes iraquíes de que sólo disponen de unas pocas semanas para decidir si quieren que las tropas sigan en el país una vez superada la fecha formal de retirada. En las recientes semanas, demócratas y republicanos han reanudado también el «debate» acerca del supuesto plan de «retirada» de Obama de Afganistán. A los planificadores militares de EEUU les encanta enmarcar sus violentas ocupaciones como necesarias intervenciones «humanitarias», que tienen como objetivo «salvar» a los pobres y oprimidos del tercer mundo. Estas afirmaciones han sido siempre muy poco sinceras y la gravedad de las pruebas recientes sugiere que tales esfuerzos por considerar el mito humanitario equivalen a poco más que mera propaganda.
Tomemos, por ejemplo, Iraq y Afganistán. Ambas ocupaciones fueron vehementemente defendidas por funcionarios políticos conservadores y liberales, así como por sus homólogos en los medios de comunicación de masas bajo el disfraz de puras intenciones y desinteresados sacrificios. A ambas ocupaciones se oponían la mayoría de los estadounidenses, afganos e iraquíes sabiendo que la destrucción que iban a causar dejaría a los países en una situación mucho peor que si EEUU no hubiera nunca intervenido.
En el caso de Afganistán, la administración Obama anunció que iniciaría una retirada paulatina en julio de 2011 hasta llegar al año 2014. La promesa de una fecha de retirada para el 2011 se remonta a finales de 2009, en el preciso momento en que Obama anunciaba su «incremento» de 30.000 soldados más en Afganistán. El anuncio de retirada de Obama de 2009, efectuado al mismo tiempo que su anuncio de escalada bélica, no tiene precedentes en la historia de EEUU. Raramente los agresores proporcionan una «estrategia de salida» al inicio de sus embestidas bélicas. Sin embargo, ese nuevo desarrollo reflejaba no tanto la respuesta «democrática» de la administración Obama ante el pueblo (considerando que la mayoría de los estadounidenses se oponían entonces a la guerra y continúan oponiéndose en la actualidad), sino más bien una concesión hecha de mala gana por parte de los demócratas queriendo significar que no iban a proseguir con guerras sangrientas (a lo Bush) sin una promesa de final (al menos un tanto vago) a la vista. Sin embargo, la estrategia sin precedentes de escalada-desescalada apenas debería valorarse como un desarrollo «revolucionario» en la política exterior estadounidense. Después de todo, con Obama, la guerra de Afganistán va a tener, como mínimo, una duración de trece extenuantes años, si tenemos en cuenta que la escalada inicial del conflicto empezó inmediatamente tras los ataques del 11 de septiembre. Además, a través de los cuatro primeros años de su presidencia, Obama habrá gastado mucho más en el ejército de lo que había gastado George W. Bush al final de su primer mandato. Si algo ha demostrado Obama es que las políticas imperialistas y la escalada militar pueden llevarse a cabo incluso con más eficacia bajo regímenes demócratas, aclamando ridículamente a personalidades «antibelicistas» tipo Obama como partidarias de la «desescalada» y de la «paz».
Como era de esperar, los republicanos, que son incluso más perdidamente adictos aún a la guerra, han atacado el calendario de «retirada» de Obama alegando que es peligroso, irresponsable e ingenuamente «antibelicista». John McCain anunció, poco después de la escalada en Afganistán de 2009, que cualquier referencia a una fecha de retirada resultaba «desalentadora» y que iba a servir para asegurar que los afganos estuvieran menos dispuestos a «arriesgar sus vidas para ponerse de nuestro lado en esta lucha». La fecha de retirada, defendía McCain, es algo que «el enemigo puede explotar para debilitar e intimidar a nuestros amigos». En marzo de este año, el congresista republicano Mike Coffman anunció algo parecido, que se sentía escéptico sobre una posible retirada considerando los «intereses de seguridad en Afganistán que debemos aceptar… necesitamos asegurarnos de que los talibanes no se apoderen del país». Los comentarios de Coffman se produjeron en un momento en que una resolución no vinculante del Congreso pidiendo una retirada total y acelerada de Afganistán (para finales de año) salía derrotada por 93 votos frente a 321, con sólo ocho republicanos votando a favor de la misma.
Los esfuerzos para establecer un calendario de retirada de Iraq sufrieron parecidos ataques en todas las ocasiones por parte de liberales y conservadores durante los primeros años de esa guerra y, con posterioridad, por parte de los halcones conservadores, una vez que los liberales dominantes decidieron que no «merecía la pena» proseguir con esa guerra en términos de costes financieros y vidas estadounidenses. En 2008, por ejemplo, los editores neoconservadores del Washington Post seguían aún castigando al presidente Obama por su «poco realista» plan de retirada (8 de julio de 2008). Los editores festejaban a EEUU por su supuestamente exitosa «estrategia de contrainsurgencia» que «había conseguido un descenso espectacular de la violencia». Advertían que «sería una locura dar comienzo a una salida forzada del país sin considerar los riesgos de la renovada guerra sectaria y la escalada de la intervención en el país por parte de Irán y otros vecinos de Iraq».
La ocupación de Iraq nunca ha acabado realmente, aunque uno ignorara esto debido a la escasa o no existente cobertura del conflicto por parte de los medios de comunicación de masas. Associated Press informaba en marzo de este año que: «Ocho años después [de la invasión de EEUU], miles de soldados estadounidenses continúan en Iraq, y puede que su misión prosiga hasta un futuro lejano. A pesar del acuerdo de seguridad que exige una retirada total del ejército estadounidense a finales de año, cientos cuando no miles de soldados estadounidenses [más exactamente, 47.000] continuarán estando en Iraq después de 2011». Así es, como informaba USA Today en septiembre del pasado año, el mandato de las tropas estadounidenses bajo la recién declarada «Operación Nuevo Despertar» consistirá en «dedicarse a entrenar a los iraquíes para que asuman su propia seguridad, reduciendo la presencia y autoridad estadounidense en el combate». Sin embargo, este punto es extremadamente importante porque establece una fecha-marcador que ayuda a comparar la violencia en Iraq antes y después del final de las principales operaciones de combate (excluyendo las campañas de operaciones especiales, que han proseguido aún después de agosto de 2010).
¿Y cómo le ha ido a Iraq una vez que terminaron las principales operaciones de combate estadounidenses? Como informaba el New York Times en diciembre de 2010 (cuatro meses después de la «retirada» de EEUU), la violencia en Iraq estaba en sus niveles más bajos desde el comienzo de la ocupación en 2003. El total de víctimas civiles para 2010, según informaba el proyecto del Iraq Body Count, era de 3.976, descendiendo de los 4.680 de 2009 y del pico de 2.327 muertos al mes de 2006, en el peor momento de la guerra civil de Iraq. La cifra de muertes mensuales en los últimos cuatro meses de 2010 (después de la «retirada» de EEUU) se mantuvo alrededor de las 270 al mes, acumulando una reducción de un 27% desde la media de 370 víctimas al mes de los primeros ocho meses de 2010. En los primeros meses de 2011, el número de víctimas se ha mantenido por lo general en niveles bajos, con una media en el país de 314 muertos al mes, un 15% de reducción desde los primeros ocho meses de 2010 (antes del final de las principales operaciones de combate estadounidenses).
Los editores del Washington Post ignoraron de forma orwelliana las implicaciones de estas cifras, celebrando que 2010 había sido «un buen año en Iraq» porque «la violencia ha descendido al nivel más bajo que Iraq ha conocido probablemente en décadas» (22 de diciembre de 2010). Presumiblemente, el periódico esperaba que los estadounidenses se hubieran olvidado de que habían predicho de forma incompetente que ocurriría exactamente lo contrario si a Obama se le permitía seguir con su tibio llamamiento de julio de 2008 a un «redespliegue paulatino de tropas de combate» que culminaría con una retirada de las «brigadas de combate» en julio de 2010.
Cualquiera que hubiera seguido con espíritu crítico la guerra en Iraq era consciente de la pobreza de las advertencias de que la retirada podría llevar al colapso nacional y a la guerra civil. Muy al contrario, la violencia había sufrido una veloz escalada bajo la ocupación de EEUU, transformándose en una guerra civil en toda regla a lo largo de los primeros cinco años de operaciones de combate de EEUU en Iraq.
En cada fase de la guerra, EEUU fue responsable de la escalada del conflicto y de la violencia, como reconocían consistentemente la mayoría de los mismos iraquíes en las investigaciones hechas durante esos años. La asombrosa incompetencia de Bush al disolver el ejército, el gobierno y las fuerzas de seguridad iraquíes llevaron directamente al deterioro del país y a la guerra civil, mientras las milicias sectarias chiíes, sunníes y kurdas tomaban cartas en el asunto compitiendo por el control y para llenar el vacío de poder. EEUU se lavó las manos de su responsabilidad en tanta destrucción, mientras en enero de 2006 anunciaba que no iba a financiar la reconstrucción del país, garantizando así que no habría progreso alguno en la mejora de la infraestructura iraquí, devastada por las décadas de guerra y sanciones patrocinadas por EEUU.
EEUU jamás podrá divorciarse de la desestabilización de Iraq como consecuencia de sus propios bombardeos y operaciones de contrainsurgencia que, según se estima, habían provocado más de la mitad del total de 655.000 muertes que se habían producido ya en Iraq en 2006 (a la altura de la guerra civil del país). Se ha calculado que el total de muertes bajo la ocupación llegaba en 2007 a la cifra de 1,2 millones, tras el inicio del «incremento» supuestamente humanitario de Bush. Tal destrucción de vidas ni siquiera tiene en cuenta las humillantes torturas padecidas por innumerables iraquíes (a lo Abu Ghraib), que eran a menudo detenidos y aterrorizados colectivamente durante las operaciones de contrainsurgencia, basándose siempre en pruebas endebles o no existentes.
El propio apoyo de la administración Bush a la «Opción Salvador», en la cual EEUU entrenó escuadrones de la muerte para que colaboraran en los esfuerzos de la «contrainsurgencia» fue un ejemplo siniestro del desprecio total de EEUU por la estabilidad y los derechos humanos en Iraq. Esas operaciones contribuyeron directamente al deterioro de la seguridad por todo el país, fomentando el aumento de la violencia entre las poblaciones kurdas, chiíes y sunníes, e incitando los ataques indiscriminados de civiles iraquíes a partir de líneas étnico-sectarias.
La presencia de más de 150.000 soldados estadounidenses sirvió de pararrayos para atraer a suicidas-bomba islamistas y otros terroristas que jugaron un papel crucial en el surgimiento de la guerra civil. La ocupación y la oposición de la administración Bush a la celebración de elecciones democráticas (revocada después a regañadientes tras masivas protestas nacionales) estimularon la lucha a los nacionales iraquíes (que integraban la inmensa mayoría de la «insurgencia») y que estaban dispuestos a tomar las armas contra una potencia extranjera represora e irresponsable. Tal animadversión hacia EEUU no podía sorprender a nadie teniendo en cuanta la campaña de «pacificación» de Bush, que castigó colectivamente ciudades y pueblos enteros cortándoles los alimentos y el agua, al mismo tiempo que les arrasaba con bombardeos (como en los casos de Faluya y Ramadi). La «lógica» seguida en esos ataques postulaba que esas ciudades eran los núcleos de una fuerte actividad insurgente; en esencia, aterrorizar colectivamente a los civiles de esas áreas se consideró una herramienta legítima para obligar al pueblo iraquí a volverse contra la «insurgencia».
La última defensa de la ocupación empieza, como es típico, aludiendo al «incremento» de 2007 de otros 20.000 soldados hacia Iraq, considerándolo como un éxito para reducir la violencia sectaria y acabar con la guerra civil iraquí. Sin embargo, un análisis cuidadoso de los acontecimientos que rodearon el incremento sugiere que esta escalada lo que sí logró fue desarmar a las comunidades sunníes de Bagdad, facilitando por tanto una limpieza étnica masiva (emprendida por milicias chiíes bajo la cobertura de las fuerzas de seguridad de Bagdad) que finalmente culminó en un descenso de la violencia (sólo después de que grandes zonas de la ciudad fueran eficazmente limpiadas de sus residentes sunníes). Incluso la Agencia Nacional de Inteligencia llegó a desafiar la narrativa de la «eficacia del incremento», admitiendo en su Estimación Nacional de Inteligencia de 2007 que el «desplazamiento de población [a la EEUU: limpieza étnica facilitada] era consecuencia de la violencia sectaria… la polarización de las comunidades es más evidente en Bagdad… donde los desplazamientos de población han provocado una importante separación sectaria, los niveles de conflicto han disminuido porque las enfrentadas comunidades tienen más dificultades para penetrar en los enclaves comunales».
Vamos ahora con la guerra de Afganistán. Largamente promovida por Bush y Obama como necesaria para combatir el terrorismo y promover la estabilidad regional y la democracia, la guerra no ha conseguido sino todo lo contrario. La reconstrucción fue siempre una broma, como han documentado numerosos críticos a partir de la abrumadora ausencia de financiación destinada a reconstruir este país asolado por la guerra. Además, la violencia sigue estando actualmente en Afganistán en niveles muy altos, como dejó patente un reciente ataque de este mes de abril en Kabul del que el New York Times informó que «un insurgente vestido con un uniforme afgano y un chaleco cargado de explosivos abrió fuego dentro de la sede del muy fortificado ministerio de defensa, matando al menos a dos soldados». El ataque tenía como objetivo el ministro francés de defensa, Gérard Longuet, que se suponía se encontraba en esos momentos visitando el recinto.
Tras la escalada de Obama de 2009, los ataques contra fuerzas de la OTAN y de EEUU se han incrementado porque las fuerzas de los talibanes están tratando de expulsar a EEUU y sus aliados del país. Desde que EEUU desplegó su campaña de escalada bélica hace dos años, la violencia se ha recrudecido extraordinariamente. Las víctimas civiles afganas han aumentado en un 15% de 2009 a 2010, mientras que la cifra total de muertes registradas alcanza las 5.189 víctimas en ambos años (el total de muertos desde 2007 a 2010 llega prácticamente a los 10.000).
Es verdad que más de dos terceras partes de los muertos en 2010 fueron consecuencia de ataques talibanes (comparado con el 16% que puede adjudicarse a las fuerzas del gobierno afgano y de la OTAN). Cualquier intento de exonerar a EEUU, a la luz de las anteriores estadísticas, es sin embargo altamente sospechoso. Como el Guardian informa, un cable desclasificado del Departamento de Estado de EEUU (publicado por WikiLeaks) un año antes de la escalada de Obama de 2009, indicaba que EEUU confiaba en que se produjera un «aumento del caos y la violencia causados por las intensificadas operaciones de la OTAN». Como explicaba el cable, la inteligencia estadounidense expresaba que había que aumentar las presiones sobre los talibanes «para que florecieran sus tendencias más violentas y radicales… esto les alienará de la población y actuará a favor nuestro». Es decir, una parte activa del plan estadounidense se basaba en el fomento de la violencia contra los civiles, en la esperanza de que el terrorismo provocado por el «incremento» estadounidense acabaría poniendo al pueblo afgano en contra de los talibanes. Es dentro de este contexto de escalada terrorista de EEUU que uno debe valorar el rápido crecimiento en los ataques (y la consiguiente desestabilización) que está desarrollándose desde que Obama inició su incremento.
Una evaluación honesta de las operaciones de contrainsurgencia estadounidense en Iraq y Afganistán demuestra claramente que EEUU es responsable de la escalada que está azuzando la violencia y la desestabilización. Los expertos de los medios y los funcionarios políticos ignoran, como era de prever, esta inconveniente verdad, y lo que tratan es de ocultar los intereses políticos creados al perpetuar el mito de que habrá una «catástrofe humanitaria» si EEUU se retirara. Los críticos de estas guerras saben perfectamente que sería todo lo contrario. Cuanto antes se retire EEUU totalmente de Afganistán, mayores serán las oportunidades de que la violencia masiva y el deterioro social se aplaquen.
Anthony DiMaggio es coautor (con Paul Street) del libro «Crashing the Tea Party» (Paradigm Publishers), de publicación inminente. Es también autor de «When Media Goes to War» (2010) y de «Mass Media, Mass Propaganda» (2008). Ha dado clases de Política Global Estadounidense en la Universidad Estatal de Illinois. Puede contactarse con él en: [email protected]