Estoy contento por dos razones: mi hijo es un mártir, y eso quiere decir que está en el paraíso. Además, gracias a él y a otros jóvenes, nuestro país entra en un nuevo período». Jamel Majri, de 50 años, es un hombre menudo y compacto que perdió a su hijo Mosa´b el 12 de enero. […]
Estoy contento por dos razones: mi hijo es un mártir, y eso quiere decir que está en el paraíso. Además, gracias a él y a otros jóvenes, nuestro país entra en un nuevo período». Jamel Majri, de 50 años, es un hombre menudo y compacto que perdió a su hijo Mosa´b el 12 de enero. El chaval trataba de escapar de la Policía de un régimen tambaleante cuando se electrocutó con varios cables que se cruzaron en su carrera. Tenía 18 años y estudiaba una FP. Residía en la vivienda familiar de Hay Tammam, uno de los suburbios de la capital que se levantaron siguiendo la llamada de los castigados municipios del centro de Túnez.
Ex preso político, parado, padre de mártir y con una firme convicción religiosa. Con todos estos elementos, Majri representa a la perfección el caladero de votos de Al-Nahda (renacimiento, en árabe), la formación islamista que encabeza todas las encuestas para las elecciones constituyentes que se celebran hoy en Túnez. El partido religioso, que ha cuidado su imagen para venderse como la versión tunecina del AKP, el partido de Recep Tayyip Erdogan, primer ministro turco, es una maquinaria perfectamente engrasada que contrasta con el voluntarismo de una izquierda con la que compartió las trincheras de la oposición, pero a la que ha dejado atrás en la carrera para establecer el futuro del país. Los dos sectores han pagado con cárcel y exilio. Pero ahora, las mezquitas aparecen como el principal foco de poder, especialmente enraizados en los sectores populares. Mientras, las hoces y los martillos tratan de suplir con voluntarismo las dificultades de la fragmentación y de la escasez de fondos.
«Mi hijo salió a manifestarse por una cuestión psicológica. Su padre había sido encarcelado por combatir al régimen», explica Jamel Majri desde la sede de Al-Nahda en Hay Tammam. La oficina, instalada en los bajos de un edificio en la calle principal de la barriada (la única asfaltada), es un impecable núcleo de trabajo con Internet y todo tipo de propaganda. Nada que ver con el destartalado habitáculo, apenas habilitado con algunas sillas, una mesa y los panfletos rojos, del que disponen los miembros del Partido Comunista Obrero de Túnez (PCOT).
Un breve trayecto a través de las barriadas populares demuestran que Al-Nahda dispone de más militantes y, sobre todo, unos recursos ilimitados en comparación con otras formaciones. «No utilizamos la corrupción. Otra cosa es que ayudemos a nuestros vecinos, pero esto es un mandato de nuestra religión», asegura Sayef Ferjani, uno de los responsables del partido en la barriada de Hay Tadamum. Admitir abiertamente que usan sus redes caritativas para ganarse el favor de la población sería reconocer una compra de votos de facto. Aunque tampoco niegan que, desde su legalización como partido, no sólo se han dedicado a reforzar las estructuras políticas. El frente social ha sido uno de sus prioridades. En el fondo, el funcionamiento no es diferente al de otros grupos islámicos como Hamas o los Hermanos Musulmanes. Financian escuelas y servicios básicos allí donde no hay nada. Después, ni siquiera es necesario recordar a los votantes quién pagó la cuenta de los libros o las medicinas. No obstante, su fuerza no se reduce a un clientelismo que existe a pesar de que personas como Ferjani se empeñen en negarlo.
«La gente mira la televisión y dice que no comprende los planteamientos, que no sabe de política. En cambio, saben que son musulmanes. Así que para ellos votar a Al-Nahda es lógico. Es dar la confianza a quien defiende el Islam». Rhomdan, profesor originario de Redeyef (en la cuenca minera tunecina) pero que trabaja desde hace tres años en Hay Tadamum, observa con desconfianza la exhibición de músculo islamista. La paradoja es que todos los chavales del barrio, los mismos que fuman hachís, beben alcohol e incumplen todos los preceptos coránicos, han encontrado en Al-Nahda al único partido que les representa.
Esto contrasta con una izquierda tunecina que acude a las elecciones constituyentes marcada por la división. El Frente 14 de Enero, que agrupaba a las principales formaciones y que podía haberse presentado como un potente bloque para hacer frente al islamismo y conseguir que su programa fuese tenido en cuenta en la Asamblea Constituyente, saltó por los aires.
Dirigentes y militantes de formaciones como el PCOT o el Partido del Trabajo Patriótico Democrático (PTPD) coinciden al señalar que sus programas no tienen apenas diferencias y que la unidad les hubiera hecho mucho más fuertes y más influyentes en el nuevo escenario del Túnez post-Ben Ali. Más allá del discurso oficial, en el PCOT reconocen que diez escaños sería un buen resultado. Superar esta cifra sería extraordinario. Los objetivos del PTPD son más modestos, aunque ni se plantean quedar fuera de la Asamblea Constituyente.
Objetivo impensable
«Han sido problemas de personalismos», destacan, en uno y otro partido, a la hora de tratar de justificar las razones de la fragmentación. Llegar a un acuerdo para elaborar las listas se convirtió en un objetivo impensable.
Hammam Hammami es el líder del PCOT. Los años que pasó en prisión y las torturas que padeció le han convertido en un personaje carismático para sus seguidores, que aspiran a ser la referencia de la izquierda tunecina desde posiciones radicales en las que mantienen una defensa a ultranza del marxismo-leninismo.
Ben Arous, una zona industrial del extrarradio de la capital tunecina, es uno de sus feudos. En la sala del Ayuntamiento en la que el PCOT celebra uno de sus mítines está repleta de hoces y martillos. Un grupo musical compuesto por jóvenes ameniza la espera cantando canciones que recuerdan a los mártires, a los presos y a los represaliados y que llaman a la unidad de acción revolucionaria a campesinos, obreros y estudiantes. Llega Hammami y comienzan a escucharse los sones de «La Internacional». El líder del partido es saludado con efusividad por quienes llenan la sala en la que se celebra el mitin. Ancianos que han conocido años de militancia clandestina en el PCOT y sindical en la UGTT y miembros de las Juventudes Comunistas compiten por abrazar y sacarse una foto con Hammami. Pese a su larga tradición de lucha, el PCOT es un partido joven, ya que el 70% de sus militantes tiene menos de 30 años.
Hammami se dirige a los jóvenes, entre quienes el desempleo hace estragos, para hablar del programa del PCOT. Dejar de pagar la deuda externa es una prioridad para poder dedicar recursos a garantizar un salario mínimo digno a los trabajadores y luchar contra el alza de los precios que convierten en inalcanzables los productos básicos para la mayoría de la población tunecina. La mejora de las condiciones de vida, que movió a miles a salir a la calle contra Ben Ali, es un eje estratégico del PCOT. Poner en marcha un sistema fiscal en el que no sean sólo los trabajadores quienes paguen impuestos es una de las herramientas que plantean. Hammami subraya que los derechos políticos, económicos y sociales forman un conjunto indivisible.
La cuestión religiosa también ocupa buena parte del discurso de Hammami, que trata de sacudirse las acusaciones de formación antirreligiosa lanzadas contra el PCOT y que pueden hacer mucho daño en un electorado profundamente musulmán como el tunecino. «No queremos cerrar mezquitas, somos un partido que defiende la libertad de las personas», destaca Hammami, que, con la misma rotundidad se muestra radicalmente opuesto al velo integral. «Queremos ver la cara de la gente que forma el pueblo tunecino», destaca.
En materia exterior, rechaza cualquier injerencia de los imperialismos estadounidense, europeo y de los estados árabes del Golfo Pérsico y niega rotundamente la normalización de relaciones con Israel.
Tranquila jornada de reflexión ante unos comicios históricos
Túnez vivio ayer con total normalidad una jornada de reflexión antes de los comicios de hoy, en los que se elegirá una Asamblea Constituyente que rediseñará el sistema político del país.
Las calles de la capital tenían ayerel ritmo habitual de cada sábado, si bien la presencia de abundantes extranjeros -observadores electorales y periodistas- son la excepción en un país que se apresta a dar nacimiento a la primera democracia del mundo árabe.
El diario «Le Temps» publicó ayer los resultados de un significativo sondeo: un 77 % de los jóvenes dice no haber asistido a ningún mitin político (ha habido decenas), pese a lo mucho que el país se juega en estos comicios.
Prensa y analistas coinciden en que es el modelo de sociedad el que será decidido por la Asamblea Constituyente que hoy salga elegida, y concretamente los derechos individuales, el peso de la religión y el lugar de la mujer en la sociedad.
El periodista y politólogo Kamal Ben Younes sostiene que hay que creer a los islamistas de Al- Nahda cuando hablan en favor del Estado civil y las libertades individuales, y alerta contra el desconocimiento y los tópicos que rodean al islamismo.
También el economista Tareq Chaabuni está convencido de que ni Al-Nahda ni ningún otro partido irá contra los avances sociales conseguidos en Túnez, incluso en temas como la planificación familiar y el aborto.
Chaabuni advierte sobre otros problemas menos presentes en campaña, como es la necesaria reestructuración económica en un país con un sector informal de hasta el 40%, un desempleo oficial del 18 %, una muy baja competitividad y un sector turístico fuertemente endeudado.
En opinión del experto, el modelo económico heredado del régimen de Ben Ali funcionó mientras que satisfizo de algún modo a las clases medias en uno de los pocos países árabes en que éstas tienen un peso, pero perdió sus apoyos cuanto la descarada red clientelar y de corrupción gangrenó todo el sistema.