Una reforma constitucional, un nuevo Gobierno encabezado por los islamistas moderados del Partido Justicia y Desarrollo (PJD) y una dosis medida de represión ha sido suficiente para que el Estado marroquí consiga sortear la oleada de inestabilidad que ha sacudido a todo el mundo árabe y se ha llevado por medio a regímenes aparentemente inexpugnables. […]
Una reforma constitucional, un nuevo Gobierno encabezado por los islamistas moderados del Partido Justicia y Desarrollo (PJD) y una dosis medida de represión ha sido suficiente para que el Estado marroquí consiga sortear la oleada de inestabilidad que ha sacudido a todo el mundo árabe y se ha llevado por medio a regímenes aparentemente inexpugnables.
Dos años después de la gran manifestación que sirvió como punto de partida a la plataforma de protesta marroquí que adoptó el nombre de aquella fecha, Movimiento 20 de febrero (20F), éste se ha visto mermado hasta la práctica desaparición tras la reacción de la monarquía alauí y la deserción de la organización islamista ilegal Justicia y Espiritualidad, que aportaba la principal base social al movimiento.
Una constitución vacía
«Nos han dado todo lo que hemos pedido, pero sin contenido», declaró a DIAGONAL Mazigh Chakir, activista del movimiento 20F en Casablanca, la capital económica del país. «Nada de la nueva constitución es nuevo. Sigue sin haber separación de poderes, el rey reina y gobierna».
Las protestas que azotaban a todo el mundo árabe llegaron en febrero de 2011 a Marruecos, un país que contaba con unas características particulares. La raíz religiosa de la monarquía, por la que el rey Mohamed VI ostenta la figura de «Comendador de los Creyentes» como heredero directo del profeta Mahoma dotaba al régimen de una legitimidad a la que se suma la permanencia de la dinastía alauí en el poder durante 350 años. En este contexto, un heterogéneo movimiento de oposición compuesto por organizaciones y militantes individuales y estructurado a través de Facebook, convocó a una jornada de manifestaciones a nivel nacional el 20 de febrero de 2011.
«Después de la caída de Ben Alí, vimos que en Túnez habían hecho caer al régimen muy rápido y nosotros queríamos también hacerlo ya», explica Chakir. «Vivíamos la misma situación, gobernados por una dictadura, y teníamos el derecho de vivir y reivindicar lo mismo que allí». Los convocantes, de diverso signo y trayectoria política, exigían una constitución democrática, la disolución del parlamento y la convocatoria de elecciones constituyentes. Las marchas contaron con una asistencia masiva por todo el país, haciendo pensar que la conocida como «excepción marroquí» no sería tal en el marco de la llamada Primavera Árabe.
Evolución y declive
Las protestas, que comenzaron a ser semanales, fueron reprimidas violentamente en algunas ocasiones, llegando a haber muertos y detenidos. Tal calado alcanzaron las manifestaciones que el monarca, inquieto por los acontecimientos que tenían lugar en los países de su entorno, se vio obligado a reaccionar. En un rápido movimiento, Mohamed VI pronunció un discurso aperturista que consiguió apaciguar los ánimos en la calle.
«Al principio contábamos con unas 100 organizaciones, que han ido perdiendo gente, sobre todo tras el discurso del rey del 9 de marzo y la aprobación de la nueva constitución», asegura Mohamed Zougani, activista de Casablanca y miembro de ATTAC Marruecos.
La nueva carta magna, validada en referéndum en julio de 2011, limita el poder del monarca, al obligarle a nombrar primer ministro al líder del partido más votado. Además, el rey pasa de ser «sagrado» a «inviolable», aunque continúa como «Comendador de los Creyentes». La oposición reprocha que fueran miembros del majzen, círculo de poder afín a Mohamed VI, y no representantes elegidos por el pueblo los que elaboraran el texto constitucional.
Las primeras elecciones celebradas bajo el nuevo marco jurídico dieron el poder a una formación islamista, el Partido Justicia y Desarrollo (PJD), por primera vez en la historia del país. Siguiendo la estela de Túnez y Egipto, los «islamistas domesticados», como los denomina Jesús García-Luengos, coordinador del think tank RESET, alcanzaron también el Gobierno en Marruecos.
«El PJD salió a la calle con nosotros, cuando estaba en la oposición reivindicaba lo mismo que el 20F», afirma Chakir. La llegada del PJD al Gobierno supuso, por tanto, que buena parte de sus juventudes abandonaran las protestas, dando otro revés al movimiento.
El golpe más duro, no obstante, estaba aún por llegar. Justicia y Espiritualidad, la organización islamista con mayor capacidad de movilización del país, ilegal pero tolerada, rompió su alianza con el 20F en diciembre de 2011, apenas un mes después de la victoria del PJD. La salida de este grupo, cuya matriz religiosa chocaba con los sectores más laicos y progresistas del 20F, terminó por desinflar la contestación en la calle.
A lo largo de 2012, los marroquíes han permanecido expectantes a lo que ocurría tanto dentro como fuera de su país. El nuevo gobierno islamista, que carga con impopulares reformas económicas y al que se le achaca, como apunta García-Luengos, que «no esté aprovechando los nuevos espacios generados por la nueva constitución», se desgasta paulatinamente. Mientras, en el plano regional, la nueva fase de la Primavera Árabe ha desincentivado las protestas. «Los conflictos sangrientos en Siria y en Libia provocan miedo en la gente», aclara Zougani.
Perspectivas de futuro
El 20 de febrero de 2013, segundo aniversario del inicio del levantamiento marroquí, las calles de las grandes ciudades del país permanecieron tranquilas. Apenas unos cientos, si acaso miles de manifestantes trataron de reavivar las cenizas de un movimiento que parece apagarse. Las inteligentes maniobras de Palacio, junto a la fragmentación interna del movimiento han llevado al 20F a un callejón de difícil salida.
Sin embargo, no son pocos los indicios que muestran una reactivación de las protestas fuera del seno de los jóvenes revolucionarios. En diversos puntos de Marruecos se han producido en los últimos meses manifestaciones populares contra subida de precios del agua y la luz. Los problemas económicos por los que atraviesa el país hacen presagiar el afloramiento de unas tensiones sociales que el maquillaje del régimen no ha sido capaz de erradicar.
«El 20F ha marcado un punto de inflexión en Marruecos, ha roto la barrera del miedo a manifestarse. Ahora se pueden plantear cuestiones sustanciales en la calle con contundencia», recalca García-Luengos.»El movimiento sigue existiendo como estructura, pero ha habido una evolución. Hoy podemos hablar del espíritu del 20 de febrero», describe Chakir. Será ese espíritu del movimiento, el ‘veintefismo’, lo que, a ojos de los activistas, alimentará la próxima revuelta en Marruecos.