Fiel al sino africano, Sudán del Sur, la nación más joven del mundo, como alguna vez se la pretendió vender, consiguió su independencia en 2011, tras décadas de guerras con Sudán, se estima que entre 1955 y 2005, más de dos millones sursudaneses fueron asesinados por tropas del Sudán del norte. Con cuatro años cumplidos […]
Fiel al sino africano, Sudán del Sur, la nación más joven del mundo, como alguna vez se la pretendió vender, consiguió su independencia en 2011, tras décadas de guerras con Sudán, se estima que entre 1955 y 2005, más de dos millones sursudaneses fueron asesinados por tropas del Sudán del norte.
Con cuatro años cumplidos el último nueve de julio, ya lleva dos de guerras internas, o mejor dicho guerras tribales, que han provocado más de cincuenta mil muertos, dos millones de desplazados, que viven de la asistencia internacional y ha puesto al país al borde de una latente hambruna, que hoy representa una de las mayores crisis humanitarias desde 1988.
Las razones del conflicto, no por reiteradas, dejan de ser quizás el más grave y difícil de los problemas a resolver, de los muchos que tienen, no solo Sudán del Sur, si no la mayoría de los cincuenta y cuatro países, con que las potencias colonialistas resumieron, según sus propios intereses, a las diez mil naciones, que se calculan, existían a comienzos del siglo XIX.
Se estima que existen unos veinticinco movimientos independentista en el continente, y no hay más que pensar en la Biafra de Nigeria, en los Tuareg en Mali, en las guerras civiles del Congo, que han dejado cuatro millones de muertos, o la depuración étnica que se intentó en Rwanda en 1994, para dejar en claro la tremenda responsabilidad de las metrópolis europeas en la actual malformación, quizás ahora eterna, a la que han condenado a África. Malformación siempre ventajosa a los intereses de los antiguos conquistadores, que se siguen surtiendo de esas diferencias para generar conflictos cada vez que o necesitan.
Sudán del Sur es un perfecto ejemplo de la realidad invencible continuación del tribalismo y la etnicidad que persiste en el continente. En su mayoría cristianos, los diez millones de sudaneses, se dividen en un 40% de dinkas, un 20% nuers y los cuatro millones restantes pertenecen a cincuenta y dos etnias diferentes. Este nuevo país cuenta con una extensión superior a Francia, importantes reservas petroleras, y a pesar de ello, prácticamente no cuenta con electricidad, ni comunicaciones, transporte, salud pública educación; tiene menos de cien kilómetros de carretera y una tasa de analfabetismo del 73% de sus habitantes. El 55% de la población cuenta con ingresos equivalentes a un dólar diario.
De hecho, Sudán del Sur es un estado fallido, como lo son hoy Somalia y Libia tras la caída del coronel Muamar Gaddafi.
De esta realidad no podía emerger otra cosa que una guerra, y esta se inició en 2013, tras divergencias entre el presidente Kiir Mavardit, dinka y su vice Riek Machar, nuer. A pesar que los dos habían militado en el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (ELPS o MLPS). Las diferencias políticas se ahondaron, a partir de que Machar, anunciara sus aspiraciones para las próximas elecciones presidenciales, por lo que el presidente Mavardit, expulsó del gobierno a Machar y a todos los funcionarios nuer, lo que provocó el estallido de una guerra seis meses después, la que con intermitencias continua hasta hoy.
La guerra se inicia en el momento justo que el país estaba a punto de dar un gran salto de económico gracias a su potencialidad petrolera. Se estimaba un violento crecimiento del PBI, cercano al 35% y unas quinientas empresas de una cincuentena de países tenían proyectado invertir en el país. Pero la guerra deshizo cualquier tipo de ilusiones.
Nada prevé que esta situación pueda cambiar, o quizás todo lo contrario, profundizarse.
Las inacabables y estériles rondas de negociaciones de Paz, auspiciada por Naciones Unidas y la Unión Africana, que tienen como garantes Sudáfrica, Chad, Nigeria, Argelia y Ruanda, se llevan a cabo en la capital de Etiopía, Addis Abeba, no hacen más que interrumpirse, postergarse, para reanudarse, sin llegar a ningún acuerdo.
Ni paz, ni pan, ni petróleo.
La guerra ha hecho que la producción petrolera que en 2010 estaba en el medio millón de barriles diarios se redujera a menos de ciento cincuenta mil, lo que sumado a la contracción mundial de los precios del crudo, deja al joven país prácticamente si ingresos, ya que los negocios petroleros, única fuente de ingresos, fundamentalmente con empresas chinas se han reducido a su mínima expresión.
Quizás en gran parte, más allá de las cuestiones tribales, la presencia china sea una de las mejores razones para el levantamiento nuer. Beijín, había sacado una gran delantera a la hora de las explotaciones petroleras y las compañías norteamericanas quedaron notoriamente rezagadas, y se creé que el Departamento de Estado no es ajeno al inicio del nuevo conflicto.
De ser ciertas estas presunciones se puedan entender con mayor claridad lo sucedido en Rumbek, la capital del Estado de Lagos, en marzo último, donde se encontraron doce camiones de Naciones Unidas, que según las señas trasportaban ayuda humanitaria, para los desplazados. Al ser controlados se constató que estaba cargados con armamento pesado. Según algunas fuentes para abastecer a los rebeldes, si bien la ONU, se disculpó del «error» y adjudicó el hecho a una confusión administrativa.
De esta clase de confusiones administrativas la ONU, viene cosechando varias en el continente. La última había sido en enero cuándo miembros del ejército camerunés encontraron en su territorio varios conteiners de Naciones Unidas, cargados de armas, para Boko Haram.
Se cree también que en esta guerra Jartum, está jugando fuerte con los rebeldes y es una de las fuentes de provisión de insumos y armamentos.
Las diferencias entre los nuers y los dinkas no se ha establecido a partir de la independencia, sino lleva una larguísima historia, en plena guerra contra Sudán del norte en 1991 las tropas leales al Riek Machar (el jefe rebelde de la actualidad y ex vicepresidente, atacaron las ciudades de Bor, Panaru, Kingor en territorios dinka por lo que doscientos mil miembros de la etnia debieron abandonar sus casas y en Bor fueron asesinadas unos cinco mil miembros de la nación dinka a manos de comando nuers. La matanza tuvo su réplica por parte de los dinka, atacaron poblaciones nuer en el oeste del Alto Nilo, donde esta etnia es mayoría, produciendo grandes bajas.
Pero la guerra étnica no excluye al resto de las naciones que conforman Sudán del Sur, como los Mule, Acholi, Equatorians, Shilluks, Bari, Zaghawa o Azande, entre las que siempre existieron luchas, y episodios de intensa violencia.
La situación social ha desbordado, ya los enfrentamientos étnicos siempre sponsoreados por interés externos al país. Las tribus, los clanes están literalmente en estado de guerra uno contra otro, tratando de negociar pequeñas cuotas de poder o alguna ventaja económica.
Los que han quedado por fuera de esas posibilidades se dedican al latrocinio en banda, ya que se calcula que casi el 30% posee armas de fuego, a lo que sumándole los cuchillos y machetes, hace un número gigantesco de armas en manos de civiles.
Este fenómeno ha acrecentado la violencia diaria expresada por el crecimiento de las agresiones sexuales y el crimen organizado.
Los responsables fundamentales de este estado de situación, que no son otros que el interés tanto europeo como norteamericano, no aportaran otra solución a Sudán del Sur más que el olvido.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC. Colabora con «Revista Hamartia», Rebelión: http://www.rebelion.org/; «El Correo de la Diáspora argentina: http://www.elcorreo.eu.org; y América Latina en Movimiento: http://www.alainet.org/
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