La noticia de que un jarrón de porcelana chino del siglo XVIII fue vendido este mes por 68 millones de dólares en un remate en Londres a un comprador en China continental no cayó bien ni en el gobierno ni en el público del país asiático. Las especulaciones de que el jarrón habría estado entre […]
La noticia de que un jarrón de porcelana chino del siglo XVIII fue vendido este mes por 68 millones de dólares en un remate en Londres a un comprador en China continental no cayó bien ni en el gobierno ni en el público del país asiático. Las especulaciones de que el jarrón habría estado entre los tesoros saqueados por las tropas británicas cuando ingresaron a los palacios imperiales en Beijing durante la segunda Guerra del Opio (1856-1860) recorrieron los foros en Internet y hasta la usualmente más contenida prensa oficial.
«Esas reliquias fueron contrabandeadas, robadas o saqueadas en guerras», dijo Li Jianmin, experto en arqueología de la Academia China de Ciencias Sociales al sitio People.com.cn. «Si ofrecemos grandes sumas de dinero para recuperarlas, estamos legalizando esas actividades ilegales», sostuvo.
Un «segundo pillaje» es como el Diario del Pueblo, en su versión en Internet, describió al remate realizado en Bainbridge’s, una relativamente pequeña casa en Londres donde se vendió al jarrón que data del periodo del emperador Qianlong, quien vivió entre 1711 y 1799.
Indignados luego de que algunos medios británicos ironizaran sobre el «patriotismo de porcelana» de Beijing, comentadores en sitios web y publicaciones chinas lanzaron virulentos ataques.
Recuperar con dinero reliquias robadas no servirá para enseñarles a los británicos que recuerden «su vergonzoso acto», señaló en un editorial el Diario del Pueblo, firmado por Yan Meng. «En cambio, hará que se intoxiquen más y más con su bárbaro y singular goce con el dinero».
Los postores en el remate, que habrían sido casi todos chinos, y el comprador final fueron también duramente criticados. «Títeres en un juego de apuestas y de una ostentosa muestra de riqueza», dijo el Beijing News. «Una banda de ricos coleccionistas chinos con dudosos motivos», señaló por su parte el sitio web del Nanfang Daily. Algunos señalaron que ese dinero pudo haberse gastado en atención médica básica para 25 millones de campesinos chinos.
En el pasado, magnates chinos que compraron antigüedades chinas robadas y las regresaron a su país habían sido acusados de falta de patriotismo.
Expertos chinos señalan que más de 10 millones de reliquias fueron sacadas ilegalmente del país asiático antes de la revolución comunista en 1949. En su momento, para intentar cerrar la cicatriz nacional que dejó lo que consideraban «100 años de humillación» sufridos por el país a manos de fuerzas extranjeras, líderes chinos promovieron el retorno de tesoros nacionales perdidos usando capital privado.
También fomentaron el surgimiento de compradores de antigüedades a nivel interno con la esperanza de que los precios locales alcanzaran a los de Nueva York y Londres.
Pero un reciente auge en las compras de antigüedades y los precios récords pagados por ellas han despertado preocupación en las autoridades chinas.
El mismo día en que el jarrón de Qianlong fue rematado, un coleccionista en Beijing habría pagado 4,3 millones de dólares para un sello que perteneció al mismo emperador en la casa londinense de Bonham.
Invertir en arte y en antigüedades se ha convertido en una alternativa cada vez más atractiva para los nuevos ricos de China. Acuden con entusiasmo a las subastas, elevando los precios de las obras de arte y reliquias tanto a nivel local como en el exterior.
El precio del jarrón rematado en Bainbridge’s superó el récord para las antigüedades chinas alcanzado apenas el mes pasado en Hong Kong por otro jarrón de Quianlong, vendido a 34 millones de dólares.
Autoridades temen que esas compras generen malestar público. Los bancos prestan sin cesar para mantener en alto la economía y la tasa de empleo. Los crecientes precios de los alimentos están despertando inquietud en la población.
En ese clima, la venta del jarrón por 68 millones de dólares envía una señal negativa. Según informaron los organizadores de la subasta, los postores elevaron el precio de la antigüedad no menos de un millón de dólares cada vez. «Esto no tiene nada que ver con sentimientos patriotas», dijo el profesor universitario Yan Nong. «Es un concurso de riqueza, y uno muy ostentoso».