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El PCCh y la Revolución de Octubre

Fuentes: Rebelión

La Revolución de Octubre mostró a China el camino del socialismo, se acostumbra a enfatizar por parte del PCCh. Estos días, con motivo del centenario, se aprestaba a conmemorarlo con un nuevo libro sobre Lenin en edición conjunta con el Partido Comunista de la Federación Rusa. Y en el reciente XIX Congreso, en su informe, […]

La Revolución de Octubre mostró a China el camino del socialismo, se acostumbra a enfatizar por parte del PCCh. Estos días, con motivo del centenario, se aprestaba a conmemorarlo con un nuevo libro sobre Lenin en edición conjunta con el Partido Comunista de la Federación Rusa. Y en el reciente XIX Congreso, en su informe, Xi Jinping aludía también al centenario con una fórmula bastante usual en la retórica política del gigante asiático.

El PCCh no olvida que su fundación se debió a Chen Duxiu o a Li Dazhao pero también a la Komintern, si bien las reservas y cierto distanciamiento comenzaron muy pronto. El énfasis en las «peculiaridades chinas», liderado por Mao y otros, se confrontaba a cada paso con las tácticas de inspiración soviética. La sustitución del campesinado por el proletariado como principal soporte de la revolución fue un proceso difícil que encontraba resistencia en la poderosa influencia soviética a través de los llamados «28 bolcheviques» (liderados por Wang Ming y Po Ku) que se habían hecho cargo del PCCh en 1931. Frente a los que consideraban «peritos de la perfección revolucionaria» carentes de la más mínima experiencia práctica, Mao apostaba por inundar la realidad formando pequeñas bases en las aldeas con pequeños ejércitos que se irían fortaleciendo poco a poco hasta converger en la República Soviética que el Gran Timonel fundaría a comienzos de los años treinta.

Tras el triunfo de la revolución, el auxilio de la URSS fue una garantía de supervivencia, pero al PCCh le seguía costando entenderse bien con Moscú. Los líderes vencedores de la guerra contra el KMT y el invasor nipón nunca creyeron demasiado en la política sugerida desde el Kremlin (ingreso en las filas del KMT, la estrategia urbana, aceptación incondicional del liderazgo del movimiento comunista internacional, etc.). Bien es verdad que el PCUS ayudó mucho al PCCh en los primeros años, con amplios apoyos reflejados en su primer Plan Quinquenal. Igualmente, la Constitución de 1954 se basó en la soviética de 1936 si bien con dos salvedades importantes: la institución de la presidencia del Estado y el control partidario del poder militar y policial.

Las políticas de los años cincuenta y sesenta distanciaron a los dos partidos y mientras Moscú ponía el acento en la industria, Mao dirigía su mirada hacia la agricultura. Tras el XX Congreso del PCUS (1956), Mao visitó la URSS por segunda vez y su alejamiento se acrecentó. El Gran Salto Adelante precipitó la retirada de la ayuda soviética (1960). Las críticas de Jruschev afectaban tanto al modelo económico como a las hostilidades con Taiwán o India, que Moscú tampoco apoyaba. Mao, decían algunos, quería llegar al comunismo antes que la URSS. El nacionalismo y el utopismo de la revolución china jugaban a la contra del entendimiento.

En las discrepancias de los años sesenta con el PCUS hubo razones de todo tipo. El telón de fondo de la crítica a la desestalinización y al revisionismo de Moscú se completó con una interpretación diferente de la coexistencia pacífica, el deseo del PCCh de participar en la definición de la línea política general del orbe socialista que era concebida y ejecutada de modo prácticamente unilateral por el PCUS, o la posesión de armamento atómico propio.

Tras largos lustros de intensa polémica, con la adopción de la política de reforma y apertura a un lado, y la perestroika y la glasnost a otro, se apagaron poco a poco los ecos de aquella dramática confrontación que tuvo proyecciones trágicas en tantos conflictos internacionales. Recibido en China con honores en 1989, Gorbachov, artífice del deshielo, pedía al PCUS menos críticas al rumbo chino y más atención a sus éxitos.

Pese a las distancias manifestadas por la desigual evolución del PCCh y del PCUS, la disolución de la URSS se vivió -y se vive aún- en el PCCh como un verdadero drama y las lecciones de lo sucedido inspiran el temor a que lo mismo pueda suceder en China. No es de extrañar por eso que en Beijing se sigan extremando las cautelas y se analice con lupa cualquier iniciativa de cambio a la luz de un baremo infalible: ¿debilita o refuerza al PCCh?

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.