La muerte de varios soldados españoles en Afganistán ha permitido a ese país asiático recuperar el protagonismo de los medios de comunicación. Los acontecimientos en otras partes del mundo habían convertido a la situación afgana en una especie de «víctima colateral», haciendo pasar desapercibida la grave situación que allí se está viviendo, y probablemente rompiendo […]
La muerte de varios soldados españoles en Afganistán ha permitido a ese país asiático recuperar el protagonismo de los medios de comunicación. Los acontecimientos en otras partes del mundo habían convertido a la situación afgana en una especie de «víctima colateral», haciendo pasar desapercibida la grave situación que allí se está viviendo, y probablemente rompiendo con la imagen de «control casi absoluto de la situación» que se nos vende desde Estados Unidos y sus aliados.
Desde la invasión norteamericana a finales del año 2001 se ha intentado presentar el país afgano como un amino hacia la normalización, y una ruptura con el anterior régimen del Taliban. Sin embargo, las cosas lejos de mejorar están empeorando cada día para los intereses hegemonistas y de control mundial de Washington.
De momento, la formación del nuevo ejército afgano está llena de obstáculos. Sus fuerzas tiene una moral muy baja como consecuencia de los continuos ataques de la resistencia afgana y día a día el número de víctimas entre sus filas aumenta. Algunos militares han expresado en privado su disconformidad con la táctica Norteamérica, que les hace sentirse como «carne de cañón». Además, la llamada Policía Nacional afgana, otro de los pilares de la nueva propuesta de seguridad de EEUU, tiene una más que fundada fama de cuerpo corrupto e indisciplinado.
Por otra parte, las denuncias de torturas y malos tratos por parte de los soldados de Bush en las cárceles afganas, unido a las imágenes despectivas hacia el Corán en Guantánamo, han incrementado las protestas populares, uniéndose a éstas y bajo el grito de «muerte a América» numerosas personas que no entrarían en los círculos de la resistencia.
Tampoco la industria en torno al opio ha disminuido, al contrario según fuentes locales, se encuentran en todo su esplendor, con unas fuerzas de narcotraficantes que están extendiendo su poder y sus redes por todo el país, e incluso por los países vecinos.
Lo cierto es que Estados Unidos no ha pretendido nunca establecer un régimen democrático o progresista en Afganistán, ni acabar con los males endémicos de esa sociedad. Sus pretensiones tiene que ver con la importancia geoestratégica que tiene ese país para poder asentar sus intereses en esa región. Y dentro de esta línea de actuación juega un papel muy importante la construcción de bases militares. Una de éstas, la de Harat tiene el protagonismo central. Considerada como la mayor de todas y eje de la estrategia de la OTAN, su ubicación junto a la frontera de Irán hace subir enteros a su papel dentro de esa «hoja de ruta» norteamericana. Por eso, no deja de ser curioso cómo se nos quiere presentar la presencia de tropas extranjeras en Afganistán bajo la excusa de la colaboración de cara al buen desarrollo de las elecciones parlamentarias del próximo 18 de septiembre. Cualquier observador neutral puede descubrir sin ningún problema, cuál es la verdadera intención de EEUU y sus
aliados al mantener las tropas en la región.
La resistencia
Los esfuerzos norteamericanos por acabar con la resistencia se centran en le movimiento Talibán y en el grupo de Gulbuddin Hekmatyar, Hezb-e Islami. En el pasado se ha hablado de alguna alianza de esas organizaciones para combatir la presencia extranjera, no obstante en la actualidad, a pesar de acciones esporádicas conjuntas, ambos grupos parecen mantener sus propias agendas.
De los dos el movimiento talibán sería el más fuerte en estos momentos. Tras la invasión de EEUU, no fue hasta el año 2002 cuando se produjeron los primeros ataques del Talibán contra las tropas extranjeras y el gobierno local, pero su imagen era la de una fuerza desorganizada y sin una estructura central. Ya a comienzos del 2003, el movimiento hizo público un comunicado en forma de fatua, firmado por millar y medio de líderes religiosos. En el documento destacan dos artículos, el primero recordaba «la obligación de los musulmanes para practicar la jihad» y el segundo señalaba que «cualquier colaboración con los infieles se pagaría con la muerte».
En junio de ese mismo año se hizo pública la formación de un consejo dirigente de diez miembros, bajo la dirección del Mullah Omar. En la actualidad, y al parecer tras la experiencia iraquí, la resistencia afgana se ha dotado también de algunas células operativas al margen de las estructuras tradicionales de la resistencia, con un carácter muy clandestino y que confiere mucha más seguridad a sus miembros.
Estados Unidos ha intentado contrarrestar este auge de la resistencia a través de la operación «Lealtad». Así, ha logrado algunas deserciones de líderes apoyados por los servicios secretos de Pakistán (ISI) y el arrepentimiento de otros que estaban en prisión. No obstante cuantitativa y cualitativamente no representan gran cosa a tenor de los acontecimientos.
Los movimientos de la resistencia están ejecutando una estrategia que constaría de dos fases, la primera es el acoso al gobierno local y a sus aliados extranjeros, y la segunda giraría en torno a la movilización de las masas bajo la bandera del Islam.
Complejidad
Algunos señalan que la escalada de estas organizaciones como un movimiento a corto plazo, destinado a condicionar las elecciones de septiembre. Sin embargo, otras fuentes apuntan una serie de acciones que darían más peso a los argumentos de quienes apuestan por que la ofensiva es una táctica a medio o largo plazo, que buscaría acabar con el actual gobierno y con la expulsión de las tropas extranjeras del país.
En esta línea se situaría el ataque y toma temporal del distrito de Mian Nishin en Kandahar y la captura de varias decenas de agentes gubernamentales, el control talibán de áreas de la provincia de Helmand, los enfrentamientos directos con tropas estadounidenses en las provincias de Urozgan y Kunar.
El escenario afgano cada vez se parece más a la historia del país cuando la guerra contra los soviéticos en la década de los ochenta, pero aderezado con otra similitud, la actual situación iraquí (de hecho, los secuestros y atentados junto a mezquitas también se están produciendo en Afganistán en estos momentos). Los combates y ataques se suceden todos los días y por todo el país. El gobierno local, con el apoyo extranjero a penas puede salir de sus refugios en la capital. En los tres últimos meses han muerto más de quinientas personas. La situación es más complicada que nunca, con el gobierno central combatiendo junto a EEUU y sus aliados contra el movimiento talibán y otras organizaciones de la resistencia, contra el descontento de la etnia mayoritaria, los Pashtunes, haciendo frente a la oposición de líderes religiosos, gobernadores regionales, señores de la guerra o redes de narcotraficantes. Por todo ello, cuando se nos pretende presentar la situación en Afganistán como
relajada y bajo control occidental, debemos poner todos nuestros sentido en guardia, y evitar caer en esa lecturas simplistas e interesadas que nos ocultan la verdadera realidad afgana.
Txente Rekondo pertenece al Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)