Las elecciones han tenido lugar en unas circunstancias muy extraordinarias, en medio de un gran sufrimiento y fuerte agitación social.
En la elección más importante desde hace varias décadas en EE UU, el pueblo estadounidense votó el 3 de noviembre a favor de deponer de la presidencia al Republicano autoritario Donald Trump, pues la mayoría dio su voto al Demócrata Joseph Biden. Aunque el electorado ha estado profundamente dividido y los resultados han sido muy ajustados en varios estados, la elección representa un rechazo a Trump y sus políticas, una demostración de confianza en la democracia y un profundo deseo de superar las varias crisis que sufre el país: la pandemia del coronavirus, el desempleo y el cambio climático que conlleva fenómenos meteorológicos violentos.
En una declaración a altas horas de la noche del 6 de noviembre, Biden se ha declarado prácticamente vencedor, señalando que encabezaba el recuento en varios Estados que todavía no se habían decantado y que había conseguido hasta el momento 74 millones de votos –más que ningún otro candidato en la historia de EE UU–, cuatro millones más que Trump. “Lo que resulta más claro con cada hora que pasa es que un número nunca visto de estadounidenses de todas las razas, creencias y religiones prefieren el cambio que más de lo mismo. Nos han otorgado un mandato para que actuemos sobre la Covid, la economía, el cambio climático y el racismo sistémico”.
El mismo día de la elección, basándose en las primeras informaciones sobre los resultados, Trump se proclamó falsamente vencedor. Fue una ilusión que él mismo había alimentado. Se debió al hecho de que a pesar del riesgo del coronavirus, Trump había animado a sus votantes a no votar por correo, sino presencialmente el día de la elección. Sin embargo, en la mayoría de los Estados los votos por correo se cuentan tras los de la votación presencial, de modo que en la noche electoral –cuando se declaran normalmente los resultados de las votaciones– parecía que había ganado Trump. Sin embargo, a medida que se contaron los extraordinariamente numerosos votos emitidos por correo, Biden empezó a acortar distancias y finalmente ha superado a Trump en Estados como Georgia y Pensilvania. Trump ha afirmado sin pruebas que los Demócratas estaban incorporando más votos para robarle la elección.
Mientras Trump sigue afirmando que le han robado la elección, el vicepresidente Michael Pence no le ha secundado en esta acusación y algunos de los más importantes políticos Republicanos se han negado a cerrar filas tras el presidente, a pesar de que otros legisladores del mismo partido sí se han hecho eco de las falaces afirmaciones de Trump. Para asegurarse la victoria, Trump ha intentado detener el recuento de votos en lugares en que a su juicio esto le beneficiaría y ha insistido en que prosiga en otros por la misma razón.
Al escribir estas líneas en la mañana del 7 de noviembre, Biden está en cabeza con 253 votos contra 214 votos del Colegio Electoral, sobre la base de los Estados en que va ganando. El resultado de la elección no se declara oficialmente hasta que se hayan contado todos los votos populares y certificado los recuentos, lo que puede tardar semanas en producirse, y que los miembros del Colegio Electoral voten el 14 de diciembre y su voto se comunique al Senado el 23 del mismo mes. Hoy por hoy no parece que se desencadene una confrontación política en torno a las listas de electores en los distintos Estados, aprobadas por los parlamentos estatales y que, en general, reflejan el voto popular certificado en cada uno de ellos.
Mucha gente recelaba de que Trump pudiera intentar una especie de golpe de Estado, pero hasta ahora no lo ha hecho y esta hipótesis parece menos probable y menos posible con cada día que pasa. El temor de que el presidente y el fiscal general, William Barr, enviaran a agentes federales a intervenir en los colegios electorales o lugares de recuento y requisar las papeletas no se ha materializado, y tampoco las milicias armadas de extrema derecha han interrumpido el proceso de votación y de recuento. Mientras que simpatizantes de Trump, algunos armados, han causado cierta conmoción en los alrededores de los locales de recuento de unas pocas localidades, han sido mucho más numerosas las miles de personas que en varias ciudades se han manifestado con el lema “Contad todos los votos”.
Al ver que estaba perdiendo la votación, Trump ha enviado un ejército de abogados a cuatro de los estados en disputa –Pensilvania, Michigan, Wisconsin y Georgia–, en un intento de cuestionar el proceso, el recuento y el resultado. Muchas de las demandas interpuestas carecen de fundamento y los tribunales ya han rechazado algunas, y el Partido Demócrata se opondrá a aquellas que los jueces admitan a trámite. Trump espera que las demandas atraviesen las sucesivas instancias judiciales hasta llegar al Tribunal Supremo de EE UU y sean juzgadas por los nueve magistrados que lo componen, seis de ellos conservadores y tres más bien liberales; tres de los jueces conservadores han sido nombrados por Trump. De momento parece que no hay fundamento alguno para que se abra una causa en el Tribunal Supremo.
Unas elecciones extraordinarias
Las elecciones han tenido lugar en unas circunstancias muy extraordinarias, en medio de un gran sufrimiento y fuerte agitación social. Oficialmente han muerto por coronavirus 235.000 personas y tal vez la cifra real se acerca a 300.000. El virus circula en gran parte del país, produciéndose más de 100.000 nuevos contagios y 1.000 fallecimientos al día. Muchas de las personas afectadas han sufrido secuelas graves y en algunos casos lesiones permanentes en los pulmones, riñones u otros órganos.
La pandemia ha provocado una depresión económica que ha llevado al paro a nada menos que 30 millones de trabajadoras y trabajadores, y en estos momentos todavía hay por lo menos 12 millones de personas desempleadas; probablemente más, debido a quienes han dejado de buscar empleo y por tanto no entran en el recuento. Aunque hay quienes siguen recibiendo subsidios de desempleo estatales, los programas de ayuda del gobierno federal han cesado. Con una población total de 330 millones, se calcula que 54 millones sufren desnutrición. Nada menos que 35 millones de familias corren el riesgo de ser desahuciadas cuando el 31 de diciembre finalice la moratoria de desahucios decretada por el ministerio de Sanidad y Servicios Humanos.
Además, debido al cambio climático, varios Estados de la costa oeste han sufrido incendios forestales tremendamente destructivos, mientras que los Estados aledaños del golfo de México y del océano Atlántico han estado expuestos a huracanes catastróficos. Finalmente, si bien las enormes manifestaciones antirracistas de la primavera y el verano contra el racismo y la violencia policial, en las que participaron alrededor de 20 millones de personas, se han aplacado, Filadelfia y otras ciudades siguen siendo escenario de protestas contra el asesinato de hombres y mujeres negras por parte de la policía, a menudo reprimidas violentamente por esta. Todos estos fenómenos, desde la pandemia hasta el desempleo y desde los incendios y las tormentas tropicales hasta los ataques violentos de la policía contra las manifestaciones antirracistas, generaron una enorme ansiedad en toda la sociedad a medida que se acercaba la fecha de las elecciones.
La pandemia de la covid-19 comportó la necesidad de cambiar las reglas electorales, reglas que incumbe dictar a cada Estado. El voto a distancia, el voto por correo y el voto anticipado ya existían en varios Estados, y ahora estas prácticas se han expandido enormemente, habiendo sido millones de votantes quienes han votado por anticipado o por correo, o mediante prácticas de nuevo tipo como el voto sin salir del automóvil. Más de 100 millones de personas han votado anticipadamente y parece ser que la participación electoral ha ascendido al 67 %, todo un récord en la historia moderna de EE UU.
Trump en su apogeo
De no ser por la pandemia, Trump podría haber ganado fácilmente las elecciones. Antes de la llegada de la covid-19 a EE UU en febrero y las primeras medidas para controlarla en marzo, la economía estadounidense estaba en auge. El Partido Republicano había aprobado y Trump había firmado una rebaja fiscal de dos billones de dólares que beneficiaba sobre todo a la clase capitalista. El impuesto de sociedades cayó del 50 % en la década de 1960 al 20 % actual. El producto interior bruto (PIB) solo aumentaba un 2 o 3 %, pero era suficiente. La tasa de desempleo descendió al 3,5 %, la más baja desde la década de 1960, y la inflación no superaba el 2 %. Los beneficios empresariales crecieron al tener que pagar menos impuestos. La banca, las grandes empresas, las pymes y la mayoría de la clase trabajadora estaban contentas con la situación, pese a que los salarios no aumentaban.
El éxito económico potenció el apoyo político a Trump. Muchos de los más ricos seguían apoyándole, al igual que los pequeños y medianos empresarios. Muchas personas blancas, y desde luego la base social trumpista del 40 % de la población, comulgaban con la retórica racista del presidente, con sus disposiciones y sus políticas sociales. La mayoría de los hombres de negocios blancos y de la población trabajadora blanca aprobaba o al menos aceptaba la promesa de Trump de construir el muro destinado a impedir la entrada de la inmigración latina, así como su veto a toda inmigración musulmana, y no se mostraron contrarias a la medida que obligaba a los y las solicitantes de asilo a esperar en México la cita con las autoridades de inmigración de EE UU durante varios meses; y entretanto, si bien puede que no les entusiasmara la separación de las familias de inmigrantes indocumentadas y el enjaulamiento de niños y niñas, tampoco protestaron por ello. Hasta los cristianos evangélicos, pieza esencial de la base de apoyo de Trump, aceptaron todo esto, del mismo modo que aceptaron sus chanchullos financieros, sus amoríos y sus diversiones con prostitutas, siempre que fuera provida (o sea, contrario al derecho al aborto) y antiLGBT. Otra parte de la población blanca aceptaba todo lo que hiciera mientras no hubiera nuevas normas en materia de posesión de armas de fuego.
La marea baja
Entonces vino la covid con confinamientos de ciudades y Estados, quiebras de empresas, caída de beneficios y una depresión que hizo subir el desempleo hasta los 30 millones. El colapso de la economía comportó asimismo una crisis fiscal que obligó al gobierno a recortar presupuestos y despedir a funcionarios. La incompetencia de Trump en la gestión de la pandemia y la depresión económica resultante marcaron el comienzo del fin. En ningún momento organizó una respuesta nacional, falló con las pruebas, el rastreo, el aislamiento y la cuarentena. Se negó a aceptar las recomendaciones de los expertos, formuló consejos en sentido contrario, habló de remedios falsos y se convirtió en la primera fuente de desinformación a escala nacional. Propugnó –y los gobernadores Republicanos decretaron– la reapertura de los Estados mucho antes de que el virus estuviera controlado, propiciando nuevos brotes. Su negligencia criminal favoreció millones de contagios y cientos de miles de muertes.
Además de su mala política, Trump contribuyó personalmente a la propagación de la enfermedad y a la proliferación de muertes con la celebración de eventos supercontagiosos en la Casa Blanca y numerosos actos de campaña con miles de asistentes, que causaron miles de nuevos casos y centenares de fallecimientos. Él mismo, su mujer y su hijo menor enfermaron de covid. Trump y sus ayudantes se niegan a llevar mascarilla, ridiculizan a quienes la llevan y animan a sus seguidores a hacer caso omiso de las mascarillas y del distanciamiento de seguridad.
Al final, el asesor principal de Trump, quien acababa de comunicar que había contraído la covid-19, declaró que el gobierno dejaba de intentar controlar la pandemia y esperaría a que llegara la vacuna mientras administraba los tratamientos. El propio Trump dijo a sus seguidores –completamente en contra de lo que decían los expertos oficiales en salud– que el virus estaba desapareciendo. Prometió que relanzaría la economía y que el país volvería a la senda de la prosperidad al día siguiente. Biden, por otro lado, renunció a organizar mítines masivos, siempre aparecía con mascarilla, prometió seguir los consejos de la ciencia y establecer un plan nacional para frenar la expansión de la covid-19. Dijo que también él estaba por relanzar la economía, pero que mientras tanto había que lograr controlar la pandemia.
A resultas de todo ello, esta elección se convirtió en un plebiscito sobre las actitudes de los candidatos con respecto a la covid-19, aunque evidentemente también en un referéndum sobre el propio Trump. Este seguía haciendo campaña sobre la base de sus principios de 2016, situando en el centro de su política el lema de Make America Great Again, que según sugirió y sus seguidores interpretaron, significaba Make America Great Again for White Men. (Ciertos críticos bromearon con este lema reformulándolo en Make America White Again.) El racismo y la misoginia constituyen el aglomerante que mantiene unida la alianza interclasista trumpista de capitalistas ricos, pequeños empresarios, campesinos, trabajadores blancos y gente pobre del mundo rural.
Durante la campaña, Trump también insistió en que la elección versaba sobre el socialismo. Afirmó que Biden está controlado por Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez y que si resultara elegido, impondría programas socialistas que cambiarían el país de arriba abajo y causarían un desastre económico y violencia. Trump contaba con el apoyo de los sindicatos de policías y agentes de control de fronteras. Le respaldaban los seguidores conspiranoicos de QAnon –tal vez millones–, que creen que los Demócratas y el Estado en general están controlados por pedófilos satánicos que trafican con niños o beben su sangre. También le siguen grupos supremacistas blancos violentos y neofascistas.
Biden no era ni de lejos el candidato ideal para la gente progresista. Como senador federal por Delaware, apoyó leyes conservadoras de reforma del Estado de bienestar que perjudicó a la población más pobre, a las mujeres y los niños y niñas, votó a favor de reformas reaccionarias del sistema judicial que llenaron las cárceles de personas negras y latinas, favoreció recortes fiscales para los ricos y contribuyó a la transición del Partido Demócrata al neoliberalismo. Como vicepresidente durante el mandato de Barack Obama, fue corresponsable de la débil respuesta a la recesión de 2008, favoreciendo más a los bancos que a la población trabajadora. Pero ahora profiere la retórica de principios liberales como el apoyo a los sindicatos obreros, la defensa de los derechos civiles de negros y latinos, la igualdad de las mujeres y el apoyo a los derechos de las personas homosexuales. De todos modos, aun siendo neoliberal, la mayor parte de la izquierda en sentido amplio lo prefiere de lejos al autoritarismo, al racismo y a la política reaccionaria de Trump.
Después de que ganara las primarias del Partido Demócrata, la clase capitalista empezó a poner de manifiesto que Biden era su candidato. En los últimos dos meses, multimillonarios que habían financiado a Trump, dieron más del doble de dinero a los Demócratas que a su oponente. Republicanos renegados crearon el Proyecto Lincoln, criticaron a Trump y pagaron publicidad a favor de Biden. Docenas de antiguos altos cargos gubernamentales, fiscales, cerca de 500 exgenerales del ejército, 70 antiguos agentes Republicanos de la FBI, la CIA y otras agencias de seguridad nacional y muchos otros altos funcionarios del Estado se manifestaron contrarios a Trump y muchos expresaron su apoyo a Biden. Los grandes medios de comunicación, que a menudo habían criticado a Trump, redoblaron sus críticas, y en los últimos días de la campaña incluso la Fox News de Rupert Murdoch comenzó a discrepar del presidente.
Biden ha obtenido el apoyo de importantes sectores de la clase capitalista, como las empresas tecnológicas y de entretenimiento, así como las farmacéuticas y sociedades inmobiliarias. Muchas asociaciones profesionales de médicos, abogados y demás le han apoyado. Como todos los Demócratas, ha contado con el respaldo de la confederación sindical AFL-CIO y todos los grandes sindicatos, con algunas pocas excepciones, así como de la mayoría de organizaciones de gente negra y latina, de mujeres y LGBT. Trump, por supuesto, seguía teniendo el apoyo de otros sectores, como los de casinos y apuestas, petróleo y gas, contratistas de obras y fabricantes y sus propias redes de profesionales.
Las elecciones, como era de esperar, han mostrado un país dividido geográficamente según líneas tradicionales, votando los Estados costeros por Biden y los del medio oeste y del sur por Trump. Biden ha logrado cambiar el voto y ganar en dos Estados cruciales de la región de los Grandes Lagos, Wisconsin y Michigan, y parece que ganará en Pensilvania. En el oeste también parece que ganará en Arizona y Nevada. Y sorprendentemente, en el sur, parece que se hace con la mayoría en Georgia. Casi en todas partes, los Demócratas han ganado en las ciudades y los Republicanos en las zonas rurales. El 90 % de la población negra ha votado por Biden, al igual que el 65 % de la población de origen latino. Tan solo en Florida, donde predominan inmigrantes de Cuba, Nicaragua, Venezuela y otros exiliados de orientación anticomunista, Biden salió perdiendo entre los votantes latinos. En cambio, obtuvo más votos de las mujeres, especialmente de las zonas residenciales de los extrarradios. La clase trabajadora está completamente dividida, ya que Trump ha obtenido un 55 % de los votos de personas sin estudios universitarios, mientras que el 43 % han ido para Biden. La mayoría de los trabajadores blancos apoyan a Trump, mientras que la mayoría de los trabajadores negros y latinos respaldan a Biden.
La izquierda en sentido amplio –socialdemócratas, progresistas y la exigua izquierda socialista– esperaba una ola azul de repudio a Trump, es decir, un voto masivo a favor del Partido Demócrata y una victoria aplastante no solo en la elección presidencial, sino también en las elecciones al Senado y la Cámara de Representantes. Esto, sin embargo, no ha ocurrido. Trump sigue contando con una base social y ha sabido movilizarla; también ha logrado incrementar un poquito el apoyo entre hombres negros y algo más entre hombres latinos. Biden ha conseguido recuperar el voto de algunos electores blancos de clase trabajadora, de muchas mujeres de zonas suburbanas y de votantes jóvenes. Biden parece que ganará las elección presidencial, pero es improbable que los Demócratas obtengan la mayoría en el Senado y además el partido ha perdido algunos escaños en la Cámara, pese a que la brigada, las cuatro nuevas congresistas de izquierda –Alexandria Ocasio-Cortez de Nueva York, Ilhan Omar de Minesota, Ayanna Pressley de Massachusetts y Rashida Tlaib de Michigan– han sido reelegidas. Las elecciones ha sido una derrota para Trump, pero no para el Partido Republicano. Los Republicanos no solo han obtenido más escaños en la Cámara y parece probable que conservarán la mayoría del Senado, sino que también mantienen el control de muchos parlamentos estatales.
Si finalmente gana y asume la presidencia, Biden tendrá enfrente un Senado Republicano hostil, un Tribunal Supremo reaccionario, dominado por Republicanos, y contará con una mayoría más reducida en la Cámara. El país seguirá estando profundamente dividido. El bloque derechista de Trump no desaparecerá, si bien la posibilidad de que conserve su peso y su coherencia dependerá de lo que puedan hacer él y otros por mantener su influencia política.
Trump afirma ahora que le han robado las elecciones, dando a entender que tratará de mantenerse en el cargo. No tiene que ceder la presidencia a su sucesor hasta el 20 de enero y puede que trate de conservarla de alguna manera, pero tendrá que enfrentarse a una resistencia masiva. Cientos de miles de personas de todo el país han prometido defender el voto, el recuento y la democracia. Ya se han producido varias manifestaciones y se han previsto marchas masivas para el sábado 7 de noviembre. Muchos sindicatos obreros también se han comprometido a defender la democracia y algunos han hablado de organizar una huelga general, cosa que no ha ocurrido jamás a escala nacional en EE UU, ni en ninguna ciudad desde la década de 1940. El plan de los movimientos sociales y de los sindicatos prevé una resistencia civil pacífica masiva.
La izquierda y las elecciones
La exigua izquierda radical estadounidense, unos pocos miles de personas en un puñado de organizaciones, ha defendido históricamente la construcción de un partido socialista revolucionario, un partido obrero o un partido socialdemócrata, o bien las tres variantes combinadas de una manera u otra. Varios grupos pequeños siguen manteniendo esta perspectiva. Otros, en las últimas décadas, han apoyado al Partido Verde, un grupo de izquierda, por no decir socialista, que este año ha presentado al antiguo camionero y declarado socialista Howie Hawkins de candidato presidencial. El mayor número de votos que ha obtenido este partido fue en el año 2000, cuando el defensor de los consumidores Ralph Nader logró el 2,7 % de los votos, si bien le acusaron de haber frustrado la elección del Demócrata Al Gore. El Partido Verde suele obtener el 1 % de los votos. Aunque todavía no se conocen las cifras, no parece probable que el Partido Verde mejore su resultado en estas elecciones, en la que la mayoría de la gente de izquierda parecía más inclinada a votar por Biden, por miedo a contribuir a la reelección de Trump.
La campaña de 2016 de Bernie Sanders, cuando presentó su candidatura como socialista democrático con el programa más progresista desde la época del presidente Lyndon Johnson, revitalizó la izquierda estadounidense, levantando el tabú que pesaba sobre las ideas del socialismo. Mucha gente joven se unió a Bernie y decenas de miles se afiliaron a la agrupación Socialistas Democráticos de América (DSA), que apoyó las campañas de Sanders de 2016 y 2020. Esta última campaña resultó más floja que la de 2016, porque ya no tenía a Hillary Clinton como figura emblemática del establishment Demócrata y otras candidaturas, como la de Elizabeth Warren, también presentaron programas progresistas. Cuando Biden ganó Carolina del Sur, el resto de los 27 candidatos del Partido Demócrata se alinearon tras él, y Sanders concluyó que si seguía compitiendo no contribuiría a la derrota de Trump, y tal como había prometido, pasó a apoyar a Biden.
En la convención de 2019, DSA había votado por apoyar a Sanders y, si este perdía las primarias, por no apoyar a ningún otro candidato, pero muchos miembros de DSA cooperaron a título individual con la campaña de Biden. Biden y Sanders crearon un grupo de apoyo conjunto para elaborar el programa y el plan de campaña, pero a la hora de la verdad la influencia real de Sanders ha sido mínima. DSA esperaba que constituiría el ala izquierda de las fuerzas que apoyaban al presidente Sanders, la izquierda de una marea ascendente de progresismo. En vez de ello, DSA afronta ahora una presidencia de Biden, un neoliberal que preside la catástrofe económica y social que es hoy en día Estados Unidos. Probablemente, Biden tendrá una presidencia de lo que podríamos llamar socioliberalismo, es decir, con una política fundamentalmente neoliberal, favorable a las empresas, con amplios programas para hacer frente a la catástrofe inmediata. Si esta promesa de “actuar sobre la Covid, la economía, el cambio climático y el racismo sistémico” se hace realidad o no dependerá del movimiento obrero y los movimientos sociales. La izquierda tendrá que prepararse para prolongadas y duras luchas por conseguir reformas y construir un movimiento capaz de implementar un cambio más fundamental.
Traducción: viento sur
Fuente: https://vientosur.info/el-pueblo-estadounidense-depone-a-trump/