Firmaron el alto al fuego en 1991, pero en la mente de los saharauis permanece muy viva la guerra que libraron con el Ejército de Marruecos tras la Marcha Verde de 1975. Una mañana de convivencia con ellos deja constancia de lo fuerte que retumban en sus cabezas los tambores de guerra. 10.00 de la […]
Firmaron el alto al fuego en 1991, pero en la mente de los saharauis permanece muy viva la guerra que libraron con el Ejército de Marruecos tras la Marcha Verde de 1975. Una mañana de convivencia con ellos deja constancia de lo fuerte que retumban en sus cabezas los tambores de guerra.
10.00 de la mañana, el sol cae a plomo sobre una inmesa extensión de desierto. Nada en el horizonte, sólo polvo y tierra. Es el hábitat en el que se desenvuelven cada día los cerca de 125.000 saharauis que viven refugiados en el desierto argelino.
Una tortuosa carretera conduce a cerca de 300 españoles hacia Rabuni, centro administrativo de la RASD (República Árabe Saharaui Democrática), donde se encuentran los ministerios y uno de los lugares más emblemáticos para el Gobierno: el museo militar. En los arcenes, hombres con traje militar y pañuelos cubriendo su cabeza; en ocasiones niños, que saludan a su paso a la comitiva.
Los ‘visitantes’ han volado hasta el Sáhara para participar en ‘La columna de los 1000’, una iniciativa de convivencia y conciencia social. Los encargados de encauzar su mañana son los miembros de la Unión de Jóvenes Saharauis, una organización integrada en el Frente Polisario, encargado del Gobierno de la RASD.
«Lo primero que tenemos que explicar es el conflicto saharaui. Y también la responsabilidad de España, que nunca, con ningún Gobierno, ha reconocido su culpa», dice Sale H. Mohamedú, portavoz de esos jóvenes. Las visitas programadas dejan constancia de ese objetivo.
Mohamedú es el encargado de explicar los ‘secretos’ del museo de la guerra: tanques oxidados, camiones destartalados, restos de los armamentos con los que les atacaron los gobiernos españoles y marroquí -los primeros, en la época colonial; los segundos, bajo la ocupación- minas antipersona, anticoche y antitanque, restos de bombas… El museo, símbolo nacional, incluye además unas sala destinada a la «resistencia» y otras a explicar la historia del conflicto.
Sobre una maqueta, una fila de luces parpadeantes delimita el muro de 1.700 kilómetros con el que Marruecos separó el territorio bajo su dominio. «Lo controla la Minurso, la fuerza de paz de la ONU, y aunque estamos en situación de paz, está plagado de minas antipersona que se han cobrado ya la vida de miles de saharauis, muchos de ellos pastores nómadas que acuden a recoger sus cabras», dice Mohamedú. «La culpa la tiene España», repite. La indignación se percibe en su tono de voz. Y en su rostro.
Estos jóvenes, que hablan varios idiomas y muchos de ellos han estudiado fuera del Sáhara -en países amigos como Cuba- aseguran que hacen de guías «por buena voluntad». Cada vez que llega un grupo de españoles, lo que ocurre a menudo, el Polisario les reclama para la tarea
Represión y llamadas a la armas
Segunda parada de la mañana: un centro de la ONG Landmine Action, que se dedica a la desactivación de esas minas de las que hablaba Mohamedú. De nuevo alusiones a la guerra, a las actividades «desleales» del Ejército marroquí. En ese momento hace su aparición Abdeslam Omar, presidente de la Asociación de Presos y Desaparecidos Saharauis.
Las denuncias va ‘in crescendo’: habla de tres presos que llevan 53 días en huelga de hambre para denunciar la represión militar de Marruecos. También del arresto de 30 personas en los territorios bajo control marroquí por pedir libertad para el Sáhara de forma pacífica. En total, 65 presos políticos permanecen en las cárceles de Marruecos, la mayoría en la cárcel negra de El Aiun, denuncia.
«Marruecos viola sistemáticamente los derechos humanos. Y no sólo lo decimos nosotros, también organizaciones como Human Right Wath y el Parlamento Europeo. Exigimos una solución a este conflicto, que la ONU haga cumplir las resoluciones«, continúa. De nuevo términos bélicos, alusiones a un estado de sitio, denuncias de torturas….
Hasta que la retórica llega al límite. En una sala contigua a en la que Abdeslam Omar pronuncia una conferencia, Mohamedú da un paso más en su discurso: «Nosotros estamos viviendo aquí huyendo de una invasión. Queremos encontrar una solución pacífica al conflicto y llevamos intentándolo más de 30 años, pero si no lo conseguimos, iremos a la guerra. Tomaremos las armas para combatir a Marruecos». Mientras lo dice, mira directo a los ojos de su interlocutor. Ni un parpadeo de vacilación.