Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Riba García
El nuevo Congreso y el desastre planetario
Introducción de Tom Engelhardt
¿Estáis buscando una pequeña esperanza en relación con el cambio climático? Podéis creerlo o no, pero la esperanza está aquí y es real. No estoy refiriéndome al hecho de que, al menos de momento, los precios del petróleo están por los suelos y hayan hecho que esos proyectos tan promisorios -aunque desastrosos desde el punto de vista ambiental- como el del petróleo no convencional del oeste de Estados Unidos y el de la explotación de las arenas bituminosas de Canadá parezcan ahora menos rentables. Tampoco me refiero al acuerdo sobre el cambio climático al que acaba de llegarse en la cumbre sobre Cooperación Económica Asia-Pacífico y al que se le ha adjudicado el adjetivo de «histórico». Es cierto que el presidente Obama tuvo una actitud positiva en esa cumbre; otro gesto simbólico en su haber, promete tener otros más en un futuro. Es posible que estos pasos para frenar los peores estragos futuros relacionados con el calentamiento global hayan sido saludados como si fueran más transformadores de lo que realmente son. No obstante, frente a un nuevo Congreso republicano en el que los halcones contrarios a cualquier acción contra el cambio climático pueden superar en número a los halcones de la guerra (una proeza nada menor), vale la pena hacerlo notar.
Estoy hablando, por supuesto, del posible acuerdo para reducir el CO2, en el largo plazo, entre los dos más grandes contaminadores con gases de efecto invernadero, es decir, el presidente estadounidense Obama y el presidente chino Xi Jinping. Cada uno de ellos ha hecho campaña «por todo lo alto» -«perforad, muchachos, perforad», el primero; «cavad, muchachos, cavad» y «importad, muchachos, importad», el segundo- a favor de proyectos energéticos de devastadores consecuencias: China, por ejemplo, ha declarado su intención de poner en marcha el equivalente de una nueva central térmica a carbón cada 10 días durante los próximos 10 años, incluso mientras está llegando a una posición de liderazgo global en el desarrollo de la tecnología de la energía solar.
Aunque en un lenguaje algo confuso, los pasos acordados por ambos presidentes se quedan bastante cortos en relación con lo que se necesita para proteger eficazmente este planeta del calentamiento, aun así allanan el camino hacia la primera negociación contra el cambio climático de ámbito mundial que puede importar de verdad en el largo plazo. Sin embargo, la auténtica buena noticia, no es ninguna de las comentadas más arriba. Tiene que ver con el pensamiento que está detrás de la decisión tomada por Obama en Beijing. El «arquitecto» de la posición estadounidense en la negociación, que lleva meses trabajando, fue el principal asesor del presidente, John Podestá. Aquí está lo que necesitáis saber sobre él: se ha informado que Podestá dejará la administración Obama a principios de 2015 para encargarse de la campaña electoral presidencial de Hillary Clinton. Esto significa que está comprometido con la destacada candidata demócrata en 2016 para que en su campaña lleve adelante la postura de Obama en China y cualquier medida relacionada con el cambio climático que este piense tomar el año que viene en cuanto a, claro está, la reducción de emisiones de carbón.
Tal como explicó recientemente Coral Davenport, del New York Times, el pensamiento que está detrás de todo esto es claro. A pesar del histórico traspié de Obama en las elecciones del 4 de noviembre, Podestá -y los demócratas- están haciendo una apuesta diferente para 2016, una apuesta basada en los sectores demográficos clave para los demócratas en las elecciones presidenciales (los jóvenes, los hispanos, los afro-americanos y las mujeres solteras) entre quienes la preocupación por el cambio climático está aumentando sorprendentemente. Dicho de otro modo, si es posible trascender un proceso electoral en el que el 19 por ciento del electorado que era de edad avanzada lanzó a una tropa de detractores del cambio climático a cargos públicos y concentrarse en cálculos de mayor calado y más largo plazo, entonces algo está sucediendo, quizás en términos generacionales, algo tan importante que podría transformar las próximas elecciones.
Al menos, tan importante como para atrapar la atención de algunos políticos pragmáticos de Washington; esto podría ser el principio de una transformación tectónica de este país. A pesar del poder de las Grandes Petroleras y el revuelo producido en estos día sobre «la destrucción de empleos», «una guerra del carbón» y cuestiones por el estilo, una creciente movilización por el cambio climático puede transformar nuestro panorama político y el mundo entero. Nadie que haya estado el 21 de septiembre en la gran Marcha por el Clima de Nueva York pondría esto en duda, pero John Podestá también está prestando atención a estas cuestiones. Esto nos dice esencialmente que alguna vez el trabajo de los activistas tiene una compensación.
Todos estos años en el (recalentado) páramo organizando e insistiendo con nuestro discurso, todos estos años en que los grandes medios se ocuparon de mirar «el otro camino», todos estos años en que los activistas por el clima de grupos como 350.org tuvieron que luchar para no caer en la desesperanza, pueden resultar importantes. Esta es la parte positiva de la imagen. También hay otra parte, y no podría ser más lúgubre; Michael Klare, de TomDispatch, experto en cambio climático y autor de The Race for What’s Left nos la muestra hoy.
* * *
El Partido de las Grandes Petroleras toma Washington por asalto
¡Descorchan champagne en Washington! Es tiempo de fiesta para las Grandes Petroleras. En la estela de las elecciones de mitad de mandato, los halcones republicanos de la energía están de parabienes: han tomado por asalto el Senado y la Cámara de Representantes. Se están preparando para presionar a un presidente que ya está al mando de una administración en buena parte «perforad, muchachos, perforad» para que levante los últimos impedimentos a la explotación de las reservas de combustibles fósiles de América del Norte.
La nueva mayoría republicana está segura de que impondrá su agenda en un una variedad de temas clave, incluyendo la reforma impositiva y la inmigración. Ninguna de sus iniciativas tendrá un impacto tan catastrófico como el que se viene para asegurar que los combustibles fósiles dominen el panorama energético nacional en un distante futuro, hasta mucho después de que el cambio climático haya destrozado el planeta y arruinado la vida de millones de estadounidenses.
Ya está claro que el nuevo liderazgo republicano en el Senado autorizará la construcción del oleoducto Keystone XL*, diseñado para el flujo de petróleo pesado (o «arenas bituminosas») desde Alberta, Canadá, hasta las refinerías del golfo de México, una de sus máximas prioridades legislativas. Si el Congreso del «pato cojo» fracasa en su intento de aprobar Keystone ahora con la ayuda de los senadores demócratas pro-carbón, seguro que logrará imponer la medida cuando llegue el Senado dominado por los republicanos, en enero próximo. La aprobación de ese oleoducto, dice el líder de la próxima mayoría republicana Mitch McConnell, estará entre las primeras medidas que «muy probablemente aprobaremos». Pero así como la cuestión Keystone está entre las principales inquietudes del próximo Senado, no es la única medida que promoverán para acelerar la explotación de las reservas nacionales de hulla, petróleo y gas natural. Tan devotos son sus líderes de la extracción de los combustibles fósiles que ya deberíamos empezar a pensar en ellos como el Partido de la Grandes Petroleras (PGP).
En su intento de incrementar la producción de combustibles, los líderes del PGP ya están diseñando planes para extender la lucha a varios frentes más, no solo Keystone. Por ejemplo, el gobernador de New Jersey Chris Christie, posible candidato a presidente, está promocionando un plan para eliminar lo que él llama «obstáculos» gubernamentales -esto es, la supervisión estatal de las cuestiones relacionadas con la energía- a la construcción de cualquier tubería que cruce una frontera, ya sea para la importación de arenas bituminosas (o chapapote) de Canadá, o ya sea para la exportación de gas natural a México. Otros prominentes republicanos, entre los que está McConnell (nacido en el estado de Kentucky, rico en hulla), están impacientes por impedir que la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) imponga rigurosas limitaciones en el uso del carbón, prohíba el control federal del fracking, autorice la perforación de pozos en el mar en las costas de Alaska y Virginia, y facilite la exportación de petróleo crudo y gas natural licuado (LNG, por sus siglas en inglés).
Sean cuales sean las iniciativas individuales que un político republicano u otro puedan estar promocionando, todos ellos, como grupo, creen fervientemente en la conveniencia de aumentar el consumo de combustibles fósiles y en la necesidad absoluta de frustrar cualquier medida pensada para ralentizar el calentamiento global mediante la limitación de ese consumo. Para muchos otros de ellos, esta posición es un tema económico encaminado al aumento de los beneficios de las empresas estadounidenses de la energía, y al mismo tiempo una cuestión esencialmente ideológica, que forma parte de la cuasi mística creencia de que el petróleo aumenta el poder de Estados Unidos. Por ejemplo, los jefes republicanos sostienen que la mejor manera de contrarrestar los avances de Rusia en Ucrania (o en cualquier lugar de Europa) es acelerar la explotación de las reservas de gas no convencional y exportar los excedentes obtenidos a ese continente como gas natural licuado. Están convencidos de que esta exportación romperá la hegemonía energética rusa en Europa. «La posibilidad de dar vuelta la tortilla y poner en jaque a Rusia», escribió en marzo el presidente de la Cámara de Representantes John Boehner, «está bajo nuestros pies, en forma de un vasto suministro natural de energía.»
Es fundamental en muchos republicanos, incluyendo los probables candidatos presidenciales en 2016, la creencia de la capacidad reconstituyente del petróleo y el gas cuando empieza a menguar el poder y el prestigio de EEUU. El gobernador Christie, por ejemplo, dedicó su primer discurso sobre política exterior a la imagen de un «renacimiento de la energía de América del Norte» basado en la incremento de la producción canadiense, mexicana y estadounidense de hidrocarburos. «El espectacular cambio del paisaje energético de América del Norte», declaró, «nos ha hecho mejores a todos y continuará haciéndolo» (significativamente, Christie ocultó la parte mexicana de su plan. México espera abrir sus yacimientos petrolíferos y gasíferos a la explotación por empresas de EEUU por primera vez desde su expropiación en 1938).
Para poder promocionar los beneficios derivados del incremento de la producción de combustibles fósiles, las cada vez más graves consecuencias del cambio climático -incluyendo las que afectan a las muy vulnerables ciudades costeras de New Jersey- deben ser dejadas convenientemente fuera de la ecuación. De hecho, la mayoría de los jefes republicanos resuelven este problema o bien mediante la negación de la mera realidad del cambio climático, o bien viéndola -en el peor de los casos- como una futura molestia menor. Como uno de los resultados de verdad más extravagantes de las últimas elecciones, James Inhofe, de Oklahoma, se supone que será el nuevo presidente de la comisión senatorial de Medio Ambiente y Obras Públicas. Hace mucho tiempo que Inhofe defiende el punto de vista de que la responsabilidad humana en el calentamiento del planeta es una enorme «patraña»; es así que ha prometido, entre otras cosas, sabotear la campaña de la EPA para restringir las emisiones de gases de efecto invernadero provenientes de la hulla.
El poder del dinero
¿Cómo se explica semejante creencia mesiánica en los efectos beneficiosos de la explotación de los combustibles fósiles?
Nunca se debe subestimar el atractivo del dinero o, para ser más precisos, de las aportaciones. Las enormes corporaciones de la energía están entre las más importantes fuentes de financiación de las campañas. En los últimos años, la mayor parte del dinero que ellas aportan va a parar a los republicanos que defienden una política favorable a las emisiones de carbón; con una gente así accediendo ahora al Congreso, sin duda continuarán fluyendo sumas pasmosas.
Según el Centro para las Políticas Responsables (CRP, por sus siglas en inglés) -un grupo ajeno a los partidos parlamentarios que sigue la pista del dinero en la política-, en 2013-2014, la industria del petróleo y el gas fue el noveno grupo en importancia entre los que aportan en las campañas electorales; el 87 por ciento de los 51 millones de dólares aportados fue a parar a los republicanos. La industria del carbón contribuyó con otros 10 millones, y un 95 por ciento fue a los republicanos. Koch Industries, el conglomerado de la energía controlado por los milmillonarios hermanos Koch, Charles y David, fue la empresa del petróleo que puso más dinero, con 9,4 millones de dólares; Chevron, ExxonMobil y Occidental Petroleum también fueron muy importantes donantes. Estas cifras, es necesario hacerlo notar, solo incluyen las donaciones directas a candidatos en conformidad con las leyes de campañas federales. No tienen en cuenta los fondos canalizados a través de las secretísimas Supercomisiones de Acción Política (PACS, por sus siglas en inglés) y las organizaciones supuestamente «sin fines de lucro» que no están sujetas a esas regulaciones. Durante las elecciones de 2012, informó la CRP, las ayudas de los hermanos Koch a este tipo de entidades alcanzaron los 407 millones de dólares; se piensa que las aportaciones en el ejercicio 2014 rondarán montos similares.
En gran medida, estas fundaciones son el nexo entre las empresas y los poderosos republicanos «amigos de la industria». Según la CRP, entre los principales destinatarios de la financiación petrolera en 2014 estuvieron John Boehner y Mitch McConnell, junto con el particularmente entusiasta de la industria de la energía John Cornyn, senador por Texas. También el congresista Cory Gardner, de Colorado, que acaba de conseguir el escaño que dejará el senador demócrata y consciente ambientalista Mark Udell. Nada sorprendente que entre los principales receptores de los fondos provenientes de la industria del carbón estén Boehner y McConnell, como también representantes especialmente amigos del carbón como Shelley Moore Capito y David McKinley, de West Virginia.
Estos y otros destinatarios de dinero de los combustibles fósiles saben muy bien que, tanto la continuidad futura de tanta generosidad como la posibilidad de ser reelegidos, dependen de los éxitos que puedan tener en la aprobación de leyes que faciliten el incremento de la extracción de crudo, gas y carbón. No es necesario ser muy imaginativo para estimar las consecuencias de esta correa de transmisión de ayuda financiera, tanto para las comunidades afectadas como para el clima.
Estados con excedentes energéticos
Otra forma de comprender la deferencia de los republicanos por los combustibles fósiles es observar la importancia relativa del petróleo, el gas y la minería en la economía de ciertos estados con mayoría republicana establecida. Según un revelador análisis de John Kemp, de Reuters, en EEUU solo hay 13 estados que exportan más energía de la que importan (en orden descendente): Wyoming, West Virginia, Texas, North Dakota, New Mexico, Colorado, Oklahoma, Alaska, Pennsylvania, Montana, Arkansas, Utah y Kentucky. La extracción de combustibles fósiles impulsa la economía de estos estados, y sus votantes suelen elegir a los republicanos más afectos por su explotación. En enero próximo, cuando se reúna el nuevo Congreso, 19 de los 26 escaños del Senado correspondientes a estos estados serán de los republicanos y apenas seis, de los demócratas.
Notemos que estos estados tuvieron un papel decisivo en las elecciones de mitad de mandato de este año y que el liderazgo republicano hizo lo imposible para conseguir los mejores resultados en ellos. Diez de esos 13 estados renovaban escaños del Senado este año, y los republicanos consiguieron desplazar a los demócratas en cinco de ellos. Es innecesario decir que los gigantes del negocio del carbón y de petróleo derramaron ingentes cantidades de dinero en esas campañas. Industrias Koch, por ejemplo, hizo sustanciales aportaciones en las campañas senatoriales de Tom Cotton (Arkansas), Steve Daines (Montana) y Cory Gardner (Colorado).
En muchos aspectos, los estados con excedentes energéticos tienen otros intereses que otros que deben importar la mayor parte de la energía que consumen. Estos estados, importadores de energía, entre ellos bastiones demócratas como Illinois, New York, California y Massachusetts, a menudo se ocupan de conseguir regulaciones más estrictas en cuestiones como el fracking y las emisiones de las centrales eléctricas. En el otro lado, los estados con excedentes, como Texas y Pennsylvania, prefieren la supervisión estatal en lugar de la federal, por lo general más rigurosa.
Las empresas más importantes de los combustibles fósiles también prefieren la supervisión estatal de sus negocios, lo que resulta en una legislación más amigable con la perforación de pozos. Cuando se trata del fracking, el CEO de ExxonMobil Rex Tillerson plantea la cuestión con cortesía: «[Nosotros] creemos que lo mejor es dejarlo en manos del estado, de las instancias reguladoras estatales», ya que ellas están más al tanto de las condiciones locales. «La redacción de una norma federal para ser aplicada en una variedad de condiciones no nos parece que sea la forma más adecuada de resolver la cuestión».
De un modo u otro, los estados con excedentes energéticos suelen parecerse a los países ricos en petróleo como Rusia, Nigeria, Angola y Kazakistán, donde las empresas del sector gozan de una relación a menudo venal con sus gobernantes. Los estudiosos en este campo hablan del petróleo como una «maldición», como una fuente de continuos problemas en esos países, donde los intereses genuinos de la gente común de esos países -ni hablar del medio ambiente- son sistemáticamente sacrificados para incrementar la producción y llenar los bolsillos de la minoría en el poder.
Petróleo, gas y seguridad nacional
Una tercera razón que explica por qué el Partido de la Grandes Petroleras trata de favorecer la extracción de los combustibles fósiles es que sus representantes están convencidos de que esa explotación es un pilar fundamental de la seguridad nacional, otra de las prioridades de los republicanos. Ese punto de vista dice que el aumento de la extracción de crudo, gas y carbón fortalece de dos maneras la seguridad de Estados Unidos: mediante la estimulación de la economía reforzando así la ventaja competitiva de EEUU en relación con las potencias rivales y mediante el robustecimiento de la capacidad de Washington en la confrontación con países petroleros hostiles como Irán, Rusia y Venezuela.
El reciente aumento de la producción de crudo y gas en lo que se está llamando la «América Saudita» es especialmente beneficioso, reivindican los republicanos, porque además de asegurar energía eléctrica de bajo costo a los industriales estadounidenses, atrae nuevas inversiones de empresas con actividad intensiva en el sector energético, que de no ser así establecerían sus fábricas en China, Taiwan o en otros sitios. «El boom de producción de gas y los menores costos asociados», sostiene el gobernador Christie, «han contribuido al regreso de puestos de trabajo que antes se creaban en Asia.»
Tan importante como eso es la convicción de los republicanos de que el crecimiento de la producción nacional de petróleo y gas será una gran ayuda para Washington en su trato con Irán y sobre todo Rusia. Por una sencilla razón: cuanto menos dependiente de la importación de recursos energéticos sea Estados Unidos, tanto menos vulnerable será a los vaivenes políticos de los principales productores de petróleo de Medio Oriente. Además, impulsando la bajada los precios internacionales, la producción estadounidense de crudo y gas reduce las ganancias de Irán y Rusia y hace que sus gobernantes sean más susceptibles a las presiones de Estados Unidos.
Por lo tanto, la dirigencia republicana está sobre todo interesada en la eliminación de los obstáculos existentes en la venta de crudo y gas natural en el extranjero. En este momento, la exportación de petróleo está vedada, gracias a una prohibición que se adoptó hace 40 años como consecuencia del embargo petrolero árabe de 1973-1974. La exportación de gas natural está paralizada por la falta de instalaciones de licuefacción de gas en EEUU y por las barreras reguladoras que impiden construirlas en el corto plazo. Las restricciones en la construcción de instalaciones de licuefacción de gas, según Boehner (quien, desde luego, quiere eliminarlas), constituyen una «prohibición de facto a la exportación de gas natural estadounidense, una situación que [el presidente ruso Vladimir] Putin aprovecha alegremente para financiar sus objetivos geopolíticos».
No debe sorprender que las principales empresas del petróleo y el gas también estén vigorosamente a favor de que se den los pasos que les permitan vender crudo y gas a bajos precios en Europa y Asia, donde esos precios son bastante más altos. La construcción de más instalaciones para exportar gas, dice Erik Milito, integrante del Instituto Estadounidense del Petroleo -a favor de esa industria-, significará que «nuestra exportación de gas natural licuado podría reforzar significativamente el mercado global de la energía contra las crisis y las manipulaciones… una indiscutible victoria para nuestra economía y la de nuestros amigos».
Las empresas de los combustibles también están presionando para intensificar los esfuerzos destinados a integrar los sistemas petroleros de Estados Unidos, México y Canadá. Esto, proclaman Christie y otros, aumentará la seguridad de EEUU al disminuir la dependencia respecto de los proveedores de Medio Oriente y otros extrahemisféricos. Al mismo tiempo, esa integración ayudará a que las empresas estadounidenses tengan más control de la producción de México y Canadá. La nueva legislación mexicana sobre la energía, que abre la puerta a las inversiones extranjeras en sus yacimientos de crudo y gas es el resultado de la fuerte presión ejercida tanto por empresas petroleras estadounidenses como por prominentes republicanos.
Sin duda, el incremento de la exportación de gas beneficiará a las empresas estadounidenses de la energía y a sus clientes en el extranjero. Sin embargo, cualquier recorte en las restricciones a la exportación haría que los productores de EEUU desviaran su producción hacia mercados más lucrativos en el extranjero, y esto podría perjudicar a los consumidores estadounidenses. Los precios podrían caer en Europa, mientras que podrían aumentar en Estados Unidos y destruir los estímulos económicos proporcionados hoy día por los precios relativamente bajos de los combustibles. Otra secuela del aumento de la exportación de gas y crudo sería que la reciente reducción de las emisiones estadounidenses de CO2 -como consecuencia de los duros tiempos que corren y del reemplazo de la hulla por el gas en la generación de electricidad- quedarían en nada debido al crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero en otros países.
Combustibles fósiles por siempre jamás
En unos tiempos en los que cada vez más gente en todo el mundo está empezando a admitir la necesidad de restringir drásticamente el consumo de combustibles fósiles, los republicanos están a punto de arrancar enérgicamente en la dirección opuesta. Su apuesta será por un planeta con combustibles fósiles por siempre jamás.
Las consecuencias de semejante compromiso son escalofriantes. Al tiempo que prácticamente todos los científicos y muchas personalidades mundiales han llegado a la conclusión de que debe mantenerse el calentamiento global en un promedio de 2 grados centígrados, la agenda republicana en favor del carbón garantiza un calentamiento de entre cuatro y seis grados centígrados más. Es más que probable que este enorme incremento de temperatura hará que importantes partes de la Tierra se conviertan en virtualmente inhabitables y que la vida humana tal como hoy la conocemos resulte amenazada. Tal como el prestigioso Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) de Naciones Unidas señaló en su reciente breve informe, «La continua emisión de gases de invernadero provocará aún más calentamiento y cambios duraderos en todos los aspectos del sistema climático [global] e incrementará la posibilidad de impactos graves, omnipresentes e irreversibles tanto en la población como en los ecosistemas».
Con el control del Congreso por parte de los republicanos, las iniciativas en favor del carbón estarán en el ordene del día. El presidente Obama tiene el poder de veto sobre muchas medidas de este tipo; se sabe que sus planes incluyen acciones ejecutivas en cuestiones relacionadas con el clima, algunas de ellas con la intención de acompañar el reciente pacto en la materia al que se ha llegado con China. No obstante, la necesidad que tiene Obama -en el largo plazo- de asegurar el apoyo legislativo republicano en temas clave y su política energética «por todo lo alto» puede significar que deba ceder terreno en las cuestiones relacionas con el clima para ganar votaciones relacionadas con la libertad de mercado y otros temas. Digámoslo de otro modo: por cada modesto paso adelante en la estabilización del clima, las últimas elecciones aseguran que los estadounidenses deberán retroceder varios pasos cuando se trate de la dependencia en los combustibles fósiles, con todo su potencial de calentamiento global. La ecuación es: buenos tiempos para los congresistas partidarios de las Grandes Petroleras y malos tiempos para el resto de nosotros.
Nota:
* A propósito de Keystone, véase nota en Rebelión publicada el 22/NOV/14 (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=192322).
Michael T. Klare, miembro regular de TomDispatch, es profesor de Paz y seguridad global en la Universidad Hampshire (Massachusetts) y autor de The Race for What’s Left.