Tánger. Desde su arcoirisada terraza en el mítico barrio de Roxy, Mohamed el-Kabachi, alias El-Rubio, abraza cálidamente a su perro Galom y contempla indiferente el desolado paisaje de antenas y de cables que tapan su pequeño cielo. Su cabellera, de un rubio profundo, fuerte y dulce como el ámbar antiguo, desafía los refulgentes colores de […]
Tánger. Desde su arcoirisada terraza en el mítico barrio de Roxy, Mohamed el-Kabachi, alias El-Rubio, abraza cálidamente a su perro Galom y contempla indiferente el desolado paisaje de antenas y de cables que tapan su pequeño cielo.
Su cabellera, de un rubio profundo, fuerte y dulce como el ámbar antiguo, desafía los refulgentes colores de las mañanas tangerinas. Atleta nocturno, corruptor de mayores, pintor y a veces poeta maldito, El-Rubio ofrece diariamente a su variopinta pléyade un pequeño espacio de libertad dónde pregonan sus tragedias, recitan sus poesías o simplemente se escuchan en lúgubre silencio.
Ni las fastuosas noches de París, ni el calor de la familia en el Atlas han conseguido mermar su amor por Tánger, ciudad a la que adora y manosea como si de una amante indómita se tratara.
Aquí, conoció a Mohamed Chukri, el Bukowsky marroquí, de cuyas manos entró a los pecaminosos senderos de la literatura maldita. «Fueron momentos irrepetibles, indescriptibles», confiesa El-Rubio con la saudade de los fadistas.
En la prensa nacional que le ha consagrado varios reportajes, se le conoce como el gran amigo de artistas y literatos, el maestro de ceremonias al que todo el mundo acude para revivir el Tánger putañero, el Tánger depravado y barriobajero que tantas escritos ha inspirado.
Dentro de su pequeña madriguera acribillan al visitante los olores más contrapuestos y las decenas de cuadros, colgados sin sentido alguno. Retratos del Che, posters de la revista francesa de Paris Match, fotos de escritores célebres como las de su amigo Jean Genet, libérrimo exaltador de la perversión, del mal y del erotismo, que murió en París para ser posteriormente enterrado en la ciudad costera de Larache.
Mucho menos conocida pero igual de interesante y fructífera fue su amistad con el fallecido escritor marroquí Mohamed Khaïr-Eddine, adepto de «la guerrilla linguística», precursor de la renovación en la literatura del maghreb y enemigo acérrimo de los dogmas literarios y los valores puritanos. Su origen bereber y las biografías casi paralelas de su infancia, marcada por el desarraigo y las ambiciones comerciales de sus familias crearon una entrañable complicidad entre los dos personajes que susfrieron idénticos exilios, similares incomprensiones, el mismo rechazo.
Hoy todavía, desde su recóndita terraza, El-Rubio sigue observando con ironía el lento agonizar de una ciudad que vaga indiferentemente, enterrando a cada paso pequeñas partes de su historia, reliquias humanas de un pasado glorioso que nadie asume. «Todo ha cambiado, ya no se respira la misma libertad, hay más violencia y la creatividad ha desparecido», comenta El-Rubio con aires de sabio. Admirado por todas y por todos , El-Rubio es a menudo solicitado para asisitir a las veladas literarias y a los actos culturales que se celebran en la ciudad. La insistencia de sus amigos en la necesidad de plasmar sus vivencias en una autobiografía le molesta enormemente, «todavía me quedan capítulos por vivir, mi biografía no esta conclusa».
Si lo quieren conocer, búsquenle en el café Roxy e invítenle a una copa, tal vez les lleve a su casa, tal vez les haga reinventarse sus vidas.