El 22 de noviembre de 1975 Juan Carlos I tomaba posesión como rey de España, jurando guardar lealtad a los principios que estructuraban el Movimiento Nacional. Una semana antes, aún como príncipe y en calidad de jefe del Estado en funciones (dado el estado de salud de Franco), despachó la entrega de la última colonia española, el Sáhara Occidental, a Marruecos y Mauritania, mediante los Acuerdos Tripartitos de Madrid. El comienzo de la restauración borbónica en nuestro país nacía así ligado a una de las páginas más negras de la política exterior española. Un acontecimiento sobre el que parece haber una especie de amnesia colectiva, especialmente sobre el papel del entonces príncipe Juan Carlos en la traición al pueblo saharaui y la posterior relación con la monarquía marroquí.
El extremo cuidado por la figura e imagen del monarca que tradicionalmente ha tenido el establishment mediático y político español no solo se ha centrado en tapar sistemáticamente los escándalos “personales” y financieros del rey emérito, sino también en evitar analizar su papel en numerosos episodios históricos de los que ha sido co-protagonista. Las recientes revelaciones sobre la fundación offshore Lucum, en la que Juan Carlos I atesora 100 millones de euros de supuestas comisiones ilegales de Arabia Saudí, han supuesto un auténtico escándalo de Estado. Otro más. Tuvieron que ser las investigaciones en los tribunales suizos relacionadas con su ex-amante Corinna Larsen y una cadena de artículos en diferentes medios internacionales las que rompiesen por fin el habitual apagón informativo, haciendo imposible continuar con el encubrimiento de las comisiones ilegales.
Pero, ¿cómo había llegado Juan Carlos a ganarse el favor de la teocracia totalitaria saudí hasta el punto de acumular semejante cantidad de dinero? Tirando de ese hilo podemos recorrer una larga historia que durante décadas ha tejido un entramado de amistad, intercambio de favores, equilibrios geopolíticos y pingües negocios. Y es que el trabajo de comisionista del rey emérito al servicio de la dinastía saudí comenzó antes incluso de llegar al trono, cuando todavía era príncipe. El periodista Jaime Peñafiel explica cómo “en 1973, cuando en España tenía lugar una gran crisis del petróleo, Franco, que ya conocía la cercanía de Juan Carlos con los Al Saud, le permitió que hablara con el rey saudí para que nos nutriera de petróleo en ese momento tan complicado. También permitió que el hoy emérito cobrara unos céntimos por los miles de barriles que vinieron a España durante ese tiempo. Así, con esta comisión a la que Adolfo Suárez también le dio su visto bueno, el rey forjó su fortuna 1/.
Mucho se ha hablado del supuesto papel que tuvo Juan Carlos I en el fomento de la economía española a nivel internacional. Lo que no se ha mencionado tanto y difícilmente podremos cuantificar algún día es qué precio tuvieron sus cacareadas labores diplomáticas. Al menos ya parece obvio que no fueron ni gratuitas ni mucho menos transparentes. Y las relaciones hispano-saudís son un claro ejemplo de ello. Porque más allá de las comisiones recientemente destapadas o de regalos suntuosos como el yate Fortuna, Arabia Saudí ha jugado un papel mucho más destacado en la historia reciente de la monarquía española.
Al poco de que la monarquía parlamentaria sucediera formalmente a la dictadura franquista, el príncipe saudita Fahd bin Abdelaziz al-Saud concedió un préstamo de 100 millones de euros a interés cero a Juan Carlos I con el objetivo de ayudar a la “consolidación de la monarquía española”. Un crédito que, a día de hoy, no se tiene constancia si fue o no devuelto. Alguna mente ingenua podría achacar esta “generosidad saudí” a una cuestión de cortesía entre monarquías “amigas”. Sin embargo, no hace falta haber cursado un master en Relaciones Internacionales para saber que la casa de Saud ha usado tradicionalmente la llamada “diplomacia de los petrodólares” para favorecer sus intereses geoestratégicos.
El papel de la política internacional en la consolidación del reinado de Hassan II
Unos años antes de aquel préstamo a los borbones, los saudíes habían apoyado de forma decisiva la consolidación del reinado de Hassan II en Marruecos, convirtiéndose en sus principales valedores y protectores en el mundo árabe. Cabe recordar que la situación de la joven monarquía marroquí a finales de los sesenta y principios de los setenta no era precisamente sencilla: había sufrido dos intentos de golpe de Estado en 1971 y 1972, contaba con las reticencias o suspicacias de una parte del ejército y los partidos nacionalistas con fuerte predicamento en las ciudades cuestionaban su poder. Ante esta situación de inestabilidad interior, Hassan II decidió tener una agresiva política exterior que pudiera ser un bálsamo para sus problemas internos. Una política exterior que se fundamentó sobre dos premisas: el fortalecimiento de las relaciones con los países árabes (contrarrestando de paso la influencia de Argelia) y la anexión del Sáhara español. Dos pilares estratégicamente ordenados en el tiempo.
En primer lugar, Hassan II se centró en consolidar sus relaciones con la mayoría de los países árabes. Para ello, reforzó por un lado su relación con otras monarquías árabes (Jordania, Arabia Saudí y Emiratos Árabes), desde un principio “solidario” de defensa común de sus respectivos regímenes, y por otro lanzó un mensaje al mundo árabe con la participación de Marruecos en 1973 en la guerra del Yom Kipur contra Israel. Un conflicto, que, aunque se saldó sin ningún objetivo militar de importancia, ayudó a mejorar las relaciones con los países de la Liga Árabe y, a la vez, contentó a una parte importante de los mandos de las Fuerzas Armadas Reales (FAR) de su propio país. Además, la no participación de Argelia en aquella guerra reforzó aún más el papel de Marruecos ante sus vecinos.
Pero Hassan II hizo de «la anexión del Sáhara la pieza principal de su política exterior y la base sobre la que asentar definitivamente el trono. Tenía un plan a medio plazo: entretener al pueblo, a los militares y a las fuerzas políticas marroquíes con la reivindicación del Sáhara, mientras esperaba la crisis de sucesión española. Fue un acierto. La defensa de la causa palestina y sobre todo la reivindicación del Sáhara trajeron una tregua en la vida política nacional 2/. Para llevar a cabo su plan de anexión del Sáhara Occidental español, Hassan II contó con dos aliados fundamentales: EE UU y Arabia Saudí. Los primeros pusieron el apoyo geopolítico; los segundos el dinero. Pero vayamos por partes.
Con una Argelia socialista y una Mauritania incierta, los norteamericanos no tenían dudas: Marruecos era la apuesta fuerte en la región. Pero ese apoyo habría de llevarse a cabo sin desestabilizar a la vecina España, que se encontraba en una situación muy complicada con la inminente muerte de Franco y una incierta transición pilotada formalmente por una monarquía borbónica en plena resurrección. Así pues, el Secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, decidió forzar un entendimiento a ambos lados del Estrecho de Gibraltar, aprovechando que los dos países eran aliados de EE UU en el marco de la Guerra Fría. De esa forma, cuando en noviembre de 1973 Kissinger se entrevistó por primera vez con Hassan II, “el norteamericano dijo compartir el comentario del rey de que sería un error crear un Estado artificial llamado Sáhara. En agosto del año siguiente, Kissinger trasmitió la misma idea al ministro Laraki, con más claridad, ya que se mostró contrario a la independencia del Sáhara y proclive a que el papel dominante en la región correspondiese a Marruecos, y no a Argelia 3/.
La Marcha Verde
De la combinación de los asesores norteamericanos y de la financiación de los petrodólares saudíes nació la operación de ocupación del Sáhara, que en un primer momento fue apodada como Marcha Blanca para posterior y finalmente terminar siendo conocida como la Marcha Verde. En su libro La historia prohibida del Sáhara Español, Tomás Bárbulo narra cómo “un reducido grupo de marroquíes eran asesorados por agentes estadounidenses para un proyecto secreto denominado Marcha Blanca. La financiación del trabajo, desarrollado en un gabinete de estudios estratégicos de Londres, corría a cargo de Arabia Saudí. Hassan II había encargado a su secretario de Defensa, el coronel Achat-bar, la supervisión de los trabajos (…) el secretario de Estado norteamericano cerró la entrega del Sáhara a Marruecos con un telegrama remitido a Rabat desde la embajada de EE UU en Beirut: ‘Laissa podrá andar perfectamente dentro de dos meses. Él la ayudará en todo’, decía el texto. Laissa era el nombre en clave de la Marcha Blanca, que dos meses después lanzaría Hassan II con el nombre de Marcha Verde. Él era Estados Unidos 4/.
El 16 de octubre de 1975 el Tribunal Internacional de la Haya publicó el informe de conclusiones ante las reclamaciones de Marruecos y Mauritania sobre el territorio del Sáhara. El tribunal internacional afirmaba que no se establecía “ningún lazo de soberanía territorial entre el territorio del Sáhara Occidental y el Reino de Marruecos o el complejo mauritano. Así pues, el Tribunal no ha encontrado lazos jurídicos de tal naturaleza (…) que modificaran la descolonización del Sáhara Occidental y en particular el principio de autodeterminación a través de la libre y genuina expresión de la voluntad de los pueblos del territorio”. El informe constituía una clara derrota diplomática para las aspiraciones de Hassan II sobre el Sáhara, ante lo que decidió acelerar sus planes de invasión. Rápidamente, el monarca se dirigió a su país y al mundo entero, anunciando el inicio de la Marcha Verde. “No nos queda más que recuperar nuestro Sáhara, cuyas puertas se nos han abierto”. Y entonces hizo público el histórico anuncio que, con ayuda de Kissinger, había preparado cuidadosamente: en breves días el rey mismo en persona encabezaría una marcha pacífica hacia ese territorio formada por civiles y protegida por las Fuerzas Armadas Reales 5/.
Pero la Marcha Verde ideada por EE UU y financiada por Arabia Saudí no era solo una estrategia militar para ocupar el Sáhara español, frustrando así el proceso de descolonización que se habría abierto. Sino que también era un movimiento de exaltación patriótica fundamental para consolidar la monarquía de Hassan II. Tal y como señala Javier Otazu, “la Marcha Verde, que posteriormente ha marcado la vida de generaciones enteras de marroquíes, arrebató a los partidos nacionalistas la esencia misma de su discurso patriótico y les obligó a plegarse en una necesaria unión nacional ante la subsiguiente guerra del Sáhara, que duró quince años” 6/. Desde entonces, las fechas más importantes en el calendario oficial marroquí pasaron a ser la Fiesta del Trono y el aniversario de la Marcha Verde: las dos efemérides fundamentales en la consolidación de la actual monarquía en el país alauita.
Según las crónicas oficiales, el 6 de noviembre de 1975, con la potencia ocupante española más pendiente de un dictador a las puertas de la muerte, una avanzadilla de 350.000 civiles enarbolando banderas marroquíes y acarreando retratos de Hasan II cruzaron envalentonados la frontera del Sáhara español. Entre los civiles supuestamente desarmados se calcula que marchaban uno 25.000 soldados marroquíes de las Fuerzas Armadas Reales (FAR). Y es justo en ese momento cuando entra en juego el papel del entonces príncipe Juan Carlos en toda esta historia.
La ocupación del Sahara y el papel de Juan Carlos I
Una vez muerto el almirante Carrero Blanco, máximo defensor de mantener el Sáhara, y con un Franco moribundo, no parecía probable que el príncipe Juan Carlos decidiera jugarse el futuro de la corona en una aventura africana con un posible enfrentamiento militar con Marruecos. O al menos esa ha intentado ser siempre la explicación más plausible que pretendían justificar las decisiones y movimientos del príncipe Juan Carlos en la crisis política del Sáhara: una mezcla de oportunismo y conservadurismo que llevarían al abandono del Sáhara a cambio de asegurar su corona. Pero las recientes desclasificaciones de los documentos confidenciales de la CIA al respecto apuntan a un papel mucho más activo por parte del monarca emérito en la ocupación marroquí del Sáhara español. Y otra vez nos tenemos que enterar por fuentes externas.
En enero de 2017 se desclasificaron 12 millones de páginas de la CIA, de las cuales 12.500 tratan sobre España. En muchas de ellas destaca el nombre de Juan Carlos I. Según la información revelada por el servicio de inteligencia norteamericana, el rey emérito se convirtió en uno de los informantes más valiosos de EE UU, facilitando información confidencial a su contacto en Madrid, el embajador norteamericano Wells Stabler. Pero además los papeles de la CIA detallan que el papel del ex-monarca no se limitó a mediar para resolver un conflicto que terminó con la retirada del Sáhara del ejército español. Sino que “Juan Carlos pactó en secreto con Hassan II que la avanzadilla de la gigantesca Marcha Verde, con la que Marruecos se adueñó del Sáhara Occidental, pudiera entrar unos cientos de metros en la colonia española de cuya frontera norte se habría retirado previamente el Ejército español. También aceptó que una delegación de medio centenar de funcionarios y espías marroquíes entrase en esas fechas en El Aaiún, la capital del Sáhara. Esta doble cesión, que consumaba la conquista marroquí de la última colonia española, queda recogida en algunos documentos de la CIA desclasificados 7/.
Aún es más: días antes de la entrada formal de la Marcha Verde en el Sáhara Occidental, con el príncipe Juan Carlos asumiendo la Jefatura del Estado en funciones, unidades de las FAR invadieron el norte de la colonia, ocupando puestos abandonados por el ejército español. Las tropas españolas recibieron órdenes desde Madrid de mirar hacia otro lado. Solo el Frente Polisario se enfrentó a los invasores, ante el desconcierto de las tropas coloniales españolas que observaban la ocupación marroquí entre impasibles e impotentes.
El 1 de noviembre, cinco días antes de que la Marcha Verde llegara al Sáhara español, Juan Carlos, como jefe del Estado en funciones, reunió en la Zarzuela al Gobierno y a los jefes del Estado Mayor del Ejército para comunicarles que viajaría a El Aaiún. “Franco se encuentra a dos pasos de la muerte y yo soy el heredero… en funciones. Por lo tanto, voy a ir a El Aaiún para explicar a Gómez de Salazar (gobernador del Sáhara español) y a sus hombres lo que debemos hacer y cómo lo vamos a hacer. Vamos a retirarnos del Sáhara, pero en buen orden y con dignidad. No porque hayamos sido vencidos, sino porque el ejército no puede disparar contra una muchedumbre de mujeres y niños desarmados». La justificación de Juan Carlos era totalmente inconsistente, ya que los servicios secretos españoles y el propio ejército español habían informado de la presencia de miles de soldados de la FAR en la Marcha Verde. Eso sí, la argumentación anticipaba el cinismo marca del futuro monarca.
Un cinismo que Juan Carlos repetiría al llegar a El Aaiún, esta vez ante los mandos militares destacados en el Sáhara. Según la propia transcripción oficial, el joven príncipe afirmó: “España cumplirá sus compromisos y deseamos proteger los legítimos derechos de la población civil saharaui” 8/. Solo dos semanas después, el 14 de noviembre de 1975, se firmaban en Madrid los Acuerdos Tripartitos por los cuales España entregaba unilateralmente el Sáhara Occidental a una administración tripartita formada por la propia España, Marruecos y Mauritania. El objetivo de los Acuerdos no era otro que legalizar la ocupación marroquí y mauritana del Sáhara. Una ocupación que para entonces ya estaba casi concluida y que iniciaría una sangrienta guerra que duró más de quince años. La Asamblea General de las Naciones Unidas rechazó los llamados “Acuerdos de Madrid” así como la ocupación, presentando una resolución en la que se exigía el respeto a la legalidad internacional, llamaba a España a concluir el proceso de descolonización y reconocía el derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación.
Hay autores que señalan que el príncipe Juan Carlos entregó el Sáhara español ante el temor de embarcarse en una guerra colonial con incierto resultado. Y que en esa decisión pesó bastante la experiencia portuguesa en Angola y Mozambique, antesala de la posterior Revolución de los Claveles, muy presente en las decisiones y miedos de la jerarquía franquista y especialmente en el futuro monarca. Pero ese supuesto cálculo “estratégico” omite que siempre hubo una alternativa sobre la mesa: que España hubiese delegado sus responsabilidades como potencia descolonizadora, traspasando la administración del territorio a la ONU, quien de forma interina por un periodo de seis meses organizaría y supervisaría el referéndum de autodeterminación en el Sáhara comprometido por la administración española. Así se estipulaba en el Plan Waldheim que insistentemente ofreció el secretario general de la ONU para asegurar una solución que preservara los derechos del pueblo saharaui y permitiera a España cumplir sus compromisos internacionales. Una propuesta que Juan Carlos I, como jefe del Estado en funciones, directamente rechazó.
De la ocupación del Sahara a la restauración borbónica.
De esta forma, la nueva monarquía española nacía rindiendo pleitesía a los intereses de EE UU con la entrega demandada del Sáhara a Marruecos. Tal y como describe Bernardo Vidal, militar español destacado en el Sáhara y miembro de la Unión Militar Democrática (UMD), “La culminación de la era Franco, o el principio de la monarquía, según quiera tomarse, ha sido lo que se ha dado en llamar descolonización del Sáhara que en pura ética militar o política podría llamarse engaño o traición (…) humillante engaño a los militares españoles, que hemos hecho de marionetas al servicio de unos intereses muy concretos y de unos pocos que, recibiendo ordenes de USA, han vendido el Sáhara a Marruecos 9/.
En el tablero global de la Guerra Fría, la administración norteamericana estaba dispuesta a cualquier cosa antes que permitir el establecimiento de un régimen socialista amigo del argelino, que era aliado de los soviéticos, en un área de tanta importancia estratégica como el Sáhara Occidental, tanto por su situación geográfica como por sus recursos ricos en fosfatos. Además, en la misma jugada aseguraban la estabilidad de la monarquía marroquí, rival de Argelia y situado en el flanco noroeste de África, con costa en dos mares y con capacidad para controlar el estrecho que une el Mediterráneo y el Atlántico. Así mismo, por su parte Arabia Saudí aseguraba un importante aliado en la Liga Árabe, especialmente relevante desde la caída de las monarquías de Iraq y Libia.
En otro de los informes desclasificados por la CIA, este realizado antes de la ocupación marroquí del Sáhara, se habla del futuro monarca Juan Carlos como una persona poco capacitada para liderar una transición democrática y, sobre todo, se destaca el poco entusiasmo popular por la restauración monárquica en España.“Hay poco entusiasmo por Juan Carlos y la monarquía en España, pero una cierta disposición a apoyarle al no haber una alternativa mejor”, decía el documento. “Si logra preservar la ley y el orden mientras consigue una apertura política, ganará apoyo. El reto es enorme. Y es improbable que el nuevo rey reúna las cualidades necesarias para lograrlo 10/. Sin embargo, tras su papel en el conflicto del Sáhara, la figura de Juan Carlos como aliado internacional para EE UU fue ganando peso en los informes de la CIA, hasta llegar a bautizarle como «motor del cambio» en un memorándum de 1983.
Pero además del inicio de las jugosas comisiones saudíes en cuentas secretas que solo ahora hemos conocido, Juan Carlos obtuvo otras recompensas importantes gracias a su “gestión” del conflicto saharaui. Por aquellos años el joven aspirante al trono y las élites políticas españolas que pilotaban la transición post-franquista eran muy conscientes de que uno de los principales escollos para la restauración borbónica era la falta de legitimidad internacional, especialmente tras haberse negado a realizar una consulta popular que avalara la monarquía por miedo a perderla, como reconoció en un descuido el propio Adolfo Suárez. Y ahí es donde la Casa Blanca devolvió parte del favor del Sáhara a Juan Carlos, recibiéndole en EE UU en su primer viaje oficial como rey, con el consiguiente espaldarazo internacional que necesitaba.
Posiblemente nunca sabremos si aquel préstamo de Arabia Saudí de 100 millones de euros a interés cero a Juan Carlos I con el objetivo de ayudar a la “consolidación de la monarquía española”fue otra “comisión” por su papel destacado en la ocupación marroquí del Sáhara occidental que tanto interesaba a Riad. Lo que está fuera de toda duda es que la ocupación del Sáhara se convirtió en un acontecimiento histórico indispensable para entender el devenir posterior de la consolidación de las monarquías tanto marroquí como española. Ligando así de forma íntima a estas dos casas reales, como pudimos comprobar hace algo más de 20 años cuando a Juan Carlos se le saltaron las lágrimas al darle el pésame a Mohamed VI por la muerte de su padre, Hassan II, que falleció en Rabat el 23 de julio 1999. Al salir del funeral, el monarca español declaró: “Le he dicho al rey Mohamed VI que lo mismo que era mi hermano mayor el rey Hassan II, ahora soy yo su hermano mayor”. Al final todo queda en familia.
1/ www.revistavanityfair.es/realeza/articulos/rey-juan-carlos-relacion-arabia-saudi-comisiones/34261
2/ Rodríguez Jiménez, José Luis. “Agonía, traición, huida. El final del Sáhara español. Critica 2015. pp 288
3/ Rodríguez Jiménez, José Luis. “Agonía, traición, huida. El final del Sáhara español. Critica 2015. pp 705
4/ Barbulo, Tomas: “La historia prohibida del Sáhara Español.” Península 2017. pp 269
5/ Barbulo, Tomas: “La historia prohibida del Sáhara Español.” Península 2017. pp 273-274
6/ Otazu, Javier: “Marruecos, El extraño vecino”. Catarata 2019. pp 63
7/ www.vanitatis.elconfidencial.com/casas-reales/2019-07-23/hassan-ii-aniversario-20-muerte-juan-carlos-rey_2138847/
8/ Barbulo, Tomas: “La historia prohibida del Sáhara Español.” Península 2017 pp 289
9/ Barbulo, Tomas: “La historia prohibida del Sáhara Español.” Península 2017. pp 347
10/ www.elespanol.com/espana/politica/20170118/186981945_0.html
Miguel Urbán es miembro de Anticapitalistas y eurodiputado.