Traducido por Atenea Acevedo
«…la cuestión del lenguaje, en general, y de los lenguajes en un sentido técnico, debe ocupar un lugar privilegiado en nuestras investigaciones»
Selections from the Prison Notebooks, Antonio Gramsci, p. 348
¡América para todos los americanos! ¿Somos igualmente americanos? ¿Quiénes son los verdaderos americanos? ¿Dónde se encuentra la verdadera América?
Inmediatamente después de este párrafo aparece una pequeña lista con típicos usos periodísticos de la palabra «americano/americana», frases que encontré sin mayor esfuerzo en la edición en línea del diario The New York Times.** Cualquier persona puede hacer una búsqueda lingüística similar en cualquier periódico o noticiario de la corriente dominante en los Estados Unidos de América y encontrar tergiversaciones y errores prácticamente iguales. Las expresiones en todos los ejemplos de la lista se encontraron en el título o el texto de artículos que hacen referencia al país conocido como Estados Unidos de América. Los errores son obvios: no hay un solo presidente para toda América y la ciudadanía de los muchos habitantes del continente se corresponde con los diferentes países que lo conforman. Aún no existe una ciudadanía continental.
Si pensamos en el nivel educativo de la mayoría de las personas a cargo de la edición o el contenido de periódicos y medios electrónicos de distribución nacional e internacional, cabe preguntarnos por qué se cometen, una y otra vez, estos errores. La prensa nacional e internacional dominante usa con regularidad muchas frases incorrectas, como las siguientes:
Ciudadanos americanos Consumidores americanos Cultura americana Economía americana Educación americana Embajada americana Gobierno americano Indio americano Invasión americana de Irak Pueblo americano Política americana Presidente americano Principios americanos Soldados americanos Tropas americanas
Estos típicos errores periodísticos ganan adeptos rápidamente y son repetidos en el inglés usamericano de convencional. Así, encontramos algunas de las siguientes frases de uso muy común en conversaciones casuales en inglés usamericano y sus diversas modalidades internacionales:
Béisbol americano Fuerzas de coalición americanas El futuro de América Los intereses de América El aislacionismo americano La hegemonía americana El liderazgo americano Niveles de consume de los americanos El ejército americano Los nazis americanos La reducción de gastos en América Los valores americanos El siglo americano El nuevo siglo americano y, por supuesto, la fuente de la popularización del vocablo América y todo lo supuestamente americano: los medios americanos.
Cualquier lector ocasional podrá ampliar fácilmente esta larga lista de errores tramados oficialmente y promovidos periodísticamente.
En la actualidad, prácticamente en todos los medios dominantes alrededor del mundo se destaca el uso constante de la palabra «América» para referirse a USA y «americanos» para referirse a los ciudadanos de ese país. La sustitución del nombre del país por el vocablo «América» es tan común, que la mayoría de quienes vivimos en el continente americano rara vez pensamos en ella. Muchas personas incorporan con total desenfado este nombre sustituto a sus conversaciones cotidianas. «América» parece haber surgido como la abreviatura conveniente de Estados Unidos de América. Después de años y años de uso formal e informal, se ha convertido prácticamente en un sobrenombre para el país. En este punto cabe señalar que el otro nombre incompleto «Estados Unidos», también se ha difundido como una alternativa reconocida al nombre más largo, pero oficial, Estados Unidos de América. SI bien el nombre complete del país es larguísimo y muchas personas alrededor del mundo han aprendido a decirlo sin problemas, no es de sorprender el uso de variantes cortas, incluso las abreviaturas EUA, EE.UU. y E.U., por lo común precedidas por el artículo «los». Aunque la forma corta de «América» ha adquirido reconocimiento casi universal y amplia aceptación como alternativa, tanto en el país como en otras partes del planeta resulta no sólo confusa e imprecisa, sino bastante engañosa. A diferencia de los sobrenombres populares, como Beto para referirse a Alberto, el uso repetitivo y desenfadado del vocablo «América» como sustituto de Estados Unidos de América proyecta un ambiguo tono de nacionalismo e imperialismo.
Los problemas surgen con la forma en que se usa «América» en el lenguaje formal e informal dentro de los Estados Unidos de América y las connotaciones que implica y que los medios internacionales hacen llegar al resto del mundo. Para el público agudo, la palabra «América» evoca enseguida dos significados distintos y contrapuestos: uno, el sobrenombre de USA que prácticamente ha alcanzado un estatus oficial, y dos, el nombre colectivo de los tres subcontinentes americanos. A juzgar por los ejemplos de la lista anterior, el lenguaje periodístico parece vincular el uso coloquial del vocablo «América» con el nombre oficial, más largo, del país, fusionándolos como términos equivalentes.
Además, la palabra «América», en lo que concierne a USA conlleva una importante relevancia doble adicional: es tanto incluyente como excluyente. Incluye a los ciudadanos de Estados Unidos de América, pero tácitamente excluye a aquellos que no lo son de las cualidades de ser verdaderamente americanos. Esta dicotomía incluyente/excluyente implica que la entidad política y geográfica concreta, USA, es la totalidad de «América», la América nacional y genuina, la América verdaderamente cultural… mientras que el resto de los habitantes reales de los tres subcontinentes americanos no son «americanos» auténticos. Esta exclusión de las nociones restrictivas y definidas desde lo nacional de lo que constituye el carácter americano, la cualidad de ser americanos certificables, evoca las viejas ideas de división cultural entre pueblos civilizados y bárbaros cuya expresión actual, elitista y chauvinista, se encuentra en los privilegios de lo «Occidental» (léase: normas culturales usamericanas/europeas).
Esta dualidad se expresa de la manera más explícita hacia «los otros americanos» en la frontera entre los Estados Unidos de América y los Estados Unidos Mexicanos, donde conceptos como «pasaporte americano», «permiso americano de residencia y trabajo» y «ciudadanía americana» se asocian abruptamente al estatus de lo legal y repentinamente confrontan al resto de los americanos con esta noción nacionalista, los Estados Unidos de América. Es en la frontera donde confluyen todos los artificiosos prejuicios históricos de raza, clase y cultura de elitismo nacionalista extremo, es ahí donde conforman la dicotomía explícita entre los usamericanos (certificados) y todos los demás americanos. Evidentemente, en este punto geográfico y político de demarcación, Estados Unidos de América, en su forma oficial y legalmente restringida, se encierra en su propia noción cultural rimbombante y se erige en contra del resto de los americanos como una presencia legal, fundada en la posesión de armas y marcada por un muro fronterizo cada vez más largo. Asomándose desde «el muro», la verdad oculta que manifiesta con toda agudeza la clara distinción entre todos los americanos al sur del Río Bravo y los americanos del norte se revela abruptamente cuando los funcionarios usamericanos de migración exigen ver nuestro «pasaporte». Esta categórica distinción legal y nacionalista entre los dos tipos de americanos confronta a los «otros» con una separación bien delineada, una separación que sintetiza todas las implacables contradicciones expresadas en el uso que los medios hacen de la palabra «América». En los puertos de entrada a USA el significado de «americano» o «americana» cobra de inmediata un matiz nacionalista y muestra de la manera más transparente la verdad del uso propagandístico del concepto «ciudadanía americana» que lo equipara a la realidad legal del ciudadano de USA. En la frontera, el «ciudadano americano» del lenguaje periodístico se une irrefutable y directamente a la realidad del lenguaje legal del pasaporte usamericano, cuyas primeras líneas señalan «Por medio del presente pasaporte, el Secretario de Estado de los Estados Unidos de América solicita a quien corresponda que permita al ciudadano/nacional de los Estados Unidos cuyo nombre aparece aquí a pasar por…». En el sentido nacionalista, «americano» toma plenamente su significado inequívoco de usamericanos, sólo ciudadanos de USA, expresando concomitantemente su carácter chauvinista.
La distinción legal revela la noción extremadamente tendenciosa según la cual los «verdaderos americanos» sólo son los ciudadanos de Estados Unidos de América, esa nación y no otra, mientras que el resto de los habitantes de los tres subcontinentes quedan excluidos del ente político y cultural certificado, donde se supone que «late el corazón del genuino americanismo de USA conforme a su exclusiva cadencia». Esta noción falsa y deliberadamente construida de la identidad «americana», vinculada en lo conceptual al término legal, se cultiva con cuidado y se refuerza diligentemente debido al uso constante que hacen los medios de la palabra «América». Prácticamente en cada punto de este espacio complejo y contradictorio que existe entre las realidades y la fabricación oficial de mitos, las múltiples dualidades incongruentes evidencian el engaño y sus contrastes, y revelan la verdad de la exclusión y el esfuerzo continuo de apropiarse de la palabra «América» y convertirla en un nombre reconocido internacionalmente.
Ser plenamente americano por haber nacido en el continente americano y ser negado el reconocimiento como tal constituye una agresión brutal contra nuestra inteligencia y una afrenta deliberada contra nuestra realidad. Las absurdas nociones de supuesta superioridad cultural occidental (europea/usamericana) pueden y deben ser desafiadas en todos los espacios posibles. Las alucinaciones nacionalistas de Samuel Huntington pueden desafiarse fácilmente haciendo referencia a la diversidad y la complejidad racial que se manifiesta a lo largo y ancho del continente. Debemos ver en ellas otra gran mentira y aprender a corregir los errores mediante la enseñanza de las ricas y variadas historias de todos los americanos.
La palabra «América», tal como se usa popularmente en el lenguaje coloquial y convencional en los medios usamericanos rodea, de manera casi mágica, las fronteras nacionales del país y a su población nacional con el aura exclusiva de ser los únicos americanos auténticos, mientras proyecta una noción extraterritorial que incluye un gran espacio geográfico y político, de alguna manera visto como parte de la entidad política conocida como Estados Unidos de América, pero sin incluirla efectivamente. Esta connotación que casi milagrosamente combina lo restrictivo con lo expansivo, desarrollada gracias al hábil uso de una palabra, sintetiza la totalidad de la historia imperialista usamericana desde el momento de nuestra Guerra de Independencia.
Por lo tanto, el significado ultranacionalista, interrelacionado, incluyente/excluyente que la palabra «América» denota son sus límites físicos legales en determinado momento histórico, al tiempo que proyecta sus aspiraciones expansionistas. Así, tal connotación nacionalista también transmite la idea, en el mismo tenor, de que el sustantivo al mismo tiempo abarca el gran espacio geográfico del continente americano y excluye a la mayoría de las personas que lo habitan, separándolos y definiéndolos como los «Otros». El logro lingüístico de esta connotación dual también sintetiza la historia imperialista de USA y la idea del «continente vacío» popularizada durante el largo período de expansión usamericana imperialista en el siglo XIX. En pocas palabras, la propaganda del «continente vacío» presentaba la idea de que vastos territorios, desde las Montañas Allegheny hasta la Costa del Pacífico, se encontraban deshabitados o apenas habitados, y absolutamente infrautilizados en manos de los verdaderos nativos y otros habitantes con historia en la región, como los mexicanos que vivieron en grandes extensiones de tierra en el sur y el oeste por al menos 300 años antes de la invasión masiva del recientemente fundado USA.
El popular mito del continente vacío en el que la nueva nación usamericano empezó inmediatamente a expandirse es una demostración de hecho del por qué grandes áreas de América se convirtieron en USA y cómo, simultáneamente, durante el proceso de ocupación imperialista efectiva, los americanos que ya habitaban esos lugares fueron transformados en extranjeros, no americanos, otros… mediante la exclusión forzada. El argumento para fabricar la noción de los «otros americanos» resulta aterradoramente claro cuando se piensa en la conquista y la colonización usamericana de las tierras de los nativos. Los indios americanos fueron cazados y obligados a vivir en «reservaciones indias», que actualmente llamaríamos por su nombre: campos de concentración. Rodeados y acorralados como ganado, se les negó todo espacio político libre en sus tierras americanas tradicionales, recientemente conquistadas por los nuevos usamericanos imperialistas que amenazaban con engullir el resto del continente y darle un nuevo nombre, colonizarlo e incorporarlo al nuevo Estado nacional imperialista en expansión. Durante la larga historia de las guerras usamericanas de conquista continental, este apelativo nacional e imperialista ha quedado tinto en la sangre de sus víctimas.
El significado ambiguo y retorcido de la palabra «América» en un sentido nacional se expresa plenamente en la popularizada noción del «Destino Manifiesto» que postula la idea de que la nación conformada originalmente por trece estados tenía el derecho inherente a ampliar sus fronteras a través de los subcontinentes americanos. Los demás habitantes, los demás americanos en las fronteras de la nueva nación imperialista «americana» entendieron, a fuerza, que sólo podrían alcanzar la plenitud de la «verdadera vida americana» después de ser conquistados. La independencia del nuevo país USA no fue sino la señal que marcó el inicio de su ofensiva imperialista contra el resto del continente, ofensiva que conquistó y separó a los demás habitantes de los usamericanos en pleno «progreso». Por eso se siguió llamando a los grupos indígenas «salvajes» hasta que fueran americanizados. En este punto cabe recordar la absurda frase «dentro de cada vietnamita hay un americano esperando ser liberado». Esta doble connotación de lo interior/exterior que se refleja a través de la larga marcha histórica del impulso imperialista usamericano en el continente puede rastrearse gracias a los gigantescos pasos históricos de su expansión brutal y rapaz desde la costa este hasta la costa oeste, de México a Alaska, por el Caribe, a través de Panamá, hasta Las Filipinas y Hawai. Los nativos, además de otros habitantes previos y sus animales, fueron hechos a un lado o arrasados.
Mientras que los territorios conquistados se denominan posesiones americanas, protectorados americanos o estados americanos, pero nunca colonias americanas, sus pobladores conservan el gentilicio vinculado al territorio: indios cheyenne, sioux, filipinos, puertorriqueños, haitianos. Rara vez se les incluye en la terminología nacionalista como americanos. Todos estos «Otros», externos al Estado imperialista en plena expansión, tienen denominaciones que los apartan de la nación usamericana. A veces reciben nombres vinculados a sus propias naciones, como los mexicanos, y muchas veces reciben nombres ofensivos, pero nunca se les llama americanos. En su calidad de «Otros», ajenos a la esfera de total dominación imperialista usamericana, también pueden recibir nombres cordiales y congruentes con su entidad nacional, como sucede con los canadienses y tal vez con los argentinos, pero incluso los puertorriqueños colonizados a quienes se obligó a adoptar la ciudadanía usamericana en 1917 reciben el mote spics o en el mejor de los casos se les llama puertorriqueños, pero nunca americanos. Todos son y seguirán siendo los «Otros», excluidos de los Estados Unidos Imperialistas. Los países nominalmente independientes pueden estar sometidos a la dominación política, económica y militar usamericana, pero la población de estos apéndices colonizados o controlados económicamente por USA recibe el mote colectivo de extranjeros. En su calidad de inmigrantes a USA, estos nuevos habitantes quizás sean tolerados gradualmente o a regañadientes después de que un par de generaciones haya residido en el país, se les haya permitido adoptar un apelativo seminacional, dividido por un guión, como haitiano-americano o jamaiquino-americano. Pareciera que la una certificación legal para los casi americanos, desde el punto de vista nacionalista, es para quienes viven bajo el control político y económico directo dentro de las fronteras del Estado-nación usamericano. El resto de los americanos nacidos en el continente, en otros países americanos, son considerados extranjeros o ilegales, pero nunca americanos. Un excelente ejemplo de esa dicotomía es la visión oficial usamericana actual de los cubanos. Los cubanos que viven en su país, en la isla, son los cubanos comunistas, enemigos, pero no americanos. Los cubanos que viven en USA reciben el nombre de patriotas cubano-americanos. Los ciudadanos naturalizados llevan un guión, pues tampoco son americanos plenamente certificados; como lo demuestra la reciente práctica política usamericana, los usamericanos naturalizados pueden ver revocada su ciudadanía. ¡Puedes ser usamericano o usamericana hoy, pero mañana tal vez ya no!
Las contradicciones inherentes aparecen con transparencia y se expresan en el paisaje político/cultural nacional de la mentalidad imperialista, donde la ignorancia alimenta la arrogancia. Cualquier repaso superficial del lenguaje nacionalista e imperialista usamericano revela el pensamiento absurdo, fundado en yerros de hecho que se repiten intencionalmente y que no motivan a nadie a cuestionar las intenciones de los medios nacionalistas, controlados por las corporaciones al perpetuar un uso convencional que refuerza mitos populares. Los errores son tan flagrantes y omnipresentes que deberían avergonzar a aquellos que los cometen sistemáticamente y los repiten descaradamente. Muchos de estos yerros, aunque cómicos, revelan la ridiculez de su intención propagandística. Está claro que los cubanos son cubanos americanos en Cuba y en Florida. Obviamente, el «estado» de Hawai no forma parte de la masa continental americana, por lo que no puede considerársele un estado americano. Como uno de los 51 «estados» que comprenden la entidad política que es USA, bien puede ser un estado legal de la nación, pero ninguna ley podrá convertirlo en parte de alguno de los subcontinentes americanos. Por lo tanto, USA no puede ser los Estados «Unidos» de América cuando Hawai no está físicamente «unido» como parte del continente. Se necesitaría un gran viraje continental en términos geológicos para que las islas hawaianas entraran en contacto con la costa continental americana más cercana. Obviamente, siguiendo el mismo razonamiento, el vocablo «americanos» en el sentido geográfico nacional, de incluir a los hawaianos, está mal empleado. Eso también significaría, por ende, que la noción «todos los americanos», como ciudadanos usamericanos, es falsa, pues todos los usamericanos no son «americanos». Si los errores saltan a la vista y siguen cometiéndose sistemáticamente, habría que pensar que se cometen a propósito.
Esa ubicación geográfica concreta, generalmente denominada Estados Unidos Contiguos de América y que se extiende hacia el norte hasta Alaska, hacia el sur hasta el Caribe con las islas colonizadas de Puerto Rico e Islas Vírgenes, pero sin incluir a Hawai, bien puede constituir el territorio ampliado de una nación imperialista, pero no constituye el único Estado-nación americano. Aún más, no hay ningún Estado en el continente con el nombre «América». Este error obvio de hecho es tan evidente que cabe preguntarse si se comete deliberadamente. Si es así, ¿por qué? Recurrir constantemente al vocablo «América» para referirse a USA es tan común que debemos preguntarnos si se trata de algo casual o intencional. Sin duda, es tanto un artificio calculado como un término popularmente aceptado. Se trata de una construcción política, un mito cultural y una percepción inculcada que ha alcanzado gran aceptación.
«En la Edad Media, la iglesia católica luchó contra el uso de la lengua vernácula y a favor de la preservación del latín como lengua ‘universal’, pues constituía un elemento clave de su propia hegemonía intelectual»
Selections from the Prison Notebooks, Antonio Gramsci, p.131
La promoción constante de «América» como nombre alternativo de USA transmite un mensaje de exclusividad política y separación cultural que genera hostilidad. Cuando el mensaje de exclusión se materializa con amenazas militares y se confirma con un «muro de la vergüenza», los nacionalistas usamericanos se distancian y se colocan fuera de las comunidades más amplias de americanos en el continente. Al difundir deliberadamente en los medios el lenguaje de la exclusión y proyectar imágenes que lo refuerzan, se despiertan los miedos largamente albergados de dominación continental por parte del imperialismo usamericano y se dota de significado a la brecha comúnmente percibida entre el Estado imperialista usamericano y las demás naciones americanas.
Durante su larga historia de agresión imperialista en el continente americano, USA ha hecho despliegue de ataques y se ha posicionado contra el resto de sus vecinos americanos. A medida que se encierra en su propio Estado-nación-fortaleza, delimitado por muros y marcado por su creciente militarización, define claramente su propia exclusión de la comunidad internacional que conforman los demás Estados-nación americanos. El Estado imperialista usamericano se presenta como el americano extranjero y amenazante dentro de su propio continente al apartarse de las crecientes oportunidades de participación democrática equitativa en la cambiante dinámica de una nueva América. Con su tono y acciones de Estado imperialista, es una voz política ajena a la cambiante comunidad de naciones americanas. Tal como los austriacos exportados, Maximiliano y Carlota, representaban al imperialismo europeo en el continente, la dominación usamericana del continente en lo político y lo económico, hace del «coloso del norte» un agresor igualmente imperialista y hostil.
El resto de nosotros, los «Otros», americanos antiimperialistas, americanos que manifiestan una visión alternativa e incluyente de la justicia social y económica construida sobre modelos pacíficos, cooperativos y de beneficio mutuo para alcanzar un desarrollo distinto, tenemos la obligación de distinguirnos claramente de los imperialistas desde el lenguaje y el comportamiento público y privado. Una manera muy sencilla de diferenciar nuestras actitudes de respeto como internacionalistas cooperativos es corregir concientemente nuestro lenguaje. Todos podemos hacer modificaciones fáciles si desarrollamos una mayor sensibilidad hacia lo que decimos y cómo lo decimos. No es necesario inventar un vocabulario nuevo, sino recurrir a palabras que ya existen para modificarlas y expresar apertura social y colaboración política. Empezando con sustantivos y adjetivos harto comunes, podemos dotar a objetos y sitios de nombres más llanos y fieles a la realidad. ¡No hay una bandera americana! Hay una bandera usamericana. No hay dólares americanos, sino dólares usamericanos que se comercian a lo largo y ancho del continente americano. No hay una nación americana, sino muchos americanos que habitan los subcontinentes americanos y las islas del Caribe. Nosotros, los americanos, incluidos los más de 300 millones de ciudadanos usamericanos, deseamos incluirnos en un auténtico «nuevo siglo americano, sin espíritu imperialista», para todos los americanos y por todos los americanos.
«¿Cómo podemos pensar el presente, un presente muy concreto, con una modalidad de pensamiento diseñada para el pasado?»
Selections from the Prison Notebooks, Antonio Gramsci, p. 324
Nuestros esfuerzos por corregir el uso cotidiano del lenguaje podrían adoptar dos amplias, pero relativamente sencillas, modalidades de expresión. Además de hacer el esfuerzo de aprender por lo menos uno de los otros idiomas que se hablan en nuestro continente, podemos usar deliberadamente palabras más precisas en nuestra lengua materna cuando hablamos y escribimos sobre Estados Unidos de América y otras naciones americanas. La nueva conciencia de una realidad cambiante dará paso a un nuevo vocabulario, capaz de expresar las cambiantes relaciones en las que queremos incidir. En el espacio de la educación formal, habremos de presentar clases que incorporen la terminología precisa que proponemos desarrollar y difundir, sin olvidar sus fundamentos históricos y verbalizándolos con confianza. Debemos de cerciorarnos de usar términos más precisos en el texto y en el habla. Si partimos de la realidad objetiva, es decir, de que ningún país en América se llama «América», habríamos de empezar a emplear palabras descriptivas que nos ayuden a poner fin a este yerro histórico. Podemos empezar por la historia del vocabulario en constante cambio.
Todos conocemos los múltiples mitos que han surgido en torno a los errores de los primeros europeos en llegar al Hemisferio Occidental hace más de 500 años. A pesar de que hemos corregido concientemente muchos de ellos, otros se nos escapan en conversaciones casuales, aun cuando muchos nos hemos empeñado en eliminarlos de nuestro léxico formal. Aunque Cristoforo Colombo (también conocido como Cristóbal Colón) tenía la certeza de haber llegado a las Antillas de la costa asiática, cerca de China y la India, ya no nos referimos a Japón como a las Antillas Mayores de Cipango. Las personas informadas rara vez dicen que Colón «descubrió» América. Aunque el cronista Bartolomé de las Casas escribió sobre la «devastación de las Indias», ya no nos referimos a las islas como las Indias. Sin embargo, cuando el cartógrafo Martin Waldseemüller escribió despreocupadamente «Amerigo» sobre un mapa de la región que navegara, recorriera y cartografiara Amerigo Vespucci, sin saberlo dio nombre a una parte del continente. Muy pronto se aceptó el nombre de Amerigo para los tres subcontinentes y aunque las «Indias» pasaron a ser West Indies en inglés y Antillas en español, Amerigo se convirtió en América, nombre continental que pronto quedó arraigado en la mente Europea. Con un poquito más de esfuerzo también podríamos corregir ese error.
Durante la larga arremetida de los conquistadores europeos contra el continente americano, los nombres locales fueron modificados u olvidados. Si bien hay casos como el de México, cuyo nombre reemplazó al de Nueva España, y el de Puerto Rico, que conserva la palabra «boricua» en su himno nacional, el vocablo «América» domina y es ampliamente aceptado entre los habitantes y ciudadanos de Norteamérica, Centroamérica y Sudamérica. Curiosamente, tendríamos que destacar de manera especial el contrapeso que representa el hecho de que todos los pueblos de las islas del Caribe, independientes o colonizadas bajo dominación usamericana o europea, han resguardado sus nombres distintivos, derivados de los caribes nativos procedentes del Valle del Orinoco y posteriormente habitantes de la mayoría de las islas de las Antillas Menores y Antillas Mayores. Sí, el cambio es posible.
Aunque este uso de la palabra «América» ha alcanzado un nivel general de aceptación popular entre prácticamente todos los grupos lingüísticos y culturales del continente, con notables excepciones en diversos grupos, incluida la población de las islas del Caribe, «América», en tanto nombre alternativo de USA, es objeto de múltiples protestas. El resentimiento que despierta ese uso crece a medida que el intento imperialista usamericano se torna más evidente entre la población del resto del continente. Lo menos que podemos hacer como antiimperialistas, lo menos que debemos hacer, es usar concientemente los términos que reflejen la creciente conciencia social y reforzarlos mediante la incorporación cotidiana de un lenguaje más preciso. Contribuyamos a formar un vocabulario nuevo acorde a estos tiempos de cambios; después, favorezcamos el impulso de las alternativas que proyectamos.
«Sin embargo, hay que tener en cuenta que ninguna situación histórica nueva, más allá de lo radical del cambio que haya conllevado, transforma completamente el lenguaje, al menos en su aspecto formal externo. Pero el contenido del lenguaje debe ser cambiado, aun cuando sea difícil tener conciencia exacta del cambio en lo inmediato»
Selections from the Prison Notebooks, Antonio Gramsci, p. 453.
Si bien modificar el propio lenguaje no basta para cambiar rápidamente el curso de la agresión imperialista de nuestro país contra el mundo o contra otros países americanos, sí puede ayudar a impulsar un efecto de mayor conciencia. El pueblo usamericano, la gente de esa nación, sus ciudadanos, residentes e inmigrantes… no todos son imperialistas. Sin duda, mientras escribo esto, crece y se multiplica la oposición a la guerra imperialista usamericana en Oriente Medio, y crece y se multiplica la aceptación de otros migrantes americanos que ya viven en USA. Tanto el sentimiento en contra de la guerra imperialista como el movimiento a favor de los inmigrantes están recibiendo más apoyo en USA. Hoy, tal como sucedió hace treinta años, se está gestando una fuerte corriente antiimperialista entre la población usamericana. Sin embargo, invariablemente escuchamos el lenguaje imperialista en nuestros debates. Por ejemplo, es muy común escuchar referencias a favor y en contra de la política exterior «americana», frase que fácilmente puede cambiar a la política exterior de USA o la política exterior usamericana.
No es sino aquí y ahora, en este momento político crucial, que los antiimperialistas concientes de todas las latitudes debemos reanudar la inclusión de terminología alternativa y exacta en nuestra habla y nuestros escritos. Podemos generar importantes oportunidades de expresión en todo el espectro lingüístico para transmitir nuestras ideas de otra manera. Es fácil incluir palabras precisas y reconocibles, portadoras de significados claros en todas nuestras discusiones de temas de actualidad. No hay helicópteros americanos destrozando Irak con ametralladoras. Los aviones de guerra de la Fuerza Aérea Usamericana bombardean Irak y Afganistán. USA posee el arsenal nuclear más grande del mundo. USA es el único país del mundo que ha usado armas nucleares en una guerra. ¡No es tan difícil! No sólo podemos hacerlo, creo que muchos pensadores simpatizarán con nuestro esfuerzo.
Aunque los términos convencionales y populares resulten cómodos y sean más fáciles de pronunciar en diversos idiomas, debemos prestar más atención a las nociones que crean o refuerzan. Los nombres de las monedas de los países son un excelente ejemplo para hacer comparaciones. Decir «peso mexicano» no conlleva la misma connotación que decir «dólar americano». Es necesario añadir el adjetivo mexicano al peso para distinguir la unidad monetaria nacional de ese país de otras unidades monetarias denominadas pesos y que se usan en el continente. Sin embargo, las palabras dólar «americano» no sirven para aclarar nada, sino para confundir. No se trata simplemente de un error; conlleva un tono de dominación y presunta universalidad. En el mejor de los casos, quienes se refieren al dólar usamericano como al dólar «americano» se ven tontos y manifiestan una gran ignorancia. Después de todo, el dólar canadiense también existe. En los hechos, no hay una moneda con el nombre dólar americano, pero en el contexto imperialista connota una falsa noción de superioridad.
«Lenguaje también significa cultura y filosofía (aun cuando sólo sea así en el nivel del sentido común) y, por lo tanto, el hecho del ‘lenguaje’ es en realidad una multiplicidad de hechos más o menos congruentes y coordinados orgánicamente»
Selections from the Prison Notebooks, Antonio Gramsci, p. 349.
Muchos de nosotros, desde todos los lados de las numerosas fronteras nacionales del continente americano, que hemos vivido largos períodos del siglo XX, hemos discutido esta cuestión del lenguaje en múltiples ocasiones. Su historia recorre las amenazantes ofensivas del imperialismo usamericano en el continente y alrededor del mundo. A pesar del generalizado sobreentendido en torno a su contenido imperialista, la aceptación inconciente del nombre «América» cala hondo. Sabemos que vocablos como «América» y «americano/americana» adoptan muchos significados inocentes, pero también personales y políticos, en la mente de quien los usa. No se puede negar la aparición de estas palabras o sus equivalentes prácticamente en cualquier idioma, consideradas como la traducción más conveniente. En las lenguas romance resultan cómodas, convenientes y fáciles de pronunciar: América, americano, americana.
A lo largo de un amplio continuo político progresista, muchos antiimperialistas preguntan preocupados, al igual que en debates anteriores, ¿por qué meternos en este lío? ¡Es un tema inconmensurable! Además de ese punto de vista, las principales posturas varían entre «no es fácil echar atrás la amplia aceptación de este nombre y los adjetivos que de él se derivan» y el argumento más reflexivo de que «habríamos de orientar nuestro limitado tiempo y limitados recursos a otros temas más urgentes, donde tal vez logremos resultados más inmediatos». Una variante más refinada de este último argumento a la que se han adherido todo tipo de sinceros antiimperialistas a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI ha desarrollado tres vertientes relacionadas entre sí. La primera, que podríamos denominar postura derrotista, se manifiesta en dos grandes vertientes: las palabras en cuestión han adquirido aceptación generalizada, por lo que la tarea de grupos de formación política con pocos recursos sería titánica; esta postura suele ir de la mano de otra visión popular, según la cual es más eficaz y rentable que los intelectuales progresistas se acerquen a su público usando términos que les permitan reconocerse como sujetos y objetos de la discusión. En el trasfondo de este enfoque está la idea de que para que una persona que aspira a formar a otros pueda penetrar en su conciencia y prepararlos para aceptar los cambios necesarios, la discusión debe empezar en términos identificables. Quienes defienden esa postura sostienen la necesidad de usar la terminología imperialista que nos es familiar a fin de convertir o invertir el lenguaje de manera tal que pueda lograrse una aceptación mayor. La tercera postura, defendida por progresistas igualmente sinceros, nos exhorta a recordar el daño causado en los últimos cincuenta años por aquellos que se han enfrascado en luchas enconadas, generadoras de discordia y absolutamente improductivas.
No hacer nada equivale a perder. Si creemos que podemos usar el lenguaje de los imperialistas nacionalistas, simple y sencillamente reforzamos los errores y su aceptación popular, no contribuimos al desarrollo de nuevas formas de pensar. Por lo tanto, no podemos contribuir a la producción de nuevos conocimientos.
Veamos las siguientes líneas con las que Jack Rasmus da inicio a su artículo titulado «La transferencia de ingresos por tres billones de dólares, primera parte», publicado en Z Magazine en febrero de 2007 (las cursivas son de la traductora).
«Durante tres décadas, de 1942 hasta mediados de la década de 1970, hubo una ‘gran nivelación’ de ingresos entre las clases sociales de América , ya que el nivel de vida se elevó en decenas de millones de trabajadores americanos y sus familias. Las familias de la clase trabajadora americana recibieron una porción de las ganancias récord en productividad».»
Aunque el contenido del artículo y sus múltiples referencias dejan claro que el autor aborda una situación de USA, pierde la oportunidad de usar un lenguaje claro, no imperialista, capaz de sumar credibilidad a un análisis y un conjunto de información sumamente valiosos. En las últimas líneas de su artículo deja los yerros en claro (las cursivas son de la traductora):
«La segunda parte de este artículo está dedicada a identificar y cuantificar las principales políticas corporativas a partir de 1980 que han desempeñado un papel clave en la transferencia de más de un billón de dólares cada año de los ingresos de 90 millones de familias de clase trabajadora en América hacia los hogares y las corporaciones con mayor riqueza».
Queda claro que se refiere a 90 millones de familias de clase trabajadora en Estados Unidos de América, pues no cabe duda de que hay muchos más millones de familias de clase trabajadora a lo largo y ancho del resto del continente americano.
Si bien todos deberíamos de tratar de contribuir al conocimiento económico tanto como Jack Rasmus, él podría haber contribuido fácilmente a la adopción de un nuevo léxico, más exacto, capaz de transmitir mejor su propio mensaje. Perdió una oportunidad de enseñanza y aprendizaje.
No sólo corremos el riesgo de perder muchos momentos de enseñanza y aprendizaje parecidos, con este estilo podemos, sin proponérnoslo, reforzar la connotación dominante de «América» como Estado-nación al vincularla contextualmente, como lo hacen muchos escritores, al nombre del país o sus variantes. De hecho, muchos autores, conciente e inconcientemente, pasan de «América» a Estados Unidos de América como si se tratara de nombres intercambiables, como si quisieran hacerlos inseparables en la mente de su público. Así, encontramos muchas publicaciones en las que el uso dominante del vocablo «América» se apoya en la vinculación esporádica con términos de menor uso, como Estados Unidos o Estados Unidos de América. Nosotros, escritores y oradores con conciencia crítica, podemos hacer una sencilla corrección: usar el nombre preciso y sus variaciones, en un contexto congruente.
Si bien los problemas plantean un desafío, es completamente derrotista señalar que son imposibles de resolver. Mi argumento es que podemos superar todas las advertencias e impulsos ancestrales con relativa facilidad si vemos el debate como un esfuerzo corporativo para conseguir hacer un uso más eficaz del lenguaje actual y de modificaciones claramente vinculadas a él, como el vocablo usamericano/usamericana. Suponiendo que muchos de nosotros hayamos aprendido a evitar el profundo daño que nos hemos causado en acres debates previos, podremos abrir una atmósfera intelectual colectiva productiva, conducente a una discusión más creativa. Esa atmósfera de colaboración exige que aceptemos tres prerrequisitos fundamentales: debemos estar de acuerdo en que la discusión o el debate debe ser cooperativo y relativamente exento de costos; las discusiones deben de surgir en pequeños círculos de personas con ideas afines que deseen lograr un impacto lingüístico similar en lo oral y en lo escrito, es necesario definir claramente quiénes participarán y limitar por el momento el grupo a quienes tengan objetivos comunes; por último, los resultados habrán de publicarse en medios periódicos que permitan avanzar hacia un debate crítico y respetuoso. Este enfoque inicial tiene muchas ventajas: reúne a personas que pueden trabajar juntas y comparten el deseo de influir en el lenguaje, por ende, de influir en la conciencia de las personas que trabajan a favor del cambio social/político. Al generar un consenso en círculos cada vez más amplios de oradores y escritores en muchos espacios de la sociedad, todos alineados al proceso antiimperialista y antiglobalización, los intelectuales orgánicos podrán difundir un nuevo léxico que gradualmente sería adoptado por el habla popular.
Propongo que en lugar de rendirnos al uso dominante por la sospecha de que el tema esté más allá de nuestras manos y porque no creemos en nuestra capacidad de convocatoria, en nuestra calidad de educadores, escritores y oradores con conciencia social y política, somos capaces de provocar un cambio haciendo un mínimo esfuerzo en nuestra labor intelectual cotidiana. Si bien reconozco que es tarde y que enfrentamos una enorme tarea formativa para modificar usos ya inculcados en torno a la palabra «América», también creo que podemos valernos de su popularidad para, literalmente, revertir su significado. El uso actual y cada vez más amplio de vocablos como USA y usamericano es plenamente reconocible y ofrece muchas ventajas en inglés y en todas las lenguas romance. Es casi poético. Con su raíz latina, supera todas las objeciones señaladas en párrafos anteriores. Es fácil de incorporar a nuestra habla y nuestros textos; traduce y aclara el vocablo «América» al vincularlo con el país, identificando llanamente el quién y el qué, y después enlaza claramente las respuestas a las preguntas implícitas hacia Estados Unidos de América, sin ambigüedades. Con un solo trazo lingüístico se identifica claramente el componente USA con el continente Americano, de manera que sólo puede interpretarse el nombre de un solo país y, por ende, el vocablo «América» surge con la referencia exclusivamente continental y queda liberado del uso excluyente como nombre de un país.
No podemos dejar el espacio lingüístico intocado concientemente. El error que encierra actualmente constituye una ofensa a todas las personas pensantes. Si bien la sugerencia propuesta, USA/usamericano/usamericana no será la única alternativa discutida en futuros debates, es útil para estimular nuestra creatividad. Surgirán otros vocablos, habrá otras propuestas cuya popularidad dependerá de lo útil y preciso de su resonancia en el inconsciente de las personas comunes y corrientes. A lo largo de éste y otros debates en torno al desarrollo de un lenguaje preciso y alternativo combatimos una cultura autoritaria de dominación. Nuestra tarea es relativamente sencilla en el debate propuesto, porque nos encontramos en la etapa de desafiar abiertamente errores evidentes y confrontar el mito con la realidad. Nuestra postura es firme y nos asiste la razón. Lo repito con claridad y énfasis: no existe un país llamado América. Punto. Es un error. Por supuesto, habrá quien diga que es un error, pero un error aceptado. Argumento que a pesar de su amplia aceptación, el lenguaje es mutable y podemos impulsar un cambio mediante la práctica.
Haya sido cosa del azar o una decisión perspicaz, la apropiación de la palabra «América» como parte del apelativo nacional de las trece colonias británicas originales, fundadas por disidentes, parece sostenerse en la exclusión de cualquier otra reivindicación. Ahí están Puerto Rico, Cuba o Bolivia, pero ninguno de ellos se reconoce como parte de una «América» restringida y nacionalista. Puertorriqueños, dominicanos, haitianos, mexicanos y hondureños son indiscutiblemente americanos, pero se les niega, ya sea mediante prácticas políticas o ahora mediante propaganda deliberada, la posibilidad de reivindicar tal nombre. Los españoles todavía usan Iberoamérica para referirse a Latinoamérica, mientras que el nombre Hispanoamérica genera también gran controversia. Si bien es cierto que hay un espacio abierto para que los antiimperialistas concientes desafíen la ridícula reivindicación usamericano del nombre «América», casi podemos imaginar a USA acudiendo a la Corte Internacional de Justicia a fin de solicitar la propiedad exclusiva de esta palabra según cualquier cláusula de la OMC relativa a los derechos de propiedad intelectual.
Hay que reconocer nuestro rezago y falta de recursos, recursos que sí posee y puede poner a trabajar la elite gobernante de USA, pero también tenemos muchas ventajas sencillas gracias a los errores del Estado imperialista usamericano. Cada vez leemos y escuchamos más a esa elite regodeándose en su propia adulación y presunta superioridad cultural, con un clamor cada vez más estridente, mientras sus acciones les restan todo significado. A medida que el tono vacuo de las afirmaciones de superioridad moral y cultural queda desnudo por lo despiadado de la agresión económica y militar usamericana en contra del mundo desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, enfrentamos una obligación más urgente y una oportunidad de distinguirnos públicamente, al menos mediante nuestro lenguaje, como personas que creen que otro mundo es posible.
Los desafíos que entraña retomar el debate son tanto delicados como importantes. El idioma es poderoso y, al enseñar, debemos usarlo eficazmente. A modo de paso preliminar de nuestra estrategia, sugiero que nos preguntemos si es posible reapropiarnos y reorientar el uso de la palabra o simplemente deslegitimar su exclusividad actual según la usan los imperialistas usamericanos. Podemos empezar reconociendo que el país de los mexicanos se llama Estados Unidos Mexicanos: un país americano. Los cubanos son americanos y los puertorriqueños, de obtener su independencia, podrían desear llamar a su nuevo país Boricua del Caribe y América o simple y sencillamente, Boricua. Tal vez, si los países latinoamericanos y caribeños llegaran a consolidar una integración política y económica se reapropiarían de la palabra América o eligieran cambiarla. Podemos echar mano de la creatividad y hacer frente a la ficción y al mito con hechos y a los errores absurdos con humor implacable.
No hay duda acerca de uno de los puntos comentados en este debate: debemos encontrar la forma de reapropiarnos de la palabra «América», pues no podemos permitir que sea propiedad de un Estado que, mediante manipulaciones artificiosas de la realidad a partir de la terminología, pretende cultivar la noción de que sus políticas son las de todas las naciones americanas, como lo sugiere el concepto «política exterior americana». Nosotros, internacionalistas antiimperialistas y cooperativistas, tenemos que encontrar múltiples vías para poner fin al lenguaje convencional de la exclusión y reconstruir un amplio concepto de la noción incluyente respecto a quiénes son americanos y qué es americano. «América, la bella» posee, de hecho, una elegancia natural esplendorosa. Su gente es rica en diversidad cultural y lingüística, pero su magnificencia plena no se limita a las fronteras de Estados Unidos de América. América, el continente, es hermoso.
Si bien me contengo de aportar más comentarios propios para evaluar el tema, considero que las siguientes líneas de Roxanne Dunbar-Ortiz resumen el dolor visceral y la frustración de demasiados americanos excluidos. El texto fue escrito en referencia a dos obras que reseñó para la publicación Monthly Review (edición de enero de 2007, vol. 58, no. 8, p. 53): «Empire’s Workshop: Latin America», de Greg Grandin y «Overthrow: America’s Century of Regime Change from Hawaii to Iraq», de Steven Kinzer:
«Una nota final: tanto Grandin como Kinzer usan las palabras ‘América’ y ‘americanos’ para referirse a USA y sus ciudadanos, algo que encuentro particularmente chocante, sobre todo la contradicción de que quien critica al imperialismo usamericano se apropie de ‘América’ como si perteneciera a USA y después se vea obligado a matizar Latinoamérica, Centroamérica y Sudamérica.»
Nosotros también debemos reconocer que el cuidado en el uso del lenguaje constituye un aspecto integral de una lucha política constante para desarrollar y mantener una consciencia antiimperialista, y contribuir a una autoconciencia más auténtica. Los argumentos y los ejemplos sobre el uso del lenguaje revelan la profunda colonización mental de parte importante de la inteligencia usamericana, cuyos miembros rara vez parecen advertir el sesgo cultural inculcado en los rincones más recónditos de sus ideas. Asimismo, debemos de volver a analizar los debates sobre el tema de las décadas de 1960 y 1970. Ante nuestros errores pasados debemos revisar nuestra historia reciente y, tal vez, hacer una pequeña aportación a una evaluación más realista del poder cultural del lenguaje. A medida que trabajamos colectivamente para encontrar expresiones más precisas de las ideas que deseamos transmitir con claridad, tenemos que rechazar, en todos los frentes, acusaciones de censura y «corrección política». La censura no cabe en nuestro debate. No hablamos de censura, sino de colaborar para reapropiarnos del lenguaje, dotándolo de un significado denotativo y connotativo más concreto y, cuando sea necesario, generando neologismos útiles. En cuanto a las posibles críticas en favor de la corrección política, basta responder que sólo estamos corrigiendo nuestros viejos errores de hecho.
En este debate, el tema no es la censura de una confrontación hostil, sino la discusión abierta y dialéctica en torno al mejor uso del lenguaje. El debate propuesto debe llevarse a cabo con cordialidad y en un ambiente de respeto mutuo, donde prevalezca la lucha por alcanzar una comunicación más eficaz con el mayor impacto posible. Nuestro debate debe de concentrarse en el mejor enfoque posible para reapropiarnos de las palabras América, americano y americana, de manera que podamos contribuir con alegría a la retribución merecida por todos los americanos y americanas de los tres subcontinentes, desde el Polo Norte hasta la Tierra del Fuego y en todas las islas caribeñas.
Fuente: http://www.tlaxcala.es/pp.asp?reference=2881&lg=en
Todas las citas de Antonio Gramsci pertenecen al volumen Selections from the Prison Notebooks of Antonio Gramsci , editado y traducido por Quintin Hoare y Geoffrey Nowell Smith; Intenational Publishers, Nueva York, undécima impresión, 1992. La traducción de dichas citas es libre y pertenece a Atenea Acevedo.
Arturo Yarish fue líder sindical en USA. Es activista y busca lograr el reconocimiento mutuo entre los trabajadores de uno y otro lado del Río Bravo para desarrollar una lucha común. Este ensayo fue escrito en San Miguel de Allende, México, en mayo de 2007. El autor lo cede a Tlaxcala como aportación al debate de alternativas al lenguaje imperialista.
Traducido por Atenea Acevedo, miembro de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft para uso no comercial: se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.