Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.
El grupo Boko Haram de Nigeria es ahora* oficialmente el grupo terrorista más mortífero del mundo, lo cual es consecuencia directa de la guerra de Cameron y compañía en Libia y una consecuencia que quizá no fuera totalmente no buscada.
Según un informe recién publicado por Global Terrorism Index [Índice del Terrorismo Globla] Boko Haram fue responsable de 6.644 muertes en 2014, en comparación con las 6.073 muertes atribuidas al ISIS, lo que supone que han cuadriplicado los asesinatos cometidos en 2013. Solo la semana pasada las bombas de este grupo mataron a ocho personas en un autobús en Maiduguri, a una familia de cinco personas en Fotokol, Camerún, a quince personas en un mercado abarrotado en Kano y a treinta y dos personas fuera de una mezquita en Yola.
En 2009, el año en que tomó las armas, Boko Haram carecía de la capacidad de llevar a cabo este tipo de operaciones, pero para 2011 las cosas empezaron a cambiar. Como señaló Peter Weber en The Week, sus armas «cambiaron de AK-47 relativamente baratos en los primeros días después de que abrazara la violencia en 2009 a vehículos preparados para luchar en el desierto y armas antiaviones y antitanques». Este cambio radical en el acceso al material bélico de este grupo fue el resultado directo de la guerra de OTAN en Libia. Un informe de la ONU publicado a principios de 2012 advertía de que «se habían pasado de contrabando a la región del Sahel enormes cantidades de armas y de municiones», incluidos «granadas propulsadas por cohetes, ametralladoras con visores antiaéreos, fusiles automáticos, municiones, granadas, explosivos (Semtex) y artillería ligera antiaérea montada en vehículos», y probablemente también armas más avanzadas, como misiles tierra-aire y sistemas portátiles de defensa aérea (MANPADS, por sus siglas en inglés). De hecho, la OTAN había entregado todo el arsenal de un Estado industrial avanzado a las milicias más sectarias de la zona: grupos como el Grupo de Combate Islámico de Libia, Al Qaeda en el Maghreb Islámico (AQMI) y Boko Haram.
La primera víctima de la guerra de la OTAN fuera de Libia fue Mali. Combatientes tuareg que habían trabajado en las fuerzas de seguridad de Gadafi huyeron de Libia poco después de la caída del gobierno de Gadafi y organizaron una insurgencia en el norte de Mali. Sin embargo, estos fueron derrocados a su vez por las filiales regionales de al Qaeda (envalentonados con las armas libias) que entonces convirtieron el norte de Mali en otra base desde la que organizar y emprender ataques. Boko Haram fue un beneficiario clave. Como escribió Brendan O’ Neill en un excelente articulo de 2014 que merece la pena citar por extenso: «Boko Haram se benefició enormemente del vacío creado en el una vez pacífico norte de Mali después de que Occidente desbancara a Gadafi. De dos maneras: en primer lugar, mejoró sus habilidades guerrilleras luchando junto a islamistas más expertos en Mali, como AQMI, y en segundo lugar, reunió algunas de las 15.000 piezas del armamento militar libio que se filtraron a través de las fronteras del país después de que Gadafi fuera apartado. En abril de 2012 la Agencia France-Presse informó de que ‘decenas de combatientes de Boko Haram’ estaban ayudando a AQMI y a otros grupos en el norte de Mali. Esto tuvo unas repercusiones devastadoras en Nigeria. Como informaba el Washington Post a principios de 2013, ‘la insurgencia islamista en el norte de Nigeria ha entrado en una fase más violenta ya que los militantes vuelven a la lucha con armas sofisticadas y tácticas aprendidas en los campos de batalla cerca de Mali’. Un analista nigeriano afirmó que ‘el nivel de audacia de Boko Haram era alto [a finales de 2012]’, inmediatamente después del movimiento de algunos de sus militantes en al región de Mali».
Era totalmente previsible y se predijo ampliamente que la guerra de la OTAN fuera a tener estas consecuencias. Ya en junio de 2011 el presidente de la Unión Africana Jean Ping advirtió a la OTAN de que «lo que preocupa a África es que las armas entregadas a una u otra parte […] ya está en el desierto, y armarán a los terroristas y fomentarán el tráfico». Y tanto Mali como Argelia se opusieron firmemente a que la OTAN destruyera Libia precisamente debido a la desestabilización generalizada que esto provocaría en la zona. Como escribió Brendan O’ Neill, ambos países argumentaron «que esta violenta agitación en una zona como el norte de África podía tener unas potenciales consecuencias catastróficas. Las consecuencia de los bombardeos son ‘una auténtica preocupación’, afirmaron los gobernantes de Mali en octubre de 2011. De hecho, como informó la BBC, desde entonces han argumentado desde ‘el inicio del conflicto en Libia (esto es, desde que empezó el conflicto civil entre los militantes de Bengasi y Gadafi) que ‘la caída de Gadafi tendría un efecto desestabilizador en la zona'». En un artículo de opinión publicado tras el colapso del norte de Mali un ex Jefe del Estado Mayor de las fuerzas de tierra de Reino Unido, el mayor general Jonathan Shaw, escribió que el coronel Gadafi era una «pieza clave» del «plan informal de seguridad del Sahel», cuya eliminación provocó, por consiguiente, el previsible colapso de la seguridad en toda la zona. El auge de Boko Haram ha sido un resultado de ello, uno que no deja de tener beneficios estratégicos para Occidente.
En un momento dado Estados Unidos consideró a Nigeria uno de sus aliados más fiables en el continente africano. Sin embargo, siguiendo un modelo que se repite en todo el Sur global, en los últimos años este país se ha ido acercando cada vez más a China. El acuerdo más importante fue el contrato por valor de 23.000 millones de dólares firmado en 2010 con los chinos para construir tres refinerías de petróleo para añadir otros 750.000 barriles al día a la capacidad de producción de petróleo de Nigeria. A esto siguió en 2013 un acuerdo para multiplicar por diez las exportaciones de petróleo de Nigeria a China para 2015 (de 20.000 a 200.000 barriles al día). Pero los intereses económicos de China va mucho más allá. En una entrevista de la especialista en las relaciones entre China y África Deborah Brautigam a un diplomático nigeriano este le dijo que «los chinos tratan de implicarse en cada sector de nuestra economía. Si se mira a Occidente, es petróleo, petróleo y nada más que petróleo». En 2006 China concedió un préstamo a bajo interés a Nigeria de 8.300 millones de dólares para financiar la construcción de un nuevo ferrocarril y al año siguiente China construyó un satélite de telecomunicaciones para Nigeria. De hecho, de todo el comercio bilateral entre ambos países durante el año pasado, valorado en 18.000 millones de dólares, más del 88% se produjo en el sector no petrolero y para 2012 las importaciones nigerianas desde China (su mayor socio de importación) ascendieron en total a más de lo que habían supuesto juntos su segundo y tercer socio de importación, Estados Unidos e India juntos. Este tipo de comercio e inversión está contribuyendo seriamente a aumentar la capacidad de África para agregar valor a sus productos y, por lo tanto, está socavando el orden económico mundial occidental, que se basa en que África siga siendo un exportador subdesarrollado de materias primas baratas.
La cooperación de China no se ha limitado a lo económico. En 2004 China apoyó la candidatura de Nigeria a obtener un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU y en 2006 Nigeria firmó un Memorando de Entendimiento sobre el Establecimiento de una Asociación Estratégica con China y fue el primer país africano en hacerlo. Se trata de una asociación que cuenta con un amplio apoyo: según encuesta de la BBC realizada en 2011, un 85% de los nigerianos tiene una idea positiva de China, lo cual puede que no sea sorprendente cuando incluso un think tank de seguridad proestadounidense como la Fundación Jamestown admite que «las relaciones de China con Nigeria son cualitativamente diferentes de las relaciones que mantiene con Occidente y, en consecuencia, potencialmente pueden producir resultados beneficiosos para la gente ordinaria de Nigeria». Para simbolizar la importancia de sus relaciones, el actual primer ministro chino Li Keqiang hizo de Nigeria su primer viaje al extranjero tras asumir el cargo en 2013.
Esta creciente cooperación Sur-Sur no es bien vista por Estados Unidos, que está siendo testigo de cómo se sale cada vez más de su órbita lo que una vez consideró un Estado cliente fiable. El African Oil Policy Initiative Group (un consorcio de congresistas, funcionarios militares y grupos de presión de la energía estadounidenses) ya había concluido en un informe de 2002 que China era un rival de Estados Unidos por la influencia en África Occidental al que habría que disuadir por medios militares y desde entonces los políticos estadounidenses cada vez consideran más a China una amenaza estratégica que hay que contener militarmente. Por ejemplo, un informe del jefe del Estado Mayor estadounidense Martin Dempsey del pasado mes de julio destacaba China como una de las mayores «amenazas estratégicas» para la dominación estadounidense, aunque la política de Obama de «Girar hacia Asia» ya lo había dejado claro en 2013.
Así pues, ¿resulta exagerado pensar que en realidad Estados Unidos podría querer paralizar a su rival estratégico, China, desestabilizando a sus aliados, como Nigeria? Después de todo, a pesar de las constantes relaciones de Estados Unidos con Nigeria, China es, más que cualquiera de sus demás socios, quien más tiene que perder con la insurgencia de Boko Hara, como deja claro la Fundación Jamestown: «A diferencia de la mayoría de los demás actores extranjeros en el país, [los chinos] están invirtiendo en activos fijos, como refinerías y fábricas, con la intención de desarrollar unas relaciones económicas a largo plazo. Por consiguiente, la estabilidad y el buen gobierno en Nigeria son ventajosos para Pekín, ya que es la única manera de garantizar que se protegen los intereses chinos». Si Estados Unidos considera cada vez más su propia estrategia en términos de minar los intereses chinos, y todo indica que lo hace, el corolario de esta afirmación seguramente es que la in estabilidad en Nigeria es la única manera de garantizar que se amenazan los intereses chinos y, por lo tanto, que se sirve a los objetivos estratégicos de Estados Unidos. Sin lugar a dudas lo indicarían los pálidos esfuerzos de Estados Unidos por respaldar la campaña nigeriana contra Boko Haram (desde bloquear las entregas de armas el año pasado hasta financiar la lucha en todos los vecinos de Nigeria, pero no en la propia Nigeria), así como la suspensión de las importaciones de petróleo crudo nigeriano partir de julio de 2014 («una decisión que ayudó a sumir a Nigeria en una de sus más graves crisis financieras», según un periódico nacional).
* Este artículo se publicó originalmente el 27 de noviembre de 2015 (N. de la t.).
Dan Glazebrook es un escritor político independiente que escribe para RT, Counterpunch, Z magazine, The Morning Star, The Guardian, The New Statesman, The Independent and Middle East Eye, entre otros. Su primer libro, Divide and Ruin: The West’s Imperial Strategy in an Age of Crisis, fue publicado por Liberation Media en octubre de 2013. Consta de varios artículos escritos desde 2009 en los que examina las relaciones entre el colapso económico, el auge de los BRICS, la guerra contra Libia y Siria y la «austeridad». Actualmente investiga para un libro sobre el uso por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña de los escuadrones de la muerte sectarios contra Estados y movimientos independientes desde Irlanda del Norte y América Central en las décadas de 1970 y 1980 hasta Oriente Medio y África hoy en día.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión como fuente de la traducción.