Tras la celebración de un nuevo pleno del Comité Central del PCCh a finales de este mes de octubre, Xi Jinping encara la recta final de su segundo mandato hacia el XX congreso de 2022 y con un año 2021 por delante marcado por las previsiblemente fastuosas celebraciones del primer centenario de dicha formación.
No obstante, este tramo estará condicionado igualmente por la más que probable intensificación del debate interno a propósito de su intención de permanecer vitaliciamente en el poder, alterando las reglas dispuestas por Deng Xiaoping para evitar el peligro de la reiteración de los abusos de la etapa maoísta.
Desde su arribo a la jefatura del PCCh en 2012, a Xi se le ha endilgado la condición de poco menos que salvador del Partido. Su empeño en la lucha contra la corrupción y el fortalecimiento de la disciplina interna se acompañó, sin embargo, del renacer de un acusado culto a la personalidad y la ciega exaltación de una lealtad sin fisuras frente al siempre edificante y necesario debate democrático intramuros. Se ha querido asociar esta evolución en el liderazgo chino con la necesidad de contar con un líder fuerte en el país capaz de lidiar con los importantísimos retos que tiene por delante para culminar una tarea modernizadora que también ahora debe enfrentar su tramo final y más complejo y delicado.
En lo subjetivo, se diría que Xi está logrando su propósito. Los tabúes proliferan mientras la propaganda le encumbra. Pero no solo. Lo preside casi todo en el Partido y reduce a la anécdota cualquier asomo de competencia de sus pares. El fortalecimiento de su estatus se manifestó con su temprana consideración de “núcleo” de su generación y la canonización constitucional de su pensamiento político. A partir de aquí, casi todo es posible, incluido el hecho de que su sola mano pueda escribir el hipotético guión sucesorio. Eso sí, cuando toque.
En lo teórico, la osamenta de su xiísmo está perfilada en lo esencial, ubicando la nueva contradicción principal, el perfilamiento de las etapas a seguir y demás. La reivindicación del marxismo puede sonar a algunos a extemporáneo, casi tanto como las invocaciones al confucianismo, pero nada es porque sí. La conjugación ecléctica de ambas filosofías es en extremo importante –y útil- para satisfacer el principal objetivo, es decir, bloquear cualquier influencia liberal, por esencia, desestabilizadora para el PCCh.
Pero no es el poder por el poder. Cierto que Mao o Deng disponían de auctoritas por méritos propios y reconocidos por sus coetáneos, ya fueran aliados o rivales. Xi, por el contrario, sin más alforja que su realeza y una trayectoria relativamente común, necesita combinar discurso y acción para legitimar su posición. Pero sirve a un fin.
La razón última para mantener a Xi al frente de los destinos de China y del PCCh resultaría de su adscripción al timón de un proceso cuyo resultado se mantiene incierto. En efecto, internacionalmente, a medida que la influencia global de China crece y deviene en rival, sistémico y estratégico a juicio de las potencias occidentales, especialmente EEUU, las presiones de todo tipo irán en aumento. Lo constatamos a diario. Los riesgos asociados a esta evolución son altos. Y no deben excluirse errores de bulto y fracasos que pueden poner en peligro la revitalización de la nación china, el sueño que a Xi le quita el sueño.
Pero también internamente cabría pensar en una intensificación de los enfoques encontrados que ven en esta una última oportunidad para dar la batalla por el rumbo de la reforma. Y es que en el fondo, se trata también de delimitar el signo de las orientaciones futuras del modelo chino, tanto en lo económico como en lo político. Son debates no resueltos. Y permanentes. Contrariamente a lo imaginado en el informe “China 2030” auspiciado en 2012 por Robert B. Zoellick, entonces al frente del Banco Mundial, y el actual primer ministro Li Keqiang, el PCCh reevaluó su hoja de ruta para la primera mitad de este siglo XXI. No ha sido el camino de la liberalización el elegido, sino el tradicional de confiar en las propias fuerzas, fortalecer el liderazgo de lo público y apuntalar el Partido como dique de contención contra cualquier asalto al poder del Estado, cualquiera que fuese el actor, interno o externo, que lo intentare.
Los dos años que restan por delante, resumidos de forma simple en la disyuntiva de la continuidad o no de Xi en detrimento de la normalidad institucional denguista, tienen por tanto una segunda lectura, ideológica dirán algunos, pero de grandes consecuencias socioeconómicas y políticas. Anticipan un penúltimo pulso por el signo de la reforma, entre aquellos que porfían en completar los cien años que exigiría el transcurso de la etapa primaria del socialismo, en palabras de Deng, prosiguiendo esa ruta con sus contradicciones y exploraciones, y el alejamiento de ese empeño para homologarse con sus pares occidentales. Es lo que postulaba el “China 2030” y que Xi, para disgusto de su primer ministro, guardó en el cajón. Una ciaboga que siempre exige un buen timonel.
Fuente: https://politica-china.org/areas/sistema-politico/el-timonel-a-secas