Santiago Alba Rico es ensayista y escritor, vive desde hace muchos años en Túnez y ha traducido algunas obras del árabe. Entre sus últimos libros publicados, cabe destacar Capitalismo y nihilismo (Akal, 2009) y, junto con J. D. Fierro, Túnez, la revolución (Hiru, 2011). Si te parece podríamos empezar con un poco de historia. ¿Podrías […]
Santiago Alba Rico es ensayista y escritor, vive desde hace muchos años en Túnez y ha traducido algunas obras del árabe. Entre sus últimos libros publicados, cabe destacar Capitalismo y nihilismo (Akal, 2009) y, junto con J. D. Fierro, Túnez, la revolución (Hiru, 2011).
Si te parece podríamos empezar con un poco de historia. ¿Podrías dar cuenta, en media página, no te dejo más, de la historia reciente de Libia?
En pocas palabras: en 1912 Italia, que había quedado fuera del reparto colonial de la conferencia de Berlín (1884), invadió Libia, formalmente parte del imperio otomano, pero de escasa importancia para los turcos. Por cierto, fue el teniente Giulio Cavotti el primero que lanzó una bomba desde un avión y fue precisamente en 1911 y sobre Libia, a las afueras de Trípoli, en el oasis de Tagara. En 1922 Mussolini reforzó la presencia italiana y, bajo su dictadura colonial, el gobernador Italo Balbo unió la Cirenaica y la Tripolitana, fijando las fronteras del país actual. En 1940 vivían allí 140.000 colonos italianos, a los que se había instalado en las mejores tierras, proceso de despojamiento al que desde el comienzo se opusieron las tribus y cofradías beduinas y especialmente la Sanusi, cuyo líder, Sidi Idris, llegaría a ser rey tras la independencia del país. Los últimos 20.000 italianos fueron expulsados en 1970 por Gadafi. Para que nos hagamos una idea de la ferocidad colonial italiana, basta con recordar que los desplazamientos forzosos de población ordenados entre 1928 y 1932 por el mariscal Badoglio acabaron directa o indirectamente con la vida de medio millón de libios, según los datos del historiador estadounidense de origen libio Ali Abdellatif Ahmida. En ese periodo fue capturado y ahorcado el héroe de la resistencia Omar Al-Mukhtar, cuyo nombre reivindican por igual gadafianos y antigadafianos. Una famosa frase del mariscal fascista italiano recuerda, por cierto, las amenazas de Gadafi en su primer discurso de febrero contra sus compatriotas rebeldes: «no tendré piedad con los que no se sometan, ni con ellos ni con sus familias ni con sus rebaños ni con sus herederos».
El rey Idris proclama la independencia de Libia en la Nochebuena 1951. Dieciocho años más tarde entra en escena el entonces coronel Muamar el Gadafi. Te pido casi lo mismo que en caso anterior: ¿puedes hacer un resumen del papel histórico de Gadafi? ¿Fue realmente un defensor del panarabismo? En media página, como en la pregunta anterior.
Gadafi formaba parte del sector izquierdista del ejército libio y se reclamaba seguidor de Gamal Abdel Nasser, el líder panarabista egipcio que moriría apenas un año después, en 1970. Su muy errática trayectoria se inició, en efecto, en esa dirección, con una fugacísima unión con Egipto y Siria y algunas medidas claramente soberanistas. Seminacionalizó la banca, cerró las bases militares de Inglaterra y EEUU y nacionalizó el 51% de las compañías petrolíferas extranjeras. Pero como dice el periodista comunista Farid Adley, huido de Libia a Italia en los años setenta, este «impulso» acabó muy pronto. He aquí el resumen que hacía él en Il Manifesto el pasado mes de marzo: «Ya en 1973, de la revolución de los Oficiales Libres no quedaba nada, salvo la implacable represión de toda disidencia. Las horcas en la Universidad, la expulsión de los compañeros de lucha, la supresión de cualquier tipo de oposición, la prohibición de los sindicatos, la anulación de cualquier acción independiente de la sociedad civil, el asesinato en el extranjero de los opositores (Italia fue el escenario favorito para ese tipo de acciones terroristas) y las operaciones militares contra civiles que protestaban pacíficamente en contra de la voluntad del tirano (años 80 y 90 en Derna y Benghazi), así como la masacre de Abu Selim (26 de junio de 1996 ), son ejemplos del dominio de esta nueva clase dirigente que, de hecho, se ha reducido a la familia de Gadafi y a un pequeño círculo de sus seguidores». Otro escritor árabe, en este caso libanés, René Naba, anticipa a 1971 la deriva del régimen: «A partir de esa fecha», dice, «cada año trajo su cuota de desolación, como el secuestro de un avión comercial inglés para entregar a Sudán a los dirigentes comunistas, decapitados a continuación en Jartum; la misteriosa desaparición del jefe del movimiento chií libanés Moussa Sadr o el resuelto apoyo al presidente sudanés Gaafar al-Nimeiry, a pesar de que fue uno de los artífices de la transferencia a Israel de varios miles de judíos etíopes «falashas»».
¿Cuáles han sido a lo largo de estos 42 años las relaciones de Gadafi con las potencias occidentales? Si no ando muy errado, Ronald Reagan ordenó el bombardeo de Trípoli y Bengasi, las dos principales ciudades libias, en 1986 (una hija adoptiva de Gadafi, Jana, murió durante los bombardeos). Luego las cosas cambiaron un poco.
Así es. Al mismo tiempo que entregaba al carismático líder del partido comunista de Sudán Abdel Khaleq Mahjoub, hacía desaparecer al líder chiita libanés Moussa Sadr y perseguía a sus propios opositores de manera implacable, dentro y fuera de Libia, apoyaba en el exterior a distintos grupos armados que los EEUU consideraban, unos justamente y otros no, «terroristas». Eso llevó a la ruptura de relaciones diplomáticas en 1981 y a la prohibición por parte de la administración Reagan de importaciones de petróleo libio en 1982. Mientras Gadafi asesinaba a los autores de la tentativa de golpe de 1984 -los Consejos Revolucionarios de Base emitieron una orden que legalizaba el asesinato de todos los disidentes- él mismo se convertía en el blanco de las iras de su mellizo Reagan, quien en efecto bombardeó Trípoli en 1986. Una serie de atentados atribuidos al régimen de Gadafi (la voladura de dos aviones comerciales sobre Escocia y Chad y la de una discoteca en Berlín, con centenares de víctimas civiles, en 1988 y 1989) fundamentaron el bloqueo impuesto por la ONU en 1992 y que duró diez años. Pero en 2003, como recuerda René Naba, Gadafi «se rindió sin condiciones al orden estadounidense»: entregó su programa nuclear a George Bush hijo desvelando al mismo tiempo todo un sector de la cooperación de los países árabes y musulmanes en el ámbito de la tecnología nuclear; reprivatizó parcialmente el sector petrolero permitiendo el retorno de las grandes compañías occidentales; aceptó convertirse -el paladín del panafricanismo- en el carcelero homicida de los emigrantes subsaharianos que trataban de alcanzar Europa (historia terrible que cuenta en detalle el periodista Gabriele del Grande); contrató dos empresas estadounidenses de relaciones públicas para cabildear en su favor en EEUU; colaboró, como revelan los papeles publicados hace unos días por The Independent, con la CIA y el M-16 en la entrega y tortura de presuntos islamistas radicales; recibió una y otra vez a Toni Blair como asesor de J.P. Morgan y comenzó reformas de liberalización económica por las que fue felicitado por el propio Strauss-Khan, presidente entonces del FMI, en enero de 2011, un mes antes del estallido de la rebelión popular.
En la voz «Libia» de la Wikipedia en castellano se puede leer: «Actualmente al país se le adjudica la esperanza de vida más alta de África continental (si se cuentan a las dependencias sólo es superada por la isla británica de Santa Elena), con 77,65 años. También cuenta con el PIB (nominal) per cápita más alto del continente africano, y el segundo puesto atendiendo al PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo (PPA). Además, Libia ocupa el primer puesto en índice de desarrollo humano de África, y se le puede comparar en términos de PIB per cápita con países tan desarrollados como Argentina o México». No son malos indicadores.
No sé si Argentina y México son buenos indicadores, pero en este caso me limitaré a relativizar esos datos con una cita de nuestro compañero Tariq Alí, extraída de su libro «Protocols of the Elder of Sodom», el cual incluye una reseña de su estancia en Libia en 2006: «Libia obtiene del petróleo 36 mil millones de dólares al año. Su presupuesto anual es de 10 mil millones. Su población es de aproximadamente seis millones Naturalmente nadie se muere de hambre. Los comercios están llenos de comida, pero el nivel de la educación y los servicios de salud son primitivos. Miles de libios tienen que cruzar a Túnez para recibir tratamiento médico. El contraste con Cuba, una isla siempre corta de dinero, es instructivo. La Universidad de Medicina de las Américas en La Habana forma y educa a cientos de estudiantes del norte y el sur de América (principalmente afro-estadounidenses e hispanos). El nivel de la cultura y la educación es muy alta. ¿Por qué no en Libia? (…) Uno de los hijos de Gaddafi, Saif al-Islam, se está preparando para la sucesión. Como es estudiante de doctorado en la London School of Economics y un enamorado del occidente neoliberal, hay pocas críticas aquí sobre la propuesta de traspaso. Gadafi, después de todo, ya no es el dirigente de un «estado canalla» sino un «gran estadista» (en palabras de Jack Straw) y ha recibido a Blair en su tienda. Esto ayuda a mantener la pretensión de que él cedió ante Londres, no ante Washington. Es muy sencillo: Saif quiere privatizarlo todo y convertir a Libia en un pequeño estado del Golfo». Hasta aquí la cita de Tariq Alí. Como vivo en Túnez desde hace años, puedo confirmar lo que dice sobre los libios que visitan las consultas médicas privadas a las que los tunecinos no pueden acudir. Por lo demás, me cuesta trabajo aceptar este criterio económico como principio de legitimación del derecho o no de los pueblos a la rebelión. Con mucho menos motivo lo tendrían los bahreiníes, cuya renta per capita es mucho más alta que la de los libios. ¿Y tendríamos que reprochar a los saudíes que reclamaran democracia en la calle a la brutal teocracia wahabita o aceptar que se disparara sobre ellos si decidieran rebelarse? ¿Y no nos dice la derecha española precisamente que el movimiento 15-M no tiene fundamento, pues ninguna generación de jóvenes españoles ha vivido con tantas comodidades y ventajas como la actual?
Me centro en los últimos acontecimientos. ¿Se ha producido una revolución popular en Libia? ¿Similar a lo ocurrido en Túnez, Egipto, Yemen o Bahrein por ejemplo? ¿Debería incluir Siria también?
Sin lugar a dudas. Y debes incluir a Siria, por supuesto. Es muy triste, muy doloroso, encontrarse con compañeros dignos de todo respeto (que además reivindican para sus propios países procesos populares de democratización como los que están produciéndose en el mundo árabe) incurrir en dobles raseros muy semejantes a los que tanto condenamos en el imperialismo y distinguir entre dictaduras buenas y dictaduras malas y pueblos con derechos y pueblos sin ellos. He insistido muchas veces en que esta posición aplica automatismos de bloque enteramente superados por la historia y proyecta sobre el mundo árabe clichés eurocentristas (¡eurocentrismo latinoamericano también!) asimilables a los de la propaganda islamofóbica occidental tantas veces denunciada: los árabes pueden sublevarse por pan o por Dios, pero no por democracia; las revoluciones que comienzan en París o en Caracas pueden tener consecuencias en otros lugares de Europa o de América Latina, pero las que comienzan en Túnez no (pese a todo lo que une este país a los del resto del mundo árabe). Si como recuerda Carlos Varea no hay ningún régimen progresista en esa zona del mundo, si todos los regímenes son además autoritarios, autocráticos, dictatoriales o tiránicos, ¿no es lo natural que sus pueblos se levanten? ¿Y no debería alegrarnos en lugar de despertar nuestras suspicacias y reservas? Repito de nuevo algo que he dicho muchas veces. Negar el carácter espontáneo y legítimo de las revueltas libia y siria supone cometer una doble injusticia: la de defender a dos tiranos que disparan sobre sus pueblos y la de ofender a los pueblos que tratan de acabar con ellos. Me resulta muy difícil conciliar esa doble injusticia con los principios de la izquierda.
¿Por qué crees que ha intervenido la OTAN a favor de los rebeldes? No ocurrió esa intervención otánica en el caso de Túnez o Egipto por ejemplo. ¿Es de nuevo un intento de liquidar, como en el caso de Yugoslavia, algo que aunque sea remotamente huele a «socialismo»?
Nada de eso. Creo que ha quedado ya claro qué clase de socialismo había en Libia. Ni siquiera había ya un soberanismo limitado que objetivamente, como en Iraq, obstaculizase el abrazo del imperialismo. Es demasiado obvio -y aún así, por supuesto, verdadero- hablar de los intereses económicos, que en realidad ya estaban asegurados. Los intereses pueden justificar una intervención, pero no permitirla. Por así decirlo, se interviene cuando se puede, no cuando se quiere. Para entender la intervención de la OTAN hay que inscribirla en el contexto de la región -una región sacudida por un seísmo inesperado- y contemplarla al mismo tiempo como una gran improvisación. Y en este caso hay que tener muy en cuenta dos factores coadyuvantes, sin los cuales la intervención militar de la OTAN habría sido imposible, y dos intereses directamente políticos -no económicos- sin los cuales quizás tampoco habría tenido lugar o no del modo en que finalmente se ha producido. El primero de los factores coadyuvantes es el hecho, en efecto, de que se trataba de una causa justa. No hay que confundir propaganda y mentira. Como escribía Sartre en los años setenta «el poder utiliza la verdad cuando no hay una mentira mejor»; y en este caso, al contrario que en el de Iraq, no había ninguna mentira mejor que la propia verdad: había una «dictadura feroz» que era de veras una dictadura feroz y unos «rebeldes libios» que, al menos al principio, eran en realidad unos rebeldes libios. El segundo factor coadyuvante es que el régimen de Gadafi cumplía un papel marginal en la geoestrategia de la zona; aparte de unos cuantos dictadores africanos y unos cuantos imperialistas, no tenía amigos. En cuanto los imperialistas le retiraron su apoyo, se volvió enteramente vulnerable. La Libia de Gadafi podía ser atacada sin que nadie opusiera resistencia, como así, en efecto, ocurrió: ni siquiera Rusia y China utilizaron su derecho al veto para impedir la resolución 1973. Respecto de los dos «intereses» directamente políticos, uno de ellos es sin duda el de la brutal teocracia saudí, reñida desde hace mucho tiempo con el dictador libio, y que presionó -en gran potencia- a unos EEUU muy renuentes y muy debilitados y cuyos intereses energéticos están desde 1945, fecha del pacto del Quincey, en el Golfo pérsico, no en el norte de África. El otro «interés» directamente político tiene que ver con la Francia de Sarkozy, claramente fuera de juego en su tradicional «patio trasero» (en este caso, sí, el norte de África) después de su apoyo a las dictaduras de Ben Alí y Moubarak y los escándalos de dos de sus ministros, beneficiarios de tratos de favor y regalos por parte de los regímenes derrocados. Era una oportunidad única -un regalo- para recuperar el terreno, repenetrar con fuerza en una región muy desconfiada y convulsa y represtigiarse al mismo tiempo a los ojos de los árabes revolucionarios y de sus votantes franceses.
Algunos intelectuales de izquierda argumentaron en su momento que la intervención otánica era un mal menor, una forma de impedir la masacre anunciada por Gadafi («Entraremos en Bengasi como Franco entró en Madrid»). ¿Qué opinión te merece esta posición que, como sabes, no ha dejado de generar discrepancias en la mayoría de los ámbitos de la izquierda?
No podemos saber si hubiera habido o no una masacre; en eso tiene razón Pepe Escobar. Lo malo es que la única manera de averiguarlo era de algún modo permitirla. Por todo lo que sabemos de Gadafi, por lo que ya había hecho, por sus propias declaraciones, no sé si podemos éticamente considerar el pretexto humanitario un simple «pretexto». Digo lo mismo que antes con la propaganda y la verdad. Para la OTAN fue un pretexto, claro, pero lo cierto es que objetivamente su intervención, que también ha producido víctimas civiles por las que habrá que pedir cuentas, salvó muchas vidas en Benghasi la noche del 18 de marzo. Treinta tanques y veinte lanzamisiles fueron detenidos por los bombardeos a las puertas de la ciudad, donde ya habían provocado en pocas horas -según reporta el periodista Gabriele del Grande- 94 muertos. Si la artillería de Gadafi hubiera entrado en la ciudad, como hizo en Misrata, el número de muertos habría sido altísimo. En cuanto a lo que habría sucedido de haber sofocado a sangre y fuego Gadafi la rebelión, hay que valorarlo también en términos regionales, en el contexto de la Primavera Árabe, que habría sufrido un retroceso, si no un colapso, casi inmediato. Para Túnez habría sido, desde luego, una gran desdicha. Gadafi siguió apoyando a Ben Ali y a los Trabelsi tras su derrocamiento, amenazó a los tunecinos -a los que acusó de echar drogas en el café de los buenos jóvenes libios- y, según algunas fuentes, preparaba un plan de desestabilización, a través de mercenarios, para restablecer al dictador en el poder. Puede decirse que los rebeldes libios salvaron la revolución tunecina, lo que puede parecernos poco importante, desde luego, si seguimos considerando que las revoluciones árabes, como no son marxistas, no sin ni revoluciones ni nada. Pero yo, sinceramente, me siento muy aliviado.
Se ha esgrimido también el siguiente argumento: también Sadam Hussein fue un tirano, un gobernante autoritario, incuso criminal, y toda la izquierda se posicionó en contra de la invasión de Irak. Por lo tanto, lo mismo debería haber hecho en el caso de Libia. ¿Qué opinión te merece esta aproximación?
Es un paralelismo absurdo. Ya he apuntado algunas de las diferencias -Chomsky ha señalado otras-, pero la más importante me sigue pareciendo ésta: la intervención contra Iraq, al margen de la ONU y amparándose en mentiras, no se produjo en medio de una gran revuelta popular local y regional contra las dictaduras árabes. Cuando hablan los pueblos, las izquierdas saben bien a quién tienen qué apoyar. Las izquierdas árabes, que han celebrado la caída de Gadafi sin dejar de advertir contra los peligros de la intervención, nos han señalado el camino.
¿Ha habido o no habido intervención sobre el terreno de tropas o servicios occidentales?
Parece que ha habido algunos grupos de apoyo logístico -sin duda los ha habido- y los periódicos rusos han denunciado, sin confirmación, la presencia de algunos soldados qataríes y saudíes camuflados entre las milicias rebeldes. Lo que sí está confirmado (ver, por ejemplo, el artículo de Piovesana, el periodista de Peace Reporter: http://www.rebelion.org/noticias/africa/2011/8/los-rebeldes-libios-entre-al-qaeda-y-la-cia-134821) es el retorno a Libia, para incorporarse a los combates, de miembros del Grupo Combatiente Islámico Libio, formados en Afganistán. Desde luego, al contrario que en Bagdad, nadie ha visto tanques estadounidenses -o franceses o ingleses- en las plazas de Trípoli. Y lo que ha sido decisivo en la victoria final, más que la participación de tropas extranjeras, ha sido la batalla de Gebel Nafusa. Cito a Angelo del Boca, historiador del colonialismo italiano y biógrafo de Gadafi: «Ha sido realmente decisiva. Como ya he mencionado varias veces en el Gebel Nefusa hay árabes y bereberes, históricamente enfrentados unos con otros, pero que se han unido esta vez. No hay que olvidar que los bereberes en Libia han estado siempre del lado del poder. Cuando la presencia italiana estaban con los italianos contra los resistentes. Este ha sido un elemento decisivo. Lo confirma la información que recibo directamente del disidente Anwar Fekini, que ha participado en la resistencia en el Gebel, y que desde hace días me insistía en que la situación había cambiado mucho desde el punto de vista militar. A pesar de la falta de armas pesadas los rebeldes del Gebel habían llegado a 50 a 60 km de Trípoli. Luego, en los últimos días habían podido capturar tanques, armas pesadas para poder acecarse y entrar en la capital libia. Las rebeliones siempre han empezado en el Gebel, también durante la presencia italiana. Cuando los italianos desembarcaron en Trípoli en octubre de 1911, no fueron los turcos quienes resistieron contra ellos, sino los montañeses del Gebel que bajaron a caballo desde los montes, llegaron a Trípoli y causaron aquella matanza de 550 soldados italianos en Sciara Sciat. Los jóvenes rebeldes de hoy pertenecen a las mismas familias de los rebeldes de hace cien años. Desde este punto de vista, los insurgentes de Bengasi, que lidian todavía con una profunda división interna, poco tienen que ver con la operación final de la caída de Trípoli». Sobre las relaciones entre árabes y bereberes y la rehabilitación por parte de los rebeldes de la lengua bereber, prohibida durante 42 años, invito a leer, por lo demás, los artículos del periodista vasco Karlos Zurutuza (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=133904, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=131137).
¿Qué papel ha jugado Turquía, que no olvidemos es miembro de la OTAN, en todo el proceso?
Turquía es miembro de la OTAN, pero también juega sus propias bazas como subpotencia regional. Lo estamos viendo estos días, siguiendo la estela de Sarkozy y Cameron en Libia, pero sin coincidir con ellos y después de visitar Egipto y Túnez. Es verdad que tenemos que ser prudentes porque, como recuerda bien Miguel León (http://rebelion.org/noticia.php?id=135744), contradiciendo en este caso a Pepe Escobar, es difícil saber cuánto hay de autoconciencia de neopotencia y cuánto de maniobra por vía interpuesta para facilitar un reordenamiento blando de Oriente Próximo. Cualquiera que sea el caso, el nuevo papel de Turquía -impostado o sincero- demuestra que, tras la Primavera Árabe, nada puede manejarse de la misma manera, y esto incluye también a Israel.
El gobierno de Venezuela, que intentó algunas mediaciones, se ha mantenido muy crítico de la intervención otánica y también de los rebeldes, además de lanzar más de una proclama favorable a Gadafi. ¿Cómo valoras esta posición?
Como un error catastrófico. El presidente Chávez no ha comprendido que las revoluciones árabes las está haciendo el mismo pueblo que él defendió en Venezuela después del «caracazo» de 1989. Primero guardó silencio sobre Túnez y Egipto y a continuación pasó, no a denunciar la intervención de la OTAN, lo que hubiera sido justo, sino a declarar su amistad y apoyo a Gadafi, gran héroe anti-imperialista que daba su merecido a los mercenarios de los yanquis. Chávez era un ídolo en el mundo árabe después de que Venezuela cortara relaciones con Israel en 2007. Los manifestantes palestinos sacaban su fotografía en las marchas y los jóvenes tunecinos, en la única concentración permitida por Ben Alí en enero de 2008 (precisamente para apoyar a Palestina), gritaban «Chávez presidente». Todo eso se ha perdido. Hoy Chávez es «el amigo de Gadafi». Se ha desperdiciado una ocasión histórica para poner en contacto las dos zonas más anti-imperialistas (y más amenazadas por el imperialismo) del planeta. Peor aún: el apoyo a Gadafi ha permitido una identificación falaz entre el régimen libio y la democracia venezolana, lo que sólo beneficia a los que quieren erosionar los procesos emancipatorios de América Latina. ¿Por qué lo ha hecho? Los intereses comunes como miembros de la OPEC no son suficientes para explicar la actitud del gobierno venezolano; prefiero buscar una explicación más honrosa. La que se me ocurre -después de pensar larga y dolorosamente- tiene que ver básicamente con la ignorancia de lo que ocurre en estas tierras, tan lejos de América Latina, y con la virtud a veces destructiva -cuando se hace política- de la «lealtad personal». Por una vez, Chávez ha actuado como Aznar y Berlusconi, dando razón a los críticos que le reprochan «personalismo» y «caudillismo» y debilitando también por eso el proceso revolucionario que él puso en marcha y que sigue siendo imprescindible para el mundo civilizado.
¿Quienes componen el Consejo Nacional de Transición? ¿Qué opinión te merece este Consejo? La Unión Africana, si no ando errado, no lo ha reconocido. Uno de los portavoces de ese Consejo, hablando de las pocas ciudades que siguen siendo leales a Gadafi, ha declarado: «A veces para ahorrar derramamiento de sangre, tienes que derramar sangre, y mientras más rápido lo hagas, menos sangre se derramará».
Sobre los rebeldes se ha escrito tanto y en Rebelión hemos publicado tantos artículos y tan detallados que me conformaré con enumerar de nuevo la variada filiación de sus miembros: jóvenes abrumados por la «miseria vital» (como en Túnez y Egipto, los primeros en manifestarse pacíficamente); militares desertores de primera hora en Bengasi; oportunistas del régimen gadafista; liberales educados en EEUU, algunos próximos a la CIA y todos ellos pro-occidentales; e islamistas vinculados al Grupo Islámico Combatiente Libio, que se suman más tarde a la revuelta, pero que juegan un papel determinante por su preparación y disciplina. Del CNT sólo forman parte, que yo sepa, los oportunistas, los liberales y los islamistas, lo que demuestra ya la intención (como, por otra parte en Túnez y Egipto) de dejar fuera a los chabab que sacrificaron sus vidas por derrocar la dictadura. Pero debo decir sinceramente que no veo muchas diferencias entre este gobierno provisional y el de Túnez o Egipto, donde los oportunistas del antiguo régimen, los militares y los liberales gestionan por el momento la vida política. Nadie esperaba que los rebeldes libios fueran socialistas, desde luego, y en todo caso me parece significativo señalar que las primeras divisiones y diferencias entre islamistas y pro-occidentales dentro del CNT apuntan dos detalles «inesperados» para los que han visto desde el principio una «conspiración neocolonial» en la rebelión libia. La primera es la resistencia firme y mayoritaria a una intervención terrestre de la OTAN e incluso a una tentativa de tutelaje neocolonial. Cuando Ismail Salabi, comandante de Bengasi, dice que no van a permitir que «una minoría dirija el nuevo destino de Libia» o cuando Abdelhakim Belhaj, comandante de Trípoli y también islamista, denuncia a la CIA como responsable de su encarcelamiento y tortura bajo la dictadura de Gadafi, no es pura palabrería (http://www.alquds.co.uk/index.asp?fname=latestdata2011-09-19-04-51-39.htm). Saben que la mayor parte del pueblo libio, islamistas o no, están de su lado. Al mismo tiempo, cuando estos mismos líderes islamistas hablan del «Estado civil» y de la «democracia» no lo hacen para tranquilizar a la OTAN sino a los chabab que han participado en la Rebelión, conscientes de que en el mundo árabe la hora de Al-Qaeda y sus afines ha pasado. Saben que si el islamismo quiere gobernar Libia tendrá que cambiar su discurso (como en Túnez o en Egipto) y aceptar nuevas reglas de juego. Por supuesto, la posibilidad de que haya enfrentamientos, incluso armados, y todo acabe en un gran caos inducido no se puede desdeñar. Pero lo que en todo caso demostraría eso, una vez más, es que los rebeldes nunca han sido títeres de las potencias occidentales.
Se habla también de limpieza étnica, de la ininterrumpida limpieza étnica perpetrada por los «rebeldes» (según parece las gentes de Cirenaica tiene prejuicios históricos arraigados hacia los africanos subsaharianos).
Hemos hablado del trato que Gadafi infligía a los subsaharianos en las cárceles del desierto. El racismo, desgraciadamente, forma parte de la cultura de la dictadura y por lo tanto se ha manifestado en los dos bandos. Pero me gustaría añadir algunas citas de Gabriele del Grande, tomadas de las crónicas que ha escrito después del 23 de agosto desde Trípoli, y que demuestran -si creemos su testimonio- que no se trata, ni mucho menos, de una «ininterrumpida limpieza étnica» y que además la «caza del mercenario» (que no del negro) empieza a estar bajo control. Del Grande, que ha denunciado también abusos, agresiones y linchamientos de negros por parte de los rebeldes, me parece un testigo plenamente fiable. Así comienza su larga crónica, que puede ser leída en italiano en http://fortresseurope.blogspot.com/: «A finales de agosto los periódicos de medio mundo han alertado de la «caza al negro» en Trípoli, de los abusos y las redadas. La realidad, sin embargo, es diferente, más compleja y al mismo tiempo contradictoria. Ha habido excesos, algún arresto de más era inevitable con una armada popular de miles de jóvenes y chiquillos todavía bajo el shock de la sangre vertida en la batalla que ha liberado Trípoli al precio de centenares de muertos. Esas violencias y esos excesos hay que condenarlos. Pero el relato no termina aquí». Durante su estancia en Trípoli, Del Grande visitó centros de detención provisionales y hospitales donde se atendía a los partidarios de Gadafi heridos, blancos y negros, libios o extranjeros (sobre todo chadianos y nigerinos). Del Grande recoge innumerables testimonios y confesiones que vale la pena leer, pero su conclusión es más o menos la que se refleja en estas líneas: «Muchas de las personas con las que he hablado, milicianos del régimen y presuntos mercenarios, fueron heridas en el frente y se encuentran ingresadas en los hospitales de Trípoli, donde pude verificar que recibían el mismo tratamiento médico reservado a los partisanos libios. Con la diferencia de que, después del tratamiento, irán directamente a la cárcel, en espera de juicio. Quien pruebe su inocencia será liberado, como les ha ocurrido ya en estos días a muchos prisioneros -libios y africanos- injustamente arrestados y que han encontrado testigos dispuestos a exculparlos. Quien sea hallado culpable de haber matado puede ser condenado a muerte. Y aquí sí debemos preocuparnos mucho. Porque en este momento de caos, el riesgo de errores judiciales y de sentencias sumarias con insuficiencia de pruebas es elevadísimo».
Te hago ahora algunas preguntas sobre opiniones vertidas por algunos autores y algunas fuerzas políticas. Gilbert Achcar, por ejemplo, ha escrito recientemente: «[…] hemos visto cómo las fuerzas de Gadafi, bien armadas, bien entrenadas y bien armadas desde hace tiempo, fueron capaces de llevar a cabo una ofensiva tras otra, a pesar de estos varios meses de bombardeos de la OTAN, así como la dificultades y el costo en vidas humanas que ha pagado la resistencia, primero para asegurarse Misrata, mucho más pequeña que Bengasi, y después para romper el bloqueo del frente occidental antes de entrar en Trípoli. Cualquiera que, desde lejos, cuestione el hecho de que Bengasi hubiera sido totalmente aplastado no tiene decencia, desde mi punto de vista. Decirle a un pueblo sitiado, desde la seguridad de una ciudad occidental, que son unos cobardes -porque a eso equivale cuestionar si se estaban enfrentando a una masacre- es una indecencia, simplemente». ¿A ti también te parece una indecencia?
Sí, me parece una indecencia. No estamos hablando de los revolucionarios de Sierra Maestra, entrenados para vencer o morir, sino de jóvenes sin adiestramiento militar -y niños, ancianos y familias enteras- que se defienden como pueden de una agresión feroz y que piden ayuda a las Naciones Unidas, no a la OTAN, al mismo tiempo que declaran expresamente su rechazo de cualquier intervención terrestre. ¿No hay algo indecente en despreciar a esa gente?
Siguiendo las secuencias de los hechos, ¿qué posiciones debería haber tomado la izquierda en tu opinión? Por ejemplo, aun aceptando las consideraciones de Achcar, la resolución de la ONU, ¿no merecía ninguna crítica?
Merece todas las críticas y desde el principio. Su redacción viola la carta fundacional de Naciones Unidas permitiendo la intervención de la OTAN y autorizándola a ir mucho más allá de la «exclusión aérea» reclamada. Y su aplicación viola incluso la resolución misma, ya bastante permisiva. En cuanto a cuál debería haber sido la posición de la izquierda, imagino que te refieres a la izquierda europea y latinoamericana. La izquierda árabe aceptó desde el principio la necesidad de afirmar al mismo tiempo el apoyo a los rebeldes y la denuncia de la intervención de la OTAN. No era un ni-ni, como pretenden algunos anti-imperialistas muy alejados del terreno, sino un Sí a los rebeldes. Un Sí a los rebeldes que implicaba una posición obvia (no a Gadafi) y otra contradictoria (no a la OTAN). Hay que confiar en que, a partir de ahora, el sí a los rebeldes coincida enteramente con el no a la OTAN.
Achcar también ha apuntado: «[..] lancé una campaña con dos demandas inseparables: ¡Paren las bombas! ¡Manden armas a los insurgentes!». ¿Armas para los insurgentes? ¿Qué insurgentes son estos insurgentes? ¿Puedes darnos alguna informaciones básicas? No parece que sus últimas actuaciones sean muy razonables ni justas.
¿Qué insurgentes son ésos? Los insurgentes realmente existentes, a los que ya hemos descrito antes, apoyados por la mayor parte del pueblo libio. En cuanto a sus últimas actuaciones, imagino que te refieres a los linchamientos de mercenarios y ya hemos hablado también de ello. Con independencia de que siguen siendo abusos muy pequeños por contraste con los crímenes de Gadafi -algunos de los cuales también se están descubriendo en estos días-, no debemos ser tolerantes en ninguna dirección y tenemos que reclamar que todos los responsables de crímenes de guerra o crímenes contra la humanidad, con independencia de su bando, sean juzgados. Se dirá que es una ingenuidad, pero si todas las palabras incapaces de introducir efectos reales en el mundo son ingenuas, entonces son ingenuas la mayor parte de las denuncias anti-imperialistas. La misión de la izquierda debe ser la de denunciar todos los crímenes y, si no son tratados por igual, tendremos entonces que denunciar una vez mas las hipocresías, los dobles raseros y las manipulaciones de los gobiernos y las instituciones internacionales.
Te copio ahora una aproximación de Pepe Escobar: «Llamadla la guerra FOL; la guerra R2P (como en «responsabilidad para proteger» el saqueo occidental; la guerra Air France; la guerra Total); en todo caso los FOL lo pasaron increíblemente bien alardeando de su victoria. El Gran Liberador Árabe, el presidente neo-napoleónico Nicolas Sarkozy, exultaba alegría: «Nos hemos alineado con el pueblo árabe en su aspiración de libertad». Bahreiníes, saudíes, yemenitas, para no hablar de tunecinos y egipcios, tienen derecho a sentirse desconcertados. Sarko agregó: «Se salvaron decenas de miles de vidas gracias a la intervención». Incluso los «rebeldes» hablan de que hay por lo menos 50.000 muertos, y la OTAN sigue adicta a un salvaje desenfreno de bombardeos. El emir de Qatar por lo menos admitió que Muamar Gadafi en fuga no podría haber sido derrocado sin la OTAN. Pero agregó que la Liga Árabe podría haber hecho más; de hecho lo hizo, suministrando una votación fraudulenta que abrió la puerta para la Resolución 1973 de la ONU redactada por ingleses, franceses y estadounidenses». Su posición parece mucho más crítica aunque inicialmente Escobar pareció centrar sus críticas en Gadafi y su gobierno.
Respeto y admiro muchísimo a Pepe Escobar, uno de los más brillantes analistas del mundo, y entiendo perfectamente sus críticas a la OTAN y su vigilancia atenta a los rebeldes, pero no puedo dejar de expresar mi perplejidad ante su cambio de opinión. El 24 de febrero, por ejemplo, escribía: «Lo que Gadafi hará es ir a Bengasi en busca de venganza. Por tanto, es hora ya de que los manifestantes se apoderen allí de unas cuantas armas pesadas y preparen una estrategia para una resistencia organizada. Puede que tengan que resistir durante algún tiempo, la única solución posible para evitar un baño de sangre es que las Naciones Unidas afronten la situación y declaren una zona de exclusión aérea, que podría causar estragos en la decisión del régimen de enviar mercenarios e incluso abortar una posible ofensiva contra Bengasi» (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=123022). La verdad es que recuerda bastante las posiciones de Achcar y no acabo de ver qué ha ocurrido después de inesperado para modificar tan radicalmente su opinión sobre Gadafi y sobre la legitimidad de la revuelta libia.
Por su parte, Guillermo Almeyra, que se ha mostrado muy crítico respecto «a los despistados de siempre de una izquierda ma non troppo, habituados a adorar gobiernos que bautizan como progresistas» ha escrito: «La principal fuerza de este colonialismo europeo-estadounidense es la heterogeneidad del Consejo Nacional de Transición (CNT) y la despolitización y falta de dirección, así como de proyectos revolucionarios democráticos en el sector más avanzado del mismo, así como la total ausencia de instituciones estatales mediadoras debido a la concentración del poder en manos de Kadafi y de sus hijos y presuntos herederos. De modo que la caída del gobernante -dada la imposibilidad actual de los colonialistas de enviar tropas y de poner gobernadores propios- llevará a una guerra de bandas entre los agentes de las diversas potencias, los diferentes grupos presentes en el CNT y las tribus (que controlan diferentes unidades militares). Se cruzarán las vendettas y será difícil formar un gobierno que convoque a elecciones parlamentarias, dada la carencia de partidos y de vida democrática. Además, con respecto a la OTAN, una cosa es el CNT y otra muy diferente la voluntad de sus seguidores en la oposición a Kadafi». ¿Te parece razonable esta aproximación? ¿Es probable que suceda lo que apunta Almeyra?
He apuntado esa posibilidad más arriba y, desde luego, coincido con Almeyra en que, respecto de la OTAN, una cosa es la posición de la cúpula del CNT y otra muy distinta la de los que han participado en la liberación de Libia, islamistas y no islamistas. Una posición parecida -en cuanto a la posibilidad del caos- la sostiene Alberto Pradilla en un artículo muy recomendable: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=135465. Yo soy ligeramente más optimista. El petróleo, fuente de discordia, puede tener también un efecto «civilizador». Al contrario que en Túnez o en Egipto, donde había un aparato institucional y organizaciones civiles, Libia era una gelatina por encima de la cual flotaba, como el espiritu de Dios en el Génesis, la voluntad schmittiana de Gadafi. En Libia hay que empezar desde cero. En un interesante artículo, en el que por cierto se relativiza desde el terreno el papel de las tribus en el país, Mohammed Bamyeh concluye de esta manera esperanzadora: «Así que de una situación en la que las instituciones del Estado estaban mínimamente desarrolladas pasamos al surgimiento del modelo de revolución más institucionalmente desarrollado del mundo árabe. La aparente excepción libia no radica sólo en la violencia y el derramamiento de sangre. El ejemplo de este gran pueblo que se organiza, que se levanta en medio de la resistencia espontánea y sin miedo a la violencia estatal, desmiente las quejas occidentales sobre la supuesta «ausencia de sociedad civil» en Libia. De la misma manera que tanto diplomáticos occidentales como comentaristas han sufrido para determinar el carácter exacto de este movimiento, han pasado por alto su elemento más importante y esclarecedor: que representa no tanto una ideología concreta como el rotundo renacimiento de las, por largo tiempo, reprimidas tradiciones civiles de la Libia moderna. Por lo tanto, viniendo de la más desesperada de las circunstancias, la revuelta de Libia ha dado el mayor salto hacia adelante de todas las revoluciones árabes hasta la fecha» (http://www.jadaliyya.com/pages/index/1001/is-the-2011-libyan-revolution-an-exception)
Atilio A. Boron, por su parte -«Libia: socios del horror»- ha escrito recientemente, a principios de septiembre: «Días atrás el corresponsal del periódico londinense The Independent estacionado en Trípoli dio a conocer una serie de documentos que el mismo había hallado en una oficina gubernamental abandonada con toda premura por sus ocupantes. Ese material arroja una luz enceguecedora para quienes creen que para oponerse y condenar el criminal ataque aéreo de la OTAN sobre Libia es necesario enaltecer la figura de Gadafi y ocultar sus crímenes hasta convertirlo en un socialista ejemplar y ardiente enemigo del imperialismo. La oficina en cuestión era la de Moussa Koussa, ex Ministro de Relaciones Exteriores de Gadafi, hombre de la más absoluta confianza de éste y, anteriormente, jefe del aparato de seguridad del líder libio. Como se recordará, ni bien estalló la revuelta en Bengazi Koussa defeccionó y se marchó sorpresivamente a Londres. Pese a las numerosas acusaciones que existían en su contra por torturas y desapariciones de miles de víctimas, el hombre no fue molestado por las siempre tan alertas autoridades británicas y poco después se esfumó. Ahora se sospecha que sus días transcurren bajo la protección de algunas de las feroces autocracias del Golfo Pérsico. La papelería descubierta por el corresponsal del Independent ayuda a entender porqué». ¿Te parece justo este comentario?
Justísimo. Y quiero agradecer desde aquí a mi admirado Atilio Borón la valentía de su posición. Es una de las voces más autorizadas de América Latina y es para mí un gran alivio compartir con él líneas de análisis que han sido tan mal comprendidas, cuando no duramente rechazadas, en algunos sectores de la izquierda bolivariana y latinoamericana.
Te pregunto ahora por una declaración reciente de la Secretaría de política internacional del PCE que lleva por título: «Libia: una guerra colonial por el dominio económico y militar».
Este comunicado torpísimo del PC se ajusta a la perfección al marco de análisis que he tratado precisamente de denunciar como injusto, eurocéntrico y mecánico. Me limito a citar un pasaje de un artículo mío que acabo de publicar en el Gara: «El otro error en el que ha incurrido un cierto sector de la izquierda tiene que ver precisamente con su esquematismo o, mejor dicho, con su monismo. Los pueblos y las izquierdas árabes, jugándose la vida sobre el terreno, han comprendido enseguida la imposibilidad de escapar a la incomodidad analítica si querían derrocar a sus dictadores. Han sabido que había que afirmar muchos hechos al mismo tiempo, algunos contradictorios entre sí. En el caso de Libia, esos cinco o seis hechos son los que siguen: Gadafi es un dictador; la revuelta libia es popular, legítima y espontánea; la revuelta es enseguida infiltrada por oportunistas, liberales pro-occidentales e islamistas; la intervención de la OTAN nunca tuvo vocación humanitaria; la intervención de la OTAN salvó vidas; la intervención de la OTAN provocó muertes de civiles; la intervención de la OTAN amenaza con convertir Libia en un protectorado occidental. ¿Qué hacemos con todo esto? Podemos dejar a un lado la realpolitik, acudir al realismo y tratar de analizar la nueva relación de fuerzas en el contexto de un mundo árabe en pleno proceso de transformación. O podemos afirmar Un Solo Hecho -monismo- y someter todos los demás a sus latigazos negacionistas. Así, si sólo afirmamos la intervención de la OTAN, con sus crímenes y amenazas, nos vemos enseguida obligados, por una pendiente lógica que nos aleja cada vez más de la realidad, a negar el carácter dictatorial de Gadafi y afirmar, aún más, su potencial emancipatorio y anti-imperialista; a negar el derecho y espontaneidad de la revuelta libia y afirmar, aún más, su dependencia mercenaria de una conspiración occidental. Lo malo de este ejercicio de Monismo es que deja fuera precisamente los datos que más importan a los pueblos árabes y a las izquierdas árabes y los que más deberían importar a los anti-imperialistas de todo el mundo: la injusticia de un tirano y la reclamación de justicia del pueblo libio». Este Monismo lleva a efectos ópticos muy injustos y al deseo de que las cosas sean distintas de como son; y estas dos cosas llevan finalmente a la manipulación de los datos. Una menor, pero que me ha llamado la atención desde el principio, tiene que ver con la presunta filiación monárquica de los rebeldes (luego todos se volvieron de Al-Qaeda). Para deslegitimar la revuelta popular, una y otra vez los monistas se han referido al uso por parte de los rebeldes de «la bandera monárquica». Es un absurdo. A los regímenes de Moubarak y Ben Ali se podía oponer la bandera nacional porque no era obra suya. La bandera de la «jamahiriya» era la bandera de la dictadura y frente a ella, los rebeldes han enarbolado la de la independencia colonial; es decir, la bandera nacional. «La cuestión de la bandera izada en las zonas liberadas, la de la independencia, no es una señal de retorno al pasado», dice el periodista comunista libio Farid Adley, y sigue: «Esa bandera no es propiedad del exrey Idriss o de la cofradía sanussita. Yo habría usado la bandera roja, pero ni yo ni mi generación pintamos nada en esta revolución. La corriente monárquica en la oposición es absolutamente minoritaria y enarbolar la tricolor, con la estrella y la media luna en blanco, no es un apego al pasado, sino un claro rechazo al régimen». Esta cuestión, aclarada hace ya seis meses, no ha impedido a los monistas seguir manipulando la realidad, en este caso y en otros más serios.
Editor de Axis of Logic, Lizzie Phelan es, según parece, uno de los pocos periodistas independientes que han soportado con éxito la tormenta de los bombardeos de EE.UU./OTAN de Trípoli y la invasión de la ciudad por los mercenarios. Informó desde el interior del Hotel Rixos y luego se mudó al cercano Hotel Corinthia, todavía en medio de furiosas batallas entre fuerzas del gobierno y los mercenarios de la OTAN. Escapó de Libia en un barco de pesca que la llevó, junto con otros, a Malta, a principios de esta semana. En su primer informe desde su partida de Libia, señalaba cosas como las siguientes: Este baño de sangre no corresponde a la narrativa de una «Libia libre» en la cual los civiles son «protegidos», pero en una atmósfera semejante cargada de la avidez por control a cualquier precio, es casi imposible que los que están en el terreno sean honestos en cuanto a las imágenes ante sus ojos, mientras permanezcan en territorio en manos de los rebeldes. Un joven rebelde armado que llevaba la bandera francesa sobre su uniforme de campaña apareció detrás de mí y me preguntó de dónde era. «Londres» respondí. «Ah Cameron, amamos a Cameron», sonrió con una amplia sonrisa. Me obligué a sonreír; incluso una crítica a mi propio primer ministro dejaría traslucir deslealtad hacia los nuevos gobernantes de Libia». ¿Cuál es tu impresión sobre la situación que describe Phelan?
En primer lugar, corregirte cuando hablas de combates entre «fuerzas del gobierno y mercenarios de la OTAN». He creído dejar claro que se ha tratado de una revuelta espontánea y legítima y, si hemos de hablar de mercenarios, más allá de los enrolados en el ejército de Gadafi, entonces quizás convendría invertir los términos y hablar de los «aviones mercenarios» de la OTAN al servicio de los rebeldes. Lo digo sólo por provocar, aunque, si se trata de fidelidad a la realidad, esta expresión es un poco más correcta que la que empleas.
Gracias por la corrección.
En cuanto a la frase del joven rebelde es muy de lamentar. Estoy seguro de que si les hubiesen ayudado los cubanos -si ello hubiera sido posible, que no lo era- los jóvenes rebeldes adorarían a Fidel. ¿Y no hemos sido siempre muy comprensivos con aquellos palestinos que, tras la revuelta de 1936, pensaron por un momento en jugar la baza de Hitler contra los ingleses, que eran sus opresores? ¿Y con los independentistas indios que, durante la segunda guerra mundial, vieron en los fascistas japoneses a unos «liberadores»? Por no hablar de Lawrence de Arabia, peón del imperialismo británico, amado por los árabes que luchaban contra el imperio otomano. O de nuestros propios republicanos españoles durante la guerra civil, que imploraron la intervención de Inglaterra y Francia, potencias capitalistas responsables ya entonces de innumerables crímenes coloniales. En todo caso, y como he dicho antes, de la frase de ese joven, que parece la típica frase del nativo de la Medina que quiere agradar al turista, yo no sacaría conclusiones precipitadas y generales.
Finalizo con una pregunta de política-cultural: ¿cómo debería apoyar el avance democrático y socialista en Libia la izquierda europea?
Tenemos pocos medios para apoyarlos en lo que realmente necesitan: financiamiento de locales, periódicos, cadenas radiofónicas, etc. Como sólo podemos mandarles palabras, que éstas sean al menos razonables y que, de algún modo, impliquen que hemos escuchado previamente las suyas. Sería bueno, en este sentido (en Túnez y Egipto ha comenzado a hacerse) que se establecieran marcos de diálogo entre las izquierdas mediterráneas, como forma de abordar problemas que, como demuestra el 15-M, son comunes a ambas riberas (también lo son los problemas relativos a una tradición de organización partidista cuestionada por las propias revoluciones). Al mismo tiempo, examinemos hasta dónde hemos llegado nosotros y cuánto nos queda aún por hacer antes de pretender darles lecciones. Hace unos días he estado en Argentina, participando en un encuentro sobre las revoluciones árabes y quiero acabar aquí con las mismas palabras con las que cerré mi intervención en Buenos Aires: «la tarea es inmensa e incierta, pero nadie puede desdeñar lo que se ha conseguido. Por primera vez en la historia los pueblos árabes -acostumbrados a asistir pasivamente a cambios de gobierno decididos en conflictos palaciegos y sin su intervención- han sido capaces de levantarse, tomar conciencia de su poder y derrocar a sus dictadores, cómplices además de las potencias neocoloniales. Démosles tiempo. Nosotros, los europeos, nos hemos tomado cientos de años para llegar donde estamos, que no es mucho, cada vez más lejos de los valores universales que decimos defender. Concedamos al mundo árabe al menos dos décadas para que decida a su modo el camino hacia la libertad y la democracia».
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